18

Brody se agachó ante la puerta del apartamento de Reece con una linterna y una lupa.

Se sentía un poco ridículo.

Aunque consideraba que la posibilidad de que por la mañana se le pegasen las sábanas era uno de los grandes beneficios de ser escritor, se había levantado con Reece y había hecho oídos sordos a sus explicaciones de lo fácil que era para ella ir caminando hasta el restaurante.

«Claro —pensaba ahora—, qué peligro hay en que una mujer que puede tener a un asesino acechándola recorra sola y de noche tres kilómetros, como un personaje idiota de una mala película de terror».

Además, cuando la dejó en Joanie’s no solo se tomó las dos primeras tazas de una cafetera recién hecha, sino que le sirvieron huevos con beicon y patatas fritas antes de abrir al público.

No era un mal negocio.

Ahora estaba en cuclillas, jugando a los detectives. No tenía ninguna experiencia personal en allanamientos de morada, por lo que no podía tener la certeza absoluta de que no hubiesen forzado o manipulado la cerradura, pero no veía signos de ello.

Una vez más, consideró la posibilidad de no hacer caso a Reece y llamar al sheriff, sin embargo no era que se pudiera hacer más de lo que él estaba haciendo en ese momento.

«Y está la cuestión de la confianza», pensó mientras se sentaba sobre los talones. Reece confiaba en él, y él no podía defraudarla.

Decía que estaba enamorada de él, pero que no quería presionarle. Mujeres. Confundía la pasión y… el compañerismo con esa palabreja que empezaba por A. Además, se sentía vulnerable por lo que había tenido que vivir. Por lo que aún estaba viviendo.

Se incorporó y sacó la llave que ella le había dado. Cuando la tuvo en la palma de la mano, se quedó mirándola.

Confianza. ¿Qué se suponía que debía hacer?

Abrió la puerta y cruzó el umbral.

En el aire flotaba un aroma ligero y sutil. Brody lo habría reconocido en cualquier parte. Se sintió irrazonablemente irritado al pensar que quien se había colado en el apartamento, fuera quien fuese, se había visto envuelto por ese mismo aroma personal.

La luz entraba por las ventanas y se derramaba sobre el suelo desnudo, los muebles de segunda o tercera mano, la colcha de un vivo color azul que Reece había comprado para el estrecho diván.

Pensó que ella merecía algo mejor. Seguramente él podía ayudarla, darle unos dólares para que se comprase una alfombra, por el amor de Dios, un poco de pintura.

—Te estás metiendo en terreno resbaladizo, Brody —se recordó—. Si le compras a una mujer una alfombra, luego querrá un anillo.

Además, aquel apartamento tenía unas vistas que no podían comprarse con dinero. ¿Quién necesitaba alfombras o un par de cuadros cuando tenía las montañas pintadas en el cielo al otro lado de la ventana y el lago casi en la puerta?

Cogió el ordenador portátil de Reece y lo metió en su estuche. Como mínimo pasaría otra noche fuera de allí. Más valía que tuviese sus cosas.

Distraído, abrió el cajón del pequeño escritorio que Joanie debía de haber subido. Encontró dos afilados lápices partidos por la mitad, un rotulador negro y un librito encuadernado en piel, el típico librito en el que la gente suele llevar las fotos de sus hijos o sus mascotas. Lo abrió llevado por la curiosidad.

Vio la foto de una mujer mayor de aspecto inteligente sentada en un banco, en lo que parecía un jardín bien cuidado, tenía el rostro tapado por varias X negras. Había más. La misma mujer, vestida con camisa blanca y pantalones negros, con un caniche del tamaño de un sello de correos en los brazos. Una pareja que llevaba un largo delantal. Un grupo con copas de champán. Un hombre con los brazos abiertos delante de un gran horno.

Todos tenían el rostro cubierto por varias X.

En la última, Reece aparecía de pie en medio de un grupo numeroso. Brody supuso que la foto había sido tomada en el restaurante. Maneo’s. El rostro de Reece era el único que no estaba tachado, y sonreía.

Debajo de cada persona, escrita en pequeñas y pulcras letras de imprenta, aparecía la palabra: MUERTO. Y bajo la imagen de Reece se leía: LOCA.

Brody se preguntó si Reece lo habría visto ya. Confiando en que no fuese así, introdujo el pequeño álbum en el bolsillo exterior del estuche del portátil. Cuando llegase a casa lo sacaría y decidiría qué hacer con él.

