23
Brody llevó a Reece al restaurante a las seis en punto. Las luces estaban encendidas y brillaban con fuerza en la oscuridad. Había una furgoneta junto al bordillo y un horrible contenedor verde de basura, abierto, lleno ya hasta la mitad de pladur y escombros.
Al verlo, Reece sintió que se le tensaban los músculos de los hombros.
—¿Cuánto crees que va a costar esto?
—No tengo ni idea. —Brody se encogió de hombros—. Mi virilidad no llega hasta ahí.
«El seguro está muy bien —pensó Reece—. Pero ¿y la franquicia?». Cuando entró, vio a Joanie en jarras mirando con el ceño fruncido una cortina de plástico. Llevaba las botas de trabajo que Reece había visto en el lavadero la primera vez que fue a su casa, unos pantalones marrones de tela basta y una camiseta beis con uno de los bolsillos delanteros un poco abultado, sin duda por el paquete de Marlboro Lights que siempre tenía a mano.
Detrás del plástico, Reece vio a un par de hombres subidos en escaleras de mano.
El local olía a café y humedad. El gran ventilador seguía girando y enfriando el aire.
—Hoy no entras hasta las once —dijo Joanie sin mirarla.
—Pienso cargar con mi parte. Si quieres discutir —añadió Reece—, me marcharé a Jackson Hole y buscaré trabajo allí. No solo te habrás quedado sin un par de reservados; también habrás perdido a una cocinera.
Joanie se quedó donde estaba.
—Esos chicos llevan ya una hora con esto. Ve atrás y prepárales un desayuno propio de un granjero.
—¿Cómo quieren los huevos?
—Fritos.
Cuando Reece se marchó a la cocina, Brody se acercó a Joanie.
—¿Has dormido?
—Ya dormiré cuando esté muerta. ¿Estás aquí solo para hacerle de chófer y lanzarle miradas ardientes, o has venido a echar una mano?
—Puedo hacer varias tareas a la vez.
—Entonces ve a ver en qué puedes ayudar a Reuben y Joe. Pronto tendremos clientes. Reece, que sean tres desayunos.
Reece los sirvió en la barra mientras Bebe acarreaba mesas para compensar los asientos perdidos. Ya empezaban a llegar los primeros clientes, y el tipo de las mañanas, siempre soñoliento, entró por la puerta trasera para fregar los platos.
Nadie se quejó de las incomodidades ni del jaleo, pero fue el principal tema de conversación durante la mañana. Al sentir las miradas de curiosidad de los clientes, Reece se dijo que era lo menos que cabía esperar. Pero mientras tanto comían y hacían ruido con los platos, y a las diez en punto alguien puso la máquina de discos en marcha y la música cubrió el ruido de los martillos y las sierras.
Reece tenía la sopa del día en el hervidor y estaba preparando salsa picante cuando Linda-Gail se deslizó por la puerta de atrás.
—¡Qué follón! Debes de estar muy enfadada conmigo.
—Lo estaba. —Reece siguió picando mientras consideraba la posibilidad de preparar tostadas a la italiana para los clientes del almuerzo—. Luego he tratado de verlo con perspectiva y finalmente he decidido que no fue culpa tuya. Bueno no del todo.
—¿De verdad? Me siento imbécil.
—Te portaste como una imbécil —confirmó Reece antes de coger una botella de agua—. Pero ese fue solo uno de los factores que contribuyeron a la catástrofe general.
—¡Oh, Reece! ¡Cómo tienes la cara!
—No me lo recuerdes —contestó Reece apoyándose la botella fría contra el pómulo magullado—. ¿Estoy horrible?
—Claro que no. Eso es imposible.
—Entre la pelea en Clancy’s y el follón de aquí, la gente va a tener de que hablar durante una semana.
—No es culpa tuya.
—No —dijo Reece; al parecer, los tiempos de sumirse en el sentimiento de culpabilidad habían terminado. Bravo—. La verdad es que no.
—¿Sabe alguien cómo pasó? En fin, ¿quién pudo hacer algo tan estúpido y ruin? —Linda-Gail paseó la vista alrededor y miró a Brody y Reuben, que cargaban con un tabique seco—. La parte positiva es que he oído a Joanie decir que, ya puestos, más valdría pintar todo el local y no solo el techo. Una mano de pintura no iría nada mal.
—Una forma muy cutre de renovar la decoración.
