Capítulo X

De un salto me puse en pie haciendo que hasta la mesa se moviera, por lo que todos me observaron a la vez que me levantaba y salía corriendo del gran salón.

Nada más salir, fui tras la gardr de Atel, pero no encontré a nadie, después junto a la de la völva, tras la hús de Steit y Göran, subí el camino que iba hacia el vangr, miré desde la distancia pero no vi a nadie, no estaba allí. ¿Dónde demonios se había metido aquella muchacha? Fui hacia mi gardr tan veloz como pude intentando no caer. Busqué en el interior de esta, pero tampoco había nadie. Al salir vi algo de luz dentro de los establos, y me dirigí hacia allí. Tal vez estaría cepillando a su hestr, eso solía calmar sus nervios cuando estaba angustiada.

Thor hizo acto de presencia, antes de que entrara un fuerte trueno resonó por todo el Midgard, haciéndolo temblar. Cuando llegué a la entrada vi como la cola de un caballo asomaba al final de estos. Fui hacia él, no era ninguno de los nuestros, era oscuro como la noche, con las patas hvítr y alguna gran mancha en el vientre. Mi cabeza me gritaba que ya lo había visto en algún otro lugar, ¿pero dónde? Intenté pensar, aunque no era capaz de recordarlo.

Abrí la puerta con sigilo para no molestarla, y cuando vi lo que estaba ocurriendo en su interior, mi corazón se rompió en cientos de pedazos. No podía creerlo, ¿por qué estaba haciéndome aquello a mí? Apreté la mandíbula sin decir nada observando lo que hacían. Sobre un manto de heno estaba Gala tumbada y sobre ella un fuerte hombre. Este ladeó la cabeza lo que me hizo recordarle. Aquella noche volvió a mi mente la cicatriz que atravesaba parte de su rostro, el del hombre que mancilló el nombre de mi valkyrja de cabellos rojizos, aquel al que no me dejó matar cuando tuve oportunidad. Fue entonces cuando lo supe.

Sentí como mi sangre ardía, el calor producido por la ira que iba creándose en mi interior hacía que todo se volviera más fuerte. Cientos de preguntas se agolpaban en mi mente, no podía dejar de pensar en todo aquello que habían podido llegar a hacer o en lo que habrían hecho si no hubiera estado yo aquí para impedirlo. La rabia hizo que apretara los puños con fuerza. Iba a acabar con él, lo mataría, la sangre correría y saciaría parte de mi sed de venganza.

Vi como el hombre acercó su rostro al de ella, y terminó besándola. Una terrible sensación me invadió, haría que pagara por aquello que estaba haciendo. Aquel hombre no volvería a su heimr.

Con un fuerte golpe acabé de abrir la puerta, haciendo que chocara con la pared que había tras ella.

—¿Pero…? ¿Qué…? —Tartamudeó Gala.

Me acerqué a ellos y cogí al hombre por el cuello sujetándolo con fuerza. Lo puse en pie, le di un empujón haciendo que retrocediera varios pasos y le atesté un buen golpe en la boca. Dio varios pasos más pero me adelanté, estábamos muy cerca, tanto que le di un buen golpe en su miembro. Nunca más estaría con otra mujer. Cayó de rodillas al suelo, y aproveché para darle un puntapié en el hombro, haciendo que cayera hacia atrás quedando totalmente tendido sobre la tierra. Me senté sobre él sin pensármelo dos veces para empezar a golpearle con fuerza. Mi rabia era cada vez mayor, lo mataría con mis propias manos.

Gala vino por detrás intentando detenerme, me agarró del hombro y me dijo algo que no logré escuchar. Estaba tan enfurecido que ya no me importaba nada. Me cogió del brazo y al deshacerme de ella cayó al suelo. Intentó ponerse en pie, pero se había hecho daño y no tardó en resbalar y caer de nuevo.

Seguí golpeando al hombre que tenía bajo mi cuerpo, una y otra vez, no iba a detenerme hasta que no escuchara su último aliento. Le cogí del cuello apretándole con fuerza, no podía respirar, la nariz le sangraba al igual que lo hacía su boca, con suerte acabaría ahogándose con su propia sangre. Puse una de mis manos sobre su frente mientras con la otra seguía agarrándole por el cuello, le levante un poco la cabeza y la estampé contra el suelo con tanta fuerza que se hizo un boquete.

