25
Honor le clavó las uñas en la nuca.
—¿Un látigo?
—Un látigo de terciopelo —murmuró él mientras le besaba la mandíbula, pero sin acercarse a su garganta. Todavía no estaba lista—. Lo sacudiré con suavidad sobre tu piel para proporcionarte la más exquisita mezcla entre dolor y placer.
Los ojos verde bosque parecieron adquirir cierta antigüedad de repente, llenos de una sabiduría que ningún mortal podía poseer.
—Siempre has sido así, ¿verdad?
Fascinado por el enigma que entrañaba aquella mujer, Dmitri la miró a los ojos mientras la acariciaba y la acostumbraba a su contacto, a su cuerpo.
—¿Así… cómo?
—Alguien dispuesto a mezclar un poco de dolor con el placer. —Dejó escapar un sonido gutural cuando él le frotó el pezón con el pulgar—. No tiene nada que ver con el vampirismo.
Aquellas palabras despertaron otro recuerdo del pasado; de un pasado que, al parecer, ya no podía mantener enterrado.
«—Dmitri… —Notó un temblor nervioso en la voz de la mujer desnuda que yacía ante él.
Sus pechos eran grandes y tersos; sus caderas, amplias; su cuerpo era un compendio de curvas suaves y tentadoras… y sus manos estaban atadas a los postes de la cama que él mismo había tallado para compartirla con su esposa.
—Chist. —Se tendió a su lado completamente vestido, le cubrió el pecho con una mano y luego empezó a tironear de su pezón con la experiencia que había adquirido a lo largo del cortejo y el matrimonio—. Yo nunca te haría daño.
—Lo sé. —La confianza absoluta de aquella respuesta lo habría conquistado de por vida, pero lo cierto era que aquella mujer ya era dueña de su alma—. Es solo que… Nadie habla nunca de estas cosas.
Dmitri bajó la mano hasta su entrepierna y descubrió que los pliegues carnosos ya estaban hinchados y húmedos para él. La acarició muy despacio y notó cómo sus caderas empezaban a moverse arriba y abajo.
—¿Me estás diciendo que hablas de nuestros juegos de cama con las demás esposas? —le preguntó.
A Ingrede se le ruborizaron las mejillas, pero siguió frotándose contra su mano, tan generosa en su sensualidad como lo era en su corazón.
—Por supuesto que no. Ni siquiera sé si alguien me creería.
Dmitri se echó a reír y besó a aquella mujer dispuesta a complacerlo con juegos que causarían ataques de histeria a otras esposas. No obstante, él jamás había deseado jugar con nadie más. Solo con Ingrede.
Se apoderó de su lengua y apartó la mano de su entrepierna un instante para propinarle un cachete suave y juguetón en aquella misma zona delicada. Su esposa gimió… y alzó las caderas en busca de más. Dmitri se lo dio. Le dio todo. Porque aunque fuera ella la que tenía las manos atadas, en realidad el esclavo era él.
Era su esclavo.»
—Sí —dijo en respuesta a la pregunta de Honor mientras le cubría el muslo con la mano—. El vampirismo solo me permitió refinar esa inclinación y elevarla a la enésima potencia.
Con el paso de las estaciones, mientras las ruinas de la cabaña desaparecían en las nieblas del tiempo, los juegos sexuales se habían teñido de una siniestra y profunda vena de crueldad.
Sus compañeras de cama regresaban a menudo a casa con marcas de latigazos, y siempre volvían a buscar más. A veces las torturaba en la cama porque eso le complacía; otras, porque le divertía. Pero jamás había vuelto a experimentar el placer arrebatador que sentía cuando ataba a su esposa a los postes de su sencillo lecho, dentro de una cabaña situada en un prado olvidado donde ahora había flores silvestres.
—¿Cómo se llamaba ella? —preguntó Honor con voz ronca, como si hubiese atisbado en él una terrible desolación—. ¿Cómo se llamaba la mujer que hizo que tus ojos brillen así?
—Ingrede. —La voz de Dmitri no revelaba nada, y eso en sí mismo ya era una respuesta—. Tenemos que irnos.
La cazadora volvió a ocupar su asiento y alzó los brazos para rehacerse la coleta.
—Ingrede —dijo, incapaz de dejar el tema—. Era tu esposa, ¿no?
Dmitri contempló el paisaje a través del parabrisas, que ya había recuperado su transparencia, pero lo que vio no tenía nada que ver con la hierba verde que había al otro lado.
—Sí. —Luego, cuando Honor ya creía que no diría nada más, añadió—: Mi esposa… mortal.
