7
—¿Qué tal, Brody? ¿Reece? —Rick se quitó el sombrero al entrar y pasó la mirada por la barra de la cocina—. Siento interrumpir vuestra cena.
—No importa, hemos terminado —contestó Reece poniéndose en pie; las rodillas le temblaban—. ¿La ha encontrado?
—¿Os importa que me siente?
¿Cómo podía haber olvidado el ritual propio de las visitas de los policías? Pedirles que entren, que se sienten, ofrecerles café. Aquellos días había hecho acopio de café para los amigos. Y para la policía.
—Lo siento. —Reece hizo un gesto hacia el sofá—. Por favor. ¿Puedo traerle algo?
—Estoy bien, gracias.
Después de acomodarse en el sofá, Rick se colocó el sombrero sobre las rodillas y esperó a que Reece se sentase. Como había hecho antes en su propia cabaña, Brody se quedó apoyado en la barra.
La muchacha lo supo antes de que hablase, lo vio en su rostro. Había aprendido a leer la expresión cuidadosamente neutra que mostraba la policía.
—No he encontrado nada.
Sin embargo, Reece sacudió la cabeza.
—Pero…
—Vamos a tomárnoslo con calma —la interrumpió Rick—. ¿Por qué no vuelves a contarme lo que viste?
—Oh, Dios mío. —Reece se pasó las manos por la cara, se apretó los ojos con los dedos y dejó caer las manos en su regazo. Sí, claro. Volver a contarlo. Otra parte del ritual—. De acuerdo.
Recitó de nuevo todo lo que recordaba.
—Habrá echado el cadáver en el río, o lo habrá enterrado, o… —añadió.
—Ya comprobaremos eso. ¿Estás seguro del sitio, Brody?
—Te he mostrado en el mapa el lugar donde Reece me dijo que lo vio. Muy cerca de los pequeños rápidos.
—Al otro lado del río —le dijo Rick a Reece, en un tono tan neutro como su rostro—. A tanta distancia, puedes haberte confundido. Y mucho.
—No. Los árboles, las rocas, el agua blanca… No me he confundido.
—No había ninguna señal de lucha en esa zona. No he encontrado ninguna cuando he examinado el entorno.
—Debió de borrar sus huellas.
—Podría ser —dijo en un tono en el que se percibía la duda; una ligera salida de la neutralidad—. Volveré allí por la mañana, cuando haya luz. Brody, tal vez quieras venir conmigo para asegurarnos de que es la zona correcta. Mientras tanto, haré algunas llamadas para ver si ha desaparecido alguna turista o residente.
—Hay varias cabañas por esa zona —comentó Brody mientras cogía el vino que había dejado sobre la barra.
—He pasado por un par de las más cercanas. Está la mía, y Joanie tiene un par. Por allí son de alquiler, y en esta época del año no hacen mucho negocio. No he visto a nadie, ni ninguna señal de que estén ocupadas. También estoy comprobando eso. Llegaremos al fondo de esto, Reece. No quiero que te preocupes. Brody, ¿quieres venir conmigo mañana por la mañana?
—Desde luego, no hay problema.
—Puedo pedirle a Joanie la mañana libre e ir yo también —empezó Reece.
—Brody ha estado allí. Creo que con que me acompañe uno de vosotros es suficiente. Y te agradecería que de momento no comentases nada de esto con nadie. Examinaremos el lugar antes de que corra el rumor. —Rick se puso en pie—. Brody, ¿qué te parece si paso a recogerte por tu casa más o menos a las siete y media?
—Allí estaré.
—Intentad disfrutar del resto de la velada. Reece, quítate esto de la cabeza durante un rato. No puedes hacer nada más.
—No, claro, nada más.
Reece se quedó sentada mientras Rick se ponía el sombrero y salía.
—No me cree.
—Yo no he oído que dijera eso.
—Sí que lo has oído —replicó Reece, sin poder reprimir la ira—. Los dos lo hemos oído, por debajo de sus palabras.
Brody volvió a dejar el vino y se le acercó.
—¿Por qué no iba a creerte?
—Porque no ha encontrado nada. Porque nadie más lo ha visto. Porque solo llevo en el pueblo un par de semanas. Por un montón de razones.
—Yo también tengo toda esa información y te creo.