Podía escuchar como Gala gritaba a mis espaldas con tanta fuerza que su garganta acabaría quebrándose. ¿Acaso amaba a aquel hombre? Aquella pregunta hizo que mi corazón muriera lentamente, agonizando ante cada una de sus palabras que eran como puñaladas, apagando la luz que había en mí y que solo ella era capaz de mantener brillante. Me quedé mirándola, en su rostro pude ver el terror, la agonía. Mientras la observaba dejé de hacer fuerza, y aquel malnacido aprovechó para golpearme en la boca y luego en el ojo. Gala dejó ir un chillido, y cientos de lágrimas empezaron a recorrer su rostro.

De un salto me puse en pie y después sobre él, le di un puntapié en la barbilla, lo que hizo que acabara por perder el conocimiento. Le cogí del cabello que llevaba anudado, y lo arrastré por encima del suelo hasta llegar a mi hestr.

—¡Egil, Egil! —Rogó Gala mientras se acercaba a mí arrastrándose por el suelo.

—No pareces más que una esclava, arrastrándote por el suelo, rogándome, como una vulgar thraell a la que usar. Tal vez es lo que eres —dije con maldad—. ¿Qué le has pedido a este hombre por tus… favores? Podrías habérmelos ofrecido a mí la otra noche, tal vez hubiera pagado gustoso. —Añadí con una sonrisa.

Me acerqué a las mantas, cogí la de Espíritu y se la coloqué, también las riendas le quité el cordel que llevaba y al salir se lo tiré a Gala quien lloraba desconsoladamente agachada en el suelo.

—Será mejor que te pongas uno de estos, hundr. —Me reí de ella.

Cogí al hombre por el cabello, lo subí al animal, le até las muñecas entre sí y pasé la cuerda bajo el vientre del caballo, luego até sus piernas bien sujetas para que no pudiera escapar cuando despertara. Pasé por debajo de las mantas para que no cayera, no quería que fuera Espíritu quien acabara con él, sino yo. Fui hacia el lado por donde colgaba su cabeza, le cogí del pelo, saqué una de las pequeñas hachas que colgaban de mi cinto y se lo corté. Me monté sobre el hestr y al pasar junto a la muchacha le lancé el pelo.

—Así tendrás algo con lo que recordarle —escupí apretando los dientes.

Al salir me encontré con Carón, Gull y Jokull, quienes venían hacia los establos, alarmados por los gritos de Gala, y los golpes que le estaba dando, pero no me importaba. Cuando estábamos a la misma altura se dieron cuenta de que llevaba a un hombre conmigo, nos miraron de arriba abajo.

—¿Qué ha ocurrido?

—Preguntadle a esa hundr, yo tengo algo de lo que ocuparme —gruñí preso de la rabia.

Pasaron junto a nosotros sorprendidos e hice que el animal fuera cada vez más deprisa, dejando el poblado atrás, y con él a toda mi gente, incluido mi corazón, que aquella noche murió.

Me senté sobre un tronco que había caído. Frente a mí tenía al malnacido que se estaba aprovechando de la que debía ser mi mujer. Estaba atado al árbol, sentado, para que así no pudiera moverse, y sus piernas estaban atadas entre sí para que no intentara a salir corriendo. Estábamos lo suficientemente lejos de mi heimr como para que nadie escuchara los gritos, solo los dioses y yo los escucharíamos.

Le observé con detenimiento y cientos de preguntas recorrieron mi mente, haciendo que la ira creciera en mí, no podía dejar de imaginarme a aquel necio robándome aquello que era mío. Cerré los puños preparándome para lo que estaba por venir.

Había ido a por algo de agua al río, el cual no quedaba muy lejos de donde nos encontrábamos. Eché parte del líquido sobre el hombre empapándolo y haciendo que se despertara. Quería divertirme con aquel desgraciado, sacar todo el mal que había en mi interior e iba corroyéndome lentamente. Empezó a toser confuso, enfadado e incluso algo asustado. Me miró con los ojos muy abiertos, y en ellos pude ver la rabia. Respiraba con dificultad, más de lo que esperaba.

Rasgué parte de mi kirtle, lo puse contra su rostro y seguí echándole agua. No dejaba de moverse intentando deshacerse de mí, pero no lo conseguía, solo consiguió toser descontroladamente. Cuando se lo quité, clavó sus ojos en los míos los cuales brillaban a causa de la cólera, me acerqué más a él y le di un buen golpe que le dejó marca en gran parte de la cara.

