CLARA CAMPOAMOR

Políticamente «incorrecta»

(Madrid, 1888-Lausana [Suiza], 1972)

Excede la elocuencia de un corazón a la de las palabras.

Quevedo

Clara Campoamor fue una de las primeras feministas de este país. En 1923, antes de terminar la carrera de Derecho, ya intervenía en actos públicos para exponer sus ideas sobre la emancipación de la mujer.

Cuando ingresó en la Real Sociedad Matritense de Amigos del País Clara Campoamor tuvo palabras de agradecimiento para esta entidad por ser una de las primeras sociedades que aceptaron mujeres entre sus miembros.

Y en la Academia de jurisprudencia pronunció Clara una interesante conferencia sobre «La nueva mujer ante el Derecho».

También sus colaboraciones en la prensa se inscriben dentro de una sección denominada Mujeres de hoy.

Y será una mujer, Mariana Pineda, la protagonista de uno de los primeros mítines electorales de Clara Campoamor, que participa, asimismo, en la preparación del Congreso de Mujeres Universitarias y colabora en la fundación de la Liga Femenina Española por la Paz.

Clara Campoamor es una de las principales impulsoras del monumento a Concepción Arenal. Como buena feminista quiere que quede constancia del paso de las mujeres por la historia. En un acto conmemorativo del aniversario de la muerte de Concepción Arenal, Clara Campoamor dice en su intervención:

En España nadie que descuelle en cualquier orden de la vida deja de ser perpetuado en bronce. Por ello hace mucho tiempo que me pregunto, ¿cómo Concepción Arenal no ha sido homenajeada de esa forma? Me extraña que en nuestro país y en esta época de logros esencialmente femeninos, en que la mujer ha alcanzado señaladas victorias que en otros tiempos se consideraban imposibles, Concepción Arenal, la que laboró más incansablemente por este bienestar espiritual, no haya sido honrada por los españoles como ella mereció.

A Concepción Arenal no se le hizo la justicia a que tenía derecho pleno, y bien es cierto que muchas de sus máximas cayeron en olvido.[288]

Como podemos observar, el tema de la mujer será una constante en la actividad académica, política y jurídica de Clara Campoamor. Nació Clara en Madrid a finales del invierno de 1888. Huérfana de padre desde los 13 años se vio obligada a abandonar sus estudios para colaborar en la economía familiar. Primero trabaja ayudando a su madre que es modista y después en un comercio como dependienta.

A los 21 años consigue aprobar unas oposiciones para el cuerpo auxiliar de Telégrafos. La destinan a Zaragoza y a los pocos meses la trasladan a San Sebastián, ciudad que va a ocupar un lugar destacado en su vida.

Clara Campoamor no se conforma con el empleo que tiene porque lo que desea es hacerse abogada y necesita más dinero para afrontar los estudios. Vuelve a presentarse a unas oposiciones y obtiene plaza de profesora especial de taquigrafía y mecanografía en las Escuelas de Adultas en Madrid, con un sueldo anual de 1.500 pesetas. Compatibiliza este empleo con las tareas como secretaria de varios periódicos.

Por fin, a los 33 años inicia sus estudios de bachillerato, obteniendo el título que le permite matricularse en Derecho en la Universidad de Oviedo y licenciarse en Madrid en 1924. Tenía 36 años.

Clara pertenecía al reducido grupo de mujeres que habían podido asistir a la universidad, que desde 1910 las admitía como alumnas.

A comienzos de este siglo más del 70 por 100 de las mujeres eran analfabetas. Según las estadísticas, sólo un 10 por 100 del alumnado de estudios medios pertenecía al sexo femenino, y aunque niños y niñas compartían aulas las actividades diferían bastante de acuerdo con el sexo: a las niñas se les enseñaba lo elemental. Así pues, de acuerdo con aquella situación, no resulta extraño al analizar el porcentaje de estudios universitarios encontrarse con el increíble dato de que por cada 17.000 varones sólo una mujer asistía a la Universidad.

Pero esperanzadoramente, a finales de la década de los veinte, el índice de analfabetismo femenino había descendido al 55 por 100 y también se acortaba la proporción entre estudiantes/estudiantas.

Clara Campoamor había cumplido su objetivo y, a diferencia de otras mujeres no tan fuertes como ella para enfrentarse a las innumerables trabas que deberían afrontar ejerciendo como abogadas, solicita su inscripción en el Colegio de Abogados. Ella quiere y se atreve a trabajar como abogada. Aprobada su admisión en febrero de 1925, Clara Campoamor comienza a ejercer.

