20

Honor hizo lo que le pedía porque Vivek, estuviera de mal humor o no, jamás le hacía perder el tiempo. No cuando sabía lo importante que era aquello para ella.

Las imágenes procedían de un reportaje de tráfico de una de las emisoras de televisión locales. De pronto, la efervescente reportera rubia empezó a gritarle al cámara que enfocara algo más de cerca.

Cuando el cámara lo hizo, lo primero que vio Honor fue el brillante cabello platino de la mujer que corría por la calle. Tenía las piernas largas y una elegancia extraordinaria. Un instante después, el motivo del apremio de la reportera se hizo evidente: había un hermoso espécimen masculino que perseguía a la mujer con la rapidez y la ferocidad de una pantera. Su camisa estaba salpicada de sangre.

Honor estaba fuera de la ciudad cuando tuvo lugar aquella infame persecución por Manhattan, y aunque había leído algo sobre el tema, nunca había llegado a ver el vídeo. En las imágenes siguientes Elena sacó un arma y se volvió como si fuera a disparar a Dmitri… pero justo en ese momento, una preciosa motocicleta negra frenó en seco a un par de pasos de distancia.

La cazadora se subió a la moto y se agarró con fuerza al conductor mientras se alejaban del peligro a toda velocidad. Dmitri, cuyo pecho apenas se movía a pesar de la intensidad de la persecución, se quedó en la acera… y le lanzó un beso a Elena.

—Ese —dijo Vivek con tono preocupado y serio— es el tío que te pone cachonda. Ellie me dijo que le cortó el cuello y que a él le gustó.

A Honor se le puso la piel de gallina y notó un escalofrío que recorrió su espalda de arriba abajo.

—En ocasiones —dijo mientras pensaba en la violencia que había percibido en Dmitri, en su despreocupada crueldad—, la lógica no sirve de nada.

Vivek abrió la boca para replicar, pero al parecer se pensó mejor lo que iba a decir.

—Limítate a tener mucho cuidado, ¿vale? Y si alguna vez necesitas desaparecer, lo único que tienes que hacer es decírmelo. —Se acercó a otro de los ordenadores antes de que ella pudiera responder—. Estoy transfiriendo los datos aquí también. Pondré en marcha algunos algoritmos de búsqueda para revisar el archivo utilizando palabras clave mientras tú examinas los correos electrónicos.

Pasaron veinte minutos antes de que Honor lo encontrara: una cadena de correos escondidos entre los comerciales. El título del asunto parecía el nombre de un proyecto inofensivo. La única razón por la que lo había mirado era que estaba fechado al comienzo de su período de cautividad.

El primer mensaje decía: «¿Te han enviado una invitación?».

La respuesta era sencilla: «Te llamaré».

Dos días después: «Hacía un siglo que no me sentía tan vivo».

La respuesta: «Había olvidado lo que era dar caza a mi presa».

Sin embargo, lo cierto era que aquellos cobardes no habían cazado nada. Se habían limitado a aprovecharse de una mujer atrapada, a merced de sus sucios placeres.

Con palpitaciones en las sienes, Honor comprobó la dirección de correo del amigo de Tommy. No se sorprendió ni lo más mínimo al ver quién era.

—Dieron por hecho que nadie miraría esto. —Después de todo, se suponía que Honor no saldría viva de aquel foso. Jamás.

«—Leon y sus amigos no son tan sofisticados como mis invitados. —Recibió un beso lento que le revolvió el estómago—. Será interesante comprobar lo que queda de ti después de que se den un festín. Pero antes…

Cayeron chorros de agua a presión helada en su cuerpo, creando cardenales encima de los que ya había. El penetrante olor de la lejía impregnó la sala de repente, y el chorro de agua cambió de dirección y apuntó al suelo durante largos minutos. Alguien le abrió la boca a la fuerza.

—Ahora vamos a lavarte bien. No querría que tu cuerpo me traicionara cuando lo encuentren en la basura.»

Vivek no tardó más que un par de minutos en conseguir una dirección física y una biografía relacionada a partir del correo electrónico que ella le había dado.

—Jewel Wan —dijo al tiempo que le mostraba una fotografía de una mujer china.

