27

Levantarse temprano todos los días supuso grandes cambios en la vida de Brody. Veía más amaneceres, y por algunos de ellos merecía la pena abrir los ojos. Trabajaba más, cosa que complacería a su agente y a su editor. Tenía más tiempo para fisgonear en su cabaña, y eso le había llevado a considerar la posibilidad de hacer cambios.

La situación era buena. Alguna vez había contemplado la posibilidad de comprar en lugar de alquilar. Tal vez había llegado el momento de convertirse en propietario de su casa.

Inversión, capital.

Hipoteca, mantenimiento.

En fin, había que aceptar lo malo y lo bueno.

Además, si la casa fuese suya, podría ampliar el despacho y tal vez añadir una terraza; desde allí tendría una vista estupenda del lago, sobre todo en verano, cuando los árboles estaban cargados de hojas y apenas podía atisbar el agua desde las ventanas del primer piso.

Reflexionó que una terraza sería un lugar agradable para sentarse por la mañana, tomar el café y calentar motores para la jornada.

Con una taza de café en la mano, miró por la ventana de su despacho, se imaginó la terraza. Podría estar bien.

«¿Una silla o dos?», se pregunto. Si quedarse con la cabaña era un gran paso, quedarse con Reece era un salto gigante sobre un abismo.

Siempre había disfrutado de las mujeres, de su inteligencia y de su cuerpo. Pero si alguien le hubiese dicho que; algún día desearía tener cerca todo el tiempo a una mujer en concreto, él habría recitado de un tirón la larga lista de razones por las que semejante posibilidad no estaba hecha para él.

Ahora, con Reece, no se le ocurría ni una sola razón para la lista.

Tenerla cerca le obligaba a empezar el día temprano; eso era cierto. Desde que dejó el Trib, se había acostumbrado a levantarse de la cama cuando le apetecía. Pero siempre había café, café bueno de verdad que no tenía que preparar él mismo. Y comida. Las ventajas de levantarse cada mañana y encontrar comida y café eran inmensas.

Y su voz. Su olor. La forma en que organizaba las cosas; los ingredientes para una comida, su ropa, las almohadas sobre la cama… Le parecía ridículamente encantador cómo doblaba las toallas del cuarto de baño en el toallero.

Eso era un poco enfermizo. Probablemente.

Pero ¿qué hombre podría resistirse al ligero velo que cubría aquellos asombrosos ojos durante la primera media hora de la mañana?

Ella era una razón más apremiante para levantarse de la cama cada mañana que el amanecer más espectacular.

Era nerviosa y complicada, y seguramente nunca se liberaría de todas sus fobias y neuras. Pero eso era lo que la convertía en Reece, lo que la hacía interesante. Lo que le atraía. En Reece Gilmore no había nada, absolutamente nada, que fuese corriente.

—Dos sillas —decidió—. Van a tener que ser dos sillas.

Se alejó de la ventana y fue hasta el escritorio. Cogió la memoria USB que ella le había dado. Al abrirla, vio que había dos documentos. Uno se llamaba LC; el otro, LISTA.

—Libro de cocina —dijo entre dientes; se pregunto si ella quería que lo viese o si había sido un descuido. En cualquier caso, lo había visto.

Abrió ese primero y empezó a leer el texto que ella había llamado INTRO.

Sus suegros llegan a la ciudad de forma inesperada ¡mañana!… Es la tercera cita con la misma chica, y piensa invitarla a cenar en casa, y espera seguir con el desayuno en la cama… Le toca recibir a los miembros de su club de lectura… Su insuperable hermana se ha invitado a sí misma y a su prometido (el doctor) a cenar… Su hijo se ha ofrecido a preparar magdalenas para toda la clase…

No se asuste.

Por muy ocupado que esté, por muy agobiado y por poca experiencia que tenga en la cocina, todo va a salir bien. En realidad, va a salir de fábula. Yo voy a acompañarle paso a paso.

Del suntuoso almuerzo al tentempié informal, de un pica-pica a una cena elegante, pasando por todos los términos medios, usted será el cocinero.

De acuerdo, la cocinera soy yo. Pero usted está a punto de convertirse en un Gourmet Informal.

—No está mal —decidió mientras seguía leyendo.

Reece había incorporado breves comentarios sobre el tiempo y el equipo necesario, y los estilos de vida. Todo en tono ligero, ágil. Accesible.

Después de la introducción se incluía un resumen básico del mismo estilo y media docena de recetas. Las instrucciones, en las que se intercalaban expresiones de ánimo, eran lo bastante claras para que Brody pensase que no le sería imposible preparar una de aquellas recetas.

