16
Cuando Elena entró en la biblioteca del hogar que compartía con Rafael en el Enclave del Ángel, arrastrando las puntas blanco doradas de sus alas por la alfombra, Dmitri la envolvió con las esencias del whisky y las rosas florecidas a medianoche, ricas y seductoras.
La cazadora del Gremio apretó la mandíbula y lo miró con los ojos entrecerrados.
—Un intento patético, Dmitri.
Lo había sido. Estaba concentrado en otra mujer.
—Solo pretendía ser amable.
Elena era más sensible a su habilidad que ninguna mujer que hubiera conocido, probablemente por la horrible masacre que había puesto fin a su infancia.
Dmitri habría abrazado y protegido a la niña que había sido, pero no podía (y no quería) apiadarse de la adulta… Porque él no era el único vampiro capaz de encandilar con las esencias. Los demás miembros del Grupo no vacilarían a la hora de utilizar ese punto débil de Elena contra ella. Y Elena era el corazón de Rafael.
—Ya me he enterado de lo de Ho… De lo de Pesar. —Su expresión era solemne y sus palabras, tranquilas—. ¿Cómo está?
—Inquieta. —El futuro de la chica pendía de un hilo que podía romperse con un único acto de brutalidad—. Hoy actuó en defensa propia, pero parece incapaz de controlar o canalizar la violencia.
Elena volvió la cabeza hacia la puerta un instante antes de que Dmitri percibiera la presencia de Rafael. Extendió las alas que tenían los colores del alba y la medianoche y se acercó al arcángel para ponerle la mano en el pecho. Rafael y su consorte intercambiaron algo silencioso y lleno de poder.
A Dmitri todavía le resultaba incomprensible que Elena, un ángel con un débil corazón mortal, hubiese formado un vínculo tan fuerte con su sire. Sin embargo, había jurado proteger aquel vínculo hasta su último aliento.
—Sire —dijo cuando ellos se separaron un poco—, tengo que hablar contigo.
Se trata de Isis, añadió mentalmente. No sabía qué le había contado el arcángel sobre eso a su consorte.
Entiendo. Los ojos de Rafael, de un azul intenso e infinito, se clavaron en los del vampiro antes de mirar a Elena.
—Discúlpanos, te lo ruego —dijo ya en voz alta.
Elena los miró a ambos con recelo.
—Tengo que llamar a Evelyn —dijo, refiriéndose a su hermana pequeña—. Estaré en el solárium.
—Espera. —Dmitri y Elena estaban de acuerdo en muy pocas cosas, pero el vampiro jamás se había cuestionado la lealtad de la cazadora para con los suyos—. Es posible que también quieras hablar con Beth. Parece que Harrison se ha visto obligado a buscar un alojamiento alternativo. —Andreas se lo había mencionado una vez que Dmitri terminó de hablar con Leo y Reg.
La boca de Elena se tensó.
—Me alegra que Beth lo haya echado de una patada en el culo. —Hizo una pausa—. Gracias.
Dmitri guardó silencio hasta que ella se marchó.
—Elena no lo sabe, ¿verdad?
No era de extrañar. Rafael ya había entrado en su segundo milenio de existencia. Un ser tan antiguo tenía muchos recuerdos.
—Lo sabrá antes de que esta noche llegue a su fin. No permitiré que el desconocimiento la deje en una posición vulnerable.
El arcángel paseó con él hasta la zona de césped que conducía al acantilado. El atardecer teñía de tonos rojos y dorados la corriente del Hudson.
Pero no le hablaré de lo que te corresponde a ti contarle, añadió por vía telepática.
Lo sé, le aseguró Dmitri.
Estaba de acuerdo con la decisión de Rafael de poner al tanto a Elena, porque aunque no soportaba que la cazadora fuese una brecha en las defensas del arcángel, entendía que cuando un hombre reclamaba a una mujer, su obligación era protegerla. Dmitri no había cumplido aquella obligación, le había fallado a su Ingrede, y jamás se perdonaría ese fracaso.
