Capítulo I

Rygjafylki. Sur de Noruega, 876 d. C.

 

Me desperté sobresaltado, aún no había amanecido y seguía siendo de noche.

Un calor sofocante, extraño en esa época hizo que abriera los ojos asustado. Apenas pude respirar, y me di cuenta que la hús[26] estaba llena de humo, no quedaba aire que respirar.

—¡Madre! —grité al no verla por ningún lado.

Intenté ponerme en pie pero una espantosa tos se apoderó de mí. Caí al suelo mareado, y apoyado con las manos y los pies conseguí arrastrarme hasta que me topé con algo muy pesado. Lo toqué intentando apartarlo de mi camino hasta que empezó a moverse y emitió un leve quejido. No era un saco repleto de pieles, era mi madre…

La saqué de nuestra hús a duras penas, jadeaba incontrolablemente como si estuviera cansada, sin fuerzas para nada y por lo que vi, no podía respirar, el aire era incapaz de llenar su pecho.

—Madre, responda —le rogué zarandeándola—. Por los dioses… Madre, se lo suplico, conteste —el humo que había irrita mis ojos, hasta tal punto que ni siquiera era capaz de ver lo que tenía a dos pasos de mí.

—Egil —me llamó sin aliento—, déjame aquí, hijo —no era capaz de seguir hablando, su pecho empezó a moverse con brusquedad— Freyja[27], madre, acéptame en tu seno, deja que las valkyrjur[28] acojan mi alma, y me lleven hasta el Valhalla.

—Madre —conseguí decirle al borde del llanto.

—Los dioses así lo han querido —aseguró tosiendo—. Ellos velarán por ti.

Negué, no quería que así fuera, no podía permitir que se la llevaran, jamás podría vivir con su ausencia.

La cogí en brazos, aparté todo lo que vi en medio y salí de la casa. Ande con ella aún sujeta alejándome todo lo que podía, la apoyé en el suelo intentando que pudiera respirar algo mejor. Miré alrededor, buscando el culpable de todo, pero no pude ver nada. Me pasé las manos por los ojos intentando calmar el malestar que tenía. Dos hombres corrían hacia la linde entre la pradera y el bosque, desapareciendo en la oscuridad de la noche y la frondosidad de los árboles. Desvié la mirada hacia otro lado, y en lo alto de la colina, no muy lejos de donde nos encontramos, un hombre de cabeza rapada, subido a lo alto de un caballo blanco con una gran mancha oscura sobre su vientre, nos observaba. Algo hizo que me quedara con esa imagen. Había sido él, él era el causante de aquello.

Esa noche, mi madre perdió la vida y parte de mí murió con ella, sobre todo al ver que ni mi padre ni ninguno de sus húskarls[29] fueron capaces de llegar a tiempo para salvarla.


Haustmánadr, finales del solsticio de verano. Año 886 d. C.

 

Detuve el caballo junto a la orilla del río, notando cómo su corazón latía frenético, respiraba agitadamente y su pelaje se empapaba, estaba exhausto. Desmonté, dejé las pieles que me abrigaban en el suelo, me arrodillé frente al agua para mojar mis manos y me las llevé a la boca intentando beber un poco. El brillante sol hacía acto de presencia, sus rayos atravesaban las nubes calentándome levemente. Me metí en el río, desanudé la cuerda que sujetaba mi maltrecho chaleco, lo tiré cerca de donde está el hestr[30] y poco a poco fuí deshaciéndome de mi kirtle[31]. Estaba sucia, llena de tierra, barro y sangre, así que, lo hundí bajo el líquido dejando que se humedeciera. Mojé mi pelo dejando que cayera sobre mis hombros y mi pecho, limpiando los restos que se habían secado.

