Capítulo II
Aún llevaba la cara manchada de sangre, de Hammer y mía. Antes de entrar al gran salón, saqué algo de agua del pozo para limpiarla. El salón era nuestro heimr, el sitio más grande de todo el poblado, donde nos reuníamos y donde se llevaban a cabo las thing[52].
A ambos lados del gran portón había unas grandes antorchas que empezaban a iluminar el lugar, varias mesas se repartían alrededor de una gran hoguera que rugía en el centro del salón. En la parte más lejana, había una gran mesa principal, la cuál ocupaba el Jarl junto a sus hersir, a pesar de que ahí debería de estar madre acompañándole. Junto a esta mesa había dos grandes lumbres.
Toda la gente del pueblo empezaba a entrar, entre ellos Göran y su maravillosa húsfreyja[53] Hanna, la mujer que se ocupaba de asar los animales que le traíamos. Nada más verles les abracé con fuerza. Desde la pérdida de Astrid, siempre estuvieron cuidando de mí como si de su sonr Einarr, se tratara.
—Egil —dijo la mujer, alegre.
—Hanna —contesté a la vez que me abracé a ella.
—Va a ser una gran cena, lo presiento.
—Estoy seguro de ello.
Hay quien decía que años atrás, cuando estuvo a punto de morir tras dar a luz a Einarr, los dioses y Helga, la völva, hicieron que Hanna tuviera una sensibilidad especial para presentir ciertas cosas.
Tras hablar con ellos, dejé que se marcharan mientras el resto iba entrando. Mientras tanto, fui hacia el final del salón, y me senté frente a la gran mesa de padre. Me gustaba poder observarlo todo y tener controlada la situación. Miré su silla, y la de madre, cuando no era más que un niño siempre estaba junto a él clamando su atención, le veía como un salvador, como a un enviado de los dioses, pero al final acabó traicionándonos.
Busqué a Gull con la mirada, pero no lo encontré. Carón otro de los jóvenes guerreros de Rygjafylki apareció con una amplia sonrisa en los labios y se sentó frente a mí. Aun teniendo la misma edad que Gull y yo, Carón siempre fue el más menudo, el más rápido de todos.
—¿Qué te trae por aquí?
—He visto que estabas solo y he pasado a saludarte.
—¿Dónde has estado? —Le pregunté mientras cogía la bebida que me estaba tendiendo un thraell.
—Padre requería de mi ayuda con los animales —dijo haciendo una mueca—. No todos tenemos la suerte de tener a alguien que lo hace por nosotros —contestó con algo de desdén, ya que padre me cedió a Hans, un thraell que trajo en la última expedición.
—Bueno…
Me quedé mirando fijamente la madera de la mesa y a la bebida. Hasta que algo distrajo mi atención. Alcé la mirada y vi como Carón se marchaba sin decir nada, dejando que ella ocupara su lugar, Gala. Pasó sus manos por su rojizo cabello, me recordaba a los rayos del sol que se colaban entre las nubes durante el Solmandr[54]. Parecía una guerrera salvaje, tenía algo distinto a todo, algo que la hacía irresistible a la vez que delicada, como si fuera una hermosa valkyrja, de las que hablan las leyendas con los cabellos de fuego, una unión perfecta entre un ser tan bello como letal. Observé los ropajes con los que vestía, cómo el cuero realzaba su pecho ciñéndose a todo su cuerpo envolviendo su contorneada cintura. Como una ola atronadora en un mar movido por una tormenta, su mano chocó contra mi mejilla, haciendo que esta ardiera.
—¿Qué piensas que estás haciendo?
Alcé la vista, y me di cuenta de a qué se estaba refiriendo.
—La culpa la tienes tú, mujer.
La cena transcurrió con normalidad, aunque algo en mí no iba bien. No debería de haber mirado así a Gala, pero es que era impensable no querer deleitarse con esa mujer, con el semblante de una hermosa Diosa bajada desde el mismísimo Asgard para hacer que cientos de guerreros perdieran la cabeza y la vida por ella. Sus ojos verdes me observaban con detenimiento, intentaba no toparme con ellos. Desvié la vista hasta el final del salón, hablando con mis hermanos, pero nada hizo que dejase de escuchar el ruido atroz que provocaba en mí. Se puso en pie y se encaminó hacia la salida. Sin decir nada, me marché, saliendo detrás de ella.
—Espera —grité.
Pero, no hizo caso a lo que le decía, seguía caminando cada vez más deprisa. Cuando llegó frente a mi gardr, se detuvo junto a Espíritu, acariciándole el morro y el pelo, lo que hizo que quedara perplejo, fue lo más bonito que había visto en toda mi vida.
