CONCEPCIÓN ARENAL
Idealismo y pragmatismo
(Ferrol, 1820-Vigo, 1893)
Quien anhele cumplir su misión debe tener un ideal, esto es, un propósito dominante que se sobreponga a todas sus aspiraciones y gobierne su vida entera.
Bate
No debería suceder pero muchas veces, según la época en que se analicen determinados personajes históricos, se puede dar una visión muy distinta de los mismos. La mayoría de los estudiosos culpan de esta distorsión a la novela histórica. Sin duda, el período donde se registró una mayor manipulación fue en el Romanticismo, época en que aparecieron importantes novelas históricas. Resulta evidente que la proyección de la literatura es mucho más amplia que la de un manual o tratado de historia, de ahí que resulte casi imposible deshacerse de los estereotipos fijados en las novelas.
Éste podría ser el caso de Concepción Arenal. La imagen que ha llegado hasta nosotros de esta mujer es bastante parcial. Según la fecha en que se haya escrito sobre ella Concepción aparecerá como una dama de la caridad a la antigua usanza, como una liberal ilustrada o como una convencida krausista. Y todo ello sin que Concepción Arenal fuera utilizada como protagonista de ninguna novela.
Claro que no debemos olvidar que a veces en ciertos períodos de la historia se realiza un proceso, no similar al de la novela, que casi siempre desfigura parcialmente la realidad de las personas analizadas, que simplemente se destacan aquellos aspectos del personaje que estén más de acuerdo con los intereses del momento. No se miente, pero si se omiten facetas que nos impiden tener una visión completa de la personalidad estudiada.
Afortunadamente, desde hace años, y más en nuestros días, se pueden consultar biografías muy completas de Concepción Arenal.[180]
Escritora y pensadora, Concepción poseía la sabiduría de la bondad porque era una persona inteligente y buena. Cree en el hombre y trata de mejorar la sociedad. A veces sus reflexiones pueden parecer utópicas pero no lo son, porque Concepción las llevará a la práctica demostrando así que sí son posibles. Pero la realidad era muy distinta y se debatía analizando las facetas negativas de algunas de sus creencias:
Los amantes de la libertad no creen en Dios, los creyentes son enemigos de la libertad. El hombre religioso detesta la reforma política, el reformador desprecia las creencias religiosas. Los sacerdotes temen por la religión si triunfan los amantes de la libertad, y hacen causa común con los poderosos y los auxilian y los absuelven y los bendicen.[181]
En este texto Concepción Arenal nos muestra una de sus grandes preocupaciones: tratar de armonizar fe y liberalismo. Ella es profundamente católica, pero también liberal, y sabe que en su interior no son realidades contradictorias.
Concepción, como los liberales, deseaba el progreso, la educación, las reformas, la justicia, una sociedad más solidaria, pero como católica no puede aceptar los valores liberales que se plasman en la Revolución francesa. Como buena católica sabe que debe poner en práctica los principios evangélicos y rechaza la postura, muchas veces intransigente, de la iglesia Católica que ella consideraba alejada de la caridad cristiana.
Concepción había nacido en el seno de una familia liberal conservadora. Su padre, Ángel Arenal, militar comprometido con las ideas contenidas en la Constitución de 1812, sufrirá los vaivenes políticos de esos años. Cuando en 1827 recobra fuerza el absolutismo Ángel Arenal se ve obligado a huir, muriendo dos años después en el destierro.
Concepción tenía entonces nueve años. Era la mayor de las dos hijas del matrimonio Arenal. Su madre, Concepción Ponte, al quedarse viuda y no disponer de medios económicos se fue con sus dos hijas a vivir a casa de su suegra en la montaña cántabra. Pocos años después, viendo que aquel no era el ambiente adecuado para las niñas, decidió trasladarse con ellas a Madrid donde podrían adquirir una educación de verdaderas señoritas y tener muchas más posibilidades de conseguir un buen marido.
Concepción Arenal no demostró ninguna prisa por casarse. Lo hizo cuando ya había cumplido 28 años. El elegido, un joven abogado, Fernando García Carrasco, al que según opiniones de algunos contemporáneos había conocido en la facultad de derecho de la Universidad de Madrid, a la que Concepción acudía vestida de hombre para poder asistir a las clases como oyente. No existe documentación que nos permita afirmar que Concepción hubiera intentado ocultar su identidad, aunque es muy probable que así fuera ya que en aquel tiempo las mujeres tenían prohibida la entrada en la universidad. Sólo podrán acceder a ella a partir de 1910.
