18
Honor había reducido la distancia que los separaba y en esos momentos se encontraba a su lado, tan cerca que le rozaba el hombro con la pierna.
—Los devolví todos —continuó Dmitri—, pero ella no se ofendió. —Isis creyó que quería más, que se tenía en más alta estima—. Al sencillo umbral del hogar de mi granja comenzaron a llegar lingotes de oro puro, espadas enjoyadas… un torrente de tesoros que habría hecho enorgullecerse a un dragón.
«—Ni siquiera sabía que había cosas tan hermosas, Dmitri.
Él levantó la vista y atisbo miedo en los entrañables ojos castaño oscuro de su mujer.
—Mi esposa eres tú, Ingrede, no Isis. —Lo enfurecía que ella pudiera dudar, y eso endureció su tono de voz.
—Sé que no romperías tus votos matrimoniales, esposo. —Colocó la manta que envolvía al bebé con manos temblorosas—. Pero mucho me temo que esa ángel te poseerá de todas formas.»
Dimitri había hecho caso omiso a aquellas preocupaciones de Ingrede porque él no era más que un granjero, un don nadie.
—Creí que al final se hartaría de mis rechazos y seguiría con su vida. —Había sido un estúpido, un ingenuo, pero eso solo lo veía ahora—. Pero, al igual que Michaela —dijo, refiriéndose a la arcángel a quien muchísima gente consideraba la mujer más hermosa del mundo—, Isis estaba acostumbrada a conseguir todo lo que quería.
Los vampiros de Isis lo habían secuestrado cuando regresaba a casa tras una visita a los mercados, con un dulce para Misha en un bolsillo y un bonito lazo para su esposa en el otro. Para la benjamina, que era muy pequeña, había comprado un trozo de madera perfumada para hacerle un sonajero. Puesto que había visto acercarse a las criaturas de Isis, tuvo tiempo de darle el dulce a Misha, de acariciar la suave mejilla de su hija dormida y de darle un beso de despedida a su preciosa y fuerte esposa.
Jamás olvidaría las palabras que ella le dijo aquel día, el amor que le había demostrado a pesar de que sabía que pronto estaría en la cama de otra mujer, traicionando los votos que había pronunciado una brillante mañana de primavera antes del nacimiento de Misha.
«—¿Podrás perdonarme, Ingrede? ¿Me perdonarás lo que debo hacer?
—Libras una batalla. —Le acarició la mejilla con la mano—. Haces esto para protegernos. No hay nada que perdonar.»
—Si hubiera aceptado desde el principio —dijo en esos momentos, tragándose la rabia y la angustia que nunca habían desaparecido—, creo que Isis me habría utilizado y luego se habría desecho de mí. Podría haberme ido a casa. —Con la única mujer a la que había amado, con su hijo, con su hija—. Pero como dejé claro que no la deseaba, jugó conmigo como un gato con un ratón.
Al principio se lo había llevado a la cama, complacida con el hecho de que él no podía negarse.
«—Tienes unos hijos preciosos, Dmitri. Tan jóvenes… tan fáciles de romper.»
Más tarde, cuando se hartó de él, hizo que lo encerraran en las entrañas frías y mohosas de su gran castillo, donde lo convirtió con metódico cuidado. Tan solo cuando la Conversión se hubo completado, una vez su cuerpo se hubo fortalecido lo bastante para soportar los daños, lo desnudaron y lo encadenaron con las extremidades extendidas para dejar todas las partes de su anatomía expuestas.
—Empezó con un látigo coronado por una afilada punta de metal.
—Basta, Dmitri. —Honor enterró la mano en su cabello—. No puedo soportarlo.
Dmitri percibió sus lágrimas, y aquello lo dejó atónito. Honor había estado a punto de morir en aquel agujero infernal en el que la habían encerrado durante dos meses interminables, pero según los informes psiquiátricos, no había llorado ni una sola vez en los meses que pasó en el hospital. Ni una vez. Los médicos estaban intranquilos; les preocupaba la posibilidad de que explotara de alguna forma si seguía interiorizando sus emociones.
Sin embargo, cuando se arrodilló sobre las piedras a su lado y le cubrió el rostro con las manos (algo que no le había permitido hacer a ninguna mujer en casi mil años), sus ojos estaban llenos de lágrimas.
Dmitri extendió el brazo y dibujó con el dedo el reguero que una de ellas había dejado desde la mejilla hasta la mandíbula, donde atrapó la gota y se la llevó a la boca. El sabor salado le resultó extraño, desconocido. Él tampoco había llorado. No desde el día en que le partió el cuello a su propio hijo.
—En mi época —dijo—, la gente creía en las brujas. ¿Eres una bruja, Honor? ¿Cómo consigues que te cuente todas estas cosas?
