13
Cuando estuvieron más cerca, la voz de la cantante empezó a mezclarse con el sonido suave de las conversaciones. Las voces eran elegantes, cultas… como las que había escuchado en el sótano.
—Lo sé —dijo, decidida a no dejar que aquello la arrastrara de nuevo a la oscuridad—, pero como tienes fama de disfrutar del dolor, estoy segura de que no se sorprenderán si siento la necesidad de apuñalarte.
Los ojos del vampiro mostraron un brillo divertido, pero él no dijo nada mientras atravesaban la puerta en dirección a lo que parecía un bar muy refinado. La cantante, situada en un pequeño escenario que había a un lado, llevaba un vestido de lentejuelas verde. La luz ambiental era suave; los grupos de mesas, íntimos; y la clientela iba engalanada con ropa formal e inmaculada.
—Un poco temprano para cócteles.
—O muy tarde —replicó Dmitri—. Aquí el tiempo carece de importancia.
Todos los hombres y mujeres que veía eran lo bastante antiguos para que el vampirismo obrara su magia y perfeccionara su hermosura hasta un nivel que rara vez poseía ningún mortal.
—Esperaba… —A decir verdad, nunca había pensado mucho en Erotique, pero casi todos los comentarios que había escuchado se concentraban en un aspecto que no parecía estar presente allí—. ¿Y los bailarines?
—En otra sección —respondió Dmitri—. Hay otra planta por debajo, y también otras cuantas salas íntimas similares a esta.
—Dmitri. —Una mujer deslumbrante, ataviada con un ceñido vestido negro largo que marcaba todos sus encantos con sensual elegancia, se acercó a paso rápido—. No sabía que ibas a venir, de lo contrario habríamos preparado una sala privada para ti y tu invitada.
—Prepáranos esa mesa del rincón, Dulce. —Su voz era la de un hombre que esperaba obediencia inmediata—. Champán. Y busca a Illium.
El rostro de proporciones perfectas de Dulce mostró un levísimo matiz de… algo, pero ese algo desapareció enseguida.
—Sí, por supuesto.
Honor vio que la pareja que ocupaba la mesa del rincón se trasladaba a toda prisa al ver quiénes eran los clientes que se acercaban a ellos. Sus movimientos denotaban miedo. Consciente de que los vampiros de cierta edad poseían una capacidad auditiva sobrehumana, Honor se inclinó para hablarle a Dmitri al oído. Con cualquier otro hombre, con cualquier otro vampiro, habría empezado a vomitar… Pero fuera cual fuese la química inexplicable que había entre ellos, le permitía respirar su esencia.
—¿Incitas su miedo de manera deliberada?
El vampiro le rozó la parte baja de la espalda con la mano.
—Sería peor tener que ejecutar a unos cuantos.
Honor no dijo nada más hasta que se sentaron y Dulce se marchó después de servir el champán.
—Dulce no es humana.
Los ojos la habían traicionado. Eran de un color morado oscuro, y resaltaban como joyas gracias al contraste con el cabello negro azabache. Ningún humano tenía los ojos de aquel color… y no habían inventado lentes de contacto que pudieran imitar esa clase de belleza sobrenatural.
—No. Ha dirigido Erotique durante los últimos diez años. —Enarcó una ceja—. No creerías que iba a venir a recibirme alguien de menor categoría que el encargado, ¿verdad, Honor?
Ella no mordió el anzuelo.
—¿Por qué estamos aquí?
—Mira hacia el rincón opuesto.
Honor siguió su mirada y vio a un vampiro alto con el cabello rubio arena que tenía a una curvilínea morena en el regazo. Ninguno de ellos se había percatado de la llegada de Dmitri… y la razón era evidente. El vampiro tenía una de sus manos de piel pálida sobre el vestido largo plateado de la mujer, peligrosamente cerca de sus enormes pechos, y le acariciaba el cuello con la nariz. Ambos se quedaron inmóviles un instante después, cuando el tipo comenzó a alimentarse. Los músculos de su garganta se contraían con cada trago mientras la morena echaba la cabeza hacia atrás en un silencioso orgasmo.