Linda-Gail pasó una mano por la espalda de Reece.
—Siento mucho todo lo que pasó.
—No te preocupes.
—Cas no me habla.
—Ya lo hará, aunque tal vez deberías tomar la iniciativa. Cuando hay algo que quieres, algo que necesitas, la vida es demasiado corta para andarse con tonterías.
—Tal vez,. Reece, quiero que sepas que si lo necesitas, puedes quedarte en mi casa todo el tiempo que quieras.
—Gracias —dijo mirando por encima del hombro—. Me ha dado dos cajones.
Los ojos de Linda-Gail se iluminaron.
—¡Oh, Reece! —exclamó; rodeó la cintura de Reece con los brazos, balanceándose y añadió—. ¡Eso es impresionante!
—Son cajones, Linda-Gail. Pero sí, es un buen paso.
—Linda-Gail Case, me parece que no te pago para que bailes. —Joanie entró y dio unas vueltas a la sopa—. Reece, ha venido Rick y quiere hablar contigo en cuanto puedas. Si quieres intimidad puedes ir a mi despacho.
—Supongo que será mejor —dijo Reece. Sin embargo, al volverse vio que, en la barra y las mesas, los clientes se entretenían con el café—. No, creo que tendremos esta conversación ahí fuera. Si nos encerramos, la gente aún hablará más de mí.
Con un brillo de aprobación en la mirada, Joanie asintió.
—Me parece muy bien.
Reece salió sin quitarse el delantal y se llevó el agua. Rick se hallaba junto a la barra y se enderezó al verla.
—Reece. ¿Por qué no nos sentamos en la parte de atrás?
—Aquí estamos bien. La mesa cinco está vacía. Linda-Gail —llamó Reece sin dejar de mirar a Rick a los ojos—, ¿puedes traerle café al sheriff? Mesa cinco. —En cuanto se hubo sentado preguntó—. ¿Min va a presentar cargos?
—No —respondió Rick mientras sacaba su libreta—. Esta mañana he vuelto a hablar con ella, y reconoce que usted no la golpeó sino que la empujaron contra ella. Y tras analizarlo los testigos están de acuerdo en que no derribó una mesa, sino que se cayó encima cuando otras personas intentaban marcharse o incorporarse a la pelea. Para terminar podríamos decir que lo que ocurrió en Clancy’s fue el resultado de una serie de acciones poco inteligentes por parte de diversas personas.
—Incluida yo.
—Bueno, usted parece provocar… reacciones —respondió el sheriff esbozando una sonrisa y mirando hacia el plástico y en dirección al tabique seco que estaban clavando—. Y ahora, ¿por qué no me habla de esta?
—Cuando salí de su oficina, Brody me trajo aquí. Subimos. Oí ruido de agua y, cuando entramos, la puerta del cuarto de baño estaba cerrada. Salía agua por debajo. Alguien había abierto el grifo de la bañera y había puesto el tapón. El agua se desbordó.
—¿Alguien?
Estaba preparada para eso. Mantuvo la mirada serena; la voz, clara y firme.
—No fui yo. Yo no estaba en casa. Usted sabe que estaba en Clancy’s, y luego en su oficina.
—Sé que estuvo en Clancy’s un par de horas, y en mi oficina un par de horas. Por lo que me han dicho y lo que veo, el grifo estuvo abierto un buen rato. Es difícil saber con certeza cuánto.
—Yo no lo abrí. Después de mi turno, subí a cambiarme de zapatos y…
—¿Y?
Comprobó la cerradura, las ventanas.
—Nada. Me cambié de zapatos y volví a bajar para reunirme con Linda-Gail. No pude estar arriba más de tres minutos.
—¿Entró en el cuarto de baño?
—Sí, utilicé el cuarto de baño y miré la ropa que tenía colgada de la barra de la ducha para comprobar si estaba seca. Eso es todo. No tenía ningún motivo para abrir el grifo.
—¿La ropa que llevó a la lavandería del hotel por la mañana?
«Vale —pensó Reece—. Fantástico».
—Sí. Y, sí, alguien sacó de la secadora la ropa que yo había lavado y metido allí y volvió a meterla en la lavadora. Yo la había llevado allí abajo, la puse a lavar, me fui a casa, volví, la metí en la secadora y regresé a casa otra vez. Y cuando volví a buscarla, estaba en la lavadora.