—Gala… —La llamé—. No debería de haber mirado así algo que no me pertenece.
—Lo olvidaré si haces algo por mí.
—Te escucho —no me fiaba de ella, siempre había algo malicioso que me hacía sospechar.
Se acercó a mí, quedándose casi pegada a mi cuerpo, tanto que si no fuera porque era ella, la habría cogido en brazos y la hubiera hecho totalmente mía. Humedeció sus labios con la lengua, haciendo que mi corazón latiera frenético, desesperado por sentirla.
—Mañana irás al bosque, traerás madera para las hogueras, el gran tronco para el solsticio de invierno, cepillarás a los animales y cazarás para los guerreros.
—Por los dioses, Gala, ¿es que has perdido el sentido? —pregunté.
—No, claro que no, ¿acaso quieres que el hersir sepa que has estado observando a su hija como si no fueras más que un hundr? —comentó haciéndose la víctima.
Si no conseguía lo que se proponía, podría montarse un buen revuelo, que no acabaría nada bien.
—Acepto.
—Bien hecho —dijo mientras me pasaba las manos por el pelo, como si fuera un hundr[55]—. Es lo único que podías hacer —sonrió maliciosa—. Que los dioses cuiden de ti, Egil. Nos vemos mañana, cuando Sól, saque a pasear a Arvak y Alsvid.
Me desperté al amanecer. Los primeros rayos de sol traspasaban los frondosos árboles, y se colaban en mi gardr. Me puse en pie echando las pieles que cubrían el jergón a un lado. Me mojé la cara y los cabellos limpiándolos y desenredándolos.
Miré por la abertura que daba a la parte trasera de la casa. Hans se había levantado antes que yo, ocupándose de alimentar a los animales. Tenía suerte de poder contar con un thraell tan leal como él, dejando que se ocupara de las necesidades de la granja mientras yo me ocupaba de otros quehaceres. Hans llegó cuatro años antes tras la vuelta de padre de la expedición en los mares del norte.
—Hans —le llamé.
Este se dio la vuelta. Con un gesto le indiqué que entrara en el interior de la gardr, mientras cogí mi kirtle y me vestí.
—¿Necesita algo, drottinn?
—Quiero que te ocupes de la casa y de Espíritu, no quiero que dejes todo por medio.
—Sí, drottinn.
Me eché las pieles por encima, cubriendo el kirtle y el cuero que lo recubría. Cogí mi knífr, y mi hacha, la más grade de todas, dos pequeñas que siempre colgaban de mi cinto, y una cuerda. Estaba a punto de salir, cuando Hans vuelve a hablar.
—Qué los dioses le protejan, drottinn[56].
Asentí sin decir nada más, al igual que hizo él antes de volver a sus tareas. Al salir me encontré con Gala, quien esperaba sobre su hestr, la hermosa Regn, un hermoso caballo negro como la noche de largos cabellos. No debería llevarla, no era necesario, no estábamos tan lejos del lugar al que nos dirigíamos, pero siempre le gustaba sentir esa superioridad.
—Venga —Me ordenó.
—¿Venga qué? —pregunté como si no supiera de lo que me estaba hablando.
—Hvat[57]? —contestó molesta—. ¿Es que Loki ha hecho que pierdas tu memoria? ¿O es que bebiste demasiado anoche?
—No, claro que no.
—Más te vale moverte e ir haciendo lo que te dije, porque voy a estar vigilándote —cogió una rama de los árboles que había junto a ella.
Antes de que pudiera apartarme me golpeó en la espalda con ella, como si no fuera más que un simple animal. Apreté los dientes, di un paso hacia adelante y me coloqué frente a Regn.
—Cómo gustes —le hice una reverencia con una sonrisa en los labios burlándome de ella.
Me dolía la espalda, era tan fina y flexible que hizo como si fuera un látigo, creando un punzante dolor que atravesó mi cuerpo. Andamos hasta la linde entre la pradera y el inicio del bosque, ninguno dijimos nada durante el camino. El uno esperábamos que fuese el otro quien hablara, o por lo menos eso esperaba yo. Nada más llegar, volvió a golpearme esta vez en el hombro, solo que no lo hizo para herirme, sino para llamar mi atención.
—Ve, yo esperaré aquí.