A la muchacha le escocían los ojos. El ansia de levantarse, apretar la cara contra su pecho y echarse a llorar era abrumadora. En lugar de eso, se quedó sentada, con las manos entrecruzadas con fuerza en el regazo.
—Gracias.
—Me voy a casa. Intenta seguir el consejo del sheriff y olvídate de eso durante unas horas. Tómate una pastilla y acuéstate.
—¿Cómo sabes que tengo pastillas para dormir?
Los labios de Brody se curvaron, solo un poco.
—Tómate un somnífero y desconecta. Mañana te diré lo que hay.
—De acuerdo, gracias.
Se levantó para acercarse a la puerta y abrirla ella misma.
—Buenas noches.
Satisfecho por dejarla más enfadada que deprimida, Brody salió sin decir nada más.
La muchacha cerró la puerta, la comprobó y comprobó las ventanas. El hábito hizo que se dirigiese hacia la cocina para fregar los platos y cazuelas, pero a medio camino se volvió y conectó el ordenador portátil.
Lo escribiría todo en su diario.
Mientras Reece se sentaba ante el teclado, Rick entraba en su oficina y encendía las luces. Colgó el sombrero y el abrigo, y luego volvió a la pequeña habitación de descanso para preparar un poco de café.
Mientras tanto, llamó a su casa. Tal como esperaba, su hija mayor cogió el teléfono a la primera llamada.
—¡Hola, papá! ¿Puedo ponerme rímel para ir al baile de primavera? Solo un poco. Todas las chicas lo llevan. Por favor.
Se apretó los ojos con los dedos. Aún no tenía trece años y ya hablaba de rímel y bailes.
—¿Qué ha dicho tu madre?
—Ha dicho que lo pensará. Papá…
—Entonces yo también lo pensaré. Pásame a mamá, cariño.
—¿No puedes venir a casa? Podríamos hablarlo.
«¡Dios me libre!», pensó Rick.
—Esta noche tengo que trabajar hasta tarde, pero hablaremos de ello mañana. Ahora pásame a mamá.
—¡Mamá! Papá está al teléfono. Tiene que trabajar hasta tarde, y mañana hablaremos de si puedo ponerme rímel como una persona normal.
—Gracias por la información. —Debbie Mardson se echó a reír en el auricular, más divertida que agobiada. Rick se preguntó cómo lo conseguía—. Esperaba que estuvieses de camino a casa.
—Tengo que quedarme en la oficina un rato, no sé cuánto. ¿Por qué demonios tiene que ponerse rímel esa chica? Tiene los mismos ojos que tú, las pestañas más largas de Wyoming.
Era como si las estuviera viendo, largas y curvadas, sobre los ojos azules.
—Por las mismas razones que yo: unas pestañas demasiado finas. Además, es un instrumento femenino básico.
—¿Se lo vas a permitir?
—Lo estoy considerando.
Rick se frotó la nuca. Era un hombre lamentablemente excedido en número por las mujeres.
—Primero fue el pintalabios.
—Brillo —corrigió Debbie—. Brillo de labios.
—Lo que sea. Ahora es el rímel. Luego querrá un tatuaje. Hasta ahí podíamos llegar.
—Me parece que podemos dejar el tatuaje para más adelante. ¿Por qué no llamas antes de salir? Así te tendré la cena caliente.
—Quizá salga tarde. Me he traído un bocadillo de lomo de Joanie’s. No te preocupes. Dales un beso a las chicas de mi parte.
—Lo haré. No te canses demasiado, lo justo para que al volver a casa puedas darme un beso.
—Claro que sí. Te quiero, Deb.
—Yo también te quiero. Adiós.
Se quedó un rato sentado en silencio, bebiendo el café, comiendo el bocadillo, pensando en su esposa y en sus tres hijas. No quería que su niña se pusiera maquillaje, pero ya sabía que acabaría convenciéndolo. Su hija mayor poseía la tenacidad de la madre.
Con un suspiro, metió la servilleta de papel en la bolsa de la comida y lo tiró todo a la basura. Mientras se servía una segunda taza de café, repasó mentalmente la declaración de Reece, revisó de nuevo los detalles, el tiempo. Sacudió la cabeza, añadió leche en polvo al café y se lo llevó a su oficina.