Salí del fljótv[32], me puse de nuevo la túnica y el resto de ropas las anudé a mi caballo para volver a casa. Me subí en él de nuevo, le di un leve golpe para que empezara a moverse y caminara más rápido. Los brotes verdes de hierba se dejaban llevar por el aire que nos azotaba y envolvía. La aldea no estaba muy lejos, podía divisarla desde la mitad de la colina, no era muy grande, lo suficiente como para vivir en paz e ir creciendo con el tiempo. Éramos algo más de cuarenta hombres y mujeres, sus gardr[33] eran algo más pequeñas que las del jarl[34], nuestro líder, el konungr[35] de nuestras tierras, mi padre: Thorbran Einarrsson.

Llegué al camino central disminuyendo el paso que llevaba el equino, para no dañar a nadie que pudiese cruzarse en nuestro camino. Los guerreros, sus mujeres y los thraell[36] estaban en el corazón de nuestro heimr[37] ocupándose de sus pescas, huertos y telas.

Cerca de este, alrededor del pozo, se encontraba la granja de Steit, la casa de Helga, la völva[38] sagrada que hacía que estuviéramos más cerca de los dioses, la mujer más anciana y sabia de todo el reino. Personas de otras tierras venían a Rygjafylki solo para verla. Tras esta, estaba la de Bror, nuestro volundr[39], el artesano con mejores manos de todo Noregr, quien se ocupaba de forjar las armas que luego nos acompañaban en nuestra lucha, a su lado la de Atel, el frilaz[40] que curtía las pieles que nos vestían, el guerrero más sanguinario de todos. Y junto a todo ello, el gran salón, donde nos reuníamos y alimentábamos.

—¡Egil! —Me gritó Göran desde el otro lado del camino.

Este era uno de los mejores hombres que había conocido jamás, aunque era tan testarudo como las cabras. Desde que era pequeño, había sido él quien se ocupó de cuidar de madre y de mí, tomando el lugar que le correspondía a Thorbran.

—¿Dónde has estado, chico?

—Necesitaba estar solo.

—¡Todos tus hermanos han vuelto! Deberías de haberlo hecho tú también junto a ellos.

Göran tenía razón. Muchos habían ido a la batalla pero jamás habían vuelto, los dioses se los habían llevado consigo para que cuando llegara el Ragnarök[41], estuvieran preparados para luchar a su lado. Tras el enfrentamiento de la semana anterior en Hordaland, desaparecí unos días pero él, a pesar de que no debería temer nada, igualmente acababa preocupándose esperando ansioso cada una de mis llegadas. Medio cojeando por una antigua herida mal curada, se acercó a mí molesto.

—Desmonta —me ordenó— ahora mismo. —Estaba más enfadado de lo que creía— Egil Thorbransson, eres un inconsciente —agarró las riendas del caballo y cuando toqué suelo me dio un fuerte golpe en el cuello que hizo que cayera hacia adelante.

Apreté la mandíbula, y le miré con rabia pero me lo merecía. En ese momento se quedó petrificado sin decir nada, con la vista fija en alguien que se aproximaba a mis espaldas. Una mano desconocida se posó sobre mi hombro, a lo que extrañado me giré y me encontré con Gala, la hermosa hija del hersir[42]. La skjaldmö[43] que aun teniendo apariencia delicada, era una de las mujeres más crueles que existían en los nueve reinos.

—Vaya, mira quien tenemos aquí —dije despectivamente mientras la miraba de arriba abajo y alzaba levemente el labio a modo de sonrisa.

—Eso de ir a luchar junto al resto ha hecho que te vuelvas un grosero.

—No me vengas con sandeces muchacha —di media vuelta y volví a dirigirme a Göran—. ¿Has visto a padre?

El hombre permaneció observando a la joven de cabellos rojizos, los cuales llevaba trenzados y anudados a la parte trasera de la cabeza dejando el resto libre.

—No, pero supongo que estará con el hersir, es tarde, y tus hermanos ya se han reunido.

—Y tú… —dije girándome hacia ella—. ¿Sabes algo?

