9

Silencio. En su mente. En su alma. Un sosiego infinito.

—Ya la has visto alimentarse antes. —Las palabras hicieron añicos el silencio.

Los papeles que Honor sujetaba en la mano cayeron y flotaron hasta el suelo con una extraña y serena elegancia.

—Tiene quinientos años… y hay ciertos hábitos que es difícil dejar atrás. Alimentarse de la arteria femoral del muslo no es inusual. —Hizo una pausa peligrosa—. No entre amantes, al menos —se corrigió, y eso hizo que Honor se preguntara cómo preferiría alimentarse él—. Pero ¿del dorso del muslo? Es una zona muscular.

—Duele —señaló Honor, sin saber muy bien por qué había admitido algo así—. Por eso lo hizo. Siempre duele. —Bajó la vista hasta la pistola que había aparecido en su mano una vez más—. Si quisiera pegarle un tiro, ¿me detendrías?

—No. —No mostró ni el más mínimo titubeo—. Pero quizá prefieras esperar hasta que acabe de interrogarla. Sería un fastidio tener que aguardar a que se cure la herida de bala.

Una parte de ella no estaba segura de si Dmitri bromeaba o no, pero podía ver la furia en los ojos del vampiro con bastante claridad. Y sabía que dicha furia no tenía nada que ver con ella. No, lo que hacía que Dmitri estuviera dispuesto a ejecutar el más brutal de los castigos era el hecho de que una vampira antigua en quien probablemente confiaba había estado jugando sucio a sus espaldas. A Honor le daba igual cuáles fueran sus motivos; lo único que le importaba era poder matar a una de las criaturas que la habían convertido en su «mascota de sangre» durante dos meses interminables.

Llegaron a la puerta de la verja de una propiedad situada en Englewood Cliffs justo cuando el amanecer dibujaba en el cielo rayas de color melocotón, rosa y azul dorado. Dmitri había guardado su ordenador portátil en el maletero del Ferrari y había bajado la capota. Honor disfrutó de la sensación de libertad que proporcionaba la frescura del aire, y utilizó el tiempo que duró el trayecto en coche para reforzar sus defensas, para prepararse para el aroma denso y nauseabundo del perfume Rubí de Sangre.

Las puertas, altas, recargadas y cubiertas de hiedra verde oscuro, se abrieron con elegancia en el instante en que el guardia divisó el coche. El camino estaba salpicado de luces y sombras, originadas por la luz del sol que se colaba entre las hojas de los robles que lo flanqueaban. La casa, que no tardó en aparecer a la vista, era una mansión grande y ostentosa que parecía de otro siglo.

—A esta vampira no le gusta avanzar con los tiempos.

—No. —Dmitri detuvo el coche frente a la escalera que conducía a la entrada—. En ciertas épocas, lo más frecuente era mantener a tu «ganado» al alcance de la mano. Valeria sigue practicando esa costumbre, aunque la mayoría de sus contemporáneos la consideren arcaica.

Valeria.

Honor sintió la tentación de coger el enorme cuchillo de caza que llevaba en la funda del tobillo, cruzar la puerta y destripar a la vampiresa… pero se obligó a esperar, a pesar de que en su sangre solo se oía una palabra: venganza.

—¿Y el «ganado» está aquí de manera voluntaria?

—Algunos sí.

Dmitri abrió su puerta y se puso en pie para quitarse el abrigo, con lo que dejó al descubierto la camiseta de manga corta de suave algodón negro.

Honor pensó en Carmen, la rubia que se había humillado delante de Dmitri, tanto que hasta ella misma sintió vergüenza ajena.

—Tú nunca has tenido problemas con eso.

Dmitri no respondió hasta que ambos se encontraron en la parte delantera del coche.

—Hay distintos tipos de problemas.

En ese instante, Honor vio algo inesperado en él, algo tan silencioso y siniestro como dolorosa era la furia que a ella la consumía por dentro.

—Dmitri… —empezó a decir, pero justo en ese momento una doncella ataviada con un uniforme blanco y negro abrió la puerta de la casa.

—Ha llegado la hora.

Al escuchar esas palabras, Honor sintió una oleada de calor seguida de otra de frío, pero subió los tres amplios escalones al lado del vampiro. La doncella se apartó a un lado cuando se acercaron.

—La señora se encuentra en el salón matinal, señor.

Honor no tenía ni la menor idea de lo que era un salón matinal, pero Dmitri asintió con la cabeza.

—No te necesitamos. Tómate el día libre. La Torre se pondrá en contacto contigo mañana.

La doncella se quedó pálida.

—Sí, señor —se limitó a decir—. La cocinera también está aquí.

—Pues dile que se marche. ¿Y el ganado de Valeria?