Él también conectó el ordenador. Había llegado el momento de averiguar algo más sobre Reece Gilmore, aparte de que no estaba lidiada y procedía de Boston.
Pasó varias horas buscando, leyendo, haciendo llamadas y tomando notas. Cuando acabó, tenía un archivo y, tras vacilar un poco, lo guardó en el último cajón de su escritorio.
Era tarde cuando salió de la oficina para volver a casa preguntándose si su esposa le habría esperado despierta.
Cuando pasó junto a Angel Food, observó que la luz seguía encendida en el apartamento de arriba.
A las siete y media de la mañana, mientras Reece se esforzaba por concentrarse en las tortitas de leche y los huevos revueltos, Brody subía al coche de Rick armado con un termo de café.
—Buenos días. Te agradezco que me acompañes, Brody.
—No hay problema. Lo consideraré un trabajo de documentación.
Rick sonrió brevemente.
—Supongo que podríamos decir que tenemos un misterio entre manos. ¿Cuánto tiempo dijiste que pasó desde que Reece te dijo que lo vio hasta que volviste allí con ella?
—No sé cuánto tardó en llegar hasta donde yo estaba. Ella bajaba corriendo, y yo ya subía por el sendero. Supongo que menos de diez minutos. Diría que cinco antes de que empezásemos a subir, y quizá diez minutos o un cuarto de hora más hasta que llegamos al punto en el que ella se había detenido.
—¿Y su estado de ánimo cuando la viste?
Brody se sintió irritado.
—El que cabría esperar en una mujer que ha visto que estrangulaban a otra.
—Tranquilo, Brody, no vayas a pensar que no comprendo la situación, la cuestión es que tengo que considerar esto de forma diferente. Quiero saber si se mostraba coherente, si tenía la mente clara.
—Al cabo de un par de minutos, sí. Ten en cuenta que se encontraba a kilómetros de cualquier medio para conseguir ayuda, aparte de mí. Era la primera vez que recorría ese sendero. Se sintió sola, conmocionada, asustada e impotente mientras presenciaba la escena.
—A través de unos prismáticos, al otro lado del río Snake. —Rick levantó una mano—. Tal vez todo pasó tal como ella dijo, pero tengo que tomar en consideración las circunstancias y la falta de pruebas. ¿Puedes afirmar que estás seguro del todo de que no se equivocó? Quizá viese a un par de personas discutiendo, que incluso viese a un hombre golpear a una mujer.
Había pensado mucho en ello la noche anterior. Él mismo había repasado los detalles, punto por punto. Y recordaba la cara de ella, fría y húmeda, pálida, con los ojos muy abiertos, vidriosos y hundidos.
Una mujer no mostraba semejante terror por presenciar una discusión entre extraños.
—Creo que vio exactamente lo que dijo. Lo que me contó en el camino y lo que te contó tres veces en sus declaraciones. No cambió los detalles ni una sola vez.
Rick soltó un bufido.
—En eso tienes razón. ¿Estáis liados?
—¿En qué?
Rick soltó una carcajada.
—Me tienes que caer bien por fuerza, Brody. Eres un cabrón. ¿Estáis personalmente liados el uno con el otro?
—¿Eso qué tiene que ver?
—La información siempre tiene que ver en una investigación.
—Entonces, ¿por qué no me preguntas si me acuesto con ella y ya está?
—Bueno, he intentado mostrarme sensible y sutil —dijo Rick con una ligera sonrisa—. Pero de acuerdo. ¿Te acuestas con ella?
—No.
—Está bien —repitió.
—¿Y si hubiese dicho que sí?
—Entonces tendría en cuenta esa información, como un buen funcionario de policía. Tus asuntos son tuyos, Brody. Aunque, por supuesto, ese tipo de asuntos corre por el pueblo como un reguero de pólvora. No hay nada tan interesante como el sexo, tanto si es uno mismo el que lo practica como si hablas de otros que lo practican.
—Yo prefiero practicarlo que hablar de él.
—Tú eres así —dijo Rick volviendo a sonreír brevemente—. Y, la verdad, yo también.
Circularon un rato en silencio hasta que Rick abandonó la carretera.
—Este es el mejor sitio para acortar camino y llegar al lugar junto al río que me mostraste en el mapa.