Cerró los ojos durante unos instantes y al abrirlos hizo una mueca algo molesta. Soltó un bufido, se giró sobre sus pies y se encaminó hacia la senda que llevaba al resto de cabañas, las que estaban algo alejadas del resto. Con un movimiento de cabeza me despedí de Göran, me subí al hestr y perseguí a Gala.

—No me has respondido.

—No tengo por qué hacerlo —contestó escueta.

—No importa —sentencié.

Di una vuelta a su alrededor, le guiñé un ojo e hice que el caballo empezara a trotar yendo cada vez más deprisa, haciendo que las piedras del camino salieran despedidas bajo sus pezuñas marcando la tierra.

Me detuve frente a la gran gardr en la que se suponía que debía vivir, aquella que habita padre. Era la más grande de todas, podría vivir una familia entera con más de cinco hijos, en ella podías tener lo que quisieras, cosas que pocos podían llegar a imaginar. Pero a pesar de eso, me negué a estar bajo el mismo techo del hombre que no estuvo con su familia cuando más lo necesitaba, no estaría con aquel que dejó que los dioses se llevaran a madre.

Dejé a Espíritu en la entrada, su pelaje como la tierra relucía y caía por encima de su morro y lomo, era oscuro como la tierra húmeda de invierno. Le di un par de golpes sobre su fuerte cuello y lo acaricié.

Abrí la puerta, y vi a padre junto a Hammer y Jokull, dos de los hombres más importantes de nuestra heimr. Los dos hermanos se ganaron su puesto como hersirs, aunque uno de ellos gozaba de más reconocimiento, Hammer, el mayor, el padre de Gala. La mano derecha del líder, había dejado que una frondosa barba rojiza se apoderase de la piel de su rostro igual que su cabello el cuál llevaba trenzado. Me observó durante unos largos segundos, sus ojos verdes hacían que por un momento titubease, era tan grande y feroz que parecía un gran oso de los que vivían en nuestras tierras. Jokull también posó su mirada en mí receloso, siempre se había sentido así. Sonrió malicioso haciendo que la cicatriz que le cruzaba el rostro se estirase.

—¡Sonr[44]! —Padre se puso en pie y se aproximó a la entrada con los brazos alzados dispuesto a abrazarme.

—Padre.

—Me dijeron que no habías vuelto junto a nuestros guerreros, fui a ver a Göran, tampoco sabía nada de ti pero por fin estás aquí de nuevo, me tenías preocupado —exageró.

—Necesitaba estar solo, no tengo por qué avisar a nadie.

Volvió a sentarse y me hizo un gesto para que ocupase un lugar junto al banco en el que se encontraban uno de los hersir. Hice caso omiso y me quedé de pie.

—Thorbran, deberías controlar mejor a este hijo que tienes —dijo Jokull con su rasgada voz.

Le miré con desdén y gruñí a la vez que le enseñaba los dientes como si fuera un animal, en un intento extraño por intimidarlo, cosa que no sirvió de mucho ya que él era peor que cualquier bestia. Padre clavaba sus ojos en los de él y lo miraba con fiereza, era el único capaz de hacer que cualquiera se doblegase con una sola mirada.

—No tienes por qué inmiscuirte en nuestros asuntos, ¿entendido?

—Sí, Jarl —respondió entre dientes.

—Me marcho.

Salí de la gardr, tomé las riendas de Espíritu y bajé andando hacia mi cabaña.

Recordé que cuando no era más que un niño, estuvimos en varios sitios, lugares lejanos a los que no quisiera volver. Toda mi familia murió, entre ellos mi afi[45] Einarr, quién perdió la vida a manos del antiguo Jarl de un poblado a varias jornadas de aquí. A los nueve años llegamos a Rygjafylki. Nos establecimos en la que ahora es mi gardr, pero algo ocurrió. Las gentes que aquí vivían temían, estaban amenazados por su líder, un sanguinario y egoísta Jarl llamado Eírik Hjálmarrsson. Había sembrado el pánico, controlaba todo lo que ocurría en nuestros caminos, hasta que se enfrentó a padre, nunca nadie había osado plantarle cara hasta que él lo hizo. Retó al Jarl a un holmgang[46], algo realmente importante. Aquello fue una bendición de los dioses, llegar Rygjafylki fue un regalo, una liberación, algo que los dioses nos habían dado y que debíamos agradecer. Padre acabó con Eírik, y con todos aquellos que quisieron impedírselo, ganándose así el respeto de todos los que vivían, y vivieron en nuestro heimr.