—¿Por qué ella? —Gruñí.

—Fue ella quien vino a buscarme, tal vez no le hayas dado lo que necesitaba —sonrió con saña.

Apreté con fuerza los dientes intentando contenerme, pero… ¿Por qué hacerlo? Si los dioses hubieran querido que me detuviera ya lo habrían impedido. Le di un puntapié en el costado, lo que hizo que se doblara hacia adelante. Solté una carcajada y le observé. Levantó la cabeza poco a poco, y pude ver en sus ojos la furia por no poder defenderse.

Kom allfader Odin, kom moder min Frigg[81] —grité.

Tenía parte de la cara manchada de su propia sangre, la cual había salido de su nariz y su boca. Cuando la escupió, salió algún que otro diente que se había ido cayendo golpe tras golpe. Tenía el rostro hinchado, tanto que algunas partes se habían oscurecido. Me puse frente a él para observarle, permanecía callado con la vista fija al frente. Pagaría por lo que había hecho, sabía que los dioses querían que lo hicieran tanto como lo deseaba yo.

—No sabes todo lo que habría hecho con ella —susurró y apenas le escuché.

Dejó ir un quejido y cerró la boca. Me agaché a su lado para quedar a la misma altura y así poder escucharle mejor. Posé una de mis manos sobre su cuello y apreté un poco para advertirle, ya que dependiendo de lo que dijera haría una cosa u otra.

—¿Qué has dicho? —Siseé entre dientes.

—Qué no sabes todo lo que habría hecho con esa hermosa hundr —aseguró orgulloso—. Seguro que habría gozado como nunca, más que contigo.

Estaba seguro que aquel hombre había perdido la razón y que tan solo quería que acabara con su vida. Acabaría haciéndolo, pero antes se arrepentiría de todo lo que había hecho y dicho. Me puse en pie, di la vuelta al árbol y me agaché junto a sus manos atadas para que no pudiera intentar nada. Separé sus dedos y agarré dos de ellos, saqué de mi cinto una de las pequeñas hachas con la que le había cortado el cabello, y la paseé sobre ellos.

—Parece que estos dos ya no los vas a necesitar —dije riéndome—. Vas a necesitar ayuda, amigo —cuando acabé de hablar, eché hacia atrás la mano para coger impulso. Él se movía inquieto bajo la atadura y la presión que hacía con la otra mano—. Quieto o te dejaré sin mano de un solo golpe —le advertí, y se quedó paralizado ante mi firmeza.

Miré hacia atrás, luego hacia el cielo, asentí a los dioses y con un movimiento veloz acerqué el hacha a sus dedos, cogí impulso y se los corté. El hombre gritó tanto como podía, desgarrándose la garganta a causa del dolor. Los dedos cayeron al suelo, y la sangre empezó a salir haciendo un pequeño charco. Cogí una de las hojas y los dedos. Volví a dar la vuelta al árbol, y me puse frente a él, los dejé sobre sus piernas, mojé un par de dedos en el líquido y le hice dos amplias rayas sobre las mejillas.

Odín, yo lo marco así, no dejes que pise el Asgard[82], condena su alma. —Pedí en voz alta—. Vaya, ¿qué ha pasado? —pregunté con una sonrisa.

Le coloqué la pequeña hacha bajo su barbilla para alzarle el rostro, quería ver el pánico en sus ojos, como el dolor recorría todo su cuerpo. Su cara se había humedecido a causa de las lágrimas que se le habían escapado.

—Vuelve a decir lo que me has dicho antes —insistí mirándole a los ojos—. Repítelo si osas.

—Sabes lo que es —respondió con desdén—. Es una buena thraell, ¿dónde la encontraste?

Sonreí, no sentía ninguna lastima hacia él, al contrario, iba a hacer que sufriera hasta que yo quisiera, hasta que pidiera clemencia, hasta que los dioses hicieran que me detuviera. Volví a su espalda, ahora preparé la otra, repetí lo mismo que había hecho con los otros dos dedos, solo que ahora la sangre me salpicó manchando parte de mis ropajes y mi cara.