Asentí sin decir nada. Me adentré en el bosque y busqué los árboles adecuados para que ardieran lo suficiente como para no tener que alimentar el fuego constantemente. Cuando los corté y partí por la mitad para poder llevarlos, pasé la cuerda por debajo del montón, anudándolos. Tras ese, hice dos más para que Gala no pudiera quejarse. Los fui arrastrando uno a uno, ya que pesaban demasiado como para llevarlos todos de una sola vez.
Desde la lejanía pude ver como la muchacha cepillaba su hestr, junto a ella estaban dos de nuestros guerreros, Björn y Janson. Hablaban con ella, lo que hizo que mi curiosidad aumentara a cada paso que daba. Al llegar a la linde, Janson vino a por el primero de los troncos.
—Heill[58], Egil. —Me saludó.
—Sujeta esto —dije sin más.
Dejé que la cuerda cayera al suelo mientras se acercaba, di media vuelta y volví a por el otro, hasta que tan solo quedó el último de ellos.
Cuando estaba a punto de llegar a la primera hilera de árboles escuché como el fuerte rugido de una bestia resonaba en el bosque. Di media vuelta, solté el tronco y las pieles que me cubrían. Busqué de donde venía el alarido. ¿Cómo no pude no haberlo visto antes? Escuchaba como corría entre los árboles, el animal estaba furioso, gruñía con fiereza, tanta que incluso temía por lo que pudiera llegar a ocurrir.
—Heill, Odín —saludé al padre de todos—. Padre, ayúdame.
Un terrible escalofrío recorrió mi cuerpo. Se aproximaba a mucha velocidad, aunque corriera todo lo posible no lograría escapar de él, por lo que intenté alejarle de nuestro heimr. Me subí sobre una gran roca, vi como un temible grábjörn[59] corría detrás de mí, como quería. En la lejanía divisé una roca aún mayor de lo que era en la que estaba subido. Al llegar flexioné las rodillas preparándome para su ataque, sujetaba el hacha con fuerza, y no dejaba de gritar, intentando amedrentarle.
Se acercaba muy rápido, tanto que tan solo estaba a unos pasos de mí. Saqué una de las pequeñas hachas que siempre colgaban de mi cinturón y se la lancé haciendo que se le clavara en el pecho al apoyarse sobre las patas traseras. De un zarpazo me hirió en el brazo derecho, y mi hacha cayó al suelo. Saqué un knífr, se lo clavé en el cuello varias veces hasta que fue él, quien me golpeó con su zarpa de nuevo, rasgándome el cuero que protegía mi pecho. Caí de espaldas, apenas podía hacer nada, solo moverme por el suelo arrastrándome, intentando huir de él. Sujeté el hacha con fuerza, toda aquella que aún conservaba. Empecé a acometer contra el animal tantas veces como pude, pero entonces, cayó desplomado encima de mí apresándome. El animal apenas respiraba, yo tampoco conseguía hacerlo. Lo moví un poco intentando liberar mi mano derecha, para hacer algo de impulso. La sangre del grábjörn caía sobre mi rostro empapando mis ropajes y tiñendo mi pelo. Saqué el hacha que aún permanecía clavada en la herida. Pude quitármelo de encima, y al hacerlo me arrodillé a su lado.
—Odín, padre de todos, Dios de la sabiduría, la guerra y la muerte. Desde el Valaskjálf[60] me miras. Padre, yo, Egil Thorbransson, te ofrezco este sacrificio —dije mirando al cielo, y con dos golpes, le corté el cuello al animal—. Este oso y su sangre, son tuyos.
Limpié la sangre que había caído sobre mi cara, hasta que quedó casi limpia, entonces, mojé dos de mis dedos en la que salía del oso, e hice dos rayas desde el nacimiento de mi pelo hasta el cuello.
Dejé el arma en el suelo, no podía dejar de toser a causa de la presión que me había hecho en el pecho. La tela del kirtle se pegaba a mi cuerpo como si fuera una segunda piel. Cogí aire como pude, me pasé las manos por la cara y miré al animal.
Me senté sobre la hierba, notando como el líquido se deslizaba por todo mi rostro. Tosí de nuevo y la sangre salía de mi interior con cada acometida. Cogí el hacha, colgando la pequeña de mi cinto y la grande sujetándola con la mano. Llevé el tronco hasta donde estaban el resto. Nada más verme se quedaron sorprendidos sin entender que era lo que había ocurrido ahí dentro.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Gala preocupada.
—Estaba llegando aquí cuando vi un oso —conseguí contestar entre bocanadas.
—Hvar[61]?
La muchacha dejó ir un bufido, miró a los demás haciéndoles una señal para que me acompañaran a por el grábjörn.
—Vamos —les dije a Björn y Janson.