Alcé la vista la cual tenía fija en el suelo y al final del camino pude divisar el enorme cuerpo de Gull, uno de los mejores guerreros que teníamos aunque no era solo eso, desde que llegué habíamos sido como hermanos, siempre juntos. Cuando me acerqué a donde se encontraba, me dio uno de sus abrazos de los que te aplastaban hasta el alma.

—¡Bróðir[47]! Estás bien, gracias a los dioses…

—Sí, parece que todo el mundo estaba pendiente de si no había salido vivo de esa batalla… Los dioses aún no me quieren en el Valhalla, hermano.

—Eh, es lo que pasa cuando eres Egil, hijo de Thorbran, quien no aparece, tal vez si fuera otro nadie se hubiera percatado.

—No lo merezco.

—¿A dónde vas? —preguntó distrayéndome.

—Estoy cansado, voy a llevar a Espíritu a mi gardr.

—Entendido, nos vemos más tarde.

Asentí, me dio una palmada en el hombro y me marché siguiendo mi camino.


Varios golpes en la puerta me despertaron, no pude moverme, era consciente de todo lo que ocurría pero mi cuerpo no reaccionaba a nada. El aire volvía a escaparse de mis pulmones igual que lo hizo aquella noche.

Apenas podía ver aunque la luz del fuego iluminaba toda la casa, intenté gritar pero ningún sonido salía de mi garganta, necesitaba levantarme y salir, era como si estuviera atado al jergón. Si no escapaba pronto acabaría muriendo. Los pies me pesaban como si se hubieran vuelto de hierro, me costaba moverme, tanto que acabaría exhausto en un desesperado intento de llegar a la puerta. Grité de nuevo, o eso intenté hacer.

El fuego se había extendido por gran parte de la gardr y no tardaría en alcanzar el montón de pieles que haría que todo ardiera con mucha más fuerza.

—¡Maldición! —Gruñí.

Gracias a los dioses mi voz volvió.

—Hans…

—Conseguí decir llamando al thraell.

El humo empezó a hacer estragos en mí, igual que lo hizo la noche en la que la perdí. La puerta se abrió repleta de llamas y tras esta apareció madre, con la cara magullada, manchada de barro y sangre, sin poder detener las lágrimas que descendían por sus mejillas.

—Madre… —murmuré perplejo—. ¿Qué hace aquí? —Empecé a toser sin control.

—Mi niño… Has crecido mucho, has sabido cuidarte… —dijo apenada.

Asentí sin entender nada de lo que estaba ocurriendo.

—Egil, hijo, debes alertar a tu padre. No tardarán, será antes el solsticio de verano durante el Einmandr, no debes dejar que ataquen Rygjafylki, alguien morirá —posó una de sus manos sobre su pecho y suspiró—. Sé que estás dolido pero no fue culpa suya, los dioses así lo quisieron y me acogieron en su seno, debes de hacer lo correcto.

Noté como mis mejillas se humedecían al igual que lo hacían las suyas, no pude evitar que las lágrimas empaparan mi rostro. Hacía tanto que no la veía, anhelaba tanto sus abrazos, sus caricias. Un enorme vacío ocupó el remordimiento, el dolor, el miedo a que algo pudiera ocurrirme. El pesar de haberla perdido había estado en mí todos y cada uno de los días de mi vida y lo seguiría estando.

—Lo haré, madre —le aseguré.