Brody se colgó una pequeña mochila del hombro. Incluso para una excursión tan corta, no era prudente salir sin los utensilios esenciales. Atravesaron campos de salvia y bosque, donde el barro blando conservaba unas huellas que Brody reconoció. Eran de ciervo, de oso y, supuso, de las botas de Rick del día anterior.
—No hay huellas humanas que se dirijan al río —señaló Rick—. Estas son las mías de ayer. Por supuesto, pudieron llegar desde otro lugar, pero eché un buen vistazo por los alrededores. Si tienes un cadáver, debes librarte de él. Echarlo al río podría ser el gesto instintivo, la primera reacción de pánico. —Caminaba despacio, observando el suelo y los árboles—. O lo enterrarías. Desde luego, habría señales de eso. No tiene sentido arrastrar lejos un cadáver, y cavar una tumba es mucho más difícil de lo que parece. —Se puso en jarras, con una muñeca apoyada distraídamente en la culata de su arma reglamentaria—. Se notaría, y los animales de por aquí la encontrarían enseguida. Tú mismo puedes ver que no hay señales de que nadie entrase o saliese de esta zona ayer. Te lo preguntaré de nuevo: ¿podrías haberte equivocado en el sitio?
—No.
A través de los pinos, los arándanos y los sauces, avanzaron hacia el norte, en dirección al río. Brody observó que la tierra estaba húmeda por el deshielo. Debería haber conservado las huellas humanas igual que conservaba las huellas de ciervos y alces. Aunque vio señales del paso de animales, no había huellas humanas. Rodearon un bosquecillo y, mientras Brody se paraba a mirar y se agachaba para buscar señales, Rick esperó.
—Supongo que ya hiciste esto ayer.
—Desde luego —reconoció Rick—. Por aquí hay buenas bayas en temporada —añadió en tono informal—. Tenemos arándanos, gayubas… —Hizo una pausa y miró en la dirección donde se encontraba el río, que ya se presentía—. Si un hombre hubiese tratado de esconder un cuerpo ahí, habría señales de ello. Y creo que a estas alturas los animales habrían captado el olor y habrían venido a explorar.
—Sí. —Brody volvió a ponerse en pie—. Sí, tienes razón. Incluso un urbanita como yo sabe eso.
A pesar de las circunstancias, Rick sonrió.
—Te manejas bastante bien en el campo para ser un urbanita.
—¿Cuánto tiempo tengo que vivir aquí para perder la etiqueta de urbanita?
—Puede que se te desgaste un poco cuando lleves diez o quince años muerto.
—Eso suponía —dijo Brody mientras reanudaba la marcha—. Tú tampoco naciste aquí —recordó—. Recluta.
—Mi madre se instaló en Cheyenne antes de que yo cumpliese doce años, así que te llevo una buena ventaja. Soy de por aquí. Ya se oyen los rápidos.
El grave retumbar llegaba a través de los álamos temblones, los chopos americanos y los sauces colorados. La luz del sol se hizo más intensa hasta que Brody pudo verla reflejada en el agua. Más allá estaba el cañón y, al otro lado, el punto alto donde había estado con Reece.
—Estaba sentada allí cuando lo vio.
Protegiéndose los ojos con la palma de la mano, Brody señaló hacia las rocas.
«Aquí hace más fresco —pensó Brody—, más fresco junto al agua, con el viento susurrando entre los árboles». Pero el día era lo bastante claro para que sacase sus gafas de sol de la mochila.
—Tengo que decir, Brody, que eso está a mucha distancia. —Rick sacó sus gemelos y siguió la dirección indicada por Brody—. A mucha distancia —repitió—. Además, a esa hora el reflejo del sol en el agua te deslumbra.
—Rick, somos amigos desde hace un año.
—Desde luego.
—Por eso voy a preguntártelo sin rodeos. ¿Por qué no crees a la chica?
—Vayamos paso a paso. Ella está allí arriba, ve lo que pasa aquí abajo, baja corriendo por el sendero y tropieza contigo. Mientras tanto, ¿qué está haciendo ese tipo con el cadáver de la mujer? Si lo tiró al río, saldrá a flote. Y probablemente ya tendría que haberlo encontrado alguien. Por aquí no hay gran cosa para lastrar el cuerpo y, según el tiempo que me has indicado, solo tuvo una media hora para hacerlo. Si ese era el plan, habría tardado… En mi opinión más de lo que tardasteis vosotros dos en volver al punto desde donde se ve este sitio.