—Yo iré a por alguien que baje lo que has cortado —nos dijo ella.
Asentimos los tres, y le di las gracias con la mirada. Los dos jóvenes y yo fuimos a por el animal, para poder bajarlo al pueblo.
Bajamos al oso a cuestas, Gala y los troncos ya no estaban, pero lo más seguro es que ya hubiera subido alguien a por ellos. Al bajar de la vangr todos nos observaban perplejos y asombrados, algunos incluso llegaban a vitorearnos.
Frente a la casa del völundr, Bror, estaba Gull hablando con la hija de este, Linna y Carón al otro lado del camino, sentado sobre una roca mientras afilaba una larga rama, dándole forma de punta en uno de sus extremos, como si fuera una lanza.
—Carón, ayúdanos —le pedí.
Este asintió dejando la rama en el suelo y guardándose el knífr en la funda que colgaba de su pantalón.
—¿Y este oso? —preguntó.
—Venía hacia aquí —dije sin darle mucha importancia.
Carón se puso a mi lado, agarrando al animal por la parte delantera, dejando a Janson y Björn con la trasera. Gull, sin percatarse de que estábamos ahí, seguía hablando con Linna.
—¡Deja a la mujer tranquila! —grité desde donde nos encontrábamos.
Dio media vuelta para mirarme, cuando lo hizo abrió tanto los ojos como le era posible. Tras eso se volvió hacia la joven para sonreírle y marcharse.
—Bueno, parece que necesitan mi ayuda.
Besó su mejilla, y vino hacia nosotros. Fue en ese momento en el que me di cuenta de su gran estatura y de lo mucho que pesaba. Demasiado como para haberlo tenido sobre mí, si hubiera estado más tiempo con él encima habría acabado perdiendo la vida. Nos detuvimos frente a la gardr de Atel, él se encargaría de trocear la carne, limpiar el pelaje y curtir su piel para que pudiera vestirla.
—Atel, despelléjalo, pero el pelo para mí, ¿entendido?
El hombre asintió repetidamente asombrado por el tamaño del animal, y tras eso nos hizo una señal para que lo dejáramos sobre una de las mesas que había detrás de él. Esta no tardó en ceder y sus patas terminaron por partirse, haciendo que cayera al suelo.
—Vaya… —espetó Gull.
El hombre se pasó las manos por el cabello y por el cuello, quitando el sudor que le recorría el rostro, se agachó al lado del oso.
—Bien, será mejor que lo dejemos en el suelo, a ver si de ahí no pasa…
—Traeré otra.
Me senté en uno de los asientos de madera, el resto se marcharon a continuar con sus tareas, por llamarlo de algún modo, ya que Gull lo más seguro es que siguiera hablando con Linna y Carón volviera a afilar la vara.
—Así que, esto —dijo tocando el animal con un knífr algo más grande de lo normal—, lo has matado tú, ¿eh?
Ladeó la cabeza y me miró.
—Así es.
Se puso en pie, pasó por detrás de mí y empezó a rebuscar algo.
—Siempre supe que serías un gran hombre, como tu padre.
—Supongo que tengo a los dioses de mi parte.
Me giré hacia él para ver qué era lo que hacía. Sujetaba un cuchillo aún mayor de lo que era el knífr, y empezó a afilarlo. El sonido del metal llenó el salón, dos minutos después se arrodilló de nuevo y se quedó mirándome.
—¿Me echas una mano?
—Claro —cogí mi hacha descolgándola del cinto y esperé a que me dijera que era lo que debía hacer.
El animal estaba boca arriba, por lo que Atel optó por hacerle un corte en el centro del pecho, y la sangre empezó a brotar del cuerpo muerto de la bestia. Cogió un cuenco, una tela y fue recogiendo el líquido que caía, hasta que lo puso bajo su cuello para que no se derramara por el suelo.
—Corta ahí y empieza a vaciarlo.
Hice lo que me pedía, le clavé el hacha en la parte central repasando el corte que había hecho él antes, acabando de rasgar la carne del animal. Cuando llegué al final, el cuerpo se abrió dejando casi al descubierto sus huesos. Hurgué entre sus costillas sacándolo todo en el cuenco de madera, hasta que me tocó sacarle el corazón, el cual aún estaba caliente, parecía que hubiera dejado de latir en mis manos. Tras eso tocó sacarle las costillas, me puse en pie buscando algo con lo que partirlas, pero no encontré nada. Empecé a golpear los huesos con fuerza con el borde del hacha, hasta que tras un buen rato, acabaron por quebrarse. Fui sacándolos uno a uno, mientras veía como Atel cortaba una de las patas. Me quedé impresionado al ver con qué facilidad había desmembrado al animal. Se colocó a mi lado, y de un leve empujón me apartó para así poder cortarle el otro.