Encima de cada receta aparecían de una a cuatro estrellas. «Grado de dificultad —observó—. Ingenioso». Entre paréntesis, una nota sugería que los asteriscos podían sustituirse por gorros de cocinero.

—Eres una chica lista, ¿eh, Flaca?

Reflexionó un momento, luego redactó un mensaje para su agente, adjuntó el archivo de Reece y lo envió por correo electrónico.

Lo cerró y abrió el documento LISTA.

«Oh, sí, es inteligente», pensó otra vez. Sus breves descripciones de los hombres eran perspicaces y atinadas. Le sorprendió que hubiera incluido a Mac Drubber y al doctor Wallace, pero se dijo que era minuciosa. Y disfrutó leyendo comentarios sobre Mac tales como «es ligeramente ligón», «le gusta chismorrear».

Tendría que preguntarle qué habría puesto después de su nombre si le hubiese incluido en la lista.

Añadió algunos comentarios propios, algunas observaciones. Reece no podía saber, por ejemplo, que a Denny, el ayudante del sheriff, le rompió el corazón una chica que trabajaba de camarera en el hotel. La muchacha le tomó el pelo durante seis meses, hasta que en el otoño anterior se marchó del pueblo con un motorista.

Grabó el archivo con las modificaciones y lo copió en su ordenador junto con el documento del libro de cocina.

Cuando acabó, aún eran las ocho de la mañana.

Hora de ponerse a trabajar.

A las once hizo una pausa, bajó a la cocina para cambiar el café por Coca-Cola y añadió un puñado de galletas saladas. Estaba masticando la primera cuando sonó el teléfono. Frunció el ceño, como siempre que sonaba el teléfono, pero se animó al ver en la pantalla que quien llamaba era su agente.

—Hola, Lyd. …Va bien —dijo cuando ella le preguntó por el libro. Miró el cursor de la pantalla. Aquel día era su amigo. Otros días podía ser el enemigo. Cuando ella le preguntó si tenía tiempo pura hablar de la propuesta de su amiga, sonrió—. Sí, tengo unos minutos. ¿Qué te ha parecido?

Cuando colgó, revolvió sus pilas de notas en busca de la copia que había hecho del horario de Reece. Lo encontró entre una revista de armas —documentación— y un folleto de la televisión de plasma que estaba pensando en comprar.

Miró el reloj y de nuevo el cursor. Y decidió que no iba a sentirse culpable por dejar de trabajar antes de hora.

Entró en Joanie’s en el momento exacto en que Reece se quitaba el delantal. Brody se inclinó sobre la barra. Reece llevaba el pelo recogido, y el calor de la parrilla le enrojecía el rostro. «Tiene aspecto suave», pensó él.

—¿Has comido algo de lo que has cocinado hoy? —le preguntó.

—No exactamente.

—Coge algo de comida.

—¿Que coja algo de comida? ¿Qué es esto? ¿Otro picnic?

—No. Es un almuerzo. Hola, Bebe, ¿cómo va todo?

—Estoy embarazada.

—Mmm… ¿enhorabuena?

—Para ti es fácil decirlo. Tú no tienes mareos por la mañana. La diversión nunca se acaba —dijo ella con una sonrisa mientras se apoyaba en la barra para descansar los pies—. Esta vez Jim confía en que sea una niña. A mí no me importaría. ¿Cómo es que a mí no me pides nunca que coja algo de comida, Brody?

—Porque Jim me daría una patada en el culo. ¿Se supone que tengo que preguntar cuándo sales de cuentas y ese tipo de cosas?

—Eres un tío. Se supone que tienes que ponerte colorado y asustarte un poco. Y lo estás haciendo bien. En noviembre, en torno al día de Acción de Gracias. De todos modos, para entonces parecerá que me he tragado un pavo entero. ¿Cuándo sale tu último libro?

—Un par de meses antes, y con muchas menos molestias.

Al oír el grito de «¡Pedido listo!», Bebe puso los ojos en blanco.

—Bueno, volvamos a la emoción de servir comidas.

—Aquí está el almuerzo. —Reece salió de la cocina y le tendió una bolsa—. Serás uno de los primeros en probar nuestros nuevos y experimentales bocadillos italianos.

—Bocadillos italianos. En Joanie’s.

—¿Tú también, Brody? Cualquiera diría que he preparado caracoles y sesos de ternera… Por cierto, me salen deliciosos.

—Me quedo con los bocadillos italianos.

La tomó del brazo y la acompañó fuera. Cruzaron la calle y Reece buscó el coche de él con la mirada.