Cánovas, que dijo haber estudiado en esa facultad durante los mismos años en que se supone que asistía Concepción, aseguró no haberla visto nunca. La condesa de Campo Alange puntualiza que esta coincidencia no es tal ya que, según ella, Cánovas se había matriculado en 1846, año en el que Concepción ya habría dejado de asistir[182]. María José Lacalzada apunta otro dato interesante: cuando el periódico La Iberia presenta a sus lectores a la nueva colaboradora, Concepción Arenal, dice de ella:
[…] una señora que durante muchos años ha ocultado su sexo para asistir a las cátedras públicas.[183]
Esta nota aparecida en La Iberia de 30 de julio de 1855 parece bastante contundente. Además, si Concepción se vestía de hombre ¿no era para pasar desapercibida y que nadie se percatara de su presencia?
De todas formas, la confirmación de esta anécdota lo único que demostraría sería algo ya conocido: la valentía y los deseos de saber que sentía Concepción Arenal y la marginación a la que estaban sometidas las mujeres en el siglo XIX.
Concepción y Fernando fueron un matrimonio muy unido no sólo por el amor que sentían sino por la afinidad de sus ideales. Tuvieron tres hijos, una niña que murió a los pocos años y dos chicos: Fernando y Ramón. Desgraciadamente, la vida de Fernando García Carrasco se apagaría pronto. En 1857, a los nueve años de haberse casado, Concepción Arenal enviudó. Su situación económica era penosa y decidió quedarse en Madrid, donde podía seguir colaborando en el periódico La Iberia, algo que ya venía haciendo esporádicamente. Concepción podía asumir tranquila aquella responsabilidad pues en los últimos tiempos era ella quien escribía los artículos de fondo de La Iberia que seguía firmando su marido. El director del periódico, Pedro Calvo Asensio, estaba en el secreto y también sabría que los artículos escritos por Concepción gozaban de mayor aceptación que los de su marido. Por ello accedió encantado cuando conoció la petición de la viuda de García Carrasco de seguir colaborando, pero, eso sí, pagándole la mitad de lo que cobraba su marido. A Concepción no le quedaba más remedio que aceptar si quería seguir viviendo en Madrid. Lo que no podía imaginar en el momento que dio su conformidad era que su trabajo en La Iberia no duraría mucho.
La Iberia, diario liberal de indiscutido prestigio entre los sectores más avanzados de la sociedad, había sido fundado en 1854, casi coincidiendo con el llamado bienio progresista. Sin embargo, años después, al establecerse la obligatoriedad de firmar los artículos doctrinales, el director del periódico, aunque progresista y liberal, no se atrevió a que la línea editorial apareciera firmada por una mujer. La Iberia anunció el cese de Concepción Arenal como colaboradora.
Decepcionada, Concepción Arenal abandonó Madrid. Al principio vivió en Asturias, para posteriormente viajar a Cantabria. En Potes alquiló una casa y allí, en el valle de Liébana, muy cerca de Armaño, donde se encontraba la casa de su abuela en la que había pasado unos años después de la muerte de su padre, intentó encontrarse a sí misma y planificar su futuro.