—En la casa de invitados.

—Sácalos de allí. Tienes cinco minutos.

—Sí, señor. —Tras inclinar la cabeza, la doncella salió pitando hacia el pasillo.

Fue entonces cuando Honor se percató de que había visto un atisbo de colmillos.

—Era una vampira —dijo.

Sin embargo, no sentía miedo. Era evidente que la otra mujer era mucho más débil que ella, a pesar de su condición de vampira.

—Es joven —respondió Dmitri al tiempo que cerraba la puerta con delicadeza—. Aún está cumpliendo su Contrato. Yo diría que no tiene ni diez años.

—Entonces no es extraño que parezca tan humana.

—Algunos de los más débiles jamás llegan a perder ese núcleo de humanidad.

Sin más palabras, Dmitri la guió por el pasillo. El suelo estaba cubierto por una gruesa alfombra de color borgoña, y el exquisito papel crema de las paredes tenía un sutil relieve. La inmortalidad les daba a los Convertidos más tiempo para acumular riquezas, pero Honor conocía a vampiros con cientos de años que jamás habían conseguido ese poder adquisitivo. De modo que o bien Valeria ya era rica cuando se convirtió, o había amasado su fortuna gracias a una combinación de poder, ambición y despiadada determinación.

Dmitri, una sombra vestida de negro, atravesó una puerta que había a la derecha.

—Dmitri, querido —dijo una voz ronca que aterrorizó a Honor.

Un instante después, percibió en el aire el aroma almizcleño de Rubí de Sangre. Paralizada, apretó la espalda contra la pared al lado de la puerta e intentó controlar los temblores, aplacar las náuseas que amenazaban con hacerle vomitar el té que había tomado como único desayuno.

—Valeria —dijo Dmitri mientras envolvía a Honor con exquisitas vaharadas de chocolate y licor.

La potencia del aroma aniquiló el olor del perfume almizclado de Valeria y la cazadora pudo respirar por fin.

Dmitri habló de nuevo antes de que la vampira respondiera.

—¿Te he sacado de la cama?

Una carcajada grave, íntima.

—Eso es lo único para lo que siempre contarás con mi permiso.

Honor sintió otra oleada de náuseas. No se le había ocurrido preguntar a Dmitri si se había acostado con aquella vampira, y la enfureció tanto aquella desagradable posibilidad que deseó clavarle un puñal en su musculosa espalda. Sin embargo, la propia intensidad de la ira fue como una bofetada que la calmó de inmediato. Se secó las palmas en los muslos y sacó la pistola.

Dmitri pareció percibir el instante en que se recuperó, porque se enderezó y comenzó a hablar.

—Te he traído una visita.

—¿Sí? —preguntó intrigada mientras Dmitri se hacía a un lado para dejar que Honor pasara.

Valeria estaba recostada en una chaise—longue de color crema situada frente a la ventana. Vestía una bata de satén carmesí que acababa a la altura de los muslos, y el cinturón estaba tan suelto en la cintura que la curva de uno de sus pechos perfectos quedaba a la vista. Inclinó la cabeza a un lado para asegurarse de que la luz de la mañana incidiera en el ángulo ideal para resaltar sus rasgos, ya de por sí deslumbrantes. El largo cabello castaño dorado caía por encima de los hombros hasta los pezones endurecidos que se marcaban bajo el satén de la bata.

Como invitación, no podía ser más evidente…

Pero solo hasta el momento en que la mirada azul oscuro de la vampira se despegó del cuerpo de Dmitri para clavarse en Honor. Valeria se puso en pie a toda velocidad, con el rostro de piel cremosa rojo de ira. Sin embargo, durante un efímero instante, Honor atisbo un apetito perverso bajo esa furia. Valeria estaba recordando cómo la había usado, cómo la había humillado. Y quería hacerlo de nuevo.

—Vaya… —En sus extraordinarios ojos, que mostraban una belleza inmortal, apareció una expresión calculadora—. Me has traído un aperitivo. Siempre has sido un encanto.

Honor vio que Dmitri se tensaba y, sin pararse a pensarlo, le acarició la espalda sin que Valeria lo viera. Todavía no, pensó. Notó su tensión concentrada y sus músculos duros, pero aquel hermoso depredador con la muerte en los ojos no atacó.

—Esta es una habitación preciosa —murmuró él con aquella voz sedosa que Honor jamás querría escuchar en la oscuridad.

La frente suave de Valeria se llenó de arrugas.

—¿Qué?

—Aunque tiene las ventanas pequeñas —continuó Dmitri, cuya espalda se contrajo un poco bajo la mano extendida de Honor. Sorprendida al darse cuenta de que todavía lo estaba tocando, ella bajó la mano—. Además —añadió el vampiro—, solo hay una salida.