—Estará mejor así.
Nadie mejor que él sabía lo que debía hacer. Imitó el gesto que había tenido con las extremidades superiores y se deshizo de las inferiores. Sacó parte de sus entrañas y las dejó en el cuenco que había usado yo. También fue cortando en trozos grandes y pesados la carne, para que así fuese más sencillo de asar, aunque de eso ya se encargarán las mujeres junto a Hanna.
Me senté de nuevo y dejé que hiciera su trabajo. Desde que era joven se dedicaba a ello, así que, nadie mejor que él para que supiera qué hacer. Lo observaba con curiosidad, era realmente interesante ver cómo iba cortando cada una de las partes del animal. Aquella noche ofreceríamos a los dioses aquella vida, agradeceríamos que nos dejaran alimentarnos con tales carnes, y que cuidaran de nosotros con su fuego. Estaba seguro que durante la noche, los guerreros devorarían el animal como si de lobos hambrientos se tratara.
Sonreí ante la idea de ver a todos ansiosos por probar el grábjörn que yo mismo había cazado y que iba a compartir con ellos. Si no hubiera subido a por la maldita madera para Gala, no me habría topado con él. En aquel momento estuve completamente seguro de que ella sabía que estaba ahí, esa astuta muchacha con cara de valkyrja y la mente de Loki había intentado acabar conmigo, pero no iba a quedar así.
—Volveré en un rato.
Me dirigí hacia las cuadras, estaría allí junto a su yegua, nunca se separaba de ella ni un solo instante. Abrí la puerta con todo el sigilo que pude tener, y ahí estaba.
—Vaya.
Me miró, aunque permaneció callada pendiente de todo lo que hacía o decía. Dejó el cepillo sobre una silla y se aproximó hacia mí. Fui avanzando hasta que me topé con ella, parecía más que una simple mortal. Nunca dejé de pensar que era una diosa enviada del Asgard, con ojos verdes como la hierba y cabello salvaje e indomable, como ella. Dio dos pequeños pasos hacia delante haciendo que lo poco que nos separaba fuese aún más insignificante. Me observaba con arrogancia y superioridad, lo que hacía que no pudiese evitar que una media sonrisa se esbozara en mis labios.
—Te dije que debías cepillar todos y cada uno de los hestr del pueblo y veo que no lo has hecho.
—Ni lo haré —contesté con sorna, burlándome de ella—. No tengo por qué hacerlo.
—Se lo contaré a mi padre.
—¿No recuerdas lo que ocurrió en el vangr?
Dejó ir un soplido, se dio media vuelta y fue hacia donde estaba junto a su yegua.
—¿Es que tienes miedo? —pregunté persiguiéndola.
—Yo no le temo a nada.
—¿No? —dije extrañado, intentando enfadarla.
—¡Claro que no! —gruñó.
—Demuéstralo —le reté.
Se dio media vuelta para así poder observar mejor mis movimientos, los cuales eran escasos en ese momento ya que solo la contemplaba. ¡Gozosos los dioses que podían observarla a todas horas!
Sin que apenas pudiera darme cuenta de ello, sacó una daga algo más pequeña que un knífr de dentro de sus botas y se lanzó sobre mí. Se movía como un kottr[62], ágil y feroz, pero también bella y letal como ninguna. Soltó un grito, indicando que me atacaría de nuevo. El primer golpe lo detuve con el brazo, era fácil adelantarme a sus pasos, ya que a pesar de ser una gran guerrera, nunca sería mejor que yo. Mientras esquivaba otro, me propinó un fuerte golpe en el lado contrario sobre mi mejilla, dejando un fulgor similar al que había sentido la noche anterior. Dos golpes más que no concluyeron en nada, sonreí victorioso, pero entonces, tropecé con algo haciendo que cayera al suelo. ¿Qué había ocurrido? La joven rio, ya que había sido una de sus piernas lo que había hecho que cayera hacia atrás. De un salto me puse en pie, no le iba a poner una mano encima, nunca a una mujer y menos a ella. Entonces, no pude evitar reírme al ver lo que estaba pasando. Cuando intentó clavarme la daga, la sujeté por las muñecas e hice que diera varios pasos hacia atrás, hasta que su espalda tocó una de las paredes del establo.