Concepción Arenal sigue escribiendo aunque no publica. Al conocer el tema del certamen que la Academia de Ciencias Morales y Políticas convocaba anualmente se animó a elaborar un trabajo que presentó bajo el título La beneficencia, la filantropía y la caridad, y firmado con el nombre de Fernando. Concepción se iba a convertir en la primera mujer premiada por la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Corría el año 1860:
La monografía presentada por Concepción Arenal ganó el favor del conjunto del jurado, pero cuando la plica se abre, se encuentran con la sorpresa de que realmente era Concepción Arenal la autora porque hasta entonces no se sabía. El premio se lo dieron a Fernando García, que resultó ser su hijo, un niño de cinco años de edad, que ella había indicado como autor de la monografía con la intención probablemente de tratar de atraer la atención del jurado para que se leyera el ensayo. Creía, aunque este motivo no se ha aclarado, que si firmaba como mujer en la España de aquel entonces no sería estimado el ensayo como merecía. La sorpresa del conjunto de los académicos que se encontraron con una mujer premiada fue grande, pero aceptaron, obviamente, el premio y el mérito de la obra, y ésta fue editada por la Academia.[184]
El premio de la Real Academia se convirtió en un importante aval para Concepción Arenal. Los círculos oficiales y el Gobierno conocieron entonces la existencia de una pensadora ejemplar. Concepción intentaba llevar a la práctica lo defendido en sus escritos. Creó la rama femenina de las Conferencias de San Vicente de Paúl, que era una organización destinada a atender a los enfermos y a los niños pobres abandonados. Ella misma acudía a las casas donde necesitaban ayuda para cuidar personalmente a los enfermos y atender a los niños. Su actividad era incesante. Pero Concepción seguía escribiendo. Sus reflexiones sobre la realidad de la pobreza sorprendieron a muchos:
El pobre, decimos, falta a la verdad, es descuidado, imprevisor, ingrato. […] Si en vez de decir el pobre dijéramos la pobreza seríamos más exactos y menos agresivos; porque los males que están en las cosas hacen pensar en grandes medios para evitarlos, y mandan la tolerancia. Detengámonos un poco a examinar hasta qué punto es responsable el pobre de las faltas que le echamos en cara.[185]
Este era uno de los pensamientos que Concepción Arenal reflejaba en el manual de El visitador del pobre que acababa de escribir. El libro, que para muchos era un tratado de amor hecho desde la sensatez de una mente que conocía el evangelio, se convirtió en la guía de las Conferencias de San Vicente de Paúl en toda Europa.
La actividad de Concepción no pasaba desapercibida y el Gobierno pensó en ella para ocupar el cargo de visitadora de prisiones de mujeres. Concepción aceptó y comenzó ilusionada su trabajo. Acudió a todas las cárceles donde había reclusas y estudió la realidad de las mismas. Después de observar el estado en que se encontraban las prisiones escribió un nuevo libro, Cartas a los delincuentes. En él, Concepción Arenal abogaba por la reforma de algunos artículos del Código Penal. No tardará en recibir el cese de su cargo. Sobre ello escribe a su amigo Jesús de Monasterio:
[…] yo he hecho lo que he debido y los demás lo que han querido. Era yo una rueda que no engranaba con ninguna otra de la maquinaría penitenciaria y debían suprimirla. […] El gobierno no quiere moralizar las prisiones, aleja de la esfera social a quien procura moralizarlas, y contesta al primer libro que con este objeto se escribe, dejando cesante al autor. ¡Y esto se llama y le llaman gobierno. Gran necesidad hay de rehacer al diccionario si hemos de entendernos![186]
Concepción Arenal era una persona que decía la verdad y por tanto su presencia resultaba, en determinadas circunstancias, un tanto molesta. El Gobierno no estaba dispuesto a que nadie intentara corregirle.
Después de la revolución de 1868 Concepción se encontraba bastante ilusionada. Aquella ruptura, pensaba, podía significar la renovación, la apertura intelectual, la preocupación por las clases trabajadoras y marginadas. El nuevo gobierno la nombró inspectora de la Casa de Corrección de mujeres de Madrid.
Pero pasaban los días y las anheladas reformas, propugnadas en la revolución, no se plasmaban en la realidad. Sí, se había promulgado una nueva Constitución, la primera democrática en la historia de España. En ella se proclamaban las libertades fundamentales, se establecía el sufragio universal masculino. Aunque las fuerzas políticas unidas en la revolución manifestaban, una vez instaladas en el poder, sus distintas ideologías.
Concepción Arenal, a petición del Gobierno, redactó unas bases para una ley de beneficencia. Al poco tiempo de entregar el borrador Concepción fue cesada:
Terminó el borrador y fue suprimido su puesto. P. Armengol dijo años más tarde que a Concepción Arenal le habían cesado por redactar un proyecto de reforma y una memoria resultado de las visitas efectuadas.[187]
Las Cortes aprobaron un nuevo proyecto de reforma penitenciaria y Concepción Arenal, ya alejada de los círculos de la Administración, elaboró un escrito en el que manifestaba sus dudas sobre los auténticos deseos del ejecutivo de reformar las cárceles:
Cuando desde el interior de una prisión española se observa aquel conjunto de corrupción, de ignorancia. […] Cuando se reciben las confidencias de los reclusos. […] Cuando se ven delincuentes honrados al entrar en la prisión que saldrán de ella enteramente perdidos para el honor y la virtud, varios sentimientos