Los recogí y los dejé sobre sus piernas junto a los otros dos. Ladeó la cabeza para no ver como el líquido empapaba la tela, como sus dedos yacían muertos sobre sus pantalones. Intentó alzarla, dejando la vista en ellos pero no pudo soportarlo, estaba perdiendo demasiada sangre.

—¿Sabes? —pregunté mirándole—. Quiero que veas lo que hago.

Me agaché a su lado quedando delante de sus piernas a la altura de sus rodillas. La observé, una de ellas tenía una horrible cicatriz que la atravesaba de un lado a otro.

—Aquí ha pasado algo.

No me contestó, se limitaba a mirar lo que hacía, sus ojos desprendían la rabia y la ira que había en su interior que no dejaba escapar. Pasé el hacha por encima de la cicatriz de un lado a otro, la coloqué sobre esta, la alcé un poco y al bajarla le hice un pequeño corte. El vello se le erizó, a la vez que un escalofrío recorría su cuerpo. Por fin consiguió alzar el rostro y escupió cayendo el líquido sobre mi mano.

—Parece que no estás contento.

No me lo pensé dos veces y comencé a arremeter contra su pierna, una y otra vez, hasta que vi como el hueso iba quebrándose, astillándose y haciendo que todo fuera a peor. El hombre no podía dejar de gritar, tanto que casi se quedó sin voz. Me reí con ganas, había perdido su lugar en el Valhalla. Estaba pagando por lo que había hecho, pero aún no era suficiente, hasta que no acabara destrozado y descuartizado no terminaría. Acabaría con su vida como él lo había hecho con la mía, y lo enviaría al Helheim junto a Hela. Aunque con él se llevase mi corazón, aquel que solo latía por la que creía que era mi valkyrja.

La rabia me consumía de nuevo, no quería imaginar lo que habían llegado a hacer, y yo como un auténtico necio preocupándome por ella. Arremetí de nuevo contra su herida, iba a hacerla tan grande que ni muerto se olvidaría de aquel momento. No dejó de gritar, pero a mí no me importó.

—Seré bondadoso contigo.

—¿Sí? —preguntó esperanzado.

—Sí.

Con las manos empapadas de sangre me senté en el tronco y dejé que respirara tranquilo, lo observaba mientras él tenía la vista clavada en su pierna, la cuál nunca recuperaría.

—Ya está, ya lo he sido suficiente.

—Pero… —susurró confuso, y empezó a moverse exasperado, lo que hacía que la agonía que sentía se hiciera mayor.

Sonreí orgulloso, le di un último hachazo, esta vez con la más grande y con más fuerza que todas las anteriores lo que acabó separándola de su cuerpo.

—He pensado en hacerte un presente —le dije con maldad.

Cogí un trozo de cuerda, la até a la inerte pierna y se la di.

—Esto es para ti, disfrútala.

Me miró con mala cara, aunque tampoco podía hacerlo de otra manera ya que la sangre que había perdido era demasiada como para no estar débil, poco le quedaba para perder el conocimiento, acabaría muriendo desangrado, llevado por el dolor que le estaba haciendo pasar. Le eché un poco de agua por la cara para que despertara, pero no surgió ningún efecto, ya que simplemente agonizaba.

—Mátame —me rogó—. Mátame ya…

Centré mis ojos en él, estaba lleno de sangre al igual que yo. Al cortarle la pierna parte de ella me salpicó y al pasarme la manga del kirtle para limpiarme, no hice más que empeorarlo.

—Sé… Sé que no eres un mal hombre, solo protegías lo tuyo —murmuró en voz baja, brindándome su último aliento.

—Y lo protegeré aunque me cueste la vida.

Tras eso, sin esperar nada más, saqué mi knífr, di la vuelta al árbol, y coloqué el filo de este contra su cuello. No dijo nada, permaneció en silencio con la cabeza gacha esperando su final. Con un corte rápido y sencillo lo degollé, dejando que la sangre empapara de nuevo sus ropajes. Aquel hombre jamás podría ir al Valhalla, su único destino sería el Helheim.

Volví a sentarme en el árbol caído observando cómo iba vaciándose. Pasé un par de dedos por la sangre, los coloqué sobre mis cejas, y los bajé hasta llegar al cuello creando dos largas líneas.