Los siglos de vampirismo habían borrado todo rastro de humanidad y la habían convertido en una estatua de hielo cuyos ojos brillaban como los diamantes que llevaba alrededor del cuello.

—Es un miembro de la alta sociedad —añadió Vivek—. Pasa muchísimo tiempo en compañía de humanos.

«Sintió el tacto de un cabello brillante y liso sobre su piel cuando unas manos de mujer le acariciaron las costillas.

—Cuántos músculos, incluso ahora. —Era una voz suave, muy femenina—. Los chicos son muy rudos, ¿verdad? —La tocaba con una delicadeza que pretendía arrullarla—. Yo me aseguraré de que no te duela.»

Pero había dolido.

Antes de lo ocurrido en el sótano, Honor no sabía que era posible luchar contra el placer causado por el mordisco de un vampiro, pero había aprendido a hacerlo en aquella sala de tortura, después de las tres primeras veces que el organizador de su secuestro le había provocado orgasmos que la hicieron vomitar. Una violación no resultaba menos dolorosa por el hecho de que se llevara a cabo a través de la sangre.

A Jewel Wan no le había gustado esa rebeldía.

«Se oían risas, suaves y perversas.

—Disfrutaré quebrando tu voluntad. Cuando acabe, me llamarás "ama" y me suplicarás que te acaricie.»

Algo frío, muy frío, se deslizó por las venas de Honor y acabó instalándose en su pecho.

—Dame su dirección.

Vivek hizo girar su silla.

—Tiene cuatrocientos cincuenta años, Honor. —No se molestó en ocultar la preocupación de su voz—. No es muy poderosa para tener esa edad, pero tiene fuerza suficiente para partirte todos los huesos, a pesar de su escasa estatura.

«Una presión cortante en el costado. Uñas que presionaban hasta hundirse en su piel. Dedos rodeándole una costilla.

—Ahora… —un susurro malicioso—, ¿quién es tu ama?»

Sintió un pinchazo en la costilla que Jewel Wan le había fracturado. El agujero que tenía en el costado se había curado y la cicatriz era tan minúscula que apenas se notaba, pero en esos momentos latía como si fuera enorme.

—La buscaré sin tu ayuda. —No sería difícil dar con ella, dada su elevada posición entre los vampiros.

—No, espera. Toma. —Vivek le dio la dirección—. Por favor, no seas estúpida.

Su mente le gritaba que lo pensara mejor, pero aquellos gritos quedaron enterrados bajo el abrumador recuerdo sensorial de unas uñas afiladas, de un cabello como seda líquida. Tocándola. Hiriéndola. Sintió la bilis en la garganta, pero se obligó a tragarla; luego memorizó la dirección y se marchó. Vivek le gritó algo, pero ella ya no le prestaba atención. El rugido de su interior era como un trueno.

Jewel Wan vivía en una mansión situada en Hudson Valley, lo que significaba que necesitaría un coche para llegar allí. Sin embargo, cuando subió al piso superior para solicitar uno, le dijeron que acababan de cancelar su acceso a los recursos del Gremio.

Vivek.

Sin molestarse en discutir, salió del edificio, y se fijó en el tráfico denso, aunque fluido, que había antes de la hora punta. Paró un taxi en cuestión de segundos y le dio la dirección de la oficina de alquiler de coches más cercana. Sacó la tarjeta de crédito, rellenó el papeleo con impaciencia y quince minutos más tarde salía de la ciudad con un todoterreno pequeño y manejable.

«Sé racional, Honor. Si te presentas allí, ella te matará.»

Apenas había terminado de pensarlo cuando otra parte de su mente dijo: «No antes de que le haga unos cuantos agujeros.»

«¿Y qué pasará con los demás?», preguntó esa pequeña parte coherente que le quedaba. «¿Esos a los que no podrás encontrar porque estarás muerta?»

«¡A ella sí voy a encontrarla, joder!»

Las voces guardaron silencio, desconcertadas por la neblina roja de la intensa furia que sentía en ese instante. Hasta ese momento, Honor no sabía que era capaz de odiar con tanta fuerza.

Dos horas y un millón de llamadas perdidas después, contempló la recta vacía de la carretera que tenía por delante y vio la silueta de un helicóptero que se interponía en su camino.

—¡No! ¡No!