—Podría haberla arrastrado detrás de aquellas rocas o entre los árboles. Desde el otro lado del río no la habríamos visto. Tal vez fue a buscar una pala o una cuerda. Vete a saber.
Rick suspiró.
—¿Has visto alguna señal de que alguien haya entrado o salido de aquí arrastrando o enterrando un cuerpo?
—No, no la he visto. Todavía no.
—Ahora tú y yo vamos a dar una vuelta, como ya hice ayer. No hay ni una sola señal de una tumba reciente. Eso deja la posibilidad de llevarse a rastras el cadáver hasta un coche o una cabaña. Es mucha distancia para acarrear un peso muerto, mucha distancia para no dejar una sola señal que ninguno de nosotros pueda ver. —Se volvió hacia Brody—. Me estás diciendo que estás seguro de que fue aquí donde lo vio, y yo te digo que no veo nada que indique que alguien estuviese aquí, y mucho menos que golpease a una mujer contra el suelo y la estrangulase.
La lógica de la argumentación era indiscutible.
—Borró sus huellas —insistió Brody.
—Es posible, es posible. Pero ¿cuándo demonios lo hizo? Se llevó el cuerpo, lo arrastró donde nadie pudiera verlo, volvió, borró sus huellas aquí… y eso sin saber que alguien le había visto matar a otra persona.
—Suponiendo que no viese a Reece allí arriba.
Rick se quitó las gafas de sol y a través de ellas miró al otro lado del agua, camino arriba.
—Muy bien, démosle la vuelta y digamos que la vio. De todos modos consiguió largarse en los treinta minutos que dices que pasaron. Aunque fuesen cuarenta, en mi opinión sigue sin sostenerse.
—¿Crees que miente, que se lo ha inventado? ¿Qué sentido tiene?
—No creo que mienta. —Rick se echó el sombrero hacia atrás y se frotó la frente, preocupado—. Hay algo más, Brody. Al veros juntos ayer, primero en tu casa y luego en la de ella, supuse que os traíais algo entre manos. Que tal vez supieses más de ella.
—¿Más de qué?
—Te lo contaré mientras damos ese paseo. Espero que puedas guardarte lo que voy a decirte. Supongo que eres una de las pocas personas del pueblo que es capaz de hacerlo.
Mientras caminaban, Brody clavaba la mirada en el suelo u observaba la vegetación. Quería encontrar algo que demostrase que Rick estaba equivocado, y se daba cuenta.
Eso significaba que prefería demostrar que una mujer estaba muerta a que Rick creyera que Reece se equivocaba.
Pero recordó el aspecto que tenía cuando la encontró, cómo se había esforzado para no hundirse en el largo camino de regreso. Y lo sola que parecía en su piso casi vacío.
—He hecho algunas comprobaciones sobre ella.
Cuando Brody se detuvo y entrecerró los ojos, Rick sacudió la cabeza.
—Lo considero parte de mi trabajo —añadió—. Cuando llega alguien nuevo y se instala en el pueblo, quiero saber si está limpio. Hice lo mismo contigo.
—¿Y pasé la prueba?
—Tú y yo no hemos tenido palabras en otro sentido, ¿verdad? —Hizo una pausa y levantó la barbilla hacia la izquierda—. Esa es la parte trasera de una de las cabañas de Joanie. Esa es la más cercana, y hemos tardado unos diez minutos en llegar. A buen paso, y sin llevar peso muerto. Ninguna clase de vehículo puede llegar más cerca. En cualquier caso, habría huellas de neumáticos.
—¿Entraste en la cabaña?
—Llevar una placa no significa que pueda entrar en una propiedad privada. Pero miré por ahí, miré por las ventanas. Las puertas están cerradas con llave. Fui a las otras dos que están más cerca, entre las que se incluye la mía. Y ahí sí que entré. No había nada.
De todas formas continuaron, alcanzaron la cabaña y la rodearon.
—Reece está limpia, por si te interesa —continuó Rick cuando Brody atisbo por las ventanas de la cabaña—. Pero estuvo implicada en algo hace unos años.
Brody dio un paso atrás y midió sus palabras.
—¿Implicada en qué?