Honor siempre había sabido que Dmitri era despiadado, pero cuando observó la neblina de miedo que oscureció los lagos azules que Valeria tenía por ojos, comprendió exactamente en qué lugar de la cadena alimenticia se encontraba el vampiro.

—No fue más que una pequeña diversión, Dmitri. Ya sabes cómo es esto…

—Mmm… Cuéntamelo.

Valeria se tomó el lento ronroneo como un incentivo para continuar.

—La vida se vuelve muy tediosa después de siglos de excesos. Tener a una cazadora a nuestra disposición le añadió un toque picante al asunto. —Mientras avanzaba, sus esbeltos muslos aparecían en provocativos atisbos bajo el satén carmesí. Hizo caso omiso de Honor y acarició el pecho de Dmitri con evidente placer.

Los dedos de Honor se cerraron en torno a la pistola. Le costó un enorme esfuerzo no meter una bala entre aquellos hermosos ojos azules, tan grandes y hechizantes.

Dmitri se limitó a alzar la mano para sujetar la de la vampira.

—Un jueguecito fascinante —dijo en voz baja mientras tiraba de Valeria hacia él. Los pechos de la vampira ya estaban aplastados contra su torso cuando él pegó la boca a su oreja—. Nunca habría imaginado que fueras tan creativa. —Cogió un puñado de cabello castaño con la mano libre.

Valeria cerró los ojos y se estremeció visiblemente ante el contacto del musculoso cuerpo de Dmitri.

—Me encantaría poder atribuirme el mérito —dijo en un susurro ronco—, pero tú me descubrirías enseguida.

La risotada de Dmitri hizo que Honor sintiera ganas de clavarle el cuchillo en las entrañas y luego huir lo más rápido posible. Pero Valeria sonrió y abrió los ojos.

—Recibí una invitación. —Le echó un vistazo goloso a Honor—. Su miedo era ya muy potente cuando llegué allí, pero no gritó ni suplicó. Tardó varias semanas en hacerlo.

Dmitri volvió la cara de Valeria hacia él con un movimiento brusco.

—Conservas esa invitación, ¿verdad?

—Sí. Es una especie de recuerdo. —Deslizó los labios por la mandíbula del vampiro—. ¿Has traído a la cazadora para mí, Dmitri? ¿Puedo quedármela?

Una vez más, Honor apoyó la mano en la espalda de Dmitri. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que eso serviría de algo, de que podría tranquilizar a aquel vampiro tan poderoso y antiguo que daba miedo pensarlo.

—Primero dime con quién la compartiste —susurró él, ignorando el hecho de que Valeria se había desatado el cinturón de la bata para dejar expuesta su piel cremosa enmarcada de rojo—. Quiero saber quién más comparte tus gustos.

—Pero yo la quiero para mí sola —dijo con petulancia.

—Valeria…

La vampira estuvo a punto de tener un orgasmo al escuchar la orden implícita en aquella voz llena de dagas y alaridos nocturnos.

—Dicen que tú haces que duela, Dmitri.

En respuesta, él tiró de su cabello y le echó la cabeza hacia atrás con tanta fuerza que le arrancó lágrimas de los ojos. Valeria se lamió los labios y no se molestó en ocultar el pezón rosa oscuro que había asomado al moverse el tejido de satén.

—Tommy. Vi a Tommy allí una vez cuando me retrasé en mi turno con ella.

Honor recordaba aquel día, recordaba la elegante voz femenina que discutía con otra masculina más grave, intentando persuadirla para que le permitiera quedarse.

«—Jugaremos juntos. —El sonido de la ropa que se rozaba entre sí, el ruido húmedo de un beso lento—. Sabes que te gusta cómo juego.»

El hombre, Tommy, al final había cedido. Y los dos juntos… la habían hecho gritar.

Honor aferró la camiseta de Dmitri mientras él rodeaba la garganta de Valeria con la mano.

—¿Solo Tommy?

—Había otros, pero nunca los vi. Cada uno teníamos nuestro turno. —Sus pechos subían y bajaban, y sus labios estaban entreabiertos.

—La invitación, Valeria. —Era una orden directa—. Háblame de la invitación.

La vampira acarició los músculos duros de su pecho con unas manos posesivas que Honor, deseó hacer añicos.

—Está en mi dormitorio, en el cajón superior de la mesilla que hay junto a la cama. —Sus dedos descendieron para subirle la camiseta y dejar expuesta la piel cálida y bronceada—. Te la mostraré cuando subas. —Una vez más, su mirada se clavó en Honor—. La deseo.