—¿De verdad te salvó la vida cuando te enfrentaste a Lijuan? —preguntó en un intento por apartar su mente de la agonía del pasado y del recuerdo de una mujer con ojos rasgados castaños que le había confiado su vida.
—No comprendo por qué estás tan contrariado, Dmitri.
—Es solo que me parece imposible. —Pero era cierto, así que añadiría aquel hecho a lo que ya sabía sobre Elena—. En cuanto a Isis… parece que dejamos un cabo suelto. —Le contó al arcángel todos los detalles sobre el cadáver del vampiro desmembrado y el tatuaje.
—Temerario y estúpido al mismo tiempo. —Las alas blancas veteadas de dorado se extendieron un poco.
Dmitri dio un paso atrás para examinar las plumas.
—Tus alas… El dorado se está extendiendo. —Las plumas primarias tenían un tono casi completamente metálico, y la luz del sol arrancaba destellos a los filamentos de oro.
—Sí —confirmó Rafael mientras la brisa vespertina le apartaba el cabello del rostro—. Empezó a notarse la noche posterior a mi enfrentamiento con Lijuan. Elena cree que se trata de una especie de evolución. Ya veremos.
La última vez que un arcángel evolucionó, había despertado a los muertos. Sin embargo, Rafael jamás cometería las atrocidades que habían ensuciado las manos de Lijuan, y era el hijo de dos arcángeles. Nadie podría predecir su evolución.
—He hecho una lista de todos aquellos que fueron leales a Isis hasta el final —dijo Dmitri, que ya había empezado a considerar las ventajas tácticas de ocultar la auténtica razón por la que las alas de Rafael habían cambiado de color—. Jason está rastreando su paradero. —Hasta aquel momento y por lo que sabían, nadie había entrado en el país, pero eso no significaba nada.
—Hablaré con él. He mantenido una discreta vigilancia sobre ciertas personas durante siglos. —Le dirigió una mirada rápida con sus ojos de un color azul inhumano—. Al igual que tú, Dmitri.
—Ninguna de ellas podría haber hecho esto. —Ya se había asegurado de ello—. Sin embargo —añadió—, los juegos, por más perversos que sean, son algo que puedo manejar sin problemas. —Aun cuando aquellos juegos intentaran despertar el fantasma de un ángel que no merecía la muerte rápida que le dieron—. Es el otro asunto el que se está volviendo más crítico.
Rafael escuchó en silencio mientras Dmitri le contaba todo lo relacionado con la «caza» mortal.
—Esa tal Honor —dijo el arcángel con una voz cargada de furia cuando Dmitri acabó de hablar—, ¿es competente?
—Sí. —Tenía una mente brillante, un corazón humano y unos ojos antiguos.
—Elena es mejor rastreadora.
Eso era imposible negarlo, ya que Elena era una cazadora nata, un sabueso capaz de rastrear el olor de los vampiros.
—Por el momento, no es necesaria esa habilidad. —Y aquella era la caza de Honor, como la de Isis había sido siempre la suya—. Estamos desenterrando serpientes, no persiguiéndolas.
—Una analogía de lo más adecuada. —Se oyó un susurro cuando Rafael apretó las alas contra su espalda. Se volvió hacia Dmitri para mirarlo a los ojos—. Muchos pensarían que ese tipo de depravación encaja a la perfección dentro de tus preferencias.
Dmitri lo sabía, y era consciente de que estaba muy cerca de atravesar la línea que jamás debía cruzarse.
—Parece que todavía no estoy tan envilecido.
Tú nunca le harías daño a una mujer de esa forma, Dmitri. La voz del arcángel en su mente poseía una pureza que resultaba casi dolorosa. Ambos lo sabemos. Por esa razón te permito presionar a Elena hasta extremos por los que habría matado a cualquier otro.
Algunos dirían que confías demasiado en mí, sire.
Y algunos dirían que es un desperdicio tenerte como segundo al mando cuando podrías gobernar tu propio territorio.
Parece que a ninguno de los dos nos importa lo que opinen los demás.
Caminaron juntos de vuelta a la biblioteca y recorrieron el pasillo que conducía a la entrada principal.
