Muerte de Lezama

Reinaldo estaba en el balcón del apartamento de Aristóteles Pumariega, quien por todos los medios quería convencer a su esposa para que se hiciese lesbiana, pues el señor Pumariega sólo eyaculaba cuando veía a dos mujeres haciendo el amor. La esposa de Aristóteles, que tenía unos diecisiete años (Aristóteles era sesentón), se negaba rotundamente a practicar ese tipo de relación sexual. La discusión se prolongaba por horas. Gabriel, aburrido, miraba desde el balcón el tráfico detenido de la Rampa habanera. En ese momento llegó la Pornopop, la Única Loca Yeyé Que Queda en Cuba. Venía excitadísima, había sido invitada a la gran fiesta de Fifo para que tomara parte en la Gran Conferencia Onírico-teológico-político-filosófico-satírica donde debía recitar sus poemas pornopops. Al instante, y a modo de ensayo, aristofanesca ya que estaba en casa de Aristóteles, la Pornopop recitó varios de aquellos poemas geniales. Cuando hubo terminado su declamación se acercó a Reinaldo y colocándose a su lado en el balcón le dijo:

—¡Cómo se nos murió Joseíto!

—¿Qué Joseíto? —preguntó Gabriel.

—José Lezama Lima, querida. Lo acaban de enterrar esta mañana.

—Ah, sí, qué pena —dijo Reinaldo y sin más comentario volvió a mirar hacia la Rampa.

—¡Niña! ¡Imagínate que la parte onírica de la conferencia, «Sueños imposibles», estará a cargo de André Bretón, resucitado para ese evento! —gritaba ahora la Pornopop.

Pero Gabriel seguía mirando para la Rampa.

Esa noche Reinaldo, olvidado de Gabriel y ya transformado en la Tétrica Mofeta, se fue con Hiram Prats al parque Lenin. Iban a robarse gran cantidad de flores de mariposa (la flor simbólica de la isla) para venderlas en bolsa negra; también iban a comprar queso crema y galleticas de soda para sus estómagos esquilmados. Al oscurecer, cargadas con inmensos mazos de flores blancas, se detuvieron en el puente de la represa del parque, construida por la misma Celia Sánchez. Allí la Tétrica Mofeta le comunicó a Delfín Proust la muerte de Lezama Lima y empezó a sollozar. Delfín trató de consolar a Reinaldo, pero el llanto de la Tétrica se hacía cada vez más estentóreo. Finalmente, soltando el gran manojo de flores, Gabriel empezó a aullar sobre la represa. Entonces la Reina de las Arañas comenzó a flagelar a la loca llorona con las largas flores. La loca saltaba en el puente de la represa dando enormes alaridos, la otra loca la flagelaba sin cesar. Todos los tallos y los blancos pétalos de las flores quedaron pegados al cuerpo ya amoratado de Reinaldo. Entonces Delfín corrió hasta el vasto campo de mariposas, arrasó con todas las flores y regresó a la represa, donde siguió flagelando, ahora con más violencia, el cuerpo y el rostro de la Tétrica Mofeta, que sangraba y gritaba: ¡Lezama! ¡Lezama! Finalmente, dejando escapar un enorme aullido, la loca, envuelta en sangre y pétalos de flores, se tiró de pie a las aguas de la represa. Luego de aquel acto de exorcismo y homenaje, la Tétrica Mofeta emergió fresca y empapada. Delfín la ayudó a salir de las aguas.

A un costado de la presa, más de veinticinco adolescentes habían contemplado el espectáculo. Ambas locas, olorosas a flor de mariposa, se acercaron a los deliciosos adolescentes de todos los colores. En menos de tres minutos se internaron con ellos en un tejar abandonado donde los muchachos, superexcitados por el olor de las flores y el llanto de la Tétrica Mofeta, se las fornicaron hasta la media noche.

Por la madrugada, fragantes, lívidas y etéreas, las dos locas abandonaron el parque Lenin. Cada una de ellas llevaba en la mano un largo tallo que culminaba en una mariposa rozagante. Raudas se encaminaron a pie hasta el Cementerio de Colón, en La Habana, y depositaron las flores sobre la tumba aún fresca de Lezama.

El color del verano
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