Valiente, luchadora, consecuente con sus creencias e ideales, Clara, que se había hecho a sí misma, conseguiría situarse entre las mujeres más destacadas de la España de aquel tiempo, aunque su sinceridad y valentía habrían de costarle muy caras:

[…] del dolor de los golpes ganados en la lucha me quedó una serena recompensa: la de que mi personalidad sencilla nació, creció y logróse sin hipoteca alguna del espíritu o la materia. Es un confortador orgullo que resarce de infinitas amarguras.[289]

Clara Campoamor pertenecía al grupo de mujeres intelectuales, liberales y de izquierdas que se iban abriendo camino en las tradicionales entidades del mundo de la cultura.

Desde 1916 es miembro del Ateneo de Madrid. Cuando unos años después el dictador Miguel Primo de Rivera quiso incluirla en la junta de Gobierno de la mencionada institución Clara rechazó la propuesta, a pesar de que su negativa implicaba la solicitud de excedencia en su labor como funcionaria en el Ministerio de Instrucción Pública.

Clara Campoamor está en total desacuerdo con la dictadura de Primo de Rivera y con la monarquía. Ella siente y piensa como republicana:

¡República, república siempre! Me parece la forma de gobierno más conforme con la evolución natural de los pueblos. Objetivamente considero a la república superior a cualquier otro régimen.[290]

Clara Campoamor, convencida republicana, actúa consecuentemente y por ello no acepta ni los cargos ofrecidos por el Gobierno de la dictadura ni las condecoraciones con símbolos monárquicos.

El 14 de abril de 1931 Clara Campoamor festejó la llegada de la II República desde el balcón del Círculo Republicano de San Sebastián, donde se encontraba después de haber defendido a los procesados en esta ciudad relacionados con la rebelión de Jaca.

Con la llegada de la República las mujeres empezaron a participar en los partidos políticos y a ocupar cargos sólo desempeñados hasta entonces por los hombres. Se modificó la ley electoral declarando elegibles como diputados de las Cortes constituyentes a las mujeres mayores de 23 años. El decreto tuvo consecuencias importantes para las mujeres, pues por primera vez en España podían conseguir un escaño en el Parlamento. Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken obtuvieron el acta de diputadas.

Será en este foro, en el Congreso de los Diputados, donde Clara deje constancia de la fuerza de sus convicciones. Tanto Clara Campoamor como Victoria Kent desarrollaron una intensa actividad parlamentaria, no así Margarita Nelken que no se incorporó hasta finales del año 1931. Clara y Victoria eran observadas con cierta curiosidad y sus intervenciones analizadas de forma exhaustiva. La desunión entre ambas, a la hora de pronunciarse sobre el voto femenino, será utilizada también por algunos medios de comunicación con la finalidad de ridiculizar y desprestigiar la condición femenina:

Dos mujeres solamente en la Cámara, y ni por casualidad están de acuerdo. Hoy han hablado las dos, y hemos de reconocer que estaba más en su papel la señorita Campoamor que la señorita Kent. Negaba ésta a la mujer el derecho al voto, y lo pedía aquélla. Porque el caso de la señorita Kent es especialísimo, ella legisla y no quiere que las demás legislen: ella vota y no quiere que las demás voten. Se ha valido del feminismo para elevarse y quiere ahora quitar la escalera. El argumento que esgrime tiene mucho salero: la mujer no debe votar porque no es republicana, es decir, que sólo los republicanos tienen derecho a votar. Habrá que hacer también la selección entre los hombres porque hay hombres que no son republicanos, y los hay hasta sentados en los bancos de República.[291]

Según la tendencia del periódico el tratamiento de la información difería, pero indudablemente las dos diputadas se habían convertido en protagonistas del debate. Las dos deseaban lo mejor para las mujeres, sólo que su orden de prioridades era distinto. Para Victoria Kent lo más importante eran los intereses de partido, mientras que para Clara Campoamor el derecho al voto de las mujeres resultaba fundamental:

Señores diputados: lejos yo de censurar ni de atacar las manifestaciones de mi colega, la señorita Kent; comprendo, por el contrario, la tortura de su espíritu al haberse visto hoy en trance de negar, como ha negado, la capacidad inicial de la mujer. Creo que por su pensamiento ha debido pasar, en alguna forma, la amarga frase de Anatole France cuando nos hablaba de aquellos socialistas que, forzados por la necesidad, iban al Parlamento a legislar contra los suyos.

Respecto a la serie de afirmaciones que se han hecho esta tarde contra el voto de la mujer, he de decir, con toda la cordialidad necesaria, que no están apoyadas en la realidad. Tomemos al azar algunas de ellas. ¿Que cuándo las mujeres se han levantado para protestar por la guerra de Marruecos? Primero: ¿y por qué no los hombres? Segundo: ¿quién protestó y se levantó en Zaragoza cuando la guerra de Cuba más que las mujeres?[…].