Honor apretó con fuerza la copa de champán que tenía delante. Examinó la sala y se dio cuenta de que había varios vampiros alimentándose… y no todos ellos eran hombres. Una mujer de belleza etérea y rasgos hispanos acariciaba el cabello de un hombre esbelto y rubio, y sus uñas afiladas le hicieron unos cuantos agujeros en la piel mientras se agachaba para alimentarse de la zona palpitante de la garganta.
—Creía —dijo la cazadora, que sentía la garganta seca—, que esto era un club, no una orgía de sangre.
La risa de Dmitri fue como una caricia para sus sentidos.
—Algunos vampiros vienen aquí porque saben que encontrarán un compañero dispuesto si lo necesitan, Un compañero que sabe lo que debe esperar. Sin embargo, la mayoría son amantes que disfrutan con un poco de exhibicionismo inofensivo.
Al ver que Honor no dejaba de mirar a la mujer, Dmitri continuó.
—Esa es Amalia. Le gustan los jóvenes… pero el chico ya es legalmente adulto, así que tiene la edad suficiente para elegir. —Había algo oculto en ese comentario, algo antiguo y furioso.
—Tú mirabas al vampiro que está con la morena atractiva —comentó Honor, consciente de que si Dmitri conseguía llevársela a la cama, ella solo conseguiría eso… sexo. Sexo erótico, perverso y peligroso, pero aquello no era más que una relación física, al fin y al cabo. No compartirían secretos, no se crearían vínculos—. ¿Por qué?
—Es Evert Markson. El mejor amigo de Tommy.
Honor levantó la cabeza al instante.
—¿Sabías que estaría aquí?
—Evert tiene la desagradable costumbre de alimentarse en Erotique a menudo.
Resultaba difícil no mirar fijamente a Markson, pero Honor concentró su atención en Dmitri.
—Acabas de decirme que los vampiros vienen aquí a alimentarse.
—Solo de vez en cuando, cuando no tienen amantes o donantes habituales, o quizá si estos no están en la ciudad. —Dejó la copa de champán en la mesa—. El motivo por el que Evert necesita alimentarse en Erotique es que les hace tanto daño a sus amantes que ni siquiera las más fervientes seguidoras de los vampiros se atreven a acercarse a él. Las mujeres que vienen aquí solo acceden a alimentarlo en público, donde pueden vigilarlo.
Con el corazón en la garganta, Honor volvió a mirar a la morena que se encontraba en brazos de Markson y se percató de una cosa que antes había pasado por alto: respiraba de manera superficial y había arrugas tensas en torno a sus labios.
—No está teniendo un orgasmo, ¿verdad? —La necesidad de levantarse y separar al vampiro de la mujer tensó sus músculos hasta un punto doloroso.
—Le está haciendo daño.
—Dmitri… —Honor decidió soltar el frágil tallo de la copa antes de romperlo—, si ese tipo es el mejor amigo de Tommy…
—Sí. Exacto. —El vampiro dirigió la mirada hacia la puerta—. Campanilla ya está aquí.
La luz arrancó destellos a los filamentos plateados de las alas de Illium mientras este se acercaba. Las mujeres de la sala, y también unos cuantos hombres, se quedaron inmóviles y lo observaron con los ojos llenos de asombro y deseo.
Honor lo saludó a pesar de la furia intensa que le recorría las venas.
—Hola, Illium.
El ángel cogió una silla de otra mesa y le dio la vuelta para sentarse con los brazos apoyados en el respaldo, dejando que las puntas de sus maravillosas alas rozaran el suelo.
—Hola, Honor St. Nicholas. —Sus ojos, aquellos preciosos ojos dorados enmarcados por pestañas larguísimas, la miraron fijamente—. Da la impresión de que deseas clavarle un cuchillo a alguien y observar cómo brota la sangre.
—Así es —admitió ella—, pero tendré que esperar.
Illium le robó la copa de champán, dio un sorbo y se estremeció.
—Nunca me ha gustado este brebaje. —Dejó la copa en la mesa y se volvió hacia Dmitri—. Según los rumores, Tommy se ha escondido porque tiene miedo de alguien. Y lo hizo antes de que el Gremio asignara a Honor el cometido en la Torre, así que no es por ti.
Los ojos de Dmitri no se apartaron de Evert Markson.
—Hazme un favor. Vuela hasta la casa de Evert y mira a ver si encuentras algo interesante.
El ángel de alas azules se marchó sin decir nada más.