—Una matanza por diversión en el restaurante en el que trabajaba en Boston. Fue la única superviviente. Le pegaron dos tiros.
—Por el amor de Dios…
—Sí. La dieron por muerta y la dejaron en una especie de armario, un trastero. Me ha dado los detalles un policía de Boston que trabajó en el caso. Ella se hallaba en la cocina y todos los demás estaban en el comedor… Fue después de cerrar. Oyó gritos, disparos, y recuerda, o cree recordar, que cogió su teléfono móvil. Uno de los hombres entró y le disparó. No recuerda mucho más… o no lo recordaba. No pudo verle bien. Cayó contra el armario y se quedó allí hasta que la policía la encontró un par de horas más tarde. El policía con el que hablé me dijo que estuvo a punto de no contarlo. Estuvo casi una semana en coma después de que la operasen, y al despertar tenía la memoria afectada. Y su estado mental no era mucho mejor que el físico.
Nada, nada de lo que había imaginado se acercaba a aquello.
—¿Cómo habría podido serlo?
—Lo que digo es que tuvo una crisis. Pasó varios meses en un hospital psiquiátrico. Nunca fue capaz de darles a los policías detalles suficientes o una buena descripción. Nunca atraparon a quienes mataron a toda aquella gente, y luego ella desapareció del mapa. El detective que dirigía la investigación se puso en contacto con ella varias veces durante más o menos el primer año. La última vez que lo intentó, se había mudado sin dejar señas. Tiene familia, una abuela, pero esta solo pudo decirle que Reece se había marchado y no pensaba volver.
Rick se detuvo y recorrió los alrededores con una mirada lenta y prolongada. Luego cambió de dirección y volvió hacia atrás. Una curruca empezó a emitir su rápido y agudo canto.
—Recuerdo algo de aquello. La matanza salió en todos los periódicos y en la televisión. Me acuerdo de que pensé: «Gracias a Dios que vivimos aquí y no en la ciudad».
—Sí, claro, por aquí no hay armas.
Rick apretó la mandíbula.
—La gente de aquí valora su derecho constitucional a llevar armas. Y lo respetan, urbanita.
—Has olvidado de llamarme izquierdoso.
—Estaba siendo educado.
—Desde luego, lunático facha —dijo Brody en tono ligero.
Rick soltó una carcajada.
—No sé por qué tengo que ser amigo de un elitista de ciudad —dijo ladeando la cabeza—. Me sorprende que no te enterases de ese asunto siendo reportero de una gran ciudad.
Brody calculó el tiempo. Si sucedió justo después de que se fuese del periódico, debía de estar cociendo su amargura al sol y entre las olas de Aruba. No leyó un periódico en casi ocho semanas, y le hizo boicot a la CNN. Solo por principio.
—Cuando dejé el Trib, durante un par de meses me tomé lo que llamaremos una moratoria respecto a las noticias.
—Bueno, supongo que la atención de los medios de comunicación debió de agotarse en ese tiempo. Siempre hay algo nuevo con lo que bombardear al público.
—La Constitución de Estados Unidos garantiza la libertad de prensa.
—Y es una lástima. Pero, para volver a lo nuestro, lo que le pasó a Reece es una experiencia terrible para cualquiera, y cabe la posibilidad de que no se haya recuperado del todo.
—¿Qué quieres decir? ¿Que se imaginó un asesinato? Corta el rollo, Rick.
—Puede que se durmiese, que echase una cabezada de pocos minutos y tuviese una pesadilla. El policía que trabajó en el caso me contó que era propensa a sufrirlas. Esa subida es muy larga para alguien que no esté acostumbrado a las caminatas, y debía de estar cansada cuando llegó al lugar donde se detuvo. También podía estar mareada. Joanie dice que la chica solo come si le pone un plato delante de las narices. Además, está nerviosa. Arrastró el tocador hasta delante de la puerta de la habitación contigua en el hotel y lo dejó así durante todo el tiempo que estuvo allí. No llegó a deshacer la maleta.
—Que sea demasiado prudente no significa que esté loca.