—Veneno tendrá que abandonar la ciudad muy pronto —dijo Rafael—. Galen es fuerte, pero quiero tener a otro de los Siete en el Refugio. Naasir debe permanecer en Amanat.
Dmitri dejó escapar un suspiro.
—¿Aodhan ha dicho en serio lo de venir a Nueva York?
—Sí.
—Provocará un caos. —Con sus ojos de cristal roto y sus alas con el brillo de los diamantes, Aodhan resultaba extraordinario incluso entre los inmortales.
—Es capaz de volar tan alto que los mortales solo divisarán una sombra que refleja la luz.
Dmitri asintió. Aodhan sentía una extraña aversión a que lo tocaran, y Dmitri lo entendía muy bien. Estaba en la Galena cuando Rafael había entrado con el cuerpo sucio y demacrado del ángel en sus brazos y lo había dejado en la camilla con muchísimo cuidado para no aplastar sus alas, que no eran más que unos cuantos filamentos tendinosos colgando del hueso.
Aquella había sido la última vez que alguien había tocado a Aodhan, pensó Dmitri.
—Pondré en marcha el traslado. —Se frotó la mandíbula—. Necesito que alguien se quede con Pesar, y Aodhan no podrá hacerlo.
—Janvier.
—Sí. —El persuasivo cajún ya había cumplido su contrato, pero le había jurado lealtad a Rafael, y esa lealtad era auténtica—. Me pondré en contacto con él cuando se acerque el momento del traslado.
—Dmitri.
—¿Sire?
—¿Te encuentras bien?
Dmitri sabía qué era lo que le preguntaba el arcángel.
—Isis está muerta y enterrada. Este admirador no es más que una molestia.
Los fantasmas que lo acosaban eran mucho más dulces… y se le habían clavado a tal profundidad que la hemorragia interna no cesaba nunca.
El sueño no había sido una pesadilla, y aquello sorprendió tanto a Honor que estuvo a punto de despertarse. Pero el placer… Dios, aquel placer era irresistible.
«Un cuerpo fuerte y masculino sobre el suyo, una mano de piel gruesa en su garganta. La estaban besando con una paciencia que se transformaría en exigencia sin avisar, como ella muy bien sabía. Sin embargo, ese día él quería jugar. Y ella estaba más que dispuesta a ser un juguete.
—Ábrelos —murmuró su amante, y ella separó los labios y dejó que deslizara la lengua en el interior de su boca.
Era un acto perverso y decadente, algo que ya le había permitido hacer cuando iniciaron su cortejo. La resistencia que mostraba ante él era tan débil como el humo, pero la recompensa por semejante pecado había sido un placer que la había dejado sin aliento. Su sabor era una adicción.
En aquellos momentos, aquella boca hermosa exploraba la suya con abierta posesividad. Su amante metió un muslo entre los suyos y lo alzó para frotar la parte más íntima de su cuerpo.
Ella gritó al sentir el vello crespo de su pierna, la dureza de sus músculos. Estaba desnuda (él la había obligado a quitarse la ropa lentamente mientras la observaba, mientras se la comía con unos ojos que nunca la habían visto así antes), así que no había una sola parte de su cuerpo a salvo de sus caricias cálidas y posesivas.
Él bajó la mano desde la garganta hasta un seno que se había vuelto más grande y pesado desde la primavera, y lo apretó, pero no demasiado fuerte, porque era una zona muy sensible. Ejerció la presión justa.
—Por favor… —susurró ella, consciente de que aquella noche él no tendría piedad.
Oyó una risa ronca que hizo vibrar su cuerpo.
—Acabamos de empezar.
Tiró del pezón y lo retorció un poco. Ella arqueó la espalda, y notó que la piel masculina estaba caliente y húmeda allí donde la tocaba.
Su amante bajó la mano y la acercó a su entrepierna, a la zona donde su carne estaba más inflamada.
—¿Es esto lo que quieres? —Notó un breve roce en la cálida protuberancia situada entre sus muslos.
—¡Oh! —No pudo contener la exclamación cuando él retiró los dedos después de haberlos deslizado entre los sensibles pliegues—. Más.