—¿Dónde vamos?

—Al lago.

—¡Oh, qué buena idea! Hace un día precioso para almorzar a orillas del lago.

—No vamos a almorzar a orillas del lago. Vamos a almorzar en el lago —dijo Brody al tiempo que indicaba una canoa con la cabeza—. En eso.

Reece se quedó donde estaba y observó la embarcación con expresión dubitativa.

—¿Vamos a sentarnos en una canoa a comer bocadillos?

—Yo he escogido el sitio y tú la comida. Es la barca del doctor. Me ha dicho que nos la prestaba durante unas horas. Vamos a remar un poco.

—Mmm…

A ella le gustaban los barcos. Es decir, le gustaban los barcos con motor y los barcos de vela. Pero no sabía qué pensar de una barca con remos.

—Supongo que el agua debe de estar bastante fría.

—Supones bien, así que nos mantendremos sobre el agua y no dentro del agua. Sube a la barca.

—Allá voy.

Puso los pies dentro, buscó el equilibrio y caminó hasta el asiento de popa.

—Date la vuelta —le dijo Brody.

—¡Oh!

Él subió, le dio un remo y luego ocupó el asiento de proa. Con ayuda del remo, separó la barca de la orilla.

—Solo tienes que hacer lo mismo que yo, pero por el otro lado de la canoa.

—Has hecho esto otras veces, ¿no? Lo que quiero decir es que este no es el primer viaje para los dos, ¿verdad?

—Lo he hecho otras veces. Aún no me he comprado una barca porque dudo entre una canoa y un kayak, y parece una tontería tener los dos. Además, siempre se la puedo pedir prestada a alguien y no tengo que preocuparme por guardarla ni mantenerla. Basta con pagarle al propietario media docena de cervezas.

—Es otro punto de vista —dijo Reece mientras remaba con fuerza—. El agua es más dura de lo que parece.

Los músculos empezaban a calentarse, y mientras observaba cómo remaba Brody del mismo modo que un halcón observa a un conejo, pensó que había cogido su ritmo. Le gustaba la sensación de deslizarse; la barca parecía rozar el agua. Pero deslizarse requería esfuerzo, y ya lo notaba en los hombros y los bíceps.

«Ha llegado el momento de volver a hacer pesas», se dijo.

—¿Dónde vamos? —le preguntó.

—A ninguna parte.

—¿Otra vez?

Reece se echó a reír y se sacudió hacia atrás el pelo que se le había soltado con la brisa.

Las montañas la atraparon como un puño.

—¡Oh, Dios mío!

En la proa de la barca, Brody sonrió al percibir en su voz la admiración, la reverencia.

—¿Verdad que son una pasada?

Bloqueó su remo, se volvió a mirarla, le quitó el remo de las manos, ahora inmóviles, y lo bloqueó también.

—Desde aquí es diferente. Todo es diferente. Parecen…

—¿Parecen…?

—Diosas. Plateadas y brillantes, con finas coronas blancas y oscuros cinturones verdes. Más grandes y más poderosas.

Se alzaban y se extendían, con su azul plateado contra el azul más puro del cielo. La nieve que se aferraba a los picos más altos era tan blanca como las nubes que el viento arrastraba por encima de ellas. Y se reflejaban en el agua. En el agua… se sentía como si estuviese dentro de ellas.

Una garceta alzó el vuelo, voló a ras del lago y desapareció como un fantasma en el pantano del extremo norte.

Había otras barcas. Una pequeña Sunfish con su vela amarilla ondeaba en el centro del lago; alguien practicaba con un kayak. Reconoció a Carl pescando desde una canoa; una pareja de turistas bajaba por uno de los canales y se deslizaba por la superficie plana del lago.

Se sentía ingrávida, pequeña y aturdida.

—¿Por qué no haces esto todos los días? —Quiso saber.

—Vengo más a partir de junio, pero he estado ocupado. El verano pasado, Mac me convenció para hacer un viaje de tres días por el río. Él, Carl, Rick y yo. Fui porque supuse que me serviría de documentación. Navegamos por el Snake, acampamos, freímos un pescado que Carl capturó como si el pez estuviese deseando saltar a la barca para él. Bebimos café. Contamos un montón de mentiras sobre las mujeres.

—Lo pasaste bien.

—Lo pasé de fábula. Podríamos hacerlo juntos, tomarnos un par de días cuando le cojas el tranquillo a esto de remar, y probar en uno de los canales fáciles.

—«Fácil» es la palabra clave, pero creo que me gustaría.

—Muy bien. Por cierto, he leído tu lista.

