El secreto de Coco Salas

Un pájaro regio vestido exclusivamente con hilos y encajes, y calzando unas gigantescas plataformas marca Mahoma, traspasó el gran umbral del teatro García Loca, declarado monumento nacional y trasladado al palacio de Fifo. Otro pájaro de impecable smoking hecho con bolsas de polietileno y calzando también las regias plataformas mahometanas traspuso el umbral del gran teatro nacional. Diez pájaros, cada uno con vestiduras regias y argollas pulidísimas, traspusieron con gran velocidad la puerta del teatro García Loca y con las narices muy estiradas entraron en el vestíbulo. Mil pájaros, ostentando las más llamativas indumentarias, diseñadas por la sin par Clara Mortera, entraron raudos en el teatro García Loca. Un acontecimiento extraordinario iba a tener lugar en el gran teatro situado en el mismo palacio fifal donde se desarrollaba la gran fiesta. Halisia bailaba.

—¿Cómo que bailaba, descarada? ¿Cómo vas a escribir ahí, loca comunista, que Halisia, con ochenta años en las costillas, aún bailaba? ¡Ya esto es el colmo! Hace tiempo que te veo trabajar y no te interrumpo porque lo que dices es más o menos cierto, aunque metes tus puyas y tus venenos. Pero venirme ahora con esas de que «Halisia bailaba», cuando la última vez que la vi andaba en una silla de ruedas y sólo daba unos pasitos con unas muletas... ¡Bailaba! Decirme eso a mí, Daniel Salkuntala la Mala (sí, la mala porque siempre digo la verdad); eso es el colmo, canalla...

Ay, Dios mío, ¿será posible que este maricón no me deje trabajar en paz? Qué destino tan terrible el mío: tener a este pájaro encima de mí día y noche supervisándome y pisándome cada letra. Porque la loca no me pierde letra ni pisada. Claro, como ella nunca ha podido escribir nada y yo soy una escritora regia, envidiosa me interrumpe, tratando de que yo me enfurezca y pierda inspiración, máxime si se sabe bien que de un momento a otro estiraré la pata... Pues óyeme bien, querida, no voy a perder nada porque estoy en mis cabales y, por otra parte, todo lo que digo es verdad. Sí, Halisia bailaba, y si me dejas proseguir podrás enterarte de por qué esa bruja de ochenta y un años (y no de ochenta) podía aún bailar. Calla por piedad, y escúchame.

Existe en esta ciudad un pájaro más horrible que todos los pájaros.

—¡Coco Salas!

Efectivamente, Coco Salas. Pues bien, ¿cuál es el misterio de ese pájaro? ¿De dónde saca para tanto que se destaca? ¿Cómo un pájaro tan feo puede conseguir tantas telas, joyas, féferes...?

—En verdad que eso siempre me ha llamado la atención. La cantidad de trapos en que se envuelve esa loca. Pero como dicen que es de la Seguridad del Estado...

Ay, niña, déjate de boberías. Aquí todo el mundo es de la Seguridad del Estado, hasta los presos políticos, y nadie se envuelve en esas sedas francesas, ni ostenta esas rosas de Bulgaria, ni esos cinturones lumínicos, como lo hace Coco Salas. Y todo eso viene, queridísima, de su íntima amistad con Halisia. Ahora bien, conociendo como conocemos todos quién es Halisia, piensa: ¿acaso esa bruja es amiga de alguien? ¿No ha destruido hasta a quienes se consideraban sus amigas más íntimas? ¿No ha acabado con todas las bailarinas de talento para ser ella siempre la estrella? Pues bien, una persona tan monstruosamente perversa, ¿qué sentido tiene que sea amiga de Coco Salas? ¿Cuál es pues el secreto de Coco Salas? Yo te lo voy a decir ahora mismo, loca bruta: Halisia baila gracias a Coco Salas.

—Me dejas pasmada; en vista de que no acabas de morirte del sida, ahora sí que hay que llevarte para el manicomio.