Dmitri esbozó una sonrisa gélida. Honor ya sabía a quién iba dirigida antes de volver la cabeza y ver a Evert. El vampiro tragó compulsivamente mientras se quitaba a la morena del regazo de un empujón muy poco delicado y luego paseó la mirada entre ellos dos. El reconocimiento que mostraron sus ojos al ver a Honor confirmó que Tommy había compartido el jueguecito con su mejor amigo.
Al ver que Dmitri no hacía nada para impedir que el vampiro se marchara, Honor hizo ademán de levantarse, pero él le sujetó la muñeca.
—Deja que se cueza en su propio miedo, Honor. —El susurro fue como un roce de seda en sus sentidos—. Evert no es tan listo como Tommy. Sé adónde se dirige.
A la cazadora le resultó difícil sentarse y ver cómo uno de los hombres que la había torturado desaparecía de su vista.
—¿Y si te equivocas?
Dmitri deslizó el pulgar sobre su piel.
—No me equivoco.
Honor bajó la vista y se sorprendió al ver que la estaba tocando… y que no sentía el impulso de apartarlo.
—¿Es solo por ese hechizo de esencias que haces, Dmitri? —le preguntó cuando empezó a notar una lánguida calidez—. ¿O tienes otras formas de influir en los demás?
—Dejaré que seas tú quien lo averigüe. —La acarició una vez más y luego se puso en pie—. Vamos a jugar con nuestra presa.
Honor guardó silencio hasta que el coche empezó a avanzar bajo el cielo calinoso y gris que presagiaba la noche. El viento era fresco, con un matiz que anunciaba lluvia.
—No quiero volverme tan fría. —Temía perder su humanidad—. No quiero disfrutar con el dolor de los demás.
Tras cambiar de marcha con descuidada facilidad, Dmitri se dirigió hacia el puente de Manhattan.
—Algunas veces no se puede evitar.
La tenebrosidad de sus palabras pareció envolverla. Honor sabía que era un hombre que jamás compartiría sus secretos, así que no podía preguntar, no podía averiguar lo que había bajo aquella fachada sofisticada y letal.
—¿Qué te hizo Isis? —El instinto, primario y visceral, le decía que aquello había dado origen al vampiro que tenía al lado, al depredador dispuesto a atravesar casi todos los límites morales.
El cabello de Dmitri volaba lejos de su cara cuando se adentraron en el puente. El motor del coche ronroneaba de forma suave y peligrosa sobre el asfalto.
—No soy una criatura hermosa, como Illium, pero soy uno de esos hombres a los que las mujeres quieren en su cama.
Sí, pensó Honor. Bastaba con ver a Dmitri para pensar en sexo. Ojos penetrantes y oscuros, cabello negro, piel de un seductor tono entre miel y moreno, labios que evocaban placer y dolor… y un cuerpo que se movía con una gracia letal, que incitaba fantasías sexuales, que hacía que una se preguntara si se movería igual con una mujer. O dentro de ella.
—Pero no eres de los que aceptan tener dueña. —Intentar dominarlo sería estúpido y peligroso—. Te gusta elegir a tus amantes.
—Isis no pensaba lo mismo. —No cambió la expresión—. Por aquel entonces era mortal, débil. Ella me deseaba, y cuando le dije que no, se apoderó de mí por la fuerza.
«—Fuera quien fuese quien te atrapó, cazadora… —notó un largo lametazo en la parte interna del muslo—, debo darle las gracias.»
Honor apretó las manos hasta convertirlas en puños.
—Y te hizo daño.
No hubo respuesta.
Unos veinte minutos después, Dmitri detuvo el coche al final de una calle donde había una casa moderna de dos plantas protegida por un pequeño seto. Estaba pintada en lo que parecía un elegante color negro, y los marcos de las ventanas y el tejado tenían un sorprendente tono rojo aun bajo las sombras monocromáticas del amanecer.
—Esta no puede ser la casa de Evert.
El vampiro llevaba puesto un reloj de platino de una marca italiana. No era de los que se daban por satisfechos con una pequeña casita moderna.
—Es el hogar de su antigua amante —respondió Dmitri cuando salieron del coche para dirigirse a la puerta principal—. Evert piensa que Shae todavía siente cierta debilidad por él. —Sacó una llave—. Pero se equivoca. —Abrió la puerta y entró en silencio.