Frenó en seco, abrió la puerta y salió para interceptar al hombre que caminaba hacia ella. Vestido de negro, parecía formar parte de la oscura noche que se acercaba, pero el pecho que subía y bajaba era muy real, y ella lo empujó con las manos.

—¡Aparta ese artefacto de mi camino!

Los ojos de Dmitri estaban llenos de una furia incandescente y serena.

—Creía que tenías cerebro, Honor.

—Ya, bueno, pues parece que no lo tengo. —Al ver su expresión seria, se dio la vuelta para regresar al coche.

Había otras formas de llegar a la ostentosa casa de Jewel Wan.

Pero Dmitri cerró la puerta del vehículo antes de que ella llegara al coche.

—Jewel tiene perros entrenados que corren libres por su propiedad, y cuatro guardias de seguridad bien armados.

—Quita la mano de la puerta. —Sacó la pistola y apretó el cañón sobre el pecho del vampiro con la fuerza suficiente para dejarle un moretón—. Con esto —dijo mientras quitaba el seguro—, te dejaré fuera de combate unas horas.

—¿Qué tiene esta de especial? —Era una pregunta tranquila que la hirió como un arma y destruyó la coraza de hielo que la protegía hasta ese momento—. Con Valeria conservaste una calma sobrehumana, pero Jewel te ha vuelto loca.

Honor sintió un espasmo en los músculos. Apartó la pistola antes de dispararle por accidente, le puso el seguro una vez más y volvió a la carretera por la que había conducido apenas dos minutos antes. Cuando Dmitri se situó a su espalda, Honor supo que su intención era evitar que el piloto la viera. Ese pequeño gesto acabó de destrozarla.

—Jewel no me hizo daño —dijo con un susurro ronco—. No hasta el final.

—Y aun así la odias hasta límites que rayan en la demencia.

Dmitri le acarició los antebrazos con las manos, y a Honor le sorprendió descubrir que no quería apartarse. Permitió que la estrechara contra su pecho, que el calor del vampiro le calara hasta los huesos.

Eso no sirvió para disipar la sensación de vergüenza y humillación que le había hecho un nudo en el estómago, pero derritió los últimos fragmentos de hielo y la dejó expuesta, vulnerable.

—A excepción del organizador y sus jueguecitos iniciales, los demás —dijo, temblando a causa de un frío que nada tenía que ver con la temperatura ambiente—, sin importar lo que hicieran, solo intentaban obligarme a sentir placer con sus mordiscos.

Dmitri le frotó los brazos con las manos. Honor sentía su aliento cálido en la sien.

—Todo lo demás —continuó, disfrutando del calor del vampiro— era una cuestión de poder, de control. —Al ver que eso no conseguía acabar con ella, se habían divertido haciéndola gritar—. Pero Jewel… me inyectó algo y luego me acarició. —Con mucha delicadeza, con ternura. De una forma horripilante.

En esos momentos le resultaba casi imposible introducir aire en los pulmones. Tenía la respiración entrecortada y su sangre circulaba en estallidos erráticos. Pero pronunció las palabras, porque la vergüenza era demasiado grande para guardársela dentro.

—Me hizo llegar al orgasmo. Una y otra vez. —La traición de su cuerpo había roto algo dentro de ella y se había llevado consigo el último vestigio de orgullo.

Las manos de Dmitri le apretaron los brazos.

—No solo los hombres —dijo con una voz tensa y controlada— pueden excitarse en contra de su voluntad.

Honor se estremeció y entonces se dio la vuelta entre sus brazos para apoyar la cara sobre su pecho. Sin contar los rápidos achuchones de Ash, era la primera vez que permitía que alguien la abrazara después del secuestro, la primera vez que se veía capaz de soportarlo. Quizá fuera porque la humillación que sentía era tan grande que no dejaba espacio para el miedo. O tal vez porque él la comprendía como nadie.

—La odio, Dmitri. —Y ese odio era un cuchillo duro, dentado y afilado en sus entrañas—. Más que a todos los demás.

Dmitri le acarició el cabello y agachó la cabeza para susurrarle una oscura promesa al oído.

—Puedo hacerle lo que te hizo a ti. —Honor sintió algo parecido a una caricia de satén negro—. No me costaría nada convertirla en un cascarón llorón y suplicante.