Escucha, burra, y calla de una vez. Escucha el secreto de Coco Salas, que solamente lo sé yo porque soy una gran observadora. Como tú sabes, desde muchos años atrás Halisia no hacía más que dar traspiés en el escenario, caerse de cabeza, romperse su enorme nariz contra la pared. Famosa por su ridiculez, es historia verídica que una vez bailó de espaldas al público y cuando fue a saludarlo cayó sobre el director de la orquesta matándolo. La gente iba ya al ballet sólo para contar las caídas de Halisia. Pero hace cinco años, en el Festival Internacional de Ballet que se celebra en el anfiteatro acuático del parque Lenin, Halisia, sobre la plataforma lacustre, sorprendió a todo el mundo dando un grandioso jeté y haciendo luego cuarenta y cuatro pirués. Todo el público del anfiteatro estalló en aplausos sin explicarse la causa de que aquella anciana súbitamente resucitara su antigua danza. Pero Coco Salas, que estaba en primera fila provisto de unos inmensos anteojos, vio cuál era el motivo por el que la octogenaria daba aquellos saltos. Un mosquito feroz, de esos que sólo produce la represa del parque Lenin, picaba a Halisia en sus muslos. La vieja, al recibir aquellos aguijonazos, no podía contenerse y saltaba. El ballet fue un éxito y Halisia ganó la Pata de Plata Internacional. Al otro día se le apareció Coco Salas en su camerino con una caja de cartón.

¿Quién eres tú?, le preguntó Halisia cortante, observándolo con su enorme lupa. ¿Cómo te atreves a entrar en mi camerino privado? Esas cosas sólo le están permitidas a Fifo... Por toda respuesta Coco abrió una esquina de su caja de cartón y dejó escapar un mosquito. El mosquito fue directo hasta una pierna desnuda de Halisia, la picó y la bailarina dio un salto tan grande que llegó casi al techo del teatro. Te contrato inmediatamente, le dijo Halisia a Coco mientras se echaba alcohol boricado en la picadura. Prepara una buena provisión de mosquitos. Mañana bailo y no quiero desilusionar a mi público. Pierda cuidado, dijo Coco. Y esa misma noche se fue para el parque Lenin y se dedicó a cazar los mosquitos más feroces. Al otro día Halisia salió a escena radiante y comenzó a bailar el primer acto de El lago de los cisnes. Coco Salas, detrás de las cortinas, iba soltando sabiamente sus mosquitos. Alicia bailó un Lago como sólo lo había hecho hacía sesenta años. No hubo un crítico de ballet del mundo, todos invitados a ese evento, que no escribiera su elogio a Halisia Jalonzo. Siempre picada por los mosquitos, Halisia bailó en Roma, en Montecarlo, en Moscú, en Madrid (donde el mismo Coco Salas escribió un artículo titulado «El privilegio de ver bailar a Halisia Jalonzo»), en París, en Buenos Aires, en México, en Argel, en Nueva York y, en fin, en todo el globo. Coco, siempre con su caja de mosquitos, le devolvió la fama y por lo tanto la vida. Y ése es su gran secreto: Halisia Jalonzo existe gracias a Coco Salas. No es de extrañar, pues, que Coco vista tan regiamente y que goce de absoluta impunidad. Es el niño mimado de Halisia. ¿Me comprendes, bruta?

Y ahora Halisia, en el teatro situado en el gigantesco palacio catacumbal de Fifo, bailaba magistralmente el segundo acto de Giselle. Coco, conociendo que Fifo estaba en el teatro con todos sus regios invitados, triplicaba el número de los mosquitos liberados. El público contemplaba hechizado aquella danza. Hasta las vacas argentinas estaban ensimismadas. El verdugo de Irán se enjugó una lágrima. A María Tosca Almendros, que es mucho aspirar, se le empañaron los ojos. Fifo, muy cerca de la Llave del Golfo, se sentía doblemente emocionado, por la danza y por el éxito que la misma representaba para su fiesta. Quién se atrevería ahora a negar que él era un mecenas y que la primera bailarina del mundo era una de sus súbditas más fieles. Llegó el momento culminante. Halisia, acompañada por una orquesta monumental y en medio de un silencio de muerte por parte de todo el público, comenzó a dar sus cuarenta y cuatro fúetés. Coco Salas soltó entonces la mitad de sus mosquitos prisioneros y Halisia giró como un trompo. Pero de pronto, en medio de aquella danza única, se oyó un grito descomunal que retumbó en todo el teatro. Coco, pensando que Halisia había sido asesinada por un mosquito infestado, cerró su preciosa caja de cartón. Halisia cayó al suelo. Pero el grito descomunal volvió a retumbar en todo el teatro, por lo que nadie prestó atención a la caída de Halisia sino a aquel alarido que parecía partir del bosque oficial aledaño al teatro.

—¿¡Qué cojones pasa ahora!? ¡Me cago en Dios! —dijo Fifo poniéndose de pie en su palco presidencial.

Y seguido por toda la escolta, por la mayoría de los invitados, por la misma Halisia y por Coco Salas, Fifo salió al bosque oficial para averiguar cuáles eran las causas de aquellos gigantescos alaridos que habían interrumpido uno de los momentos más sublimes de su velada.

El color del verano
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