25
Reece bebió tres copas de vino; tal vez por eso estaba achispada. Lo bastante achispada para que, tan pronto como bajaron del coche delante de la cabaña, se pusiera de puntillas detrás de Brody y le mordisquease la oreja.
El solo había tomado una copa de vino, pero aquel ataque repentino contra sus sentidos hizo que se le cayeran las llaves.
Reece se echó a reír cuando él se inclinó para recogerlas.
—Mmm. Qué hombre tan fuerte —dijo, todavía colgada de él.
—Qué mujer tan flaca.
—Antes lo era más.
Las manos de Reece parecían no poder estarse quietas. Le desabrochó casi toda la camisa antes de que él consiguiese abrir la puerta principal.
—Llévame a la cama —pidió ella, con los dedos en el botón de sus vaqueros.
Brody estuvo a punto de tropezar con los peldaños cuando ella le dio un mordisquito en la nuca.
—Vas a tener que parar —dijo él, sin aliento—, dentro de dos o tres horas.
Consiguió llegar a la cama y la dejó caer por encima del hombro. Reece soltó un chillido y aterrizó con la risa tonta. Al momento Brody estaba encima de ella desabrochándole la camisa a tirones. Sujetándole los brazos, tiró de la camisa hacia abajo hasta que se tensó en su espalda y sobre sus muñecas, como una soga. Cuando ella jadeó, la boca de él tomó la suya con una posesión ardiente e impetuosa que la inundó de excitación.
—¡Madre mía! No puedo…
—Has empezado tú.
Le bajó los tirantes del sujetador y tiró hasta liberar sus pechos y poder deleitarse con ellos.
Fuera de sí, Reece se retorció debajo de él con un estremecimiento. Cuando él le desabrochó los vaqueros para deslizar la mano bajo la tela, empezó a gemir. Al oír su primer grito ahogado, Brody atrapó un pezón con los dientes y lo mordisqueó hasta que las caderas de ella se alzaron hacia su mano. Hasta que sintió que cedía.
—Grita todo lo que quieras —susurró sujetándole las manos, aprisionándola mientras su lengua y sus dientes bajaban rozando su cuerpo—. Nadie va a oírte más que yo.
Ella gritó mientras él le hacía cosas con su lengua, sus dientes, sus labios, y se sobresaltó al oír el sonido desenfrenado de sus propios gritos.
No podía detenerle. Los dedos de sus manos atrapadas se clavaban en la cama como para mantener los cuerpos de ambos anclados a ella. La respiración se le quebró en la garganta y se convirtió en otro grito sollozante de placer. Por primera vez en más de dos años, sentirse completamente desvalida en lugar de asustarla la excitó.
Si aquello era una noria enloquecida, esta vez anhelaba el viaje. Más deprisa. Girar. Liberarse para volar.
La invadieron las sensaciones, suaves y luego agudas, seductoras y luego tortuosas. Él la obligó a incorporarse y le quitó la camisa de un tirón. Reece se revolcó en la cama con él, loca por tocar, saborear y poseer.
Protestó cuando él la obligó a levantar los brazos por encima de su cabeza, arqueándose para no perder el contacto con su cuerpo. Y Brody puso las manos de ella alrededor de los barrotes del cabezal.
—Más vale que te agarres —le dijo.
Luego se zambulló en ella.
Fue un terremoto, un peligroso tumulto de alegría, potencia y velocidad. Azotada por aquel torbellino, y temiendo volar en pedazos mientras seguía su desesperado ritmo, se agarraba con fuerza al cabezal.
Luego se soltó y estrechó a Brody entre sus brazos para poder volar con él.
Todo se debilitó, su mente, su cuerpo. Sus brazos se deslizaron débilmente hasta la cama. Tenía el peso de Brody encima, pero le parecía insignificante, como si de algún modo se hubiesen fundido. Lo único real era el latido de su corazón contra el de ella.
Allí se quedó, con los fuertes latidos del corazón de Brody en el centro de su mundo.
Cuando él se apartó, trató de detenerle. Pero él se tumbó de espaldas y entrelazó sus dedos con los de ella. A Reece la cabeza le daba vueltas, y la dejó caer sobre el hombro de Brody.
Desde las sombras de los árboles, observó la casa. Observó la ventana del dormitorio, donde la luz de la luna en cuarto creciente era lo bastante intensa para ofrecerle siluetas, sombras, la sensación de movimiento detrás del cristal.