—¡Oh! —exclamó Reece. Fue como si una nube tapase el sol. De todos modos, había que comentarlo, pensó, explorarlo. Abrió la bolsa de los bocadillos—. ¿Qué te ha parecido?

—Bastante minuciosa. He añadido algunas frases. Curioseando un poco con discreción, podríamos poder eliminar a algunos. He averiguado que Reuben, Joe, Lynt y Dean jugaron al póquer en el reservado de Clancy’s. Reuben y Joe, desde las siete hasta después de las diez, hora a la que se marcharon para ir a Joanie’s. Dean, Lynt, Stan Urick, que no aparece en tu lista porque tiene setenta años y está muy flaco, y Harley, que tampoco aparece por esos cuatro pelos a los que llama «barba», estuvieron allí hasta después de la una de la mañana. Nadie se ausentó durante más tiempo que el necesario para hacer pipí. Dean perdió ochenta dólares.

—Bueno, tres menos.

—A mi agente le ha gustado tu propuesta para el libro de cocina.

—¿Qué has dicho?

Brody mordió el bocadillo.

—¡Qué bueno está! —dijo con la boca llena—. De todos modos, necesita hablar directamente contigo.

—Pero… todavía no está a punto.

—Entonces, ¿por qué me lo has dado?

—Pues… pensé que, si te apetecía y tenías tiempo, podías echarle un vistazo. Eso es todo. Que me darías tu opinión o… yo qué sé. Consejos.

—Me ha gustado, así que le he pedido su opinión a mi agente. Como es una persona inteligente, está de acuerdo conmigo.

—¿Porque eres su cliente o porque el libro es bueno?

—En primer lugar, tiene clientes más importantes que yo, mucho más importantes. Soy un pez pequeño en su estanque. Pero pregúntaselo tú misma. En cualquier caso, le ha gustado la estructura que le has dado, pero hay que hacer una propuesta formal. Ha calificado la introducción de «divertida y alegre». Ha dicho que esta noche iba a probar con una de las recetas para ver qué sale; sabe cocinar; y le pasará una de las más sencillas a su secretaria, que no sabe.

—Como una audición.

—Es una mujer ocupada, no aceptará un cliente si cree que no tiene salida. Podrías hablar con ella mañana, después de la audición.

—Estoy nerviosa.

—Es normal, pero Lydia no te va a comer —contestó él, sacando el vaso de Coca-Cola para llevar que Reece había empaquetado con los bocadillos—. Ha captado quién eres.

—¿Qué quieres decir?

—Es lista, avispada, y se mantiene al día de las noticias. —Brody desechó la pajita, quitó la tapa de plástico y bebió—. Tiene la memoria de una manada de elefantes. Me ha preguntado si eras la Reece Gilmore de Boston que sobrevivió a la Matanza de Maneo hace un par de años. Yo le he dicho la verdad.

A Reece el apetito le desapareció de golpe.

—Sí, claro —dijo—. ¿Qué diferencia supone eso para ella?

—Puede suponerla para ti. Si lo vendes, si lo publicas, ella no será la única en atar cabos. Ya hace algún tiempo que vuelas por debajo del radar, Flaca. Si sacas el libro, volverás a ser el centro de atención. Periodistas, preguntas… Tendrás que decidir si estás dispuesta.

—«Superviviente de matanza y antigua paciente psiquiátrica escribe libro de cocina». Ya entiendo. Mierda.

—Tienes que pensarlo.

—Supongo que sí.

Miró alrededor, el agua, las montañas, el pantano. Los sauces sumergían en el lago sus verdes hojas, ligeras como plumas. Al otro lado, un pez plateado se agitaba frenético en el extremo del sedal de Carl.

Era un lugar tan bonito, tan tranquilo… No había donde esconderse.

—Puede que de todos modos tu agente no quiera representar el libro. Y aunque quiera —consideró Reece—, puede que no se venda. Los pasos son muchos y grandes.

—Los pasos pequeños te llevan al mismo sitio pero tardas muchísimo más en llegar, así que decide dónde quieres ir y cuánto quieres tardar —dijo él antes de dar otro bocado—. ¿Por qué has incluido bocadillos italianos en el menú del día?

—Porque son buenos, divertidos y rápidos. Añaden un poco de variedad.

—Ahí tienes otra razón —comentó Brody, haciendo un gesto con el bocadillo—. Eres creativa. No puedes contener esa creatividad. Te gusta darle de comer a la gente, pero te gusta hacerlo a tu modo, o al menos añadir al proceso una pizca de ti misma. Si sigues trabajando ahí, vas a verte obligada a implicarte, poco a poco.