El hombre alzó la mirada cuando Linda-Gail se acercó con su café y un huevo escalfado con tostadas para Reece.
—Joanie dice que tienes que comerte esto, Reece. ¿Le traigo algo más, sheriff?
—No, con el café es suficiente, gracias.
—Linda-Gail puede decirle que no pasé arriba más de un par de minutos antes de que nos fuésemos a Clancy’s.
—Desde luego —confirmó la muchacha tras vacilar un poco—. Subió y bajó en un momento.
—¿No subiste con ella? —preguntó Rick.
—Pues no. Fui al cuarto de baño de aquí, me arreglé el maquillaje y me peiné un poco. Cuando salí, Reece me estaba esperando. No pudieron pasar más de unos minutos. Alguien le hizo una broma estúpida y pesada. Eso es lo que pasó.
—¿Por qué iba yo a abrir el grifo? —inquirió Reece—. Iba a salir.
—No digo que lo hiciese. Y, si lo abrió, no digo que lo hiciese para provocar nada de esto —afirmó él tirándose del lóbulo de la oreja—. A veces, cuando uno tiene muchas cosas en la cabeza, olvida la olla en el fuego, el teléfono descolgado… Es normal.
—No es normal llenar la bañera cuando no se tiene intención de tomar un baño, y luego salir y dejar el grifo abierto. Y eso no es lo que hice.
—Claro que no. —Linda-Gail apoyó una mano en el hombro de Reece y se lo frotó. Y Reece se preguntó si en ese gesto de consuelo había un atisbo de duda.
—Alguien estuvo en mi apartamento —dijo Reece—. Esta no es la primera vez.
Rick le dedicó a Reece una mirada penetrante.
—Es la primera noticia que tengo. Gracias, Linda-Gail. Si necesitamos algo más, te llamaré.
—De acuerdo. Reece, come. No has tomado nada en todo el día, y si ese plato vuelve intacto Joanie se va a enfadar.
—Todo empezó justo después de que viese el asesinato —comenzó Reece.
Le contó lo del mapa, la puerta, el cuarto de baño, sus cosas en el petate, las botas y los cuencos, las píldoras, el álbum de fotos. Se obligó a comer un poco, con la esperanza de que la acción diese mayor validez a sus declaraciones.
Él tomó notas e hizo preguntas con voz impasible y serena.
—¿Por qué no denunció antes estos incidentes?
—Porque sabía qué pensaría justo lo que está pensando ahora. Que lo hice yo o lo imaginé.
—Usted no puede saber lo que pienso, Reece —respondió él; algo en su voz le advirtió que estaba a punto de perder la paciencia—. ¿Ha visto merodear a alguien por aquí?
—La mitad del pueblo merodea por aquí en algún momento del día.
—¿Quién tiene acceso a su llave?
—La llevo siempre encima. Hay una copia en el despacho de Joanie.
—¿Brody tiene una?
—No.
—¿Ha tenido problemas? ¿Ha discutido con alguien del pueblo?
—No hasta que tropecé anoche con Min en Clancy’s.
Él volvió a esbozar una sonrisa.
—Creo que podemos eliminarla de la lista.
—Debió de verme.
—¿Quién?
—El hombre, junto al río. El hombre al que vi estrangular a esa mujer.
Rick tomó aliento y se apoyó en el respaldo.
—¿Verla, a esa distancia? ¿A la distancia que indicó en su declaración?
—No a mí. Quiero decir que debió de ver que había alguien en el sendero. Cuando todo el pueblo se enteró, no le costó nada averiguar que era yo. Por eso está tratando de desacreditarme como testigo. —Rick cerró su libreta y Reece preguntó—. ¿Qué va a hacer?
—Mi trabajo. Voy a estudiar el asunto. La próxima vez que ocurra algo, tiene que decírmelo. No puedo ayudarla si no sé que tiene problemas.
—De acuerdo. ¿Han identificado el cadáver de la mujer?
—Aún no han comparado los registros dentales. Todavía es una desconocida. ¿Ha pensado en ello? ¿Puede confirmar que es la mujer que vio?
—No, no puedo porque no es ella.
—Está bien —dijo el sheriff mientras se ponía en pie—. ¿Tiene algún sitio donde alojarse mientras arreglan esto?
—Estoy en casa de Brody.
—Me pondré en contacto con usted.