—Vamos, Brody, no he dicho que esté loca, pero creo que es probable que siga estando emocionalmente perturbada —dijo el sheriff, aunque levantó ambas manos de inmediato—. Retiraré lo de perturbada y diré frágil. Así lo veo yo, porque en realidad no hay nada más que ver. No es que no vaya a seguir investigando el asunto, pero tal como están las cosas no voy a llamar a la policía del estado. No tienen nada que hacer aquí. Investigaré en el registro de personas desaparecidas, a ver si encuentro a alguien que corresponda a la descripción que Reece me dijo de la mujer. No puedo hacer más que eso.
—¿Eso es lo que vas a decirle, que no puedes hacer nada más?
Rick se quitó el sombrero y se pasó los dedos por el pelo.
—¿Ves lo que veo yo aquí, o sea, nada? Si tienes tiempo me gustaría que vinieses conmigo a examinar las otras cabañas de las proximidades.
—Tengo tiempo. Pero ¿por qué yo en lugar de uno de tus ayudantes?
—Tú estabas con ella —contestó Rick mientras volvía a ponerse el sombrero sin cambiar de expresión—. Te consideraremos un testigo secundario.
—¿Quieres que te cubra las espaldas?
—Si lo prefieres, puedes llamarlo así —dijo Rick, sin rencor—. Mira, creo que ella piensa que vio algo, pero no hay pruebas que lo confirmen. Lo que pienso es que se durmió y tuvo una pesadilla, y tú tienes que admitir al menos la posibilidad de que fuese eso lo que ocurrió. No quiero agravar sus problemas, sean los que sean, y tengo que trabajar con hechos. El hecho es que aquí no hay ningún indicio de que haya pasado algo raro. Ni siquiera un indicio de que alguien haya estado aquí en las últimas veinticuatro horas. Daremos otra vuelta al regresar y examinaremos las cabañas de esta zona. Si encontramos algo, solo con que tropecemos con una puñetera pelusa, telefonearé a la policía del estado y le seguiremos la pista a este asunto. De lo contrario, lo único que puedo hacer es comprobar cada cierto tiempo el registro de personas desaparecidas.
—Simplemente no la crees.
—¿Tal como están las cosas, Brody? —Rick miró al otro lado del río, hacia las rocas—. No, desde luego que no.
Cuando la avalancha del desayuno terminó, Reece empezó a preparar la sopa del día. Puso a hervir judías, cortó sobras de jamón y picó cebollas. En Joanie’s no se utilizaban hierbas frescas, así que se conformó con las secas.
Sería mejor con albahaca y romero fresco. La pimienta negra recién molida sería preferible al maldito polvo gris del bote del estante. Por el amor de Dios, ¿cómo se podía hacer un guiso con ajo molido? Ojalá tuviese sal marina. ¿No había por allí ningún sitio donde conseguir tomates con algo de sabor en esa época del año?
—Desde luego, no paras de quejarte. —Joanie se acercó a la olla y la olió—. A mí me parece que tiene buena pinta.
Reece se dio cuenta de que había vuelto a hablar sola.
—Lo siento. Quedará muy buena. Es que estoy de mal humor.
—He podido verlo por mí misma durante toda la mañana. Y ahora, además, te he oído. Esto no es un restaurante fino. Si querías lujo, tenías que haber dirigido el coche hacia Jackson Hole.
—Está bien. Lo siento.
—No he pedido la primera disculpa, y la segunda ya es una pesadez. ¿No tienes carácter?
—Tenía. Sigue en el taller de reparaciones.
Cualquiera que fuese la causa del mal humor, la mirada de Reece y sus movimientos espasmódicos resultaban preocupantes.
—Te he dicho que preparases lo que quisieras para la sopa del día, ¿no? —dijo Joanie en tono enérgico—. Si quieres algo que no tengamos aquí, haz una lista. A lo mejor lo encargo. Si no tienes iniciativa para pedirlo, luego no murmures y protestes.
—De acuerdo.
—¡Sal marina…!
Con un bufido de burla, Joanie se alejó a grandes zancadas para servirse una taza de café. Desde el rincón, pudo contemplar a Reece a sus anchas. Observó que la muchacha estaba pálida y tenía ojeras.
—Diría que no te fue demasiado bien en tu día libre.
—No, no me fue bien.
—Mac me dijo que hiciste una excursión por el sendero de Little Angel.
—Sí.
—Te vi volver con Brody.
—Sí… nos encontramos en el sendero.
Joanie bebió despacio un sorbo de café.