Aunque no tenía previsto invadir de aquel modo su intimidad, Brody se dispuso a registrar los cajones del feo y achaparrado tocador.

Superó el malestar que le causaba revolver entre su ropa interior recordándose que ya se la había quitado unas cuantas veces. Si podía tocarla cuando la llevaba puesta, tocarla cuando estaba doblada dentro de un cajón no era algo tan raro.

«Vale, sí —reconoció—, es raro».

No tardó en revisar el ropero; no había gran cosa. Aquella mujer viajaba con poco equipaje.

Los cajones de la cocina eran otro cantar. Era allí donde Reece echaba el resto. Todo estaba meticulosamente organizado. No había lugar para la confusión. Era evidente que Reece no sabía lo que era el «cajón de los trastos». Encontró medidores, cucharas, batidores —¿por qué iba a querer alguien más de uno?— y diversos utensilios y chismes de cocina. La finalidad de algunos se le escapaba, pero todo, también las ollas y sartenes del armario inferior, estaba bien ordenado.

Halló una pila de cuencos y un par de cacerolas de distinto tamaño.

Una vez más, ¿podía necesitar alguien más de una?

En el siguiente armario encontró un almirez repleto de píldoras.

Lo sacó y lo dejó a un lado.

Brody entró en el baño. En el botiquín, todos los frascos seguían alineados en el estante. Y vacíos.

«Pequeñas trampas», pensó Brody sintiendo otro arranque de ira contenida. Un cabrón muy listo.

Como los puños se le cerraban, se metió las manos en los bolsillos y observó las paredes.

La letra volvía a ser pulcra, de imprenta, sin garabatos. Sin embargo, la superposición de algunas palabras producía una sensación de frenesí. De locura. El detalle de escribir algunas de las palabras desde el suelo hasta el techo o al contrario era un acierto.

El autor de aquello actuaba con mucha premeditación, con mucho cuidado, con mucha astucia.

Sacó su cámara digital y tomó fotos desde todos los ángulos que pudo, dadas las reducidas dimensiones del cuarto de baño; primeros planos de la pregunta entera, luego de las palabras aisladas, y por último de cada una de las letras.

Cuando hubo fotografiado el baño de todas las formas que se le ocurrieron, se apoyó en el marco de la puerta.

Ella no podía volver y encontrarse con eso, de ningún modo. Se acercaría a la tienda de Mac a ver si tenía algún producto para quitar el rotulador del suelo, la bañera y las baldosas. No sería nada del otro mundo.

De paso, podía comprar pintura. Para una habitación de ese tamaño no hacía falta mucha. En un par de horas habría terminado.

Nada que ver con comprarle una alfombra o algo así.

Mac hizo preguntas, por supuesto. Brody se dijo que el papel higiénico debía de ser lo único que podía comprarse en el pueblo sin que te preguntasen. Todo lo demás iba acompañado de un: «Bueno, ¿qué planes tienes?».

No dijo nada de su intención de pintar en casa de Reece. Seguramente la gente se formaría una idea equivocada si se enteraba de que un tipo hacía recados para la mujer con la que se acostaba.

Al poco rato, Brody, un hombre para el que cualquier tarea doméstica que no fuese preparar café era una forma de infierno sobre la tierra, estaba de vuelta en el baño, a cuatro patas, frotando.

Reece giró el picaporte con cautela. No soportaba que la puerta estuviese abierta. No soportaba el miedo que le atenazaba la garganta al pensar que Brody pudiese estar herido o algo peor.

¿Por qué seguía allí? Reece había supuesto que bajaría mucho antes de su descanso para devolverle la llave. Pero no lo había hecho, y su coche seguía fuera.

Y la puerta del apartamento estaba abierta.

La empujó y dio un par de pasos.

—¿Brody?

—Sí. Estoy aquí.

—¿Estás bien? He visto tu coche y no he… —se interrumpió al notar el olor—. ¿Qué es eso? ¿Pintura?

Él salió del baño con un rodillo en la mano. Tenía manchas de pintura en las manos y el pelo.

—No son los perfumes de Arabia.

—¿Estás pintando el baño?

—No es gran cosa. En total debe de haber medio metro de pared.

—Un poco más —dijo ella, emocionada—. Gracias.

Se acercó a echar un vistazo.