Reece se removió en el asiento, incómoda porque sabía que él tenía razón. Sabía que eso era justo lo que estaba haciendo.

—No intento hacerme cargo del negocio.

—No, pero ya no intentas solo encajar. Este pueblo nunca será Jackson Hole.

Confusa, Reece sacudió la cabeza.

—Vale.

—Pero crecerá. Mira otra vez —sugirió él señalando las montañas—. La gente necesita esto. La vista, el aire, el lago, los árboles. Algunos, durante un fin de semana, o un par de semanas en vacaciones. Algunos, para siempre, o para tener una segunda residencia donde pueden ir en barca, esquiar o montar a caballo. Cuanto más se llenan las ciudades, más necesita la gente un lugar distinto para vivir. Y la gente tiene una particularidad: siempre necesita comer.

Reece destapó la botella de agua que había llevado para ella.

—¿Es una forma retorcida de sugerir que abra un restaurante aquí?

—No. En primer lugar, Joanie se cabrearía mucho. En segundo lugar, tú no quieres llevar un restaurante. Tú quieres llevar una cocina. ¿Sabes quién es el principal empresario de Angel’s Fist?

—Ahora mismo, no.

—Joanie Parks.

—¡Venga ya! Sé que tiene un par de locales.

—Angel Food, la mitad del hotel, mi cabaña y tres más, cuatro casas, solo en el pueblo, y unas cuantas fincas dentro y fuera de él. El edificio donde están la galería de arte y la tienda de regalos también es suyo.

—Estás de broma. Se pone a chillar si propongo gastar unos centavos de más en rúcula.

—Por eso es suya una gran parte del pueblo. Es frugal.

—He llegado a quererla y admirarla pero… ¡venga ya! Es cutre.

Brody sonrió mientras volvía a levantar su vaso.

—¿Esa es forma de hablar de tu futura socia?

—¿Cómo va a pasar de ser mi jefa a ser mi socia?

—Cuando le propongas que abra un Gourmet Informal en la otra punta del pueblo. Un restaurante pequeño e íntimo que sirva comidas de cierto nivel pero asequibles.

—Ella nunca… Bueno, podría ser. Pequeño e íntimo, para esa cena especial o ese almuerzo de señoras elegantes. Mmm. Mmm. Solo almuerzos y cenas. Un menú distinto cada día de la semana. Mmm.

El tercer «mmm» obligó a Brody a reprimir una sonrisa. La mente de Reece ya acariciaba la idea. Imaginó que su ánimo la acariciaría muy pronto.

—Por supuesto, depende de dónde quieras ir.

—Y de cuánto quiera tardar en llegar. Brody, ¡qué sinvergüenza has sido plantando esa semilla en mi cabeza. Ya no podré arrancarla!

—Eso te dará mucho en que pensar. ¿Vas a comerte la otra mitad de ese bocadillo?

Reece se lo pasó con una sonrisa. En ese momento sonó su teléfono móvil.

—Nadie me llama nunca —empezó Reece mientras lo sacaba—. No sé para qué lo llevo. ¿Diga?

—¿Reece Gilmore?

—Sí.

—Soy Serge. Te dejé guapa en Jackson.

—Ah, sí, Serge. ¿Cómo estás?

—Muy bien, esperando que Linda-Gail y tú volváis a visitarme.

En un gesto instintivo, Reece se llevó una mano al pelo, enredado por la brisa. Le vendría bien cortarse las puntas, desde luego. Pero también tenía que pagar el seguro del coche.

—Se lo comentaré.

—Entretanto, he llamado por el dibujo que me dejaste.

—¿El dibujo? ¿La has reconocido?

—Yo no, pero acabo de contratar a una aprendiza que cree reconocerla. ¿Quieres que le dé tu número?

—Espera —pidió Reece mirando a Brody—. ¿Está ahí la aprendiza?

—Ahora mismo, no. No empieza hasta el lunes. Pero tengo sus datos. ¿Los quieres?

—Sí. ¡Espera! —exclamó, buscando en su bolso un bloc y un bolígrafo—. Dime.

—Marlie Matthews —empezó Serge.

Lo anotó todo, el nombre, la dirección y el número de teléfono, mientras la canoa flotaba a la deriva.

—Gracias, Serge, muchas gracias. Linda-Gail y yo iremos en cuanto podamos.

—Eso espero.

Reece cortó la comunicación.

—Alguien ha reconocido a la mujer del dibujo.

—Ya lo he deducido. Más vale que cojas tu remo. Tendremos que amarrar la barca antes de ir a Jackson Hole.