Me subí a Espíritu, dejé al hombre ahí, los animales harían el resto, por lo menos ellos tendrían un buen manjar con el que alimentarse algunos días. Salí del bosque sorteando los árboles, en la lejanía vi como Carón y Gull aparecieron sobre sus hestrs en mi busca. El primero nada más verme alzó un brazo saludándome, haciendo que el animal fuera más deprisa.

—¿Dónde has estado, hermano? —preguntó preocupado.

—¿Habéis hablado con ella?

—No ha querido contarnos nada.

Se pasó una de las manos por la nuca alzando los hombros sin saber qué decir, y miró como se aproximaba Gull a su espalda. Los tres desmontamos de los animales y nos sentamos en el suelo.

—Estábamos preocupados —se sinceró Gull.

—Gracias, hermanos.

—Cuéntanos, ¿qué ocurrió?

—Habría dado mi vida por ella, mi corazón era suyo, lo iba a ser para siempre, habría sido capaz de dar mi vida a Loki por tenerla conmigo hasta que Odín me reclamara, pero… Me ha matado en vida —dije entristecido—. Estaba extraña en el heimr, cuando terminó de comer se marchó y preocupado fui tras ella —dejé ir un suspiro.

—¿Y la encontraste? —preguntó Carón, que dejó de hablar cuando vio la mirada que le dedicó Gull.

—Claro que la encontré, y tanto que la encontré… Yacía con uno de los hombres de la otra noche, estaban revolcándose sobre el heno del establo —apenas podía seguir hablando, la rabia volvía a mí.

Cerré mis puños, apreté los dientes intentando aliviar aquel dolor que sentía por dentro pero no sirvió de mucho.

—Solo de pensarlo… —Gruñí.

—Tranquilo —me dijo Carón.

—Necesito que habléis con padre, que lo traigáis a mí, no puedo seguir aquí si esta ella, no quiero verla —dije con desdén—. Hacedme ese favor, traerlo al interior del skógr, estaré esperándoos. Si la veis no le digáis nada, ni a ella ni a nadie —les pedí—. A Göran y Hanna, decidles que estoy bien y que les quiero.

—Entendido —dijeron ambos.

—No os demoréis —les rogué.

Asintieron decididos, no sé qué haría sin ellos. Montamos en nuestros caballos y se marcharon al igual que yo, solo que en distintas direcciones adentrándome entre los árboles.

El bosque tenía más claridad que cuando salí de él, la calma que lo rodeaba lo hacía completamente único, era capaz de apaciguar todo lo que llevaba dentro. Si por mí hubiera sido habría vivido aquí, alejado de todo. Cazaría para mí, buscaría agua para mí, lo haría todo para mí mismo y no para los demás.

Llegué donde se encontraba el cuerpo sin vida del hombre, lo observé, la sangre aún no había sido absorbida por la tierra. Até a Espíritu en una de las ramas, dejé que pastara no muy lejos de donde me encontraba pero lo suficiente como para que no se acercara a la hierba manchada de la sangre de Loki. Me senté en el tronco, apoyando los brazos en mis rodillas y luego enterré la cabeza dentro de mis manos. No quería pensar, pero una y otra vez me venía el recuerdo de Gala bajo aquel hombre en los establos, sobre el heno, el mismo lugar en el que había estado conmigo. Un par de amargas lágrimas creadas por la rabia y el dolor recorrieron mi rostro y acabaron muriendo sobre la tierra húmeda. Me sequé la cara con el kirtle, estaba tan sucio que me asqueaba a mí mismo. Pero, lo primero que tenía que hacer era marcharme de aquel lugar.

No se escuchaba nada salvo los pasos de mi hestr, el cual se movía incómodo sobre la tierra. No sabía a donde iba a ir, ni qué iba a hacer, pero de lo que estaba completamente seguro era de que padre podría ayudarme, él sabría a donde debía dirigirme. En aquel momento solo esperaba que no volviera a decepcionarme.


Cerré los ojos con fuerza, estaba exhausto, no había dormido nada, me había pasado la noche torturando a aquel malnacido y tras dejar que la rabia se fuera disipando mi cuerpo se había quedado sin fuerza.

Decenas de lágrimas empezaron a recorrer mi rostro, el cual ya estaba húmedo por aquellas que se habían escapado. Siempre habían dicho que los hombres no debíamos llorar, que no era más que una muestra de debilidad, pero en aquel momento era lo único que podía hacer, la desolación que sentía por dentro era demasiado intensa como para mirar hacia otro lado. El suplicio que me corroía por dentro parecía una tormenta llena de rayos y truenos, de las que arrasan con todo.