Honor lo siguió y estiró el brazo hacia atrás para cerrar la puerta. En el vestíbulo no había más luz que el tenue resplandor de la lámpara de pared de la escalera, pero la casa no estaba tan silenciosa como cabría esperar a esa hora de la madrugada. Sacó la pistola y la mantuvo a un lado mientras subían la escalera. Dmitri avanzaba con la elegancia de una pantera; ella, con pasos letales.
—… Estoy segura —dijo una voz femenina tranquilizadora—. Siéntate, Evert, querido.
—Me miraba fijamente. —Las palabras de él eran jadeantes, entrecortadas—. ¡Y la cazadora estaba con él!
Aquella voz… Honor la reconoció de inmediato. Recordó exactamente lo que él le había hecho. Recordó su risita aguda, más propia de una chica adolescente.
—¿Qué cazadora?
—Tommy me prometió que estaba acabada, que no era nadie. Que no sabía nada, me dijo. El cabrón me mintió.
—Eso no puede ser cierto. Es tu mejor amigo. —Oyeron ruidos susurrantes, como si Shae se hubiera puesto en pie—. ¿Por qué no lo llamas…?
—¿No crees que ya lo he intentado? —dijo con un grito ronco seguido del inconfundible sonido de carne contra carne.
La furia, incandescente y mortífera, nubló la visión de Honor.
Shae, sin embargo, no parecía acobardada.
—Seguro que es un malentendido —dijo—. Si Dmitri quisiera hacerte daño, el hecho de estar en un lugar público no lo habría detenido.
—Sí, sí, tienes razón. —Alivio, estallidos de risa infantil—. Quizá solo se esté tirando a esa zorra. Tiene un buen polvo.
Honor le quitó el seguro a la pistola. A su lado, Dmitri negó con la cabeza y ella recordó que, a pesar de la edad que tenía el vampiro, no había percibido ni rastro de poder en Evert Markson. Un disparo en el pecho podría matarlo y, por más satisfactorio que fuese convertir el corazón de aquel cabrón en metralla, primero necesitaban hablar con él. Se obligó a tranquilizarse y siguió en silencio a Dmitri cuando este abrió la puerta del dormitorio.
Frente a la puerta vio a una mujer bajita con la piel café con leche y una mata de rizos apretados; solo llevaba encima unas braguitas rosa y una camiseta blanca de bebé. En el instante en que los vio, la mujer corrió hacia el cuarto de baño que había a su espalda y cerró la puerta, dejando a Evert sin la posibilidad de servirse de un rehén. El vampiro se dio la vuelta, soltó un alarido y se abalanzó hacia Dmitri con las manos convertidas en garras.
Honor le pegó un tiro en la rodilla.
Dmitri levantó la vista cuando el vampiro de piel pálida cayó al suelo en medio de una nube de sangre y hueso.
—No necesitaba tu ayuda, cielo —dijo con voz suave.
—Lo sé. —Markson le había provocado heridas internas que los médicos habían tardado meses en curar. Verlo gritar no bastaba para borrar aquellos recuerdos, pero ya era algo. Además… había intentado hacer daño a Dmitri. Honor no lo permitiría. A Dmitri no—. Es probable que los vecinos hayan oído algo.
—No, no han oído nada. Evert hizo que insonorizaran la casa, ¿no es así, Evert?
—No sé nada, lo juro —dijo con palabras sollozantes sazonadas con las secreciones que salían de su nariz.
Dmitri sonrió con la gentileza de una daga deslizándose entre las costillas.
Y Evert se vino abajo.
—Tiene una tosca cabaña de madera en la parte norte del estado… en los Catskills. A nadie se le ocurriría buscarlo en un lugar como ese. —Se secó las lágrimas y se esforzó por sentarse junto a la cama. Sus heridas empezaban a curarse—. Sin embargo, no coge el teléfono.
—Dame el número.
Evert se lo dijo con voz entrecortada. Sus ojos castaños, casi demasiado inocentes para una criatura de su calaña, se posaron en ella antes de regresar a Dmitri.
—Creí que estabas al tanto, Dmitri —susurró el vampiro antes de limpiarse la nariz con la manga de la chaqueta—. Creí que le habías dado el visto bueno al asunto.