—Sé que lo harás, mi pequeño, créeme que me quedo tranquila viendo en qué te has convertido, eres un gran hombre y puedo asegurarte que tendrás una mujer a tu altura junto a ti, pero debes ser cauto con ella. —Dio varios pasos hacia mí y peinó mi pelo con sus dedos, puede notar su presencia pero no conseguí tocarla—. No te culpes por mi muerte Egil, las nornas así lo tenían tejido en su telar.

Un doloroso llanto se escapó de lo más profundo de mí ser desgarrando mi garganta, desatando todo aquello que había estado guardando durante todo el tiempo. Caí de rodillas al suelo y me tapé el rostro con las manos escondiéndome de todo. Noté su mano sobre mi cabeza acariciándome, intentando calmar ese dolor que me iba consumiendo poco a poco como las brasas del fuego. Alcé la mirada y entonces desapareció de donde se encontraba, se agachó a mi lado, posó una de sus manos sobre mi hombro y besó mi mejilla, pude notar el calor de su dulce alma, el amor que había en ella.

—Madre… No se marche —le suplicó el niño que la perdió años atrás.

—Te echo de menos mi niño, pero siempre estaré junto a ti —dijo a la vez que pasaba su mano sobre mi corazón—. Lo harás bien, estás hecho para ayudar a tu gente, serás un buen líder.

Después de eso, todo se desvaneció, no quedó nada, ni humo, ni fuego, todo se fue con ella. Puse la mano en el mismo lugar en el que la había tenido ella, recordando su gesto y sus palabras.

Me puse en pie, cogí las pieles que me cubrían esa mañana y las sujeté con un broche. Me calcé mis desgastadas botas y salí de la casa, tenía que llegar lo antes posible y alertar a padre, por lo que desaté a Espíritu y subí a él.

¿Me creería? Las dudas asaltaban mi mente pero ya estaba de camino hacia la gardr de padre, ahora no podía dar media vuelta, debía hacerlo por ella. Llegué rápidamente, desmonté y sin importarme nada, lo dejé ahí. Di varias zancadas con las que subí hasta la casa y abrí la puerta de un golpe. Una de las thraell me recibió, tenía los cabellos negros y por alguna extraña razón, no me daba buena espina, nunca antes la había visto por allí.

—Déjame pasar —dije mientras la apartaba hacia un lado. No veía a padre por ningún sitio, así que, enfurecido la agarré del cuello y la sostuve contra la pared.

—¡Maldita thraell, dime dónde está!

—¿Qué es lo que quieres, sonr? —preguntó tras mi espalda.

La dejé caer y me giré hacia él.

—Deberías avergonzarte —gruñí, y tras eso lancé un gargajo al suelo—. Hacerle esto a madre…

—No la nombres —dijo enfadado.

—Eres té quién ha mancillado la pureza de su nombre y su hogar —me encaré a él, no le tenía miedo.

—¿Qué es lo que quieres? —Repitió.

Enfadado le conté lo que madre había venido a decirme, su cara reflejaba el terror que su alma sentía, aunque también, el dolor y anhelo.

—¿Cómo? —preguntó sin acabar de entenderlo.

—Madre nos previene, sabe que algo va a ocurrir.

Acto seguido, sin querer ver lo que estaba ocurriendo en la casa, cerré la puerta dando un buen golpe y me marché.


Algo me sacó de mi profundo sueño; gritos, golpes y diversos ruidos hicieron que acabase por despertarme. No me moví del lecho hasta que Jokull irrumpió en la estancia.

—¡Arriba! —dijo a la vez que me agarraba del pie y me tiraba al suelo—. Arrópate y sal. —Me ordenó a la vez que se marchaba.

Cerró los ojos y me miró de arriba abajo lo que hizo que me diera cuenta que tan solo conservaba los pantalones, ¿en qué momento me había deshecho de mis ropajes? Bostecé y me senté dejando que mis pies tocaran la fría madera. Me puse las botas, el kirtle, anudé el cinturón que la sujetaba a mi cuerpo y me eché las pieles. Cogí una cinta de cuero y me la coloqué en la cabeza de manera que sujetara mi cabello. Me limpié la cara con un poco de agua y también el pelo. El vello se iba haciendo notar en mi rostro cada vez más, no quería dejar que este creciera, tendría que deshacerme de él o al final acabaría por parecer Thorbran o Hammer.