Brody ya había pintado el techo y el contorno de las baldosas y había imprimado las paredes. Había elegido un azul muy claro, como si una nube se hubiese sumergido un instante en el lago y hubiera absorbido una pizca de su color.

Ni rastro de las letras o manchas rojas.

Reece se apoyó en él.

—Me gusta el color.

—No hay mucho donde escoger en la tienda de Mac, aunque había un precioso rosa chicle que me ha hecho dudar.

Ella sonrió sin dejar de apoyarse en él.

—Agradezco tu autodominio y tu muestra de buen gusto. Tendré que pagarte en comida.

—Me parece bien. Pero si ahora decides que todo el apartamento necesita una mano de pintura, es cosa tuya. Se me había olvidado que detesto pintar.

Reece, arrimada contra su cuerpo, se volvió a mirarle.

—Puedo acabarlo después de mi turno.

—Yo he empezado y yo acabo.

Se sorprendió rozando su cabeza con los labios. Pero era demasiado tarde para detener el gesto. Demasiado tarde para muchas cosas, comprendió cuando ella echó la cabeza hacia atrás y utilizó el poder de sus ojos con él.

—Prefiero que pintes a que me regales diamantes. Más vale que lo sepas.

—Me alegro, los diamantes se me agotaron hace poco. —Cuando ella apoyó la cabeza en su pecho con un suspiro, Brody se sintió perdido—. No quería que volvieses a verlo —añadió.

—Ya lo sé, pero me pregunto si esta noche podría dormir en tu casa de todos modos —dijo, arrimándose un poco más—. Ya sabes que el olor de la pintura tarda un tiempo en desaparecer.

—Sí, no queremos que aspires los vapores.

Reece echó la cabeza hacia atrás y llevó su boca hasta la de Brody. De forma prolongada y lenta, increíblemente cálida, casi insoportablemente dulce. La mano libre de él se deslizó por su espalda y le agarró la camisa.

Reece dio un paso atrás; reía, tenía los ojos brillantes. El estrés y la tensión que Brody vio en ella la noche anterior habían desaparecido.

—Solo necesito coger algunas cosas para… Vaya, ¿ibas a picar algo?

—¿Eh? —Consiguió decir él, aún absorto en el beso y en la expresión de Reece.

—Has sacado el almirez.

—Reece… —Se maldijo por haberlo dejado fuera—. ¿Qué tienes aquí? Parece…

Aquel brillo que despedían sus ojos desapareció.

—No las tomo —dijo, mirándole con ojos desconsolados—. Solo las guardo por si acaso, y para recordarme a mí misma de qué estoy tratando de alejarme. No quiero que pienses que…

—Yo no las he puesto ahí.

—Entonces… ¡Oh!

—Son trampas, Reece —dijo al tiempo que dejaba el rodillo en la cubeta y se acercaba a ella—. Te está poniendo trampas, y tú no debes caer en ellas.

—¿Y qué pretende decir con esto? —preguntó ella mientras metía los dedos en el almirez y dejaba que las píldoras resbalasen por ellos—. «¿Por qué no las picas, elaboras una buena pasta, la untas en tostadas y te olvidas de todo?».

—No importa lo que diga si tú no le escuchas.

—Sí que importa —replicó ella volviéndose de golpe; en lugar de desconsuelo, sus ojos de gitana despidieron chispas de ira—. Si no le escucho, no puedo responderle. No puedo hacerle saber que no va a mandarme otra vez con las píldoras y los médicos. No voy a volver a la oscuridad porque él sea un asesino, un cobarde y un hijo de puta. —Agarró el almirez; Brody temió que lo estrellara contra el suelo, pero Reece lo volcó en el fregadero y abrió el grifo a tope—. No las necesito. No las quiero. Que le den.

—Debería haber sabido que no eres de las que tiran la vajilla al suelo —dijo Brody mientras apoyaba las manos en los hombros de ella y contemplaba cómo se deshacían las píldoras—. Ese no sabe con quién se enfrenta.

—Seguramente me entrará el pánico más tarde, cuando piense que no las tengo. Son mi red de seguridad.

—Supongo que si necesitas una red el doctor te hará una receta.

—Sí, supongo que sí.

Reece suspiró. «Las he tirado por el desagüe para demostrar algo», pensó.

—Me reservaré esa posibilidad —añadió—, y a ver cómo me va sin red.

Brody pensó en el álbum de fotos que había escondido creyendo que la protegía. Se dio cuenta de que lo que necesitaba no era protección, sino fe. Necesitaba que alguien creyese que estaba equilibrada.

—Hay otra cosa. Va a afectarte un poco más que esto.

—¿Qué?

Mientras ella miraba a su alrededor en busca de la trampa, él fue hasta el ordenador portátil y sacó el pequeño álbum.

—Lo ha hecho para trastornarte. No le permitas que gane.

Reece abrió el álbum. Esta vez no le temblaron las manos sino el corazón.

—¿Cómo ha podido hacerles esto? Con todo lo que pasaron y todo lo que perdieron, y los tacha como si no fuesen nada.

—Para él no lo son.

—Yo jamás habría hecho esto —dijo—. Por muy mal que estuviese, nunca lo habría hecho. Ha cometido un error, porque sé a ciencia cierta que esto no lo he hecho yo. Les quería, nunca habría tratado de borrarlos.

Pasó todas las hojas, como había hecho Brody, recorriendo con un dedo los rostros tapados de quienes habían muerto. Luego cerró el álbum.

—Cabrón. Cabrón de mierda. No, no ganará —dijo antes de dejar el álbum sobre el escritorio—. No lo conseguirá.

Brody se le acercó; Reece se volvió y se apoyó en él.

—Puedo sustituir la mayoría de las fotos. Mi abuela tiene copias de algunas. Pero la foto de grupo era la única que tenía de todos nosotros.

—Tal vez los familiares tengan copias.

—Claro, supongo —respondió ella, más relajada, mientras se arreglaba el cabello—. Puedo ponerme en contacto con ellos y pedir una copia. Puedo hacer eso. Tengo que volver abajo a terminar mi turno.

—Cuando acabe, bajaré yo también —dijo Brody acariciándole el pelo—. Después podríamos hacer algo, dar una vuelta en coche o pedir prestada una barca.

—Estupendo. Estoy bien. No pasa nada.

Pete, que había vuelto a reincorporarse al trabajo, le guiñó el ojo cuando entró en la cocina.

—Tu sándwich de pollo teriyaki ha tenido mucho éxito entre los clientes madrugadores del almuerzo. Lo están pidiendo mucho, y los platos vuelven vacíos.

—Fantástico.

—Te has pasado con el descanso —dijo Joanie desde la parrilla.

—Lo siento. Me quedare un rato después de mi turno.

—¿Brody está pintando arriba?

Reece dejó de lavarse las manos.

—¿Cómo lo sabes?

—Ha venido Carl a tomar un café y le ha dicho a Linda-Gail que Brody había ido a la tienda a comprar pintura y otras cosas. El coche de Brody sigue ahí enfrente. Solo hay que sumar dos y dos.

—Sí, me está haciendo un favor.

—Más vale que no haya elegido un color extravagante.

—Es un azul muy claro. Es solo el baño… Le hacía falta.

—Desde luego. —Joanie apiló una generosa ración de carne en un panecillo alargado y añadió unos huevos—. Es agradable que un hombre se haga cargo de algunas tareas.

—Sí que lo es.

Después de secarse las manos, Reece cogió la siguiente nota de la fila.

—No recuerdo que Brody haya hecho algo así por ninguna otra mujer de por aquí. ¿Tú qué dices, Pete?

—La verdad es que no.

Pete tenía razón en lo del teriyaki. Habían pedido otros dos, uno con aros de cebolla y otro para acompañar la sopa de judías negras. Reece se puso a trabajar.

—Los dos sabéis que me acuesto con él —dijo como quien no quiere la cosa—. No es raro que un hombre haga algunas tareas para la mujer que se acuesta con él.

—No eres la primera mujer con la que se acuesta —comentó Joanie—, pero a ninguna le ha pintado el baño a cambio de ese privilegio.

—Tal vez yo sea más buena en la cama.

Joanie soltó una carcajada mientras echaba unas patatas fritas en el plato del bocadillo y añadió un cucharón de ensalada de col.

—¡Pedido listo! ¿Cómo va eso, Denny?

—No me puedo quejar, Joanie —respondió el ayudante del sheriff, de pie ante la barra—. Me ha mandado el jefe. Quiere que Reece vaya a la comisaría unos minutos, si puedes prescindir de ella.

—Puñeta, Denny, acaba de volver del descanso y esto se está empezando a llenar.

—Bueno… —Denny se metió una mano bajo la gorra de servicio para rascarse la cabeza—. Es que… ¿Puedo pasar ahí atrás un momento?

Con expresión agraviada, Joanie le animó a pasar.

—¿Qué pasa? —susurró Linda-Gail, acercándose a la barra.

—Nada que te importe tanto como llevarle ese pedido a un cliente. —Joanie volvió a la cocina—. Bueno, ¿por qué quiere Rick dejarme sin cocinera a mediodía cuando estoy de trabajo hasta las cejas?

—¿El sheriff quiere verme? —preguntó Reece, levantando la mirada del pollo que chisporroteaba.

—Le gustaría que fuese a la comisaría un par de minutos. La cuestión es que… No he querido dar muchos detalles ahí fuera, donde come la gente y eso —le dijo Denny a Joanie—. La cuestión es que han encontrado el cadáver de una mujer en los pantanos de Moose Ponds. Reece, el sheriff tiene un par de fotos que cree que debería ver, por si es la que dijo… quiero decir… la que vio junto al río.

—Ve con él —dijo Joanie en tono enérgico.

—Sí —respondió la joven con voz apagada—. Sí, debería… Acabo este pedido y voy.

—Ya acabo yo el puñetero pedido. Pete, sube corriendo a buscar a Brody.

—No, no, no le molestes —pidió Reece mientras se quitaba el delantal con expresión ausente—. No pasa nada. Vámonos ya.

Pete esperó a que Reece no pudiese oírle.

—¿Quieres que suba a buscar a Brody?

—Ha dicho que no. Reece sabe lo que quiere —respondió Joanie, pero había preocupación en su rostro cuando volvió a la parrilla.

Como Denny había llevado el coche oficial, el viaje fue rápido. Reece no tuvo tiempo de asimilar la idea ni de obsesionarse. Todo acabará en unos minutos, pensó. Y entonces dejaría todo aquello atrás, o al menos lo intentaría.

—Voy a llevarla directamente al despacho de Rick. —Denny le dio una palmadita vacilante cuando bajaron del coche—. ¿Quiere café? ¿Agua?

—No, no, estoy bien. —Se dijo que ni siquiera conseguiría tragar saliva—. ¿Sabe cómo fue… cómo murió?

—Más vale que hable con el sheriff —dijo Denny mientras le abría la puerta.

Hank levantó la vista desde la mesa de trámites y tapó el teléfono con una mano.

—Un grupo de turistas chalados persiguiendo a un búfalo con un todoterreno para sacar fotos de acción. Ahora tenemos un todoterreno accidentado y un búfalo cabreado. Hola, Reece —le dijo esbozando una sonrisa—. ¿Va todo bien?

—Sí.

—Denny, voy a necesitar que salgas con Lynt, que traigáis a ese grupo y remolquéis el vehículo. Vaya puñado de gilipollas. Disculpe, Reece.

—Voy al despacho del sheriff Mardson.

—¿Dónde están? —Oyó que preguntaba Denny mientras se alejaba.

La puerta estaba abierta y Mardson acudía ya a recibirla.

—Gracias por venir.

—Encontraron a alguien. Una mujer. Un cadáver.

—Siéntese —le pidió tomándola del brazo con suavidad y acompañándola a una silla—. Unos niños la encontraron. Coincide con su descripción. Tengo varias fotos. Le advierto que no resultan agradables, pero si puede mirarlas dígame si cree que es la mujer que vio; eso nos sería muy útil.

—¿La estrangularon?

—Parece ser que la maltrataron bastante. ¿Cree que puede mirar las fotos?

—Puedo.

Entrelazó las manos con fuerza sobre el regazo para infundirse ánimos mientras él cogía un expediente de su escritorio.

—Tómese el tiempo que necesite.

El sheriff se sentó en la otra silla y luego le tendió una foto. Reece no la cogió; no podía separar los dedos. Pero miró.

Luego apartó la vista con el aliento entrecortado.

—Está… ¡Oh, Dios mío!

—Ya sé que es duro. Ha pasado algún tiempo en el pantano. Tal vez uno o dos días. El forense tiene que determinar el momento de la muerte y todo eso.

—¿Uno o dos días? Pero han pasado semanas.

—Si se marchó con él aquel día, si estaba herida pero no muerta, esto pudo ocurrir más tarde. —Cuando ella empezó a sacudir la cabeza, Rick levantó una mano y añadió—: ¿Puede decir, sin la menor duda, que no podía seguir viva?

Reece deseó asegurarlo, pero ¿cómo podía hacerlo?

—No tengo apenas dudas.

—Eso basta por ahora. ¿Es esta la mujer que vio, Reece?

Apretó sus propios dedos hasta sentir dolor, y lo utilizó para forzarse a mirar de nuevo.

La cara estaba golpeada, hinchada, cubierta de cortes sin sangre hasta la garganta, que se veía irritada y enrojecida. Las criaturas del pantano también la habían probado. Había oído tiempo atrás que los peces y los pájaros suelen atacar primero los ojos. Ahora sabía que era cierto.

Tenía el cabello oscuro y largo. Sus hombros parecían estrechos.

Reece trató de superponer el recuerdo de la mujer que había visto sobro el rostro asolado de esta.

—No… Parece más joven, y el pelo… el pelo parece más corto. No lo sé.

—Aquel día estaba a mucha distancia.

—Él no la golpeó. Su cara… esta cara… alguien la golpeó. Él solo la tiró al suelo de un empujón antes de… No le golpeó así en la cara.

Rick permaneció en silencio unos momentos y, cuando Reece volvió a apartar la mirada, puso la foto boca abajo.

—Podría ser que no estuviese muerta cuando usted corrió a buscar ayuda. Que él se la llevase a rastras y borrase sus huellas. Tal vez ella volvió en sí e hicieron las paces por un tiempo. A lo mejor viajaron por la zona. Tuvieron otra pelea un par de semanas después, y fue entonces cuando ocurrió lo demás. Si un hombre pone una vez las manos alrededor del cuello de una mujer, puede volver a hacerlo.

—Lo demás.

—Tenemos que esperar a que le hagan la autopsia y a que procesen otras pruebas. Yo digo que hay bastantes posibilidades de que esta sea la mujer que vio. Pero si pudiese echarle otro vistazo cuando se sienta más relajada, sería muy útil. No llevaba documentación. Han tomado sus huellas, pero no constan en los archivos de la policía. Utilizarán la identificación dental y revisarán la lista de desaparecidos. Pero si supiéramos que estuvo en el lugar donde usted vio a aquellas dos personas, si supiéramos que estuvo con el hombre que usted vio, eso también podría ser útil.

Reece le miró a los ojos con serenidad.

—No me creyó. No creyó que viese lo que dije, ni siquiera que alguien hubiese estado allí.

—Tenía mis dudas, no voy a engañarla. Eso no significa que no haya investigado el asunto o que no siga haciéndolo.

—Está bien.

Esta vez Reece alargó el brazo para coger la fotografía. La conmoción había disminuido, y ahora observo el rostro con compasión.

—No lo sé —añadió—. Lo siento. Quisiera poder decir que esta es la mujer que vi, pero no puedo. Creo que era mayor que esta, y que tenía el pelo más largo y la cara más estrecha, pero no estoy segura. Si cuando la identifiquen pudiera ver una foto de ella antes de que le hiciesen esto, creo que podría decir sí o no con mucha más certeza.

—De acuerdo —dijo el sheriff cogiendo la foto; luego le apretó una mano, fría como si hubiese estado metida en un congelador—. Sé que esto ha sido duro para usted. ¿Quiere un poco de agua?

—No, gracias.

—Cuando la identifiquen, la llamaremos. Le agradezco que haya venido. Le diré a Denny que la acompañe.

—Creo que ha tenido que irse.

—Entonces la llevaré yo mismo.

—Puedo ir caminando —afirmó Reece, aunque cuando se levantó le flaquearon las piernas—. O tal vez no.

—La llevaré. ¿Quiere quedarse sentada unos minutos?

Reece sacudió la cabeza.

—Supongamos que está en lo cierto y que ella sobrevivió aquel día. ¿Por qué iba a quedarse con él? ¿Por qué iba a que darse de forma voluntaria con él después de que intentase matarla?

—La gente hace cosas inexplicables. Hank, acompaño a Reece a su casa. Y puede que me equivoque —añadió Rick mientras cogía su sombrero del perchero y abría la puerta—. Tal vez esto no tenga nada que ver con lo que usted vio el mes pasado. Pero por su descripción, hay muchas posibilidades.

—No se ha denunciado su desaparición porque estaba con él, y él no iba a denunciarla.

—Podría ser.

Reece subió al coche y echó la cabeza hacia atrás.

—Me gustaría estar segura de que es la misma mujer. Suena mucho más fácil decir simplemente sí, es ella. Entonces esto habría acabado para mí; habría terminado.

—Ahora debería olvidarlo, al menos de momento. Deje que la policía haga su trabajo.

—Me gustaría poder hacerlo.

Cuando se detuvieron delante de Joanie’s, Reece levantó la mirada y vio que Brody salía en ese momento.

Cuando la vio en el coche oficial, bajó los peldaños corriendo.

—¿Qué pasa? ¿Qué ocurre?

Parecía muy preocupado, y Reece no estaba acostumbrada a ver preocupación en su rostro. Su vientre se estremeció.

—Encontraron el cadáver de una mujer, y he ido a ver las fotos… No sé si era ella. Tenía la cara demasiado desfigurada. No creo que fuese la mujer que vi, pero…

—La encontraron en el pantano, cerca de Moose Ponds —explicó Rick mientras bajaba del coche.

—Voy a sentarme un momento antes de volver adentro. Necesito un poco más de aire. —Reece fue hasta la escalera y se dejó caer sentada.

—Una mujer —le murmuró Rick a Brody—. Cabello largo y oscuro. Pruebas de que fue estrangulada. Golpeada, violada. Tal vez ahogada. El forense debe de estar haciendo la autopsia en este momento. Unos niños la encontraron. Desnuda, sin documentación; no había ropa en la zona.

—¿Cuándo la encontraron?

—Ayer. Me lo han notificado hoy y tengo las fotos de la escena del crimen.

—Por el amor de Dios, Rick, ¿cómo demonios esperabas que Reece identificase a una mujer que lleva casi un puto mes en remojo en el pantano?

—Uno o dos días —corrigió Rick—. Si Reece vio a alguien aquel día y esa mujer se alejó del río por su propio pie o se la llevaron aún viva, podría ser ella. Necesitaba saber si Reece podía identificarla. Lo ha aguantado bastante bien. Tiene agallas.

—Deberías haberme llamado para que la acompañase. —Brody miró a Reece con el ceño fruncido—. Sabes de sobra que estamos liados.

—Si ella hubiera querido que la acompañaras, te habría llamado. ¿Qué demonios tienes en el pelo?

—Mierda. —Brody se pasó las manos por la cabeza—. Pintura. He pintado un poco arriba.

—¿Ah, sí? —Rick enarcó las cejas—. Creo que estáis más liados de lo que pensaba.

—Solo es pintura.

Rick sonrió enseñando los dientes.

—Un azul muy bonito. Cuando Debbie y yo nos liamos, como tú dices, me pidió que le arreglase el porche y luego que le comprara esto y lo otro en el mercado. Antes de que me diera cuenta, estaba alquilando un esmoquin y diciendo «Sí, quiero».

—Vete a la mierda, Rick. Solo es pintura.

—Por algo se empieza. —Se acercó a Reece y se agachó para que ella no tuviese que moverse—. ¿Ya se encuentra mejor?

—Sí, estoy mejor. Gracias por traerme de vuelta.

—Es parte del servicio.

—Sheriff… —le llamó mientras regresaba al coche—. ¿Me avisará en cuanto la identifiquen?

—Desde luego. Cuente con ello. Ahora cuídese. Brody, si trata de ponerte un delantal, estás perdido.

—Que te…

Pero Rick ya había subido al coche y cerraba la puerta.

Al ver que Reece se levantaba, Brody se acercó a ella.

—Subamos a coger lo que necesites. Lo llevaremos a mi casa y luego iremos a dar ese paseo o lo que sea.

—No, tengo que volver al trabajo.

—Joanie no va a despedirte, por el amor de Dios.

—Necesito el trabajo. Necesito el dinero. Y le debo una hora extra. De todos modos, me encontraré mejor si estoy ocupada. ¿Aplazamos el paseo o lo que sea?

—Vale —accedió él, antes de devolverle la llave—. Estás ocupada. Estaré en casa si… Estaré en casa.

—De acuerdo.

Como Brody no hizo ningún movimiento, lo hizo ella: se estiró y le besó.

—Considéralo eso un pequeño adelanto por la pintura.

—Creía que me ibas a pagar en comida.

—Para empezar.