—Tal como te tiemblan las manos en lugar de filetear esas zanahorias vas a acabar cortándote los dedos en rodajas.
Reece dejó el cuchillo y se volvió.
—Joanie, vi… —empezó, pero se interrumpió cuando Brody entró en el local—. ¿Puedo tomarme un descanso?
«Algo pasa —pensó Joanie al ver a Brody, que se detuvo y esperó—. Estos se traen algo entre manos».
—Adelante.
Reece no se echó a correr pero salió deprisa de detrás de la barra con los ojos fijos en Brody. El corazón le golpeaba las costillas. Y su mano se alargó para coger la de él cuando aún estaba a dos pasos.
—¿La habéis…?
—Vamos fuera.
La muchacha se limitó a asentir, un gesto innecesario porque Brody ya tiraba de ella hacia la puerta.
—¿La habéis encontrado? —repitió Reece—. Dime, ¿sabemos quién es?
Él siguió caminando y agarrando con firmeza el brazo de ella hasta que estuvieron en el lateral del edificio, al pie de las escaleras que llevaban al piso de Reece.
—No hemos encontrado nada.
—Pero… Debió de lanzarla al río. —Se había pasado la noche visualizando la escena—. ¡Oh, Dios mío! ¡Lanzó su cuerpo al río! —añadió.
—No he dicho a nadie, Reece. He dicho nada.
—Debió… —Se contuvo y aspiró con fuerza—. No lo entiendo —dijo luego en tono prudente.
—Hemos ido al sitio donde dijiste que les habías visto. Hemos recorrido el terreno desde allí hasta la carretera y hacia atrás desde distintas direcciones. Hemos ido a las cinco cabañas más cercanas a la zona. Están vacías, y no hay señales de que hayan estado ocupadas.
El terror enfermizo surgió en el centro de su vientre.
—No tenían por qué alojarse en una cabaña.
—No, pero tuvieron que llegar al lugar donde tú les viste desde algún sitio. No había huellas, no había señales.
—Os habéis confundido de sitio.
—No nos hemos confundido.
Reece cruzó los brazos contra el pecho, pero lo que le producía escalofríos no era la fría brisa de primavera.
—Eso es imposible. Estaban allí. Discutieron, se pelearon y él la mató. Lo vi con mis propios ojos.
—Yo no he dicho otra cosa. Lo que te digo es que allí no hay nada que lo confirme.
—Él quedará impune. Se marchará y vivirá su vida. —Reece se dejó caer sentada en los escalones—. Porque yo fui la única que lo vi, y no vi lo suficiente, no pude hacer nada.
—¿Siempre gira el mundo a tu alrededor?
Reece alzó la mirada, dividida entre la conmoción y el dolor.
—¿Y cómo demonios te sentirías tú? Supongo que te limitarías a encogerte de hombros. Caray, hice lo que pude. Más vale que te vayas a tomar una cerveza y te tumbes en la hamaca.
—Aún es un poco pronto para una cerveza. El sheriff va a comprobar si ha desaparecido alguien. Irá al rancho para turistas, a la pensión, a algunas zonas y campings alejados. ¿Se te ocurre alguna forma mejor de llevar el caso?
—Eso no es cosa mía.
—Tampoco mía.
Reece se puso en pie de golpe.
—¿Por qué no ha vuelto para hablar conmigo? Porque no me cree —dijo antes de que él pudiese responder—. Piensa que me lo inventé.
—Si quieres saber lo que cree, pregúntaselo. Yo te digo lo que sé.
—Quiero ir allí y verlo por mí misma.
—Eso es cosa tuya.
—No sé cómo llegar allí. Y aunque tal vez seas la última persona a la que quiero pedirle un maldito favor, ¿sabes una cosa?, también eres la única persona que estoy absolutamente segura de que no mató a esa mujer. Salvo que, además de tus otras aptitudes, puedas echar alas y volar. Salgo a las tres. Puedes recogerme aquí.
—¿Puedo?
—Sí, puedes. Y lo harás. Porque estás tan intrigado con esto como yo. —Se metió la mano en el bolsillo, sacó un arrugado y descolorido billete de diez dólares y se lo puso en la mano con un gesto brusco—. Ahí tienes. Eso debería cubrir la gasolina.
Se marchó a grandes pasos y le dejó mirando el billete con una mezcla de diversión y enojo.