Dmitri tardó solo unos minutos en solucionar los asuntos que tenía con Pesar, pero a Honor le dio la sensación de que el vampiro se preocupaba de la joven más que de ninguna otra cosa.
—No he olvidado las clases de autodefensa —le dijo Honor a la chica cuando Dmitri se alejó un poco para hablar con Veneno.
—Puedo esperar. —La expresión de Pesar era feroz. Sus ojos tenían un brillante anillo verde—. Ojalá encuentres a todos los cabrones que te hicieron daño y puedas hacerles gritar.
Ya de vuelta en el coche, Honor se volvió hacia el vampiro que estaba a su lado… el vampiro que había tenido una esposa. Una esposa a la que había amado con tanta devoción que protegía su recuerdo con vehemencia incluso después de tantos siglos. El rostro de Dmitri se había quedado vacío justo después de hablar sobre la mortalidad de Ingrede. Estaba claro que se arrepentía de haberle contado eso.
Tanta lealtad… la desconcertaba.
Honor nunca había amado así; ni siquiera sabía que fuera posible.
—¿Veneno ha descubierto algo? —preguntó, consciente de que él no le diría nada más sobre su esposa. Al menos por el momento.
—El primero de los vampiros a los que mencionó Jewel —su voz había vuelto a ser la de la más sofisticada de las criaturas—, tiene un amante masculino desde hace muchísimo tiempo y jamás ha mostrado interés alguno en las mujeres. —Negó con la cabeza, y la luz del sol arrancó destellos azulados a su brillante cabello negro—. No sé cómo se me pasó, pero aparte de eso, el vampiro es demasiado «aburguesado», como habría dicho Valeria, para recibir una invitación.
—Traducción: el tipo es feliz con su amante y no necesita maltratar a nadie para matar el aburrimiento.
Dmitri realizó un breve gesto de asentimiento.
—El segundo individuo no hizo nada extraño mientras lo vigilaban, pero por lo que sé de sus hábitos, podría estar involucrado. He enviado a Illium a interrogarlo.
—Illium parece demasiado guapo para resultar peligroso.
La sonrisa de Dmitri, en cambio, era afilada y siniestra.
—Nadie espera que saque una espada para cortarle las pelotas —dijo el vampiro con un sarcasmo letal mientras conducía hacia el puente George Washington—. Y eso también lo hace con mucha elegancia.
Honor no se sorprendió. Aunque lo que había dicho sobre Illium era cierto, hacía mucho que había descubierto que las apariencias podían resultar de lo más engañosas.
—¿Tú cultivaste tu reputación a propósito?
El vampiro se echó a reír, y Honor sintió una caricia de visón en los pechos. Por lo visto, su cuerpo era ahora más sensible al hechizo de las esencias.
—Estaba demasiado ocupado regando con sangre los campos de batalla y follándome a mujeres que se sentían atraídas por la violencia para cultivar nada.
Honor ni siquiera se planteó dejar pasar el tema, porque desde aquella mañana se pertenecían el uno al otro, aunque aquella «pertenencia» fuera solo algo temporal.
—Estás muy enfadado. —Su furia era una entidad fría, profunda y muy afilada—. Dime por qué.
Hubo un largo silencio.
—Mis recuerdos son mi tormento, Honor. Compartirlos carece de sentido.
—Yo nunca seré un adorno, ni una compañera de cama que se contenta con ser solo eso. —No podría serlo, no cuando lo que sentía por él era algo tan intenso y descabellado.
—Y yo nunca voy a ser… —dijo él, que extendió el brazo para apretarle el muslo.
—Manejable —concluyó Honor en su lugar antes de echarse a reír—. Supongo que no puedo decir que no lo supiera.
Dmitri la observó con expresión extrañada cuando se pararon frente a un semáforo en rojo.
—¿Por qué has elegido esa palabra?
—Me parece apropiada. —Al darse cuenta de que él no revelaría ninguna debilidad hasta que confiara en ella y que esa confianza necesitaría tiempo, Honor decidió volver a retomar la conversación anterior—. ¿Qué pasa con el tercer vampiro?
Tras otra mirada intrigada, Dmitri clavó la vista en la carretera y avanzó con el Ferrari por el puente.
—A ella es a quien vamos a ver. Está en Stamford —dijo, lo que explicaba por qué regresaban a Manhattan—. Parece que lleva atrincherada en su casa al menos cinco días. Se alimenta de los sangreadictos que llaman a su puerta.
—No conocía ese término. —Aunque sí había oído lo de las «zorras de vampiros», un término utilizado para describir a los adictos a los besos vampíricos.