¡Las mujeres! ¿Cómo puede decirse que cuando las mujeres den señales de vida por la República se les concederá como premio el derecho a votar? ¿Es que no han luchado las mujeres por la República? ¿Es que al hablar con elogio de las mujeres obreras y de las mujeres universitarias no se está cantando su capacidad? Además, al hablar de las mujeres obreras y universitarias, ¿se va a ignorar a todas las que no pertenecen a una clase ni a la otra? ¿No sufren éstas como las otras las consecuencias de la legislación? ¿No pagan los impuestos para sostener al Estado en la misma forma que las otras y que los varones? ¿No refluye sobre ellas toda la consecuencia de la legislación que se elabora aquí para los dos sexos, pero solamente dirigida y matizada por uno? ¿Cómo puede decirse que la mujer no ha luchado y que necesita una época, largos años de República, para demostrar su capacidad? Y ¿por qué no los hombres? ¿Por qué el hombre, al advenimiento de la República, ha de tener sus derechos y ha de ponerse un lazareto a los de la mujer?[292]

Clara Campoamor rebatió una a una las razones esgrimidas por Victoria Kent. La directora general de prisiones pensaba que la mujer española no estaba aún preparada para enfrentarse a la responsabilidad que siempre entraña el voto, aunque en el fondo lo que de verdad le preocupaba era la inconveniencia política de tal decisión, ya que en opinión de la mayoría de la Cámara la mujer votaría influida por el confesor. Era opinión casi generalizada que el voto de las mujeres daría la victoria a las derechas.

A la señorita Campoamor no le importó luchar por algo considerado como políticamente incorrecto, y en contra de la opinión de su partido, el Radical, defendió el derecho al voto de las mujeres.

El 1 de octubre de 1931 las Cortes españolas, con la ausencia de casi el 40 por 100 del total de parlamentarios, aprobaron por 161 votos a favor y 121 en contra el derecho al voto de las mujeres:

Defendí con toda mi fuerza, y argumenté lo mejor que supe el derecho de las mujeres a manifestarse en las urnas igual que lo iba a hacer la otra mitad de la humanidad […].

Por fin llegó la hora decisiva. Votaron a favor los socialistas, con algunas notorias abstenciones por abandono del salón del señor Prieto que arrastró tras de sí algunos diputados.

Con un fervor de cruzado por la buena causa, vimos lanzarse a los pasillos al diputado socialista señor Cordero, para increpar y acarrear al hemiciclo a no pocos de sus correligionarios abandonistas, a los que recordaba sus deberes y disciplina, logrando hacer votar a muchos.

También votaron a favor los catalanes de todos los matices, galleguistas, progresistas y derechas.[293]

Las mujeres al fin podían ejercer su derecho al voto en igualdad de condiciones que los hombres. Habían triunfado los ideales de justicia y democracia defendidos por la diputada Clara Campoamor frente a los intereses políticos de partido.

En 1933, por primera vez en la historia española, las mujeres pudieron acudir a las urnas. Y tal como habían presagiado los diputados contrarios a la concesión de este derecho, ganaron las derechas.

Clara Campoamor no consiguió escaño en el Congreso, tampoco Victoria Kent, pero sí aumentó la presencia femenina en el Parlamento. En total fueron cinco las mujeres elegidas como parlamentarias en 1933: Francisca Bohígas pertenecía a la minoría agraria, era la única diputada vinculada a la derecha. Las otras cuatro militaban en el socialismo: María Lejárraga, Matilde de la Torre, Veneranda García-Blanco y Margarita Nelken, que repetía como diputada.

Casi todos culpaban a Clara Campoamor de lo sucedido. Las incesantes críticas la movieron a publicar en El Heraldo de Madrid un análisis detalladísimo de los datos contrastados de las elecciones de 1931 y 1933. Clara atribuía el fracaso de la izquierda a la desunión entre republicanos y socialistas, y sobre todo a la unión de los partidos de derecha de cara a los comicios del 33. Clara Campoamor asumió la derrota y siguió en política. El gobierno presidido por Lerroux la nombró directora general de Beneficencia.

A los pocos días de su regreso de Asturias, a donde había acudido para ayudar a los niños después de la revolución de 1934, la Campoamor presentó su dimisión y decidió abandonar el partido Radical por desacuerdo con su política. Escribió una carta a Alejandro Lerroux en la que le decía, entre otras cosas:

De error en error camina hacia simas de responsabilidad el Partido Radical. De espaldas a su programa y a la misma vitalidad de la República. Con mi actitud yo he procurado advertir el peligro y llamar a la reflexión, todo fue inútil […].