Le había hecho que volviera a abrir heridas que habían conservado la costra durante tanto tiempo que habitualmente no recordaba que existían.
La cazadora siguió sujetando su rostro con manos dulces y tiernas mientras inclinaba la cabeza para apoyar la frente en la suya.
—No soy bruja, Dmitri. Si lo fuera, sabría cómo curarte.
Se trataba de un comentario extraño, ya que era ella quien había sufrido heridas.
Dmitri podría haberse enfurecido por su arrogancia, pero lo que sentía por Honor no era fácil de entender.
—Cuéntamelo —le ordenó.
Ella bajó las manos, se puso en pie y caminó hasta la orilla del arroyo, donde el agua le lamía las botas en su camino colina abajo entre la espesura del bosque. Dmitri se incorporó también y se situó a su lado. Honor tardó un rato en empezar a hablar, pero cuando lo hizo, Dmitri recordó una época en la que había vivido solo para la espada.
Había aprendido a luchar al lado de Rafael, y había pasado de ser un sencillo labrador a un hombre que solo conocía la siniestra caricia de la muerte. Ninguna otra cosa había aplacado la furia que lo había embargado durante décadas, durante siglos. Lo único bueno era que había sido Convertido en una época cuajada de sangrientas batallas entre inmortales, y que por tanto su espada siempre tenía un sitio en el que hundirse. Aquella época había quedado atrás hacía muchísimo tiempo, pero Dmitri no había perdido su destreza letal.
—Había un hombre —empezó Honor, que había fijado la mirada en un punto por encima de las aguas, pero en realidad no veía el bosque salpicado de luz dorada—. El que estaba al mando. —Con los ojos vendados, solo había sido capaz de percibir el aroma a pino de la loción para el afeitado… y su desagradable presencia—. Me provocaba con la posibilidad de convencerlo para que me soltara.
En lugar de callarse, tomó la decisión de seguir hablando, porque la voz era la única arma que poseía.
—Cuando se marchó el primer día, me abofeteó tan fuerte que me pitaron los oídos. —Se había quedado desconcertada ante aquel golpe inesperado que le había hecho sangrar la parte interna del carrillo—. No volví a verlo en todo un día. —Estaba desnuda y atada al suelo de cemento, amarrada a un anillo metálico.
Furiosa y decidida, se había pasado todo el día intentando liberar una de sus manos. Había llegado incluso a tomar la decisión de romperse la muñeca para conseguirlo. Pero las ataduras estaban demasiado apretadas, demasiado bien colocadas.
—Cuando regresó, se disculpó, aflojó las cadenas después de volver a colgarme de los brazos y me dio algo para beber.
—Honor había tragado el líquido con ansia, consciente de que necesitaría todas sus fuerzas si quería sobrevivir—. Quería someterme hasta tal punto de que llegara a agradecerle que me dejara vivir. —Pero Honor había superado el curso de guerra psicológica de la Academia, y estaba preparada para la posibilidad de convertirse en una rehén.
Quizá el curso no hubiera sido suficiente, dada la duración de su cautiverio, pero también se había criado en trece hogares de acogida distintos: algunos buenos; la mayoría, pasables; otros, horrorosos. Y aquella experiencia le había enseñado una cosa: siempre, siempre debía buscar bajo la superficie para ver el verdadero rostro de una persona.
—No sé cuántos días continuó con esa táctica. Perdí el sentido del tiempo muy rápido.
Puesto que únicamente se podía acceder a su prisión mediante una escalera interior, no había podido ver ninguna luz que la orientara cuando se abría la puerta.
—Traté de seguirle el juego, pero él se dio cuenta de que intentaba manipularlo.
Se obligó a contarle a Dmitri todo lo demás. Era la primera vez que hablaba de aquello con alguien, y ese alguien era Dmitri… aunque tal vez siempre hubiera sido él.
—Se alimentó de mí, de mi garganta. Su mano… no dejaba de tocarme. —Una asquerosa parodia de la caricia de un amante. El hecho de que la tocara con dulzura no quería decir que no fuera una violación—. Después me susurró que sabía que había sido el primero. —Y era cierto. Siempre le había repugnado la idea de permitir que alguien se alimentara de ella. Y no era solo desagrado, sino una profunda y nauseabunda aversión de una intensidad inexplicable—. Creo que por eso me eligió.
—Tenía un plan —dijo Dmitri con un tono de voz glacial—, y la paciencia necesaria para llevarlo a cabo. Si a eso le añades que conocía los gustos de Valeria, Tommy y los demás, es evidente que buscamos a un vampiro fuerte de al menos trescientos años. Nadie más joven habría podido ganarse la confianza del resto.