Con una sonrisa en la oscuridad, su amante se acercó esos mismos dedos a los labios y se los metió en la boca. Ella notó una contracción en el vientre, porque aquellos labios libidinosos ya habían chupado la zona más íntima de su cuerpo en otras ocasiones, cuando estaba de humor.
Aquella noche, sin embargo, parecía contentarse con mantenerla inmovilizada en la cama y llevarla hasta un punto febril con aquellas manos que conocían todos sus secretos, todas sus fantasías. Se las había susurrado al oído el invierno anterior, mientras el mundo permanecía en silencio a su alrededor. Y él le había contado las suyas.
Dejó escapar un gemido de alivio cuando la boca masculina se cerró sobre la punta suave de su pecho. Él trazó un círculo con la lengua alrededor del pezón y lo mordió con delicadeza para recordarle quién estaba al mando. Y luego lo succionó con tanta fuerza que ella empezó a frotarse contra su muslo a un ritmo frenético. Ya no se mostraba tímida, no podía. Justo cuando estaba a punto de llegar, de encontrar ese lugar secreto que él le había mostrado por primera vez en un prado bañado por la luz del sol tres veranos atrás, su compañero apartó el muslo.
Ella se estremeció.
—Bestia.
Había sido muy delicado con ella aquel primer día, muy dulce, incluso mientras convencía a la mojigata que era entonces para que se tumbara con él en la hierba. Luego la había acariciado por debajo del vestido como nadie lo había hecho hasta ese momento.
Se había quedado pasmada ante el placer provocado por aquellas manos bronceadas, encallecidas y marcadas por una vida dedicada al trabajo de la tierra. El lamió sus lágrimas, la acarició hasta que cesaron los estremecimientos y luego le alzó el vestido para dejarla desnuda bajo la luz del sol, bajo el beso de su mirada… y de su boca. Sí, era una bestia.
Su bestia.
En esos momentos, aún sonriente, agachó la cabeza hasta el otro pecho y alzó al mismo tiempo su muslo fuerte para frotar la zona más delicada de su cuerpo de una manera deliciosa. Ah, sí…
Ella enterró las manos en su cabello y arqueó la espalda para acercarse a su boca mientras su cuerpo se estremecía y estallaba en una explosión de calor líquido.
—Ya está —dijo una voz masculina junto a sus labios cuando pudo abrir los ojos de nuevo, cuando pudo oírlo de nuevo. No obstante, su pecho seguía subiendo y bajando descontroladamente—. Ahora te portarás bien, ¿verdad?
Le acarició la barbilla, áspera por la barba incipiente, y tiró de él para acercarlo.
—Bésame, esposo.»
—Esposo.
Honor se despertó con aquella palabra en los labios. Las imágenes del sueño eran tan vividas como los espasmos que aún sentía en la parte baja del vientre. Gimió al darse cuenta de que había llegado al orgasmo, de que tenía los muslos apretados contra el almohadón. Sin embargo, en lugar de apartarse, se frotó contra él en un intento por aferrarse a los vestigios de un sueño más erótico que ninguna de las experiencias reales de su vida. Un sueño que le había provocado un placer sexual que hasta ese momento había creído imposible.
«Ya está. Ahora te portarás bien, ¿verdad?»
Se le endurecieron los pezones hasta un punto doloroso mientras los estremecimientos de placer reverberaban entre sus piernas.
—Ay, Dios…
Lo extraño era que jamás le habían atraído los hombres dominantes en la cama, así que nunca habría podido imaginar que un sueño asile resultaría tan delicioso… sobre todo después del secuestro. Creía que si alguna vez volvía a acostarse con alguien, sería con un hombre tierno y paciente con sus miedos.
De repente apareció en su mente un rostro de belleza brutal, con un filo de amenaza en los ojos oscuros.
Sí, Dmitri no era amable en ninguno de los sentidos de la palabra, pero la tensión sexual que existía entre ellos era palpable. Debía admitir que, muy probablemente, el vampiro había servido de inspiración para su amante de ensueño. Apretó la sábana entre los dedos al recordar el peso de su amante sobre ella, la sensación de sus manos callosas sobre el pecho, la perversa maestría de su boca, el durísimo bulto de la erección que la presionaba.