Tenía las manos sujetas con una de las mías, le quité el knífr y lo tiré al suelo lo más alejado posible. Estaba enfadada, su respiración se había vuelto agitada, había ido aumentando a lo largo de la pelea, si es que podía llamársele así. Se movía, incansablemente de un lado a otro, intentando liberarse de mis manos. Al ver que no podía, clavó sus ojos en los míos. Me acerqué a ella, dejando que nuestros rostros estuvieran muy cerca, pero para poder hablarle deslicé mi boca por su suave piel, hasta pegarla a su oreja.
—¿Te rindes? —Le pregunté pegando mi cuerpo completamente al suyo.
Con un leve movimiento de cabeza dijo que no, preparada para atacar de nuevo. Cuando estaba a punto de alzar una de sus rodillas para así poder golpearme, coloqué una de las mías entre las suyas impidiendo que se moviera. Sus mejillas se enrojecieron y empezó a temblar, no de miedo ni rabia, sino de deseo.
—Parece que sí, te rindes —susurré.
Como respuesta sacó la lengua, lamiéndome la oreja y dándome un leve mordisco. Lo que hizo que un escalofrío me recorriera de arriba abajo, erizando mi bello y dejando una extraña sensación creando un deseo irrefrenable por poseerla que al final haría que acabara perdiendo la cabeza. Volví a colocarme en la posición inicial, y uniendo nuestros labios en un hambriento y poderoso beso, que la dejó aturdida, pero no lo suficiente como para no poder devolvérmelo. Me besó con pasión, uniéndonos más aún de lo que ya lo estábamos.
Tras este último beso, me separé de ella y me marché, con una sonrisa victoriosa en los labios, satisfecho de cómo había acabado nuestro encuentro.
Al volver a la gardr de Atel, me lo encontré con la piel casi preparada, tan solo faltaba curtirla, para que así no se pudriera con el paso del tiempo y acabara de secarse, aunque para tenerla aún tendría que esperar un tiempo, tal vez más de lo que pensaba. Agarré el asiento en el que estaba antes y me senté a su lado mientras observaba como trabajaba.
—¿Dónde has estado? —preguntó.
—Digamos que deshaciéndome de unos asuntos que aún no estaban del todo… Resueltos.
—Espero que se hayan arreglado.
—Sí.
Göran entró en la gardr sonriente. Vino hacia dónde nos encontrábamos, cogió uno de los asientos y se colocó a mi lado.
—¿Qué ocurre? —Le pregunté en el mismo instante en el que pasó sus manos por mi espalda.
—Tu padre quiere verte, se ha enterado de lo que has hecho con esta bestia, está orgulloso de ti.
Asentí sin ganas, sopló tratando de hacer desaparecer el desazón que tenía dentro. No dije nada, permanecí en silencio mirando como el hombre seguía haciendo su trabajo, rasgando la poca carne que aún quedaba. En cambio, Göran aprovechó para hablar con él.
—¿Han dicho cuando saldrán los hombres al bosque?
—No, aún no, por lo menos a mí no me han avisado de nada, pero supongo que se lo dirán a él —contestó señalándome.
—Göran —le llamé— cuando fuiste, ¿con quién estaba padre?
—Solo estaba Hammer y una de las esclavas que le sirven. Este primero tenía pinta de estar muy molesto —hizo una pausa, me miró y prosiguió—. ¿Ha ocurrido algo?
—Sí —dije fijando la vista en el suelo—. Tuvimos un malentendido. Alguien debía detenerle.
Ambos asintieron, aprobando el hecho de que hubiera desafiado a la mano derecha de padre. Ninguno antes había sido capaz de hacerlo, o de llegar enfrentarse a él. Hammer siempre fue un hombre duro, demasiado incluso, impertinente y altivo. Reí, recordando nuestro pequeño enfrentamiento.
—Deberías ir a hablar con tu padre, muchacho. —Me aconsejó Göran.
—Me marcho, pues.
Atravesé el centro del pueblo cruzándome con algunas de las gentes que allí vivían, incluyendo los thraell que les ayudan, ocupándose de abastecer de alimentos con los que dar de comer a las familias, cuidar de los animales e incluso tejiendo o cocinando. Me encaminé hacia la parte alta de la aldea, recorriendo el sendero que llevaba hasta la gardr de padre, pasando frente a la mía.
Me pasé las manos por el pelo, lo sujeté con una de las cintas de cuero que colgaban de mi cinto y lo anudé haciendo que quedara bien amarrado. Miré hacia los lados, era como si todos hubieran desaparecido, pero entonces, me percaté de que lo más seguro es que estuvieran en el vangr junto al resto.