—Sí. —Su tono práctico lo hacía todo más fácil. Hacía que se sintiera una cazadora, y no una víctima—. Me dio la impresión de que su acento… Era moderno casi siempre, pero en ocasiones utilizaba palabras o expresiones en desuso.
—¿Cómo iba vestido?
A Honor se le cerró la garganta al acordarse de la sensación del cuerpo de su atacante pegado al suyo. Recordar la presión de su erección hizo que lo poco que había comido se le subiera a la garganta.
—Trajes de chaqueta cruzada. —Aún podía sentir los botones clavados en la piel.
—Eso eliminaría de la ecuación a algunos de los más antiguos —la voz de Dmitri no tenía ni rastro de emoción—, pero no pienso descartarlos todavía.
—Sí, es inteligente y podría haber alterado su estilo habitual. —Honor vio a un gavilán de cola rayada que los sobrevolaba aprovechando una corriente de aire caliente y siguió su avance por encima de los árboles—. La casa donde me encontraron estaba en medio de un proyecto de viviendas abandonado situado a una hora de Stamford.
—Leí el expediente.
Honor cambió de posición para mirarlo de frente… y estuvo a punto de caerse hacia atrás al ver la rabia descontrolada que ardía en sus ojos oscuros.
—Dmitri…
Él no respondió. Su cabello flotaba con la brisa que discurría entre los árboles y dejaba expuestas las líneas brutales de un rostro de tal sensualidad que Honor entendió por qué un ángel se había obsesionado con conseguirlo. Sin embargo, aquella ángel, Isis, le había hecho daño… y esa idea provocaba una cólera incendiaria en su alma, tan profunda como si hubiera formado parte de ella desde el día en que nació.
—Tengo que volver a Manhattan —dijo Dmitri al final antes de volver la cabeza en dirección al claro donde los aguardaba el helicóptero.
En esos momentos parecía muy distante, un hombre que no seguía más reglas que las suyas. Sin embargo, la esperó en la linde del bosque y acortó las zancadas para acompasarlas a las de ella. Honor no cometió el error de creer que eso significaba que tenía algún derecho sobre él.
Fuera la que fuese la atracción que los unía, era una emoción frágil, casi quebradiza. Y Dmitri era cualquier cosa menos eso. Era un hombre forjado en ríos de sangre.
Sin embargo, una vez había vivido en un pueblecito donde se había ganado la vida trabajando la tierra. Una vida sencilla; una vida por la que había rechazado las insinuaciones de Isis, un ángel de renombrada belleza. La mayoría de los hombres habrían aceptado aquella invitación, aunque solo fuera para disfrutar de la novedad. Quizá él fuera demasiado orgulloso para convertirse en el juguete de un ángel… o quizá ya le hubiera entregado su corazón a otra.
Honor notó un escalofrío, una inconfundible sensación de orgullo.
Sin embargo, se tragó la pregunta que tenía en la punta de la lengua… La pregunta sobre la mujer cuyo recuerdo había puesto una nota íntima en la voz del vampiro la única vez que la había mencionado. Y no porque aquel no fuera el lugar o el momento apropiado para hacerlo, sino porque fuera cual fuese la respuesta, no le haría ningún bien. Dmitri era de los que caminaban solos por la vida.
—¿Alguna novedad sobre el tatuaje? —preguntó en cambio.
—Los tres tatuadores expertos a los que consultamos estuvieron de acuerdo en que, a pesar de la complejidad aparente, el trabajo era obra de un aficionado.
—Mierda. —Eso significaba que sería mucho más difícil dar con el autor—. ¿Y sobre los que podrían serle fieles a Isis?
—El nombre de Isis parece muerto, olvidado. —Dmitri se dio la vuelta para mirarla. Se había detenido a la sombra de un árbol con ramas delicadas de las que colgaban hojas temblorosas, y la zona de alrededor se hallaba relativamente despejada—. Sea quien sea el que intenta resucitarla, mantiene sus intenciones en secreto.
—¿Por devoción, tal vez? —Honor lo miró a los ojos, y vio en ellos un millón de secretos envueltos por las sombras aterciopeladas de la violencia y el dolor—. Si él, o ella, ha adorado a Isis tanto tiempo, debe de considerarla su diosa. —Una deidad demasiado valiosa para ensuciarla con el escrutinio de aquellos que podrían mirarla con ojos envidiosos.
—Tal vez. —Dmitri le acarició la cara con la mano sin romper la intimidad del contacto visual.
A Honor ya no le resultaba extraño, ni irritante, sentir la calidez del vampiro sobre la piel. Se le aceleró el corazón, sí, pero a cualquier mujer le habría pasado lo mismo ante la caricia de una criatura tan increíblemente atractiva. Por instinto, cubrió su rostro con las manos cuando el vampiro la envolvió con las eróticas esencias del chocolate amargo y el oro líquido e inclinó la cabeza para besarla.