Reece se levantó y quitó la mesa ella misma. De vuelta en la cocina, Joanie miró los restos del huevo con el ceño fruncido.
—¿No te gusta cómo cocino?
—No es eso. No me cree.
—No importa si te cree o no; hará lo que le pagan por hacer. Quiero ese pollo asado a la parrilla como plato del día. Llevas retraso.
—Ahora mismo me pongo.
—Y prepara ensalada de patatas. Tienes tu dichoso eneldo fresco en la nevera. Utilízalo.
Reece acababa la primera parte de un turno doble cuando Rick localizó al doctor Wallace. En el lago, con fuertes y regulares golpes de remo, el doctor llevaba su barca hasta el amarradero. Rick agarró el cabo y lo aseguró.
—¿Tienes licencia de pesca?
—¿Ves algún pez? Es como el chiste del guardabosques que se encuentra con una mujer que lee un libro en una barca. Le pregunta si tiene licencia de pesca, ella responde que no está pescando, que está leyendo un libro —contó el doctor mientras bajaba ágilmente de su barca—. El guardabosques dice: «Lleva usted el equipo para pescar, así que voy a tener que ponerle una multa». Ella dice: «Si hace eso, voy a tener que denunciarle por violación». —Rick aguardó con paciencia mientras el doctor se quitaba las gafas y las limpiaba con el faldón de la camisa—. Entonces —siguió el doctor—, el guardabosques dice ofendido: «Señora, yo no la he violado». Y ella responde: «Pero lleva usted el equipo para hacerlo».
Rick se echó a reír.
—Es bueno. ¿Hoy no pican?
—Ni uno —respondió el doctor mientras apoyaba la caña en su hombro—, aunque hace muy buen día.
—Es verdad. ¿Tienes unos minutos?
—Tengo todo el tiempo que quiera. Es mi día libre. Después de pasarme las últimas dos horas sentado en esa barca, me vendría bien un paseo.
Echaron a andar despacio, siguiendo la curva del lago.
—Me han dicho que Reece Gilmore ha ido a verte. Como médico.
—Ya sabes que no puedo hablar de ese tipo de cosas, Rick.
—No te pido que lo hagas. Hablemos de forma hipotética.
—Eso son arenas movedizas.
—Si se mueven demasiado, pueden apartarse.
—Me parece bien.
—Supongo que te has enterado de lo que ha sucedido en el local de Joanie.
—Desperfectos causados por el agua.
—Tengo una declaración de Reece. Dice que ella no abrió el grifo de la bañera. Dice que alguien ha entrado varias veces en su piso y ha hecho cosas allí. Dice que alguien sacó su ropa de la secadora y volvió a meterla en la lavadora en el sótano del hotel mientras ella no estaba. En fin, puede que alguien de por aquí le haya cogido manía. Aunque en mi opinión es una mujer bastante agradable.
—Hay gente a la que no le gustan las personas agradables.
—Muy cierto. Ayer estuvo a punto de caerse al lago. Luego se echó a correr descalza por la calle. Le dijo a Brenda que alguien había bajado a la lavandería y había tocado su ropa. Anoche se metió en una pelea en Clancy’s.
—Oh, vamos, Rick, ya me han contado ese disparate. Linda-Gail se puso a tontear con un turista ante las narices de Cas, para fastidiarle. Y lo consiguió.
—La cuestión es que Reece se vio implicada. Hasta que llegó ella, nunca habíamos tenido tantos problemas en el pueblo al mismo tiempo.
El sol destelló en las gafas oscuras de Rick cuando volvió la cabeza para mirar al doctor. Detrás de ellos, las barcas surcaban el agua a través del reflejo de las montañas.
—Crees que ella está provocando todo esto. ¿Por qué iba a hacerlo?
Rick levantó una mano mientras caminaban.
—Dime, en el caso hipotético de que tuvieses un paciente con un historial de problemas emocionales y mentales, ¿es posible que ese paciente se las arregle bastante bien durante la mayor parte del tiempo y sufra, bueno, lo que podríamos llamar confusiones o, puñetas, simples descuidos?
—Demonios, Rick, tú mismo podrías tener simples descuidos y añadir algunas confusiones de vez en cuando.
—Estamos hablando de algo más que olvidar dónde ha dejado uno las llaves. ¿Podría ocurrirle eso?