—Los sangreadictos van en parejas —explicó Dmitri—. Su única manera de excitarse lo suficiente para mantener una relación sexual es que un vampiro se alimente de ellos a la vez o por turnos. Así que en realidad siempre forman un trío… Muy pocos de los Convertidos encuentran esa situación medianamente atractiva.
Honor asintió.
—La mayoría de los mortales no se acerca jamás a la belleza que alcanzan los vampiros.
—Lo extraño de esa situación es que el vampiro se ve relegado a la posición de un mero intermediario. No es el centro de atención.
Ningún vampiro antiguo disfrutaría con eso.
—La mujer a la que vamos a ver…
—Jiana. No sabíamos que le iban los sangreadictos, pero está claro que últimamente se ha dado unos cuantos caprichitos —dijo mientras avanzaba hacia el Bronx después de atravesar el puente—. Mira en la guantera.
Honor abrió el compartimiento y encontró un sobre. Dentro había unas cuantas fotografías grandes en blanco y negro.
—¿Cuándo las tomaron?
—Esta mañana temprano.
La primera mostraba a una pareja de rostro juvenil, con el pelo liso y rubio, que parecía sacada directamente de una audición para el programa de La pareja perfecta. Lo único que les faltaba era el perro. El cielo aún estaba oscuro cuando subían de la mano la escalera de entrada de una elegante casa antigua con los balcones cuajados de glicinias.
La siguiente fotografía mostraba a la pareja saliendo de la casa. Ambos estaban sonrojados, con los labios hinchados y el cabello enmarañado. La camisa del hombre estaba mal abrochada, y la mujer había perdido el pañuelo floral que llevaba al cuello.
—¿Esto es algo que la esposa hace por su esposo y viceversa?
—Tienen su propia subcultura —dijo Dmitri—. Se casan ya dentro de ella, y eso hace que las cosas resulten mucho más fáciles.
Honor dejó las fotos mientras intentaba hacerse a la idea. Dmitri salió del Bronx y se internó en Westchester para dirigirse a Connecticut. Fue mientras pasaban de Greenwich a Stamford cuando la cazadora recordó algo sobre otra extraña subcultura que tenía pensado mencionarle.
—Recibí un correo electrónico del detective Santiago —dijo, y se dio cuenta de que no sentía miedo a pesar de que la habían encerrado y torturado muy cerca de allí. La zona era tan distinta que bien podrían estar en otro planeta—. Ya han arrestado a alguien por el asesinato que tuvo lugar la mañana de ayer.
—Al novio de la víctima y a otro miembro del club —dijo Dmitri—. Intento mantenerme al tanto de la situación.
Honor sabía que esa subcultura recibiría pronto una visita de aquel vampiro espeluznante.
—Según Santiago, el móvil fueron el sexo y los celos. Unos motivos bastante anticuados. —Por lo visto, los tres mantenían una relación sexual.
—Y una buena dosis de estupidez. —Tras ese despiadado comentario, Dmitri giró para atravesar las puertas de la verja que conducían a un largo camino serpenteante flanqueado por viejos sicómoros.
El Ferrari había llegado casi a la puerta cuando esta se abrió para dejar a la vista a otra pareja. Honor dio un respingo.
Al verlo, Dmitri se echó a reír.
—Los apetitos no disminuyen con la edad, Honor. Ya deberías saberlo.
—Es más fácil aceptar eso en los vampiros —murmuró mientras contemplaba a la pareja de ancianos que se subía a un viejo coche—. Siempre pienso en gente joven cuando se habla de la prolongación de la adolescencia. —Salió del coche en cuanto la pareja se alejó y respiró hondo para llenarse los pulmones de aire puro—. Es un lugar muy bonito.
Había más árboles detrás de la casa, y el camino rodeaba una delicada fuente. Había zonas ajardinadas a ambos lados que se perdían en la lejanía, parterres de coloridas flores que se mecían al compás de la brisa.
—Michaela también tiene una mansión muy elegante —dijo Dmitri, que rodeó el coche para reunirse con ella junto a la fuente.
Honor solo había visto a la arcángel en los medios informativos, pero era innegable que Michaela era hermosa y perversa a la vez.
—¿Y Favashi? —preguntó Honor, y gracias a que estaba mirando a Dmitri pudo ver que este apretaba la mandíbula.
—Esa tiene un aspecto suave y dulce, incluso mientras aplasta a sus enemigos con la suela del zapato. —Un resumen brutal.
Poco tiempo atrás, Honor había descubierto que Dmitri había tenido una esposa a la que amaba. En esos momentos se dio cuenta de que también había sido el amante de una arcángel.
—¿Una separación dolorosa? —Los celos convirtieron sus palabras en dardos envenenados.