Salí de la gardr, los rayos del sol que se colaban entre las nubes me deslumbraron, por lo que entorné los ojos. Parecía que había dormido durante toda la noche sin enterarme de nada, ni siquiera cuando seguramente vino Gull a buscarme.

—¿Qué pasa, esos ojos de plata no te dejan ver? —preguntó la muchacha de cabellos rojizos no muy lejos de mi entrada. Me fijé en ella, llevaba el pelo recogido, algo extraño en una mujer sin emparejar, ya que solían llevarlo suelto. Había dejado algunos mechones sin atar, para que le adornaran el rostro pero lo que no sabía es que no necesitaba nada para ser la mujer más bella de todo Rygjafylki.

—Qué graciosa eres.

—Sí, lo sé —contestó irónica.

—¿Sabes dónde demonios está mi hestr? —pregunté molesto.

—Puede ser —respondió dando vueltas a mi alrededor, acechándome como lo haría un úlfr[48] vigilando a su presa.

—No estoy para juegos, niña.

Clavó sus verdosos ojos en los míos y me sacó la lengua provocándome, y lo único que consiguió fue perder el tiempo, algo que yo no haría.

—Preguntaré a alguien que no seas tú —espeté con desdén.

Gull no tardó en aparecer y junto a él iba Svartt, su hermoso corcel negro, supuse que habrían ido a dar una vuelta cerca del arroyo.

—Jokull se ha llevado a Espíritu tras salir de tu cabaña, eso es lo que me han contado, hermano —dijo a la vez que me tendía la mano—. Sube.

Hicimos fuerza los dos y subí a su caballo. Me agarré a la tela que había bajo nuestros cuerpos hasta que el animal empezó a trotar. No muy lejos de allí nos encontramos a Jokull, llegamos a su altura cortándole el paso para que así no pudiera avanzar.

—¿A dónde te crees que te diriges?

—No oses hablarme así —gruñó—. El Jarl me ha mandado recogerlo.

No entendí qué es lo que pretendía padre, pero no iba a quedar así.

—Gull, ve a hacer lo que tengas pendiente.

—Puedo llevarte.

—No es necesario —dije tajante.

Bajé del animal, empecé a andar intentando ir más rápido de lo que puede ir Jokull con Espíritu, tenía que llegar antes. Padre esperaba mi llegada sentado en las escaleras de su gardr. Me observaba pensativo pero no decía nada hasta que no llegué a su altura.

—Veo que ya te has dado cuenta de que te has quedado sin Espíritu.

Hví[49]? —pregunté sorprendido—. Espíritu es mío, siempre lo ha sido y siempre lo será, ¡no tienes derecho alguno a venir y robármelo cuando se te antoje!

—No importa cómo puedes ver. De momento te prepararás junto al resto para el asalto del cual tú mismo me advertiste, creo que podemos prescindir de algunos hombres durante unas semanas. Eres mi hijo, sé lo que harás si no te lo quito.

Le hice una reverencia con una sonrisa maliciosa en los labios. Cuando me alcé de nuevo, di media vuelta y empecé a caminar.

—Está en tus manos, mi Jarl —aseguré con sorna.

—Sabes de lo que soy capaz —dijo amenazante.

—Y tú de lo que puedo hacer yo.

No dijo nada más, así que, acabé por marcharme. No estaba de acuerdo con lo que había hecho, pero sería mejor acatarlo y no empeorar la situación por el momento.

—Ve hacia el vangr[50], te están esperando.

El prado no estaba muy lejos o por lo menos no lo estaría si hubiera ido a caballo, pero como eso no podía ser, fui andando. Alcé la vista para ver que tenía delante. Gull no se había marchado como le había pedido, sino que me había seguido hasta la casa de padre, me lanzó una sonrisa socarrona intentando compadecerme y volvió a tenderme la mano para que pudiera subir a Svartt. No dijo nada, una sola mirada suya bastaba para decirlo todo.