Los músculos de su vientre se contrajeron, deseando que aquella enorme muestra de pasión estuviera dentro de ella.
—Es hora de darse una ducha fría —murmuró mientras apartaba las sábanas.
Fue entonces cuando descubrió que estaba desnuda.
Le entró el pánico y buscó el arma que guardaba bajo la almohada… hasta que vio las ropas esparcidas en el suelo, como si se las hubiese quitado en algún momento de la noche. Se echó a reír.
—Menudo sueño… —dijo en voz alta.
Un sueño que, para ser sincera, no le importaría repetir. Ser atormentada hasta el orgasmo por un hombre en el que podía confiar plenamente… sí, era mucho mejor que recordar un foso negro lleno de dolor.
El reloj confirmó que había dormido muchísimo. Eran las cinco y media de la madrugada, y se había metido en la cama a las seis el día anterior.
Se duchó, se vistió y se colocó las armas. Estaba a punto de llamar a Dmitri cuando sonó el móvil.
Lo cogió y descubrió que era Abel, el lugarteniente de Sara, quien estaba al otro lado de la línea.
—Tenemos una especie de incidente en Little Italy —le dijo—. ¿Podrías encargarte?
Una parte de ella deseaba acudir de inmediato a los Catskills, pero era una cazadora, y eso significaba algo.
—La cobertura disminuirá en el ascensor —dijo—. Te llamo cuando esté abajo.
En cuanto llegó a la planta baja se encaminó hacia la calle.
—Bien, ¿me das los detalles?
—Claro, aunque no hay muchos —dijo Abel—. La poli ya está allí. Nadie sabe muy bien lo que ha ocurrido, pero si crees que el caso es nuestro, llámame y se lo asignaré a alguien. Tu misión en la Torre tiene prioridad. Esta es la dirección —dijo antes de leérsela.
—La tengo —dijo ella mientras subía al taxi que había parado—. Te llamaré después de echarle un vistazo al escenario.
El taxista puso el coche en marcha.
—¿De caza?
Honor asintió con la cabeza y le dio la dirección. Le pareció extrañamente reconfortante que la reconocieran como cazadora, porque nunca lo habían hecho durante los meses anteriores al secuestro.
—Tan rápido como pueda.
Los ojos del taxista la observaron un instante por el espejo retrovisor.
—Oiga, ¿no es usted aquella cazadora desaparecida?
A Honor se le hizo un nudo en las entrañas.
—Sí.
Esta vez, los ojos que la observaron por el espejo tenían un odioso brillo especulativo.
—Oí que llegó al hospital llena de mordiscos de vampiro.
El Gremio había hecho todo lo posible por silenciar los rumores después de su regreso, pero no pudieron controlar al personal no corporativo que participó en su recuperación. Había tenido que hacerse un montón de pruebas para averiguar si los cabrones de sus secuestradores le habían dejado algo más que moratones, mordiscos, un cuerpo al borde de la inanición, numerosas fracturas óseas y más de una herida interna, así que habían sido muchas las personas que la habían visto en su momento de mayor debilidad.
La mayor parte de ellas eran buenas y amables. Otras eran como aquel taxista.
Los ojos brillantes del conductor, que tenía los labios entreabiertos, amenazaron con volver llevarla de regreso al sótano, donde sus manos inquisitivas abusarían de ella hasta que no le quedara nada. Un mes antes se habría acurrucado todo lo posible y habría guardado silencio. Pero un mes antes no había disparado a dos de sus atacantes.
—La lengua de los vampiros —dijo mientras sacaba con cuidado la daga del muslo— vuelve a crecer cuando la cortas. Con la de los humanos, por desgracia, no ocurre lo mismo.
El taxista gimoteó y agachó la cabeza. El sudor formaba un reguero en sus sienes cuando llegaron a su destino, y ni siquiera pudo hablar para pedirle el dinero que marcaba el taxímetro. Honor sacó la tarjeta de crédito, pagó y salió del coche.
Jamás volvería a permitir que alguien la arrastrara de vuelta a la oscuridad.