Fue entonces cuando Dmitri sonrió, arqueó el cuello de Valeria una vez más… y le rebanó la garganta con la misma falta de emoción que un gato aniquilando a su presa. La pesada hoja del cuchillo emitió un destello plateado bajo el sol de la mañana.

La vampira se rodeó la garganta con las manos, pero él la sujetó por el cuello y la estampó contra la pared sin retirar la daga.

—No la saques —ordenó cuando Valeria se disponía a hacer justo eso—, o te cortaré las manos.

Honor había desenfundado la pistola en cuanto se produjo el primer corte, pero en esos momentos enfrentó la mirada de Dmitri, que la observaba con una ceja enarcada. Ella negó con la cabeza.

—No puedo pegarle un tiro ahora.

No cuando la vampira estaba atrapada como un insecto. El satén rojo de la bata tenía un tono húmedo y oscuro que resaltaba aún más el matiz cremoso de su piel.

Cuando Dmitri se acercó a ella, Honor se dio cuenta de que, a pesar de haber realizado un corte arterial, solo se había manchado de sangre la mano con la que sujetaba el cuello a Valeria. Y eso la llevó a la espeluznante conclusión de que ya había hecho aquello antes.

—Eres demasiado humana—dijo él, que le acarició la barbilla con los dedos de la mano limpia. Luego sacó las rosas de un jarrón y utilizó el agua que contenía para lavarse la mano manchada de sangre.

Sí, pensó Honor, y sintió una bienvenida consternación, una confirmación de que había conservado su alma a pesar de los horrores sufridos en aquel foso donde Valeria, Tommy y sus grotescos amigos la habían utilizado hasta hacer jirones su espíritu. Rodeó a Dmitri para enfrentarse a la vampira.

—¿Hay algo más que quieras compartir sobre mi secuestro y tortura? —le dijo al monstruo que la miraba con los ojos azules desorbitados.

Dmitri se sentó en la chaise—longue y estiró el brazo para coger un bombón del cuenco de cristal que había en una mesa cercana. Cuando Valeria le enseñó los dientes a Honor y se negó a responder la pregunta, Dmitri le pegó un tiro en el muslo, casi en el sitio exacto donde a la vampira le gustaba alimentarse.

Valeria dejó escapar un grito agudo y estridente.

Honor entendía que los castigos para mortales e inmortales no fueran los mismos, ya que los últimos eran capaces de recuperarse de heridas muy graves. Sin embargo, nunca había presenciado en primera fila lo despiadados que podían llegar a ser.

—¿Es que no te importa nada? —le preguntó a Dmitri cuando los gritos de Valeria se transformaron en sollozos.

Él hizo un gesto de indiferencia, y sus hombros musculosos se movieron con elegancia bajo la fina camiseta de algodón.

—No. —Dejó la pistola al lado del cuenco de cristal y añadió—: Valeria, compórtate como una buena anfitriona y responde a la pregunta de Honor —añadió antes de meterse otro bombón en la boca.

—No sé nada más —gimoteó la vampira, que tenía los ojos rojos y llenos de lágrimas—. So—solo lo de To—Tommy.

—Bueno, no te preocupes —dijo Honor, que recordó cómo Valeria había lamido sus lágrimas, lo mucho que se había reído cuando ella gritaba hasta desgarrarse la garganta y quedarse afónica—, encontraremos a Tommy.

Valeria debió de detectar algo en su voz, porque de pronto la vampira la miró con una expresión atemorizada que Honor jamás habría esperado en una criatura tan antigua y poderosa.

—Fue él quien lo hizo todo, ¿lo recuerdas? —dijo Valeria, que, en cuanto la herida comenzó a curarse, volvió a llevarse las manos a la garganta para arrancarse el cuchillo de caza.

—Yo no lo haría. —Dmitri se comió otro bombón.

Valeria bajó las manos con un espasmo de miedo, y continuó dirigiéndose a Honor con los ojos llenos de lágrimas.

—Fue él quien te hizo daño… Yo solo quería alimentarme.

Sí, Tommy le había hecho daño como únicamente un hombre puede hacérselo a una mujer. Pero solo porque Valeria lo había animado a hacerlo. Antes de aquello, sus ataques físicos habían sido mucho más «leves», ya que el cabrón disfrutaba con su sangre más que con cualquier otra cosa. Valeria, sin embargo, siempre se había mostrado muy creativa cuando estaba a solas con Honor en la oscuridad.

«—Vaya, ¿eso te ha dolido? —dijo riendo en susurros—. Qué mala soy… Pero es que las chicas como yo tenemos que alimentarnos…»

—Dmitri —dijo Honor—, he cambiado de opinión.

Y un momento después atravesó el otro muslo de Valeria con una bala.