—Hipotéticamente, sí. Sin embargo, solo es una posibilidad, Rick. Tener un descuido no es ningún delito, pero hacerle todo eso a esa muchacha sí lo es.
—Voy a poner toda mi atención en esto. En ella.
El doctor asintió, y caminaron un poco más en amistoso silencio.
—Bueno, me parece que voy al hotel para echar un vistazo a la lavandería —dijo Rick.
Antes pasó por el apartamento de Reece. La puerta estaba abierta de par en par, y del interior salía una mezcla de música rock y de los golpes de un martillo contra el escoplo.
Dentro, Brody, arrodillado en el cuarto de baño, retiraba con dificultad el viejo linóleo.
—No es tu especialidad —dijo Rick.
—Desde luego que no. —Brody se sentó sobre los talones—. Es un trabajo desagradable y agotador que me está destrozando los nudillos. Me lo han endosado al descubrir que no tengo talento para la carpintería.
Rick se agachó.
—El suelo está hecho un asco.
—Eso me han dicho.
—Deberías haber venido a verme con Reece y explicarme esos incidentes antes de que pasara esto, Brody.
—Ella no quiso, y es comprensible. Solo tengo que mirarte a la cara para ver que no le crees.
—No tengo ninguna certeza. Es difícil investigar si no sé las cosas, si no las veo por mí mismo. Tú pintaste esto para tapar lo que escribieron.
—Antes hice fotos. Ya te las pasaré.
—Algo es algo. ¿Ninguno de estos incidentes ocurrió en tu casa, o mientras estabas con ella?
—Hasta ahora, no —respondió Brody, antes de volver a ponerse manos a la obra—. Escucha, incluso desde un punto de vista objetivo me resulta difícil creer que se dejase el grifo abierto. Comprueba los fogones cada vez que sale de la cocina. Comprueba las luces, las puertas. Una persona tan maniática no se olvida de que ha abierto el grifo de la bañera. Y no llena la bañera si hay alguien esperándole abajo.
—No veo ninguna señal de que hayan forzado la cerradura.
—Debe de tener una llave. Pienso cambiar la cerradura.
—Hazlo. Voy a acercarme al hotel para echar un vistazo a la lavandería. ¿Quieres acompañarme?
—¿Y dejar esta fascinante afición? —Brody dejó caer las herramientas—. Desde luego que sí.
Brody pudo imaginar cómo se sintió Reece mientras acarreaba su cesta por el sótano. Había luz, una luz intensa que proyectaba sombras en los rincones. La caldera zumbaba, los calentadores de agua emitían ruidos metálicos, sonidos huecos y resonantes que te envolvían mientras caminabas por el suelo de cemento hasta llegar al vinilo desgastado de la pequeña lavandería.
Dos lavadoras y dos secadoras. Un dispensador de sobrecitos de detergente y suavizante a precios excesivos.
Encima de las máquinas, a bastante altura, una estrecha ventana cerrada dejaba pasar una luz irregular a través del cristal esmerilado.
—Los ascensores de los huéspedes no bajan hasta aquí —empezó Rick—. También hay una entrada desde el exterior, junto a la sala de mantenimiento. Un par de ventanas. No es difícil bajar aquí sin que nadie se dé cuenta. De todos modos, ¿cómo iban a saber que Reece estaba aquí haciendo la colada?
—Vino caminando por la calle. Basta con que la estuvieran vigilando.
Rick observó la sala.
—Deja que te pregunte algo, Brody. Si alguien desea hacerle daño, ¿por qué no lo ha hecho ya? Se le ha metido en la cabeza que el hombre al que dice haber visto junto al río está haciendo esto.
—Yo se lo metí en la cabeza.
Como si de pronto se sintiera cansado, Rick se apoyó en una de las lavadoras.
—Bueno, y ¿por qué demonios se te ocurrió hacer eso?
—A mí me parece lógico. Jugar con sus debilidades, asustarla, hacer que dude de sí misma. Asegurarse de que todos los demás también duden de ella. Es listo y, a su modo, hábil. Eso no significa que no vaya a hacerle daño. —«Y por eso no va sola a ninguna parte», pensó—. En mi opinión la cosa se está agravando —continuó—. Esta vez no estaba aislada. Joanie también ha salido perjudicada. La estrategia no está dando resultado porque Reece aguanta.
—Brody, ¿alguna vez te has dejado la ropa mojada en la lavadora?