Con urgencia, zarandeó las riendas del animal, haciendo que fuera más rápido. Allí nos esperaban todos con Hammer a la cabeza, quien nos miraba desafiante. Hacía tiempo que no se organizaba algo así.

—Desmontad, y colocaos con el resto —nos ordenó.

Hicimos lo que nos dijo, nos colocamos junto al resto. El hermoso cabello de Gala brillaba al final de la hilera de guerreros, ¿qué hacía ella allí? Asombrado me acerqué y me agazapé junto a algunos de ellos. Estábamos atentos a lo que nos decía el hersir. El olor a hierba me embriagaba y verla a ella en el entrenamiento me distraía haciendo que perdiera la noción del tiempo.

—¡Egil! —Me gritó el hersir.

Durante unos segundos quedé en medio de todo, y el resto me observaba sin poder aguantar la risa.

—Acércate.

Salí corriendo en su dirección aunque me detuve justo antes de toparme con alguno de ellos. Estos se repartieron sin orden, Gull se unió a mí para que pudiéramos practicar juntos. Flexioné las rodillas, me coloqué bien la cinta que me sujetaba el cabello, eché las pieles al suelo, (en realidad me deshice de todos los ropajes). Estaba preparado para su ataque, el cual no tardó mucho en llegar. Me envistió con fuerza anteponiendo su cuerpo a la espada, aunque acabó intentando golpearme con ella en el costado sin éxito, ya que detuve su brazo antes de que pudiera articular cualquier movimiento. Le di un empujón y se alejó de mí pero no lo suficiente como para devolverle el golpe. Después me empujó él, de nuevo, pisé una delgada rama que se escurrió bajo la suela de mi bota y se rompió haciendo que cayera al suelo.

—Maldición… —Gruñó sobre la hierba.

Gull me tendió la mano para que pudiera volver a ponerme en pie, pero cuando estuve a medio camino, me solté y caí de nuevo. Coloqué uno de mis pies entre los suyos y con un golpe seco hice que se desplomara cayendo a mi lado.

—Si yo caigo, tú caes conmigo —le dije a la vez que cogí su antebrazo en señal de paz.

—Y si nos levantamos, que sea a la vez.

Nos cogimos bien fuerte tirando el uno del otro, y de un salto nos pusimos en pie dándonos un fuerte abrazo. Volvimos a situarnos, esta vez sería yo quien atacase primero, así tendría ventaja. Di dos pasos atrás, flexioné las rodillas, agarré firmemente el hacha con las dos manos y la coloqué verticalmente. Él tenía una posición bastante parecida aunque posicionaba la espada inclinándola hacia atrás. Cuando fui a darle en el costado derecho, vi cómo podía adelantarse a mi movimiento, así que, le golpeé la parte baja de la rodilla con el mango del arma, haciendo que las doblara y cayera al suelo quedándose arrodillado.

—No mueras tontamente.

—No voy a morir.

—Sí, morirás si yo quiero —aseguré colocando el filo del hacha pegado a su cuello.

La aparté, de un salto se puso en pie, cogió un escudo y vino a por mí decidido. Me coloqué hacia un lado y le golpeé con el filo de la madera. Cuando se dio la vuelta, me atacó, pero conseguí parar el golpe con el mango. De mi cinturón saqué un knífr[51] con la empuñadura recubierta de piel curtida y le hice un pequeño corte en el chaleco y el abdomen, haciendo que de su garganta saliera un gruñido.

—¡Esto no va a quedar así!

Me dio un golpe en la cabeza con el escudo y retrocedí varios pasos, mientras se preparaba para volver a embestirme. Cuando lo hice, lo sujeté por la piel que le vestía, lo que hizo que se moviera conmigo, coloqué la parte baja del hacha alrededor de su cuello y tiré de él, consiguiendo que se cayera.