Al llegar a la cabaña del Jarl, di dos golpes en la puerta abriéndola. Al hacerlo me encontré con Hammer sentado junto a padre, conversando sobre algo de lo que parecía que no querían que me enterara, ya que cuando me vieron se callaron.
—Hijo, adelante —dijo poniéndose en pie—, siéntate. —Me hizo un gesto para que me acomodara en el asiento que había frente al suyo—. Me han contado como has acabado con ese grábjörn, y que no era precisamente pequeño, esta noche tendremos un gran banquete gracias a ti y a la bendición de los dioses.
Antes de decir nada más, me senté donde me había pedido que lo hiciera delante de ellos.
—Cómo ya te han contado, había un gran oso —comenté, haciendo una pausa—. Lo que me temo es que quién me envió allí, sabía que estaba por la zona.
—¿Quién te envió? —preguntó Hammer.
—Su hija, hersir —dije con una sonrisa.
—¿Por qué mi hija habría pedido que fueses tú al bosque? —preguntó extrañado, haciendo el hincapié en el “tú”—. Para algo está Horik —aseguró refiriéndose a uno de los thraell que vivía con ellos.
—Necesitaba madera, supongo que quien vive en vuestra gardr no es capaz de traerla —le contesté altivo—. Es más, no podía ir ella por lo que en un acto de bondad me ofrecí a hacerlo yo mismo.
—Entiendo… —Pensó en lo que le había dicho—. ¿Dices que Gala sabía que había osos en el territorio, y te hizo ir para que te atacaran?
—Así es señor, es más perspicaz de lo que cree.
—Hablemos de otro asunto —contestó padre alzando la voz—, también ha llegado a mis oídos que ayer hubo un holmgang entre vosotros —hizo una mueca y frunció el ceño—. ¿Creéis que es normal que mi hijo y el mejor de mis hombres se comporten de esa manera?
—Tiene razón, padre, pero en mi defensa diré que no podía permitir que mancillara el nombre de madre.
—Eso nadie lo ha hecho —contestó el hersir, tratándome de embustero.
Me puse en pie retándole a que hiciera lo mismo, y siendo tan predecible como su hija, lo haría antes de que me diese tiempo de decir nada. Hammer se puso en pie y desafiante fijó sus ojos en los míos.
—Ragr —dije entre dientes—. No permitiré que vuelvas a hacer algo así. Hazlo de nuevo, y no dejaré que te marches con vida.
No dijo nada, tan solo gruñía como una bestia. Dejé ir una sonora carcajada, entonces vi como padre dio un fuerte golpe en la mesa haciéndonos sentar a ambos.
—Qué no vuelva a ocurrir, ¿entendido? —preguntó amenazante—. ¿Cuándo dijo madre que sería la emboscada?
—Durante Einmandr[63].
—Bien, dentro de unas cuantas lunas marcharéis a Agden a buscar posibles captores.
Asentí sin hacer preguntas, aunque algunas de ellas golpearan mi mente como un martilleo espeluznante y molesto. Había cosas que no entendía, pero que en algún momento llegaría a comprender antes de nuestra marcha.
—Ya puedes marcharte, será mejor que vuelvas junto a tus hermanos.
Me puse en pie viendo como padre hacía lo mismo, estiró el brazo a la espera de que le correspondiera, por lo que lo hice, agarrándole del antebrazo a modo de despedida.
Tras salir de allí e ir hacia mi gardr, me marché hacia el vangr. Desde la lejanía pude ver como mis hermanos, aquellos que me ayudaron con el oso y algunos más como lo son Birgin, Elof, Ubbe y Olaf. Sin ellos no habríamos sido lo suficientemente fuertes como para poder defender nuestro heimr en las emboscadas de algunos pueblos cercanos que querían hacerse con nuestras tierras.
—¿Dónde has estado? Deberías de haber estado aquí junto al resto —dijo Jokull con su rasgada voz.
—Al contrario que tú, yo esta mañana he estado de caza y he tenido que reunirme con el Jarl —contesté cansado de que pensaran que solo por ser el hijo del Jarl no hacía lo mismo, o más que el resto—, creo que no hay nada que me puedas reprochar.
Pasé junto a él haciendo que mi hombro chocara contra el suyo empujándolo. Me puse al lado de los guerreros, aquella vez nos iba a tocar mejorar nuestra resistencia en el combate. Hice una marca en el suelo, Jokull que me observaba hizo un sonido llamando mi atención.