—Desde luego, pero yo no soy Reece.
Rick sacudió la cabeza.
—Subiré a hablar con Brenda.
Brenda estaba en recepción y hablaba por teléfono con su voz más profesional y agradable.
—Les esperamos el diez de julio. Les reservaré la habitación y les enviaré una confirmación. No hay de qué. Adiós, señor Franklin. —Colgó—. Acabo de reservar la segunda de nuestras dos suites para una semana en julio. Si esto sigue así, este verano vamos a tener el hotel completo. ¿Cómo va todo?
—No me puedo quejar —le dijo Rick—. ¿Viste a Reece entrar y salir de aquí ayer?
—Desde luego. Le conté a Debbie…
—Explícamelo a mí ahora. Vino a lavar la ropa.
—Traía una cesta y no llevaba zapatos. —Brenda puso los ojos en blanco—. Pidió cambio para las máquinas. Bajó enseguida. Volvió a salir, no sé, al cabo de diez minutos como máximo. Cuando regresó, una media hora más tarde, se había calzado. Bajó y subió, igual que antes. No la vi entrar la última vez. Debía de estar en la parte de atrás, pero subió como una loca, la verdad. Afirmaba que había alguien ahí abajo.
—¿Viste bajar a alguien más?
—Ni un alma. Dijo que alguien había vuelto a meter su ropa seca en la lavadora. ¿Quién iba a hacer eso?
—Pero ¿no estuviste en recepción todo el rato? —intervino Brody, y luego miró a Rick—. Perdona.
—No pasa nada. Has dicho que la última vez que Reece entró, tú estabas en la parte de atrás. ¿Estuviste allí mucho tiempo?
—Bueno, no sé cuánto exactamente. Diez, quince minutos tal vez. Pero cuando estoy allí casi siempre oigo la puerta.
—Casi siempre —insistió Brody.
—Si estoy hablando por teléfono ahí atrás, si alguien entra y no toca la campanilla del mostrador, no me entero —contestó, a la defensiva—. Para eso está.
—¿Ha venido alguien preguntando por Reece?
—Pues no, Rick, ¿por qué iban a hacerlo? Escucha, me cae bien. Es una mujer agradable. Pero ayer se comportó de forma muy rara. Nunca he visto a nadie tan cabreado por una ropa mojada. ¿Te ha contado Debbie que le dijo que se estaba entrenando para una especie de maratón o algo así, y que por eso corría descalza? Bueno, eso es de locos.
—Está bien, Brenda. Gracias por atendernos.
Cuando salieron, Brody se volvió hacia Rick.
—¿Le han extirpado recientemente a Brenda el sentido del humor?
—Oh, vamos, Brody, no le pasa nada, ya lo sabes. Con todo lo que está pasando y Reece en el centro de casi todo, no puedes esperar que todo el mundo entienda las cosas.
—¿Tú las entiendes?
—Lo intento. Cuando puedas, pásame esas fotos que hiciste del cuarto de baño. Y, ya que eres escritor, tal vez podrías escribir para mí tu versión de los hechos, a ser posible con fechas y horas.
Brody volvió a relajar la mandíbula.
—Sí, eso se me da un poco mejor que colocar un tabique seco.
—Sé concreto —añadió Rick mientras caminaban—. Si es algo que Reece te ha contado, asegúrate de presentarlo así. Si es algo que has visto tú mismo, indícalo.
—Vale.
En la puerta de On the Trail, Rick se detuvo un momento. Vio a Debbie en el interior, pero tenía clientes. Como solía hacer, llamó con los nudillos en el cristal y la saludó rápidamente cuando ella lo miró.
—Las cosas empiezan a animarse en el pueblo —comentó Rick mientras seguían caminando—. Mmm… ¿Lo vuestro va en serio?
—Va.
—Será mejor que intentes evitar que eso influya en tu declaración. Cuando uno siente algo por una mujer, tiende a matizar un poco las cosas.
—No está loca, Rick. Puñetas, no llega ni a excéntrica en algunos aspectos.
—¿Y en otros?
—Llama la atención, claro. ¿Quién no? La gente de por aquí pensaba que yo era raro porque escribo sobre asesinatos, no pesco, no cazo mamíferos y soy incapaz de decir cuáles son las diez canciones más vendidas de la lista de música country.
Rick esbozó una sonrisa.
—Brody, la gente sigue pensando que eres raro.