12
Guardó el arma (cosa extraña si se tenía en cuenta a quién estaba a punto de dejar entrar) y abrió la puerta.
—¿Me has llamado?
Dmitri llevaba puesta una camisa blanca con el cuello desabrochado y unos pantalones negros de vestir. Tenía el cabello algo enredado, como si se lo hubiera peinado con los dedos.
Honor tuvo que apretar los puños para resistir el impulso de hacer lo mismo.
—Pasa —le dijo, con una imagen clara del aspecto que debía de tener el vampiro cuando estaba tumbado en la cama, lánguido y satisfecho.
Aunque sabía que Dmitri sería uno de esos amantes a los que les gustaba tener un control total en los momentos más íntimos, su mente insistía en mostrárselo cómodo y relajado, tumbado de espaldas con una sonrisa provocadora en la cara. Con el aspecto que cualquier hombre tendría con su amante habitual.
La idea le resultaba tan tentadora que tuvo que obligarse a rechazarla, a recordar que en realidad era un vampiro sofisticado que había saboreado todos los pecados existentes… y que no permanecería con una mujer más tiempo del que le llevara satisfacer su curiosidad.
«Me casé con ella.»
Al menos una mujer había despertado en él algo más que una efímera atracción sexual. Honor sintió el incontrolable deseo de saberlo todo sobre aquella mujer y de hacerle un millón de preguntas. No obstante, había una para la que no necesitaba respuesta: era evidente que Dmitri había pronunciado sus votos matrimoniales hacía mucho, muchísimo tiempo. Aquel hombre ya no existía y muy probablemente no había existido desde hacía siglos.
—Tengo algo que enseñarte —dijo, incapaz de comprender el extraño dolor que sentía dentro.
El vampiro la siguió hasta la mesa y la escuchó en silencio.
—Estoy casi segura —dijo después de explicarle el proceso que la había llevado a aquella conclusión— de que esto es un nombre. —Señaló un grupo de símbolos en particular—. El ejemplo con el que tengo que trabajar es tan pequeño que es posible que me equivoque, pero creo que suena como Asis, o Esis, o algo parecido.
Dmitri se quedó muy, muy callado.
—Isis.
Honor sintió como si una mano esquelética se cerrase sobre su garganta y apretase con fuerza.
—Háblame de ella.
El rostro de Dmitri se llenó de marcadas arrugas, y sus ojos parecían distantes e insondables.
—Dmitri…
De algún modo, su mano había acabado en el antebrazo del vampiro. Sentía su piel caliente y los tendones tensos a través del fino tejido de la camisa.
—No deberías tocarme en estos momentos, Honor —señaló Dmitri con una expresión que no revelaba nada.
La cazadora apartó la mano a toda prisa, aunque el miedo que sentía no tenía nada que ver con él. Era un miedo impregnado en sus huesos, un miedo que había aflorado a la superficie tras la mención de un nombre que no significaba nada… y que aun así despertaba en ella no solo miedo, sino una cólera que iba más allá de la furia, más allá de la ira.
—Cuéntamelo.
—Isis fue el ángel que me convirtió —dijo con un extraño tono calmado—. Y por ese motivo le clavé un puñal en el corazón y la corté en pedacitos.
Honor sintió un placer perverso y salvaje mezclado con una atormentadora desesperación. Desconcertada, soltó el bolígrafo que había utilizado para explicar sus razonamientos y se apartó con torpeza de la mesa.
Dmitri no le quitó los ojos de encima mientras ella se hundía las manos en el cabello para soltar el prendedor de la nuca, al tiempo que se dirigía a la cocina a trompicones.
—Fui allí donde vi este código —añadió. Lo había visto en el escritorio de Isis, al principio, cuando el ángel lo llevó a sus aposentos—. Ella lo llamaba «su pequeño secreto», pero sus cortesanos y amigos debían de conocerlo, porque les escribía notas utilizando ese código. —Demasiados inmortales para señalar un nombre, pero pondría en marcha aquella línea de investigación.
En esos momentos, era Honor quien acaparaba su atención.
La cazadora empezó a preparar té con los movimientos mecánicos de quien ha realizado a menudo esa misma tarea… y, sin embargo, ahora concentraba toda su atención en cada paso del proceso. El tipo de cosas que hacía Ingrede cuando necesitaba calmarse.