Salimos corriendo uno tras otro, intentando cazarnos. Mi corazón latió cada vez más frenético, mucho más que antes. Mi pecho se llenó de aire haciendo que lo necesitara con más frecuencia. Pasé por delante de Ubbe, quién iba delante del resto. Me cogió del brazo intentando que no pasara, pero con un gesto veloz hice que me soltara. Las gotas de sudor empezaron a recorrerme el cuerpo, la espalda, el pecho, el cuello… Limpié las que pude con la mano y me desabroché el chaleco, lanzándoselo a Janson y tras este el kirtle. Entonces el hersir, Hammer, alzó la mano haciéndonos volver a donde se encontraba.
—Dejaos de correr, necesitáis luchar.
Fui a por mi escudo que estaba tirado en el suelo junto a mis ropajes. Me situé donde nos había indicado y me quedé mirando al frente. Éramos muchos los que íbamos a combatir, cada uno de ellos se colocó frente al otro, hasta que acabé por quedarme solo y vi como un hermoso manto de fuego se aproximaba a las filas. Ella era para mí. Me arrimé a Gala, pegándome a su espalda hasta que con un rápido movimiento me separó de ella.
—Parece que vamos a tener que emparejarnos, Kottr.
—Acabaré contigo.
—Mmmm… —dije apartándole el cabello que le cubría las orejas, y pegando mi boca a ella—. Cuando quieres te conviertes en toda una fiera, Kottr —susurré—, ¿seré capaz de domarte? —Ronroneé, como si fuera uno de los hermosos kottr de Freyja—. Algo me dice que sí.
Me miró de lado y volvió a golpearme, solo que esta vez me dio en el estómago, lo que hizo que me separara y me colocara a su lado. La brisa hizo que el dulce olor de su larga melena llegara a mí y terminara por embriagarme, dejándome completamente atontado.
—Parece que ya estáis emparejados —comentó mirándonos, y haciendo una mueca al ver con quién estaba su hija.
Nos esparcimos por la llanura para no herirnos entre nosotros. La skjaldmö estaba agachada, anudándose la bota y el pelo que la recubría. La observé con detenimiento, esta vez llevaba un trozo de cabello sujeto, lo había recogido en la parte superior con una cinta, dejando que la de atrás quedara más suelta. Sus ojos se oscurecieron pareciendo más implacable que el resto. Los cerró, calmando a su salvaje corazón, y tras eso los abrió de nuevo.
Empezó a pasarse la espada de una mano a otra, mirando con cual podía sujetarla mejor. Me acerqué a ella con el hacha baja en señal de bondad, no sería el primero en dar el paso. Pero parecía que ella ya estaba preparada. Esquivé la primera estocada, aunque tropecé, y conseguí mantenerme en pie, si esto hubiera ocurrido en plena batalla lo más seguro es que ya hubiera muerto. Volvió a acometer, nuestras armas se chocaron, bailando a un mismo son, unidas por la fuerza que hacíamos. Estábamos frente a frente, sujetos tan solo por el filo de su espada y mi hacha. Sin que pudiera esperarlo, me golpeó con el escudo, el cual acabó cayendo al suelo, y de algún lado aprovechó para sacar un knífr que rasgó mi brazo.
Gruñí, y en un solo movimiento le propiné un buen golpe en la mejilla y parte de la nariz que hizo que cayera de espaldas. Esta empezó a sangrarle por la fuerza con la que le di. Se pasó la mano por encima, esparciendo la sangre por su blanquecina y clara piel, la miró desorientada y luego la clavó en mí. Me agaché a su lado para ver cómo se encontraba, lo más seguro era que tardara algún tiempo en recuperarse del golpe.
—Deja… deja que lo arregle —le pedí colocando el arma a un lado, y puse la mano sobre su nariz—, esto va a doler —le advertí.
Con un movimiento veloz coloqué bien el hueso que se había movido, mientras escuché como un profundo quejido se escapaba de lo más profundo de su garganta. Sin que pudiera esperármelo, encogió una de las piernas y me golpeó en el estómago tirándome al suelo, dejándome indefenso. Se sentó sobre mi cintura y colocó su knífr sobre mi cuello.
—Vuelve a tocarme un solo pelo, y acabaré contigo —gruñó feroz. Lo que hizo que una llama de deseo volviera a vivir en mi interior.
Levanté un poco la mano intentando llegar a sus cabellos, pero entonces, con un movimiento más veloz que el aire, me hizo un corte en la palma.
—Parece que esta vez gano yo —siseó.
—No creo que la anterior vez perdieras —añadí con media sonrisa, a la vez que le guiñé un ojo.
De un salto se puso en pie y se marchó, sin decir nada más.