Dmitri enarcó una ceja.
—Qué perceptiva eres, conejita.
Sí, el vampiro sabía muy bien cuál era su punto débil. Pero, por extraño que pareciera, ella también conocía los suyos.
—Supongo que el hecho de que te deje una arcángel supone un duro golpe para el ego masculino.
—No sabía que las conejitas tuviesen garras. —La puerta de la casa se abrió antes de que Honor respondiera a ese comentario burlón. Cuando alzó la vista, vio a una vampira alta y delgada con la estructura ósea de una supermodelo, los labios de una estrella de las pantallas y una piel moca que resplandecía bajo la luz del sol… Y todo ello cubierto a la perfección por una bata de encaje y satén de un exquisito tono bronce que apenas le llegaba a medio muslo.
—¿Es que ninguna de estas mujeres tiene ropa? —murmuró.
—Hemos interrumpido su desayuno —dijo Dmitri en voz baja mientras subían la escalera.
Jiana palideció al ver que se acercaban, pero no estaba mirando a Dmitri… y la expresión de sus ojos era de lo más culpable.
—No lo sabía —dijo la vampira en un susurro mientras se aferraba con fuerza al marco de la puerta—. Cuando acepté la invitación, no lo sabía. Y cuando te vi allí, no te hice daño. Por favor, tienes que recordarlo.
Honor puso la mano en el antebrazo de Dmitri para impedir que avanzara.
—Ese aroma… —Intenso, dulce. Un aroma que hablaba de riqueza—. Sí, lo recuerdo.
«—Lo siento. Toma, ¿quieres un poco de agua?
Bebió porque su secuestrador, el que controlaba a todos los demás, no se había molestado en darle comida ni agua en todo el día. Bebió todo lo que pudo.
—Gracias.
—De nada. —Oyó sus sollozos apagados—. No puedo ayudarte. Por favor, no me pidas que lo haga.
Honor percibió el temblor del pánico en su voz y supo que aquellas manos esbeltas no la liberarían.
—¿De quién tienes miedo?»
—¿De quién tienes miedo? —preguntó de nuevo mirándola a los ojos, negros como el ónice.
Jiana pareció derrumbarse. Se rodeó con los brazos el cuerpo tembloroso y retrocedió un paso a modo de invitación. Dentro, la casa era tan elegante como armoniosos eran los terrenos de los alrededores. La decoración era relativamente moderna: un ambiente en el que reinaba la luz, con paredes de color crema.
Un retrato de Jiana colgaba de una de las paredes. Era un desnudo, hermoso en su erotismo, con un marco sencillo que centraba toda la atención en la obra. La decoración era igual de sencilla en el pasillo que conducía a la estancia a la que los condujo Jiana, donde los únicos contrastes de color los aportaban los muebles.
Jiana se dejó caer en uno de los sofás con tonos vivos, apoyó los codos en las rodillas y enterró la cara en las manos.
—No he dormido desde el día que te dejé allí.
Honor experimentó la misma extraña mezcla de furia y compasión que había sentido en el sótano.
—Era yo quien estaba atada, pero tú eras más débil. —Incluso ahora le parecía algo imposible. No obstante, cuando estaba encerrada, le había provocado una risa histérica.
Dmitri se apoyó en el sillón donde se había sentado Honor. Era un tigre sin más restricciones que las que él mismo se imponía. No dijo nada, pero a juzgar por la expresión de Jiana, la vampira sabía muy bien a lo que se enfrentaba.
—Siempre soy muy débil con él —susurró mientras las lágrimas se deslizaban por sus rasgos perfectos. Su desesperación la hacía parecer aún más femenina y vulnerable.
A Honor se le erizó el vello de la nuca. ¿Acaso estaban jugando con ella? ¿O la sorprendente belleza de Jiana ocultaba realmente el sufrimiento que parecía desgarrarla?
—No pude traicionarlo —añadió la vampira—, ni siquiera después de ver lo que había hecho.
—¿De quién estás hablando? —preguntó Honor—. No puedes seguir guardando el secreto, Jiana. Ese tipo planea hacerlo otra vez.
Jiana se estremeció con un sollozo.
—Lo sé. —Se secó las lágrimas y estiró el brazo para abrir el cajón de una mesita, de donde sacó un sobre de textura muy familiar—. Me envió esto.
Honor sabía lo que descubriría, pero lo cogió y sacó la tarjeta de todas formas.
Quizá esta cita sea más de tu agrado. No se lo he dicho a los demás, pero esta vez tendremos a una pareja, un hombre y una mujer. Eso te gustará, ¿verdad, madre?