—¿Qué sabes de Isis? —le preguntó Dmitri en un susurro mientras se inclinaba sobre el banco que separaba la cocina de la zona del salón comedor.
Como el espacio estaba abierto a ambos lados, no podría impedir que saliera, pero Honor, pese a lo esquiva que era, no parecía querer huir de él. En esos momentos, mientras derramaba el agua hirviendo en una tetera de cristal, los blancos nudillos se marcaban bajo la piel, como si mantuviera una intensa lucha consigo misma.
—Nada —respondió ella al tiempo que soltaba la tetera caliente y dejaba en remojo el té de color rojo anaranjado—. Aunque me gustaría bailar sobre su tumba.
La emoción que destilaba su voz se parecía mucho a la que sentía Dmitri.
—No hay ninguna tumba —dijo él mientras observaba aquellos ojos verde oscuro llenos de secretos—. Nos aseguramos de que no quedara nada de ella. —Aunque daba la impresión de que algo sí había sobrevivido. Un trozo perverso que intentaba echar raíces.
—¿«Nos aseguramos»? ¿Quiénes?
Dmitri no vio ningún motivo para no contarle la verdad. Nunca había sido un secreto.
—Rafael estaba conmigo. Matamos a Isis juntos. —El vínculo que habían forjado en aquella estancia bajo el torreón, impregnada de dolor y manchada con la sangre y las vísceras de Isis, no se rompería jamás.
Honor apoyó una mano en la encimera. Luego lo miró con aquellos ojos que podrían haber sido los de una inmortal y formuló una pregunta que jamás habría esperado de la mujer que había entrado por primera vez en su despacho.
—¿Quién eras antes de Isis, Dmitri?
«—Lo rompí. —Un susurro desconsolado.
—Déjame ver.
—¿Se lo dirás a mamá?
—Será nuestro secreto. Mira, ya está arreglado.
—Misha, Dmitri, ¿qué estáis tramando?
—¡Es un secreto, mamá!
Risas dulces, femeninas y familiares, seguidas de los pasos tranquilos de Ingrede. Con el vientre hinchado por el embarazo, besó primero a su hijo y después a su sonriente esposo.»
—Era otro hombre —respondió, inquieto por la poderosa atracción que sentía por Honor.
Sí, se había sumergido en una vida de depravación cuando su mundo quedó reducido a cenizas; sí, había denigrado su alma y se había entregado a todos los vicios imaginables en un esfuerzo por mitigar el dolor; pero nunca, jamás, había traicionado a Ingrede en lo que más importaba. Su corazón había permanecido intacto, encerrado en piedra.
«—Te amaré incluso cuando me haya convertido en polvo.»
Era improbable que aquella cazadora maltratada lo tentara hasta el punto de hacerle romper esa promesa… pero no podía negarse que Honor albergaba en su interior profundidades insondables. Profundidades que él deseaba explorar.
—Disparas muy bien —dijo.
Ella se encogió de hombros.
—Practico bastante, y no se puede decir que Valeria fuera un blanco móvil. —Su frente se llenó de arrugas—. Debería sentirme mal por haberme aprovechado de que estuviera clavada a la pared como una mariposa, pero no es así. ¿En qué me convierte eso?
—En un ser humano. Imperfecto.
—Lo raro es que en realidad me siento mejor.
Estiró el brazo para abrir una de las alacenas superiores y el movimiento tensó un poco la sudadera gris sobre sus pechos, pero ni de lejos lo suficiente para mostrar el maravilloso cuerpo que Dmitri sabía que había debajo.
Mmm…
El vampiro se dio la vuelta y empezó a pasearse por el apartamento.
—Ese es un lugar privado, Dmitri —le dijo Honor cuando se encaminó hacia lo que suponía era su dormitorio.
Dmitri no le hizo ni caso.
Y la oyó soltar una retahíla de maldiciones.
Sin embargo, ya estaba junto a su armario cuando ella rodeó la encimera para seguirlo.
—¿Qué crees que estás haciendo?
—Ver quién eras tú antes de Valeria y de Tommy. —Sacó un vestido rojo muy corto, con escote pronunciado y sin espalda—. Esto sí que me gusta.
Honor le arrebató la percha con las mejillas tan rojas como el vestido.
—Nunca me he puesto esto, si de verdad quieres saberlo. Fue un regalo de un amigo.
El entusiasmo de Dmitri se enfrió un poco.
—Es el tipo de vestido que compraría un hombre.