Hubo un destello negro, vacío… y de pronto Honor se encontraba al otro lado del claro. Contempló el cuchillo que tenía en la mano y luego a Dmitri… y contuvo un grito.
—¿Te he cortado mucho? —Era una pregunta brusca, matizada por la furia, la desesperación y una amarga sensación de fracaso.
El vampiro levantó una mano para mostrar el tajo diagonal que tenía en la palma.
—Nada de importancia.
Esa misma herida en un humano podría haber supuesto la inutilización de los nervios de la mano. Honor limpió el cuchillo con unas cuantas hojas secas y volvió a guardárselo en el tobillo. Hundió los dedos en su cabello suelto. Respiraba como si hubiera corrido una maratón.
—Bueno, eso lo dice todo, ¿no? —La distancia que separaba los sueños de la realidad era un abismo insalvable.
Una gota de sangre recorrió los dedos de Dmitri antes de caer al suelo en rojo silencio. El vampiro enarcó una ceja.
—Lo único que aclara es que tengo que ser más rápido.
Honor soltó una risotada amarga.
—Eres muy rápido. —Un vampiro con su edad y su fuerza podría romperle el cuello sin que lo viera venir—. Estás dejando que te haga daño.
—No, Honor. Yo no permito que nadie me haga daño. Lo que ocurre es que te estaba mirando la boca, y no la mano del cuchillo. La próxima vez te quitaré primero todas las armas.
La arrogancia del comentario abrió una brecha en la espinosa mezcla de emociones desagradables y le provocó una oleada de calidez.
—¿En serio? Bueno, en ese caso la próxima vez te cortaré la mano —dijo, aunque la idea de derramar su sangre le provocaba una aversión visceral, instintiva.
—Acepto, siempre y cuando entiendas —se acercó a ella poco a poco y deslizó el dedo por su labio inferior. La esencia del humo era tan palpable como la caricia de un amante, y la tocó en lugares que la dejaron sin respiración— que habrá una próxima vez.
Honor nunca llegaría a saber qué habría respondido a aquel comentario, ya que en ese momento apareció un viento fuerte seguido de un ángel con alas blancas y doradas, que aterrizó a pocos pasos de distancia. A Honor se le aceleró el corazón. La mayoría de los mortales que conocían al arcángel de Nueva York acababan muertos.
Fue entonces cuando aquellos ojos de un azul absoluto e implacable se posaron sobre ella. Unos ojos hermosos más allá de toda descripción… y carentes de toda piedad. El instante quedó suspendido en el tiempo, y Honor se dio cuenta de que estaba siendo juzgada. Su muerte, pensó, significaría tan poco para el arcángel como la de un insecto.
Madre de Dios…
¿Cómo era posible que Elena considerase a aquella criatura su pareja y la aceptase en su cama?
—Rafael…
El arcángel centró su atención en Dmitri mientras plegaba las alas.
—Ha ocurrido un segundo incidente.
Honor cogió aire para aliviar la presión que sentía en el pecho y levantó la cabeza de golpe al escuchar la pregunta de Dmitri.
—¿En otro lugar público?
—No. Dejaron a la víctima en un almacén dirigido por un vampiro a quien todavía le faltan diez años para cumplir su Contrato.
—Para que la Torre se enterara de inmediato de la aparición del cadáver. —Dmitri hablaba con el arcángel con una familiaridad que dejaba claro que su relación no era la de un siervo y su señor—. Podrías habérmelo contado sin volar hasta aquí.
Rafael echó un vistazo a Honor.
—Déjanos a solas.
Nadie le había hablado nunca en aquel tono.
—Podría… —dijo, sin saber muy bien de dónde había sacado las agallas necesarias para enfrentarse a aquel ser que le ponía los pelos de punta. Seguro que las había sacado de una parte de su cerebro que carecía de sentido común—… ayudar en algo.
El arcángel de Nueva York la miró durante un largo y escalofriante momento.
—Quizá. Pero no es cosa tuya decidirlo.
Dmitri esbozó una leve sonrisa al contemplar el rostro de la cazadora.
—Vete, Honor. Me aseguraré de que te permitan examinar el cadáver.
Resultaba exasperante verse despachada así, como si fuera una niñata pretenciosa, pero era lo bastante lista para saber que no se trataba de algo personal. Puede que Rafael hubiera aceptado a una cazadora como su consorte, pero no era, ni sería nunca, nada parecido a un mortal.
Honor se dio la vuelta y se dirigió al arroyo una vez más.
En lo que se refería a Dmitri… ya saldaría cuentas con él más tarde.