No pude contenerme más y dejé ir un profundo grito a la vez que golpeé con fuerza el suelo haciendo que la tierra saltara alrededor de mi puño. Pero de nada sirvió, el desconsuelo no cesó, seguía latente.

El repiqueo de los caballos avanzando me alertó, en la lejanía pude distinguir como se acercaban. Intenté deshacerme de las pequeñas gotas que se habían creado en mis ojos. Al verme padre frunció el ceño, desmontó de su caballo y le dio las riendas a Gull para que lo sujetara. Cuando fui a ponerme en pie, me hizo un gesto para que no lo hiciera, así que, me quedé quieto y fue él quien se agachó para sentarse a mi lado.

—Estás horrible, sonr —me observó—. Me han explicado lo ocurrido, no sé cómo Gala ha podido hacerte algo así —murmuró mirándoles—. Tengo entendido que quieres marcharte.

—Así es.

Antes de que pudiera contestar nada, Carón y Gull dieron un paso al frente, nos observaron a la vez que rebuscaban algo en las alforjas de sus caballos.

—Hemos traído ropajes, comida y agua —explicó Carón.

—Gracias, hermano —le dije con una triste sonrisa.

—Entonces, ¿quieres marcharte?

—Debo hacerlo, padre.

—Hace un tiempo, mientras estabais en Aust-Agder, enviaron un guerrero del poblado del norte, aquel que hay atravesando las montañas. El Earl Ragnarr está enfrentado con poblados vecinos y necesitan guerreros, apoyo desde nuestras tierras, pero no quise cedérsela sin saber si volveríais sanos y salvos.

Hizo una pausa, y clavó sus ojos en los míos con pesar.

—Irás junto al Earl Ragnarr, estarán agradecidos de tener un guerrero como tú.

Tal vez aquello no era lo más acertado, pero en mi corazón lo sentí así, necesitaba alejarme de aquí, conocer a otra gente, combatir por salir vivo de allí por mí mismo y no por los demás. Alejarme de ella sería lo mejor.

—Eso haré, padre.

Me puse en pie y él conmigo. Me abrazó con fuerza, pude escuchar como un quejido se escapó de su interior. Al separarnos me miró con seriedad, pero pude ver como en sus ojos brillaban algunas lágrimas. Le agarré por la nuca, pegando nuestras frentes y clavando mis ojos en los suyos.

Faðir, volveré —le aseguré.

Él asintió desanimado, le besé en la mejilla y le volvía a abrazar, mis dos hermanos nos interrumpieron.

—Pediré a los dioses que estén de tu parte, Egil, no estarás solo allí —murmuró Carón.

—Tranquilo, volveré.

—Eso espero.

—Todos pediremos a los dioses que vuelvas —añadió Gull intentando mantener la compostura.

Sonr, sé que Odín estará contigo guiando tus pasos.

—Recordad, no digáis nada de lo que aquí ha ocurrido —hice una pausa y miré a padre—. No le cuentes nada a Hammer ni a Jokull, no quiero que nadie sepa dónde estoy.

Todos asintieron, no dijeron nada más. Padre me dio dos alforjas, una de ella repleta de pieles, ropajes, un knífr, una pequeña hacha, y en la otra, comida, mucha comida. Miré en esta segunda y vi el knífr que le regaló el abuelo la primera vez que se marchó a luchar, lo miré a la vez que acaricié cada una de las runas que había talladas en él. Seguí rebuscando hasta que encontré lo más preciado de todo, uno de los amuletos que llevaba madre con el valknut. Ella siempre decía que nos protegería.

—Pensé… Pensé que había desaparecido aquella noche.

—Pude encontrarlo, y ahora es tuyo.

Observé el colgante y lo acaricié de arriba abajo.

—Ella te protegerá, min sonr.

Cogí aire, intentando reprimir todo lo que llevaba dentro. Me acerqué a Espíritu, le anudé las alforjas a cada uno de los lados, desaté el nudo que lo sujetaba a una rama y monté sobre él. Los miré desde la altura, ninguno osamos decir nada más. Seguimos en silencio, hasta que di la vuelta y me marché.

Símbolo vikingo