—O una amiga a quien le gusta presionarme un poco —murmuró mientras volvía a guardar el vestido en el armario—. Vamos, lárgate de aquí.
En lugar de hacerlo, Dmitri sacó otras prendas y las arrojó sobre la cama. Camisas y tops sencillos en su mayoría, pero todos ajustados. Nada parecido a las sudaderas y camisetas sin forma que solía llevar ahora.
—Vístete como es debido y te enseñaré algo que nunca has visto antes.
Honor lo fulminó con la mirada y empezó a guardar la ropa.
—Resulta que estoy trabajando. El tatuaje no se descifrará solo.
Una furia gélida recorrió las venas de Dmitri ante aquel recordatorio de Isis. Cerró las puertas del armario con deliberada delicadeza.
—Por lo que he podido ver —dijo con voz calmada—, no has avanzado mucho.
Honor soltó un largo suspiro.
—Estoy a punto de descifrarlo. Lo tengo en la punta de la lengua.
—Un descanso te ayudará.
Mientras ella se vestía, Dmitri haría unas cuantas llamadas, y una de ellas sería a Jason. Si alguien intentaba revivir o rendirle honores a Isis de alguna manera, él quería saberlo. Para poder arrancar de raíz semejante obscenidad.
Hubo movimientos. Honor se acercó al tocador para coger una brocha.
—¿Adónde vamos?
—Lo averiguarás cuando lleguemos.
Ella lo miró con los ojos entrecerrados.
—Sal para que pueda vestirme.
—No tardes mucho.
El vampiro escapó de su mirada asesina y empezó a hacer las llamadas. Jason no había oído nada relacionado con un ángel llamado Isis, pero prometió alertar a su red de espionaje. Acto seguido, Dmitri se puso en contacto con Illium y le pidió que informara al resto de los Siete. La última llamada fue para Rafael.
La respuesta del arcángel fue sencilla.
—¿Estás seguro?
—Sí —respondió él, que había entendido muy bien qué le preguntaba—. Yo me encargaré de todo.
Isis era su pesadilla.
Después de colgar, se dedicó a contemplar Manhattan, todavía inundada por el beso gris de la noche, y la Torre que se erguía en el horizonte. De pronto, el aroma de las flores silvestres se hizo más intenso. Ese aroma despertó ciertas emociones que había enterrado mucho tiempo atrás y le hizo recordar al hombre mortal que había sido en otra época. Habían pasado tantos siglos desde entonces que, entretanto, habían surgido y caído civilizaciones enteras.
—Vámonos.
Se volvió para ver a Honor ataviada con unos vaqueros anchos y una camisa blanca holgada.
—Te he dicho que te vistieras como es debido. —Sabía muy bien lo que ella pretendía con aquella ropa tan suelta, y eso hizo que le hablara con dureza—. El mero hecho de que los depredadores no puedan verte bien no significa que no te consideren carne fresca.
La furia dibujó manchas rojas en sus mejillas.
—Que te jodan, Dmitri.
—¿Ahora? —Le dedicó una sonrisa provocativa—. Entonces ven aquí, encanto.
Vio que los dedos de la cazadora se flexionaban y supo que luchaba contra el impulso de sacar la pistola para hacerle un agujero en el corazón.
—¿Sabes una cosa? —preguntó Honor—. Creo que prefiero estar sola. Lárgate.
—No seas patética, Honor —replicó, muy consciente de las dolorosas teclas que estaba apretando—. Si Valeria todavía tuviera lengua, cosa que dudo mucho, se estaría mofando de lo que te hizo.
Honor se quedó inmóvil.
—Creo que estoy empezando a odiarte.
—Me da igual. —Había fuerza en el odio. Gracias a esa fuerza había sobrevivido en la mazmorra de Isis—. Eso hará que tenerte desnuda y húmeda para recibirme sea aún más dulce.
Sin mediar palabra, Honor regresó a toda prisa a su habitación y cerró de un portazo. Diez largos minutos después volvió a aparecer. En esa ocasión, se había recogido el cabello en una coleta tirante y llevaba unos vaqueros muy ceñidos metidos dentro de unas botas negras que le llegaban hasta la rodilla. El broche final era una camiseta ajustada negra sobre la que se había puesto una cazadora de cuero del mismo color.
Dmitri no se había equivocado. Tenía unos pechos grandes y un cuerpo increíble.