Yo, señor Lerroux, me adscribí al Partido Radical a base de un programa republicano, liberal, laico y demócrata, transformador de todo el atraso legal y social español, por cuya realización se lograse la tan anunciada justicia social. Y no he cambiado una línea. No me he desprendido de esos anhelos, de esos ideales que me acompañaron toda mi vida y a los que no pienso abandonar precisamente en los instantes en que tengo más personalidad para laborar por ellos […].

¿A qué designio, propósito o anhelo sacrifica usted tantas cosas, señor Lerroux? ¿No teme usted darse cuenta de su error cuando sea demasiado tarde? […].

Pocas veces le es dada a un hombre la feliz coyuntura de agitar y predicar libertad y justicia en la juventud y poderlas realizar en la vejez. Usted ha renunciado a lo segundo. Yo no tengo por qué hablar del juicio de España: para estos efectos sólo me importa el mío, que sintetizo en el acto amargo de separarme del partido que usted dirige.[294]

Clara Campoamor además de valiente es consecuente con sus creencias y no duda en criticar el comportamiento, aunque éste sea el del presidente de su propio partido. A pesar de las muchas decepciones sufridas, Clara piensa que todavía puede trabajar por hacer realidad alguno de sus ideales y decide seguir en el mundo de la política.

A los pocos meses de renunciar a su militancia en el Partido Radical, animada por Casares Quiroga, presidente de Izquierda Republicana, solicita se ingreso en esta formación. La petición fue denegada por 183 votos. Sólo 68 votaron a favor:

¿Por qué? ¿Qué pueden reprocharme a mí esos 183 miembros de Izquierda Republicana? ¿Quién soy yo y de dónde vengo para que un partido republicano me rechace?[295]

Clara Campoamor no va a volver nunca a la actividad parlamentaria. En 1936, al producirse la guerra civil, Clara decide afrontar el exilio. Al principio reside en Lausana, para trasladarse más tarde a Buenos Aires donde vivirá más de diecisiete años. En varias ocasiones intentó regresar a su país pero nunca pudo conseguirlo. Se le acusaba de haber pertenecido a la masonería y se le exigía pasar un tiempo en prisión o revelar la identidad de otros masones.

Existen indicios que apuntan a su posible militancia durante los años 1931 a 1934 en alguna organización de tipo masónico, aunque en aquellos tiempos no era ilegal. Clara no quiere aceptar una acusación injusta pues ella no ha infringido ningún tipo de ley.

Varias personas relacionadas con el gobierno español de la época intentaron conseguir su regreso, entre ellas la escritora Concha Espina, a quien Clara le había tramitado el divorcio, pero todo resultó inútil y Clara Campoamor, a pesar de que nunca se consiguieron pruebas de su pertenencia a la masonería, no pudo retornar del exilio:

Clara Campoamor tiene abierto un expediente de pertenencia a la masonería en el Archivo de Salamanca. Sin embargo no existe ninguna prueba de su perteneciera a la masonería y consta como que no perteneció a la masonería o no se puede demostrar. De hecho, no se le hizo ningún proceso ni se la condenó. De distinta manera que a Martínez Barrio o Lerroux, que sin estar en España los procesaron y los condenaron por pertenecer a la masonería, a Clara Campoamor no pudieron. De hecho, en los pocos papeles que existen de la logia Reivindicación y de la logia Amor, que era también femenina, no consta, pero claro son papeles muy fragmentarios.[296]

Clara Campoamor consume su tiempo viajando por Europa y colaborando en el despacho de abogados de su amiga Antoinette Quinche, la amiga que le hace más llevadera su vida en la ciudad suiza. Asiste a las reuniones de las asociaciones femeninas y también acude a Bruselas para asistir al Congreso de la Federación Internacional de Mujeres de Carreras jurídicas. Clara Campoamor conocerá allí a María Telo, joven abogada española.

Clara nunca dejará de añorar su tierra. En una de las cartas escritas a su amiga madrileña Consuelo Berges, Clara le dice:

Anhelo tanto poder al menos asomarme a mi pasado, a lo que constituye la entraña de mi antiguo ser […] creo que aun aceptando este género de vida sería menos desdichada si pudiera de vez en cuando darme una vuelta por ahí.[297]

Fueron pasando los años y Clara nunca pudo volver. Murió víctima de un cáncer en 1972 en la ciudad suiza de Lausana. Sus restos reposan en el cementerio de Polloe en San Sebastián:

Sin dolor, sin melancolía, sobre todo sin resentimiento negativo, porque amo la afirmación, digo adiós a estos recuerdos, gratos e ingratos, y siento que cumplí a satisfacción mía mis deberes […].

He acusado las injusticias porque no quiero que mi silencio las absuelva, y las he puntualizado para darme a mí misma los cimientos de las que hayan de ser mis futuras actuaciones políticas, tanto como para que de ellas deduzca enseñanzas la mujer.[298]