—Gull y Egil, ¡moveos!

Miramos al hersir desafiantes, no nos gustaba recibir órdenes y mucho menos de él. Fuimos de un lado a otro, Gull perdía algo de sangre pero era normal ya que la herida no estaba tapada. Cuando volvimos donde estábamos, Hammer se puso frente a mí impidiéndome el paso.

—Egil, no quiero que vuelvas a hablar con Gala, ni te dirijas así a Jokull.

—¿Por qué?

—No eres nadie para faltarles el respeto.

Apreté la mandíbula sin apartar mi mirada de la suya, cada vez me gustaba menos ese hombre, sobre todo si decía que debía apartarme de Gala.

—No eres más que un niño al que le han dado todo lo que ha querido y más.

Le miré con desdicha enfadado por lo que me decía, aunque no tenía razón y eso era lo que más me molestaba.

—Nunca lo he sido —contesté entre dientes—. Desde la muerte de madre…

—Me da igual Astrid, tienes que dejar de excusarte tras ella, tienes que dejar que se vaya igual que lo ha hecho tu padre, ¿o acaso no viste la compañía que tenía el otro día?

Cerré las manos sujetando con fuerza el hacha. Le di un buen golpe con el puño en la mandíbula y luego con la empuñadura del hacha, no iba a dejar que siguiera hablando así de mis padres.

—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó a la vez que se limpiaba la sangre que le salía del labio.

—Crees que tienes poder sobre todo y todos, pero no es así y no voy a consentir que siquiera mientes a madre.

—¿No?

—¡No! —grité a la vez que me abalancé sobre él, aunque acabó esquivándome.

Le golpeé con la parte del hacha que no tenía filo haciendo que retrocediera hacia atrás. El siguiente golpe fue hacia su pierna, esta vez hiriéndole y otro en el hombro, provocando que se desequilibrase y cayese al suelo. Se puso en pie con algo de dificultad, agarró bien el arma y volvió al ataque, lo esquivé. Esta vez me tocó a mí, arremetí contra él, pero detuvo alguno de mis golpes con bastante facilidad.

Era tan sencillo como saber cuándo había que mover los pies, íbamos lentos, desafiándonos mutuamente y de repente, dio dos golpes, primero en la parte baja y después en la superior, pero tras ellos, uno se me escapó y la espada hizo un corte en mi mejilla. Di una vuelta y le corté en el costado, el dolor se prendó de él de tal manera que hizo que soltase un rugido gutural, como el de una bestia. La sangre empapa su rasgado chaleco, descendiendo por su cintura y acabó humedeciendo la tela del pantalón. Le di un leve golpe en el hombro que hizo que cayera hacia atrás sin poder aguantarse, empapando la hierba. Puse la hoja de mi hacha en su cuello, noté como mi respiración estaba agitada, mi corazón latía con fuerza y necesité más, pero terminar con lo que había sucedido no sería correcto.

—Gull, trae agua y tela —le ordené.

—No hace falta —dijo Hammer resignado mientras empezaba a moverse. Cuando ya estuvo en pie me agarró por la nuca y pegó su frente a la mía—. Esto no quedará así —gruñó.

—Claro que sí.

Me miró desafiante con el ceño fruncido, tenía el rostro manchado de sangre y sudor. Se limpió con el puño del kirtle, pasándoselo por toda la cara.

—Padre —dijo Gala detrás de él.

Hammer no contestó, se acercó un paso más y con un movimiento, sacó un knífr y sin que pudiera hacer nada, me hizo un corte desde la parte superior del hombro hasta la mitad del pecho. No era muy profundo, pero lo suficiente como para que sangrase. Aguanté el dolor como pude apretando la mandíbula.

—Marchémonos.

No aparté la mirada de él, seguí pendiente de lo que hacía. Le empujé haciendo que tropezara y gracias a que Gala estaba a su lado, no cayó.

Símbolo vikingo