Avanzó hasta que estuvo a escasos centímetros del cuerpo de aquella mujer que casi temblaba de furia y estiró el brazo para tocarla, presa de un impulso irrefrenable.
Una serie de movimientos rápidos, un codo en su pecho, una patada de barrido en las piernas… y de repente se encontró tumbado en el suelo, mirando a una Honor que no era en absoluto una víctima.
Dmitri se echó a reír.
Honor no sabía qué había esperado, pero desde luego no era aquella risa profunda, masculina y apasionadamente real. Cuando el vampiro alzó una mano hacia ella, Honor la ignoró… aunque le resultó difícil, ya que deseaba sentarse a horcajadas sobre aquel hermoso cuerpo y agacharse para besar aquellos labios sensuales que reían sin parar. Como si Dmitri no acabara de darle una estocada con su afilada lengua…
La carcajada acabó en una sonrisa muy, muy masculina.
—Ven aquí —le dijo él.
En lugar de hacer lo que le pedía, Honor se acercó a la puerta… pero ya no estaba tan segura de poder ganar la batalla contra la locura que moraba en su interior. Una locura que llevaba grabado el nombre de Dmitri.
Se quedó pasmada cuando Dmitri detuvo el coche en la parte de atrás de un discreto edificio negro del Soho.
—Cabrón… —dijo con un hilo de voz.
Erotique era el club predilecto de los vampiros más importantes. Los que lo atendían, en su mayoría humanos, aunque también había algunos vampiros de reciente creación, habían sido entrenados para relacionarse con los más antiguos de los inmortales. En opinión de muchos, las bailarinas que actuaban dentro de sus lujosas paredes eran las «geishas de Occidente».
Dmitri colocó la mano detrás de su asiento y la miró con una expresión que parecía divertida… siempre que uno no se fijara en sus ojos fríos y brutales.
—Hay altas probabilidades —dijo con una voz que sonó como si sus pechos rozaran satén negro— de que al menos uno de los vampiros que conozcas esta noche ya te haya probado.
«—Vamos, cazadora, grita un poco más. Tu sangre sabe mejor cuando gritas.»
A Honor se le nubló la vista y se quedó sin respiración. De pronto se dio cuenta de que tenía la pistola en la mano, apuntando a la cabeza de Dmitri, y ni siquiera sabía cuándo la había sacado de la funda del hombro.
—Me voy.
Dmitri se movió a la velocidad de la luz. Se apoderó de la pistola y situó su rostro sensual a escasos centímetros del de ella.
—Provócalos mostrándoles que sigues viva, Honor. O huye como un conejo asustado. Lo que prefieras.
La violencia que sentía dentro necesitaba liberarse. Quería golpear a Dmitri, maldito fuera.
—¿Y a ti qué más te da? —susurró con furia—. Solo soy tu nuevo juguete.
—Es cierto. —El vampiro le acarició la mejilla con el cañón de la pistola—. Pero no me resulta divertido jugar con alguien que ya está medio muerto. —Le dejó el arma en el regazo, abrió la puerta y salió del coche—. Es raro que a veces me la recuerdes, porque no tienes ni una pizca de su coraje —murmuró mientras cerraba la puerta.
Honor lo miró fijamente mientras se alejaba hacia la entrada del club y la dejaba sola en el coche. Sintió el peso del arma cuando volvió a guardarla en la funda. Las palabras de Dmitri estaban destinadas a provocar una reacción, y lo habían conseguido. Con mucho éxito.
«—Ya no me diviertes, cazadora. Esperaba más resistencia.»
Salió disparada del vehículo en pos de Dmitri. El vampiro echó un vistazo por encima del hombro y esperó a que lo alcanzara.
—Intenta no dispararle a nadie —dijo en un lento ronroneo que acarició los sentidos de Honor con tanta intimidad y erotismo como la sinuosa esencia de las rosas a medianoche—. Tenemos que hablar con varias personas.
En aquel momento llegaron a la puerta, que el encargado ya había abierto para ellos.
—Señor —lo saludó el tipo sin atreverse a mirar a Honor.
—Parecía sorprendido —dijo la cazadora una vez que estuvieron dentro del pasillo trasero—. ¿No vienes por aquí a menudo?
—No. —Mientras seguían la voz ronca de una cantante de jazz, procedente de algún lugar a su izquierda, inclinó la cabeza hacia ella y añadió—: Todos darán por sentado que me acuesto contigo.