La reacción de Honor fue inmediata… y violenta.

—No. No tocarás a esa zorra. —Y acto seguido, tal vez porque estaba medio loca, añadió—: Si lo haces, te juro que te volaré las manos de un disparo.

Él era suyo, y le daba igual si era la obsesión quien hablaba. Le daba igual haberse prometido que no lo diría en voz alta. Dmitri era suyo.

Sintió una vibración contra su pecho. La risa de Dmitri.

Realizaron el resto del trayecto en coche. Si bien el helicóptero habría sido mucho más rápido, decidieron aprovechar el tiempo extra para que ella se calmara. Aquello resultó imposible, pero al menos consiguió controlar sus emociones para evitar un comportamiento impulsivo y estúpido en la confrontación que tenían por delante.

Cuando recorrían el último tramo de carretera (que carecía de farolas), el teléfono móvil sonó de nuevo. Esta vez lo cogió.

—Vivek…

—Honor, ¿estás bien?

—¿Te refieres a si estoy bien aunque me hayas echado a Dmitri encima?

Él soltó una risotada tensa.

—No es culpa mía que tengas amigos que dan miedo.

—Estoy bien. —Dmitri le había salvado la vida, y sería una imbécil si no lo reconociera—. Gracias.

Vivek intentó ocultar su alivio, pero Honor lo percibió de todas formas.

—Ya, bueno, ahora me debes dos cenas. —Se oyó un pitido—. Espera. —Luego dijo—: Jewel Wan se ha puesto en movimiento. Me he colado en el sistema de su compañía de seguridad y he conseguido acceso a las cámaras de la propiedad. Según parece, ha hecho el equipaje y se larga cagando leches.

—¿Guardias?

—Dos delante del coche y otros dos con ella, por lo que puedo ver. La imagen no es demasiado buena, así que podría haber más.

Honor colgó e informó a Dmitri.

—¿Esta es la única carretera que pasa por la mansión de Wan?

Su respuesta fue una sonrisa escalofriante.

La cazadora siguió su mirada y vio los faros de un coche que brillaban en la oscuridad antes de desaparecer cuando el vehículo tomó una curva. Un segundo destello apareció justo después. No dijo nada mientras Dmitri aparcaba el coche de alquiler bloqueando la carretera y lo siguió en silencio fuera del vehículo.

Formaban parte de las sombras de los árboles que había junto a la carretera cuando el primer coche se detuvo. Apareció una pistola por la ventanilla.

—Yo no haría eso —dijo Dmitri con una voz tranquila que atravesó el silencio nocturno.

La pistola vaciló, pero no se retiró, aunque era evidente que el vampiro no sabía adónde apuntar.

—Te lo advertí. —Tras esas palabras, Dmitri desapareció como una sombra en la oscuridad.

Mientras Honor lo cubría, Dmitri hizo añicos la ventanilla del coche que tenía más cerca, metió el brazo y sacó al vampiro que conducía. Lo arrojó al suelo con tanta fuerza que se oyó el crujido del cráneo. El compañero del chófer empezó a disparar. Por desgracia para él, Dmitri ya no estaba en el lugar al que apuntaba. Mientras ella le quitaba la pistola de una patada al conductor inconsciente, oyó el chasquido típico de un cuello al romperse.

Todo ocurrió tan rápido que ya tenían a los dos primeros vampiros neutralizados cuando el segundo coche metió la marcha atrás para poder largarse a toda prisa. Tras recoger el arma que había apartado de una patada, Honor apuntó a la resplandeciente limusina y disparó, primero a los neumáticos y luego al parabrisas.

El cristal se hizo pedazos, empezó a salir humo y el coche se estrelló marcha atrás contra los árboles, que se estremecieron a causa del impacto pero no llegaron a caerse.

Dmitri ya estaba encima del vehículo y desgarró el techo en un alarde de fuerza que dejó bien patente que no era humano. Los guardias del interior, con el cuerpo lleno de agujeros de bala, no hicieron el menor intento por defender a su jefa. Dmitri agarró a Jewel Wan del pelo, tiró de ella hasta sacarla del asiento trasero y luego la arrojó a la zona de carretera iluminada por los faros de la limusina destrozada.