Era demasiado pronto para dormir. Pero nunca era demasiado pronto para el sexo. Podía esperar a que saliesen. La paciencia era una herramienta esencial del éxito y de la supervivencia.
Tenía varias opciones, varios planes. Los planes y las opciones eran otras herramientas importantes. Los adaptaría a cualquier oportunidad que se presentase.
La chica no se había asustado con la facilidad que él suponía, que él esperaba. Así que se había adaptado. En lugar de echar a correr, ella parecía pisarle los talones. También podía ocuparse de eso.
Hubiese preferido que las cosas fuesen distintas, pero su vida estaba llena de preferencias, muchas de ellas logradas solo a medias. Sin embargo, estaba decidido a mantener intactas las que había logrado.
Cuando se encendió la luz del dormitorio, siguió observando.
Vio a Reece a través de la ventana. Desnuda, se desperezó de una forma que reflejaba satisfacción sexual.
La sangre no se le alteró al verla, ni se tensó su espalda. Al fin y al cabo, no era un mirón. En cualquier caso, ella no era su tipo. Demasiado flaca, demasiado complicada. Apenas la veía como mujer.
Era un obstáculo. Incluso una especie de proyecto. A él le gustaban los proyectos.
La vio reír, vio que movía la boca mientras se ponía una camisa. De Brody evidentemente; le venía demasiado grande.
Observó que iba hasta la puerta, se detenía y decía algo por encima del hombro.
Así que adaptó sus planes a la oportunidad.
—Primero agua —repitió Reece—. Estoy a punto de morirme de sed.
—Tengo entendido que la ducha tiene agua.
—No pienso meterme en la ducha contigo. Ese es otro camino hacia la perdición, y necesito hidratarme. Puedo preparar algo sencillo mientras tú te duchas.
—¿Hablas de comida?
—No creo que vivas de pan con queso y de sudar en la cama. Haré un salteado rápido.
La expresión satisfecha de Brody se trocó de inmediato en un ceño fruncido.
—Has dicho comida, no verdura.
—Te gustará.
Relajada y ágil después del sexo, Reece casi salió flotando de la habitación. «Una cena sencilla —pensó—. Filetearé un par de pechugas de pollo que tengo congeladas en adobo. Las saltearé con ajo, cebolla, brécol, zanahoria y coliflor. Y las serviré acompañadas de arroz con mi salsa de jengibre».
No podía fallar.
Le habría gustado tener castañas de agua, pero ¿de dónde iba a sacarlas?
Se frotó la garganta y pensó que sería capaz de beber más de tres litros de agua. No era de extrañar. Se habían lanzado el uno sobre el otro como animales. Fabuloso.
Seguramente encontraría cardenales en algunos lugares muy interesantes, pero lo mismo le ocurriría a él. La idea la obligó a detenerse y bailotear un poco. Luego, remangándose la camisa de Brody, se dirigió a la cocina.
Encendió la luz y fue a buscar el agua. Con una mano apoyada en el frigorífico, bebió directamente de la botella como un camello que repostase en el oasis de un desierto.
Cuando la bajó, un golpecito la obligó a mirar hacia la ventana, por encima del fregadero.
Vio la silueta de él. Unos hombros cubiertos con un abrigo negro, una cabeza cubierta con una gorra anaranjada. Gafas de sol negras que ocultaban la mayor parte de su rostro.
Incapaz de respirar, retrocedió tambaleándose mientras se le caía la botella. El plástico chocó contra el suelo y el agua se derramó en las baldosas, sobre sus pies descalzos.
Había un grito en su interior, atrapado por la conmoción, el terror y la incredulidad, locamente aferrado a su garganta.
Luego la imagen desapareció. Reece, paralizada, trataba de recuperar el aliento y los sentidos.
Y vio que el pomo de la puerta se movía hacia la derecha, se movía hacia la izquierda.
Entonces gritó y saltó hacia delante para coger el cuchillo de cocina de la encimera. Siguió gritando y agarrando el cuchillo con ambas manos mientras retrocedía.
Cuando la puerta se abrió de golpe, echó a correr.
Brody estaba bajo el agua de la ducha cuando oyó que la puerta se abría y golpeaba la pared. Distraído, apartó la cortina y se quedó mirando a Reece. Tenía un cuchillo enorme en las manos y la espalda contra la puerta.
—¿Qué diablos ocurre?
—Está en la casa. Está en la casa. En la puerta de atrás, en la cocina.
Con movimientos rápidos, Brody cerró el grifo y cogió una toalla.
—Quédate aquí.
—Está en la casa.
Sin perder un momento, Brody se envolvió la cintura con la toalla.
—Dame el cuchillo, Reece.
—Le he visto.
—Vale. Dame el cuchillo.
Tuvo que quitárselo de las manos.
—Ponte detrás de mí —dijo mientras se planteaba la posibilidad de pedirle que se encerrase en el baño—. Vamos al dormitorio; hay un teléfono. Cuando me asegure de que allí no hay nadie, te encerrarás dentro y llamarás a la policía. ¿Me entiendes?
—Sí. No te vayas —rogó ella, agarrándole del brazo y mirando la puerta—. Quédate aquí conmigo. No bajes allí. No bajes.
—No te pasará nada.
—A ti. A ti.
Él sacudió la cabeza y la empujó para situarla detrás de sí. Cogió el cuchillo en posición de combate y abrió la puerta de un empujón. No vio nada a la derecha, nada a la izquierda. No oyó nada más que la respiración entrecortada de Reece.
—¿Te ha seguido? —Quiso saber Brody.
—No. No lo sé. No. Estaba allí, y yo he cogido el cuchillo y he echado a correr.
—Sígueme.
Brody inspeccionó el dormitorio, calculó las posibilidades y decidió cerrar la puerta y correr el pestillo. Miró bajo la cama y en el armario, los dos únicos lugares donde pensó que podía esconderse alguien. Satisfecho, dejó el cuchillo sobre la cama, cogió sus vaqueros y se los puso.
—Llama a la policía, Reece.
—Por favor, no salgas. Podría llevar una pistola. Podría… Por favor, no me dejes.
Brody se volvió hacia ella un momento, reprimiendo su propia necesidad de moverse.
—No te dejo. Volveré dentro de unos minutos.
Dejó el cuchillo donde estaba y sacó su bate de béisbol del armario.
—Cuando salga, cierra la puerta. Haz la llamada.
No le gustaba dejarla allí, asustada; no podía estar seguro de que no perdería la cabeza. Pero un hombre debía defender lo que era suyo.
«Probablemente hará mucho que se ha ido», pensó Brody mientras examinaba su despacho. Probablemente. De todos modos, era su obligación comprobarlo, proteger la casa, hacerla segura.
Mantener a Reece a salvo.
Luego fue al cuarto de baño. El intruso podía haberse escondido en él cuando estaban en el dormitorio. Con el bate sobre el hombro, echó un vistazo rápido. Se sintió ridículo cuando el estómago se le encogió de miedo.
Seguro de que no había nadie en el segundo piso, empezó a bajar por la escalera.
Sola, Reece se quedó un momento mirando la puerta. Saltó sobre la cama y gateó hasta alcanzar el teléfono.
—Policía. ¿Cuál es la naturaleza de su emergencia?
—Ayuda. Necesitamos ayuda. Está aquí.
—¿Qué clase de…? ¿Reece? ¿Es Reece Gilmore? Soy Hank ¿Qué ocurre? ¿Está herida?
—Estoy en casa de Brody, en la cabaña de Brody. Él la mató. Está aquí. Dense prisa.
—No cuelgue. No quiero que cuelgue. Voy a enviar a alguien. Espere.
Al oír un estampido procedente de abajo, Reece gritó y el auricular del teléfono se le cayó. ¿Disparos? ¿Eran disparos? ¿Eran reales o solo estaban en su cabeza?
Sollozando, cruzó la cama a gatas y cogió el cuchillo.
No había corrido el pestillo. Pero si lo hacía, Brody estaría atrapado a un lado y ella al otro. Podía estar herido. Podía morir sin que ella hiciese nada para evitarlo.
Ginny había muerto sin que ella hiciese nada para evitarlo.
Se puso en pie. Era como pisar almíbar. Como abrirse paso a través de aquella sustancia espesa y viscosa que obstruía los oídos, la nariz, los ojos. Y al acercarse a la puerta, a través del sordo zumbido de su cabeza, oyó pisadas en la escalera.
Esta vez la encontrarían; esta vez sabrían que no estaba muerta. Lo sabrían, y acabarían.
—Reece. Ya está. Soy Brody. Abre la puerta.
—Brody. —Pronunció su nombre como si quisiera comprobar cómo sonaba. Luego, con un grito de alivio que era como el dolor, abrió la puerta de un tirón y, tambaleándose, lo miró.
—Ya está —repitió él mientras le quitaba el cuchillo—. Se ha marchado.
De pronto Reece empezó a ver puntos blancos y negros. Cuando los bordes ya enrojecían, él la sentó en una silla y le puso la cabeza entre las rodillas.
—Para. Para y respira. Vamos.
Su voz atravesó el marco, las náuseas y apartó el peso que le oprimía el pecho.
—Creía… He oído…
—He resbalado. Había agua en el suelo de la cocina. He tirado una silla. Sigue respirando.
—No estás herido. No estás herido.
—¿Tengo aspecto de estar herido?
Reece levantó la cabeza despacio.
—No estaba segura de lo que era real ni de dónde estaba.
—Tú estás aquí y yo también. Se ha marchado.
—¿Lo has visto?
—No. Ese cabrón cobarde se ha largado. Eso es lo que tienes que recordar —dijo cogiéndole la cara con firmeza—. Es un cobarde. —Brody oyó las sirenas pero no dejó de mirarla a los ojos—. Aquí está la caballería. Ponte algo de ropa.
Una vez vestida, bajó y se encontró la puerta trasera abierta y los focos encendidos. Oyó un murmullo de voces. Decidió buscar alivio en el orden y se puso a hacer café y luego a fregar el suelo.
Preparó té para ella, y cuando Brody entró con Denny había puesto sobre la mesa tazas, leche y azúcar.
—¿Un café?
—No me vendría mal. ¿Está en condiciones de declarar, Reece?
—Sí. Café con leche, ¿no?
—¿Cómo dice?
—¿Con leche y dos terrones?
—Sí. —Denny se tiró del lóbulo de la oreja—. Tiene buena memoria para los detalles. ¿Les parece que nos sentemos? —Antes de que Reece respondiera, tomó asiento ante la mesa, sacó su bloc de notas y preguntó—: ¿Puede contarme lo que ha pasado?
—He bajado aquí. Tenía sed e iba a preparar la cena. Brody estaba en la ducha.
Sirvió el café y miró un instante el rostro de Denny. Por el ligero rubor, supuso que o Brody le había dicho lo que habían estado haciendo o lo había deducido por sí solo.
—He sacado una botella de agua de la nevera —continuó mientras ponía el café de los dos hombres sobre la mesa, antes de volverse por su té—. He oído algo, como un golpecito, en la ventana. Cuando he mirado hacia allí, lo he visto.
—¿Qué ha visto exactamente?
—Un hombre. Abrigo negro, gorra anaranjada, gafas de sol.
Se sentó y miró fijamente el té.
—¿Puede describirlo?
—Estaba oscuro —dijo despacio—, y la luz de la cocina se reflejaba en el cristal. No le he visto con claridad. Luego ha desaparecido. He visto moverse el pomo de la puerta trasera. He oído cómo giraba. He cogido un cuchillo de la encimera. La puerta se ha abierto, y él estaba allí. Allí, de pie. He subido corriendo.
—¿Altura? ¿Peso? ¿Raza?
Reece apretó los ojos con fuerza. Le había parecido enorme. ¿Cómo podía ver a través de la niebla de su propio miedo?
—Blanco, bien afeitado. No estoy segura. Todo ha sido muy rápido, estaba oscuro, y yo estaba muy asustada.
—¿Ha dicho algo?
—No.
La joven se puso en pie de un salto al oír un vehículo que aparcaba.
—Ese debe de ser el sheriff —dijo Denny—. Hank se ha puesto en contacto con él después de hablar conmigo. Saldré para ponerle al corriente.
Reece se sentó con las manos en el regazo cuando Denny salió.
—Es una lástima, ¿verdad? Estaba ahí mismo, pero en realidad no puedo decir qué aspecto tenía.
—Estaba oscuro —dijo Brody—. Supongo que se ha quedado lo bastante atrás para estar en la sombra. A ti te daba la luz en los ojos. Y estabas asustada. ¿Qué te he dicho que era, Reece?
—Un cobarde —contestó ella levantando la cabeza—. Y sabe manejarme muy bien. No me creerán, Brody. Decidirán que soy una histérica que sufre alucinaciones. Ni Denny ni tú habéis encontrado nada fuera. Ninguna pista útil.
—No. Es meticuloso.
—Pero me crees —dijo; respiró hondo—. Cuando estaba arriba sola, he creído oír disparos. Lo confundo todo.
—Ten paciencia contigo misma, Reece. Has recordado el pasado.
—Tiene que habernos vigilado. Desde el exterior, ha vigilado la casa y nos ha vigilado a nosotros. ¿Pensabas que no había caído en eso? —dijo al ver que el rostro de Brody se tensaba.
—Esperaba que no.
—No voy a ponerme histérica porque me haya visto desnuda o sepa que hemos hecho el amor. Eso no cambia mucho las cosas.
—Así me gusta.
Llamaron a la puerta trasera y entró Rick quitándose el sombrero.
—Buenas noches. Me han dicho que habéis tenido problemas.
—Algo así como allanamiento de morada y acoso —dijo Brody.
—Me apetecería una taza de ese café. Le he pedido a Denny que eche otro vistazo alrededor.
Reece sirvió otra taza.
—Reece, ¿por qué no me dice dónde estaba cuando ha visto a ese hombre? En la ventana, ¿no es así?
—Al principio. Yo estaba aquí —explicó; avanzó hasta el frigorífico y colocó una mano en la puerta—. He oído un sonido y he mirado. Él estaba al otro lado de la ventana.
—La luz de la cocina se refleja un poco en el cristal de la ventana, ¿verdad? ¿Se ha acercado usted un poco más?
—Pues… no. Entonces no. He visto girar el pomo de la puerta. Me he alejado de la ventana y entonces he visto girar el pomo de la puerta. He cogido un cuchillo —dijo Reece, adelantándose y haciendo el gesto—. Y creo… creo que he retrocedido, creo que no he parado de retroceder. Estaba asustada.
—Me lo imagino.
—Entonces se ha abierto la puerta y él estaba ahí, fuera.
—¿Estaba usted más o menos donde está ahora?
—Pues… no estoy segura. Más cerca no. Puede que uno o dos pasos más atrás. Me he vuelto y he echado a correr.
—Ajá. Es lo mejor que ha podido hacer. ¿Tú estabas en la ducha? —le preguntó a Brody.
—Así es.
—¿Y la puerta de ahí? ¿Estaba cerrada con llave?
—Lo estaba. He cerrado antes de salir a buscar a Reece.
—De acuerdo. —Rick abrió otra vez la puerta trasera y se agachó para examinar la cerradura y el marco—. ¿Llevaba guantes?
—Pues… —Reece se forzó a recordar—. Sí. Eso creo. Guantes negros, como el día que estranguló a esa mujer.
—¿Algún otro detalle sobre él?
—Lo siento.
Rick se incorporó.
—Bueno, vamos a retroceder un poco. ¿Hasta qué hora has estado en casa, Brody?
—Yo diría que he salido más o menos a las seis y media o siete menos cuarto.
—Has ido a recoger a Reece a Joanie’s y habéis venido aquí.
—No, hemos ido con el coche al campo.
Brody sintió un deseo repentino e inesperado de fumar, pero lo reprimió.
—Los prados están floreciendo. Una tarde agradable para eso. Así que habéis dado un paseo.
—Unos pocos kilómetros —confirmó Brody—. Hemos tomado vino y queso, hemos contemplado la puesta de sol. Hemos llegado aquí más o menos a las ocho y media. Puede que casi a las nueve. Hemos subido directamente al dormitorio. Después, Reece ha bajado aquí a beber agua y yo me he metido en la ducha.
—¿A qué hora más o menos?
—No he mirado el reloj. Pero no llevaba en la ducha más de un par de minutos cuando ella ha entrado corriendo. La he acompañado al dormitorio, me he puesto los pantalones, he cogido el bate de béisbol, y le he dicho que llamase a la policía.
Denny entró, miró a Rick y negó con la cabeza.
—Muy bien. Yo diría que esta noche no vais a tener más emociones. Pasaré mañana para ver qué veo a la luz del día. Denny, ve a hacer el atestado. Brody, ¿por qué no me acompañas fuera?
—De acuerdo. Enseguida vuelvo, Reece.
Salieron por la puerta principal. Rick echó un vistazo al cielo estrellado y se metió los pulgares en los bolsillos.
—Una noche preciosa, de las que solo se ven en este pueblo. Antes de que nos demos cuenta estará aquí el verano. Ya están llegando un montón de turistas. No tendremos ese cielo solo para nosotros durante mucho más.
—Supongo que no me has pedido que te acompañe fuera para mirar las estrellas.
—No. Voy a explicarte lo que pienso, Brody —dijo situándose de frente a él—. En primer lugar, no hay señales de que hayan forzado esa puerta. Y tú has asegurado que estaba cerrada con llave.
—Ha forzado la cerradura, tiene una ganzúa. Ya lo ha hecho antes.
—¡Jesús! —exclamó Rick pasándose la mano por la cara con evidente frustración—. ¿Y ha conseguido hacerlo justo en el momento en que ella estaba abajo sola y tú estabas en la ducha? Además de una ganzúa, ¿ese tipo tiene superpoderes?
—Debía de estar vigilando la casa.
—¿Para qué? ¿Para jugar al hombre del saco? Si iba a hacer algo, lo habría hecho cuando ella estuviera sola. Si es que existe.
—Espera un momento, joder.
—No, espera tú. Soy un hombre comprensivo, Brody. Cuando un hombre lleva una placa y una pistola, más vale que tenga una buena dosis de comprensión. Tengo una mente abierta, pero no soy tonto. Tenemos a una mujer con un historial de trastornos emocionales, que ha bebido, que sale de la cama y ve al mismo hombre al que vio matar a una mujer desconocida… que solo ella ha visto. Y eso ocurre en el momento exacto en que no hay nadie para comprobarlo. No hay señales de que haya entrado nadie en esta cabaña ni de que hayan merodeado por los alrededores. Igual que no había señales de que matasen a nadie junto al río, ni de que alguien se colase en su apartamento, ni de que tocasen su colada en el hotel. Tú te acuestas con ella, así que quieres creerle. No hay nada tan atractivo como una dama en apuros.
A Brody le dominó la furia.
—¡Qué gilipollez! ¡Eso es una puta gilipollez! ¡Ya que llevas esa placa, tienes la responsabilidad de proteger y servir a la gente!
—Tengo la responsabilidad de proteger y servir a este pueblo, a las personas de este pueblo. Cabréate todo lo que quieras —dijo, asintiendo—. Puedes cabrearte, pero yo ya he hecho todo lo que he podido por Reece Gilmore. Los turistas están a punto de llegar, y no puedo desperdiciar un tiempo y unos efectivos que necesito para mantener el orden aquí persiguiendo sus fantasmas. Lo siento por ella, la verdad. Es una mujer agradable que ha tenido muy mala suerte. Va a tener que superarlo y sentar la cabeza. Hazte un favor, convéncela para que vaya a un psiquiatra.
—Tenía mejor opinión de ti, Rick.
—Llegados a este punto, Brody —dijo Rick en tono aburrido mientras abría la puerta de la furgoneta—, yo puedo decir lo mismo de ti. —Subió, cerró con un portazo y mientras arrancaba el motor añadió—. Si te importa esa mujer, búscale ayuda. La necesita.
Cuando Brody volvió a entrar, Reece estaba guisando. Había arroz en una olla tapada, y pollo y ajo salteándose en una sartén.
—Que se vaya a la mierda —murmuró Brody, mientras sacaba una cerveza del frigorífico.
—Gracias. Gracias por ponerte de mi parte —dijo ella, sacudiendo la sartén para darle la vuelta al pollo—. No me ha hecho falta oír la conversación para saber lo que ha dicho. No me cree, y este último incidente desvirtúa todo lo demás. Le he hecho perder el tiempo, he alterado su rutina, he pasado de ser la tonta del pueblo a ser la pesada del pueblo. Y, a decir verdad, no se le puede reprochar.
—¿Por qué demonios no?
—Todo apunta a que me lo invento o a que estoy loca —dijo; echó en la sartén las verduras que ya tenía picadas, vertió un poco de vino blanco y volvió a sacudirla—. Y apunta a que tú me apoyas porque nos acostamos juntos.
—¿Es eso lo que piensas?
—Sé que me crees, y saber eso es muy importante para mí.
Brody tomó un largo y lento trago de cerveza.
—¿Quieres que hagamos las maletas? ¿Probar en Nuevo México tal vez? Lo bueno de nuestra profesión es que podemos trabajar donde nos dé la gana.
Los ojos le escocían, pero siguió removiendo y sacudiendo.
—¿Sabes? Si te hubieras puesto de rodillas con un diamante enorme, un perrito y una gran caja de bombones belgas, me hubieras declarado amor eterno y luego hubieras recitado a Shelley, no habría significado más.
—Me alegro, no me sé de memoria ningún poema de Shelley.
—Y es tentador —continuó ella—, pero sé mejor que nadie que huir no cambia las cosas. Me ha gustado ver brotar las flores, me ha gustado saber que pueden hacerlo. Si ellas pueden arraigar aquí, yo también. —Cogió el cuenco en el que había batido la salsa, la vertió sobre el contenido de la sartén y dijo—. Esto estará listo en un par de minutos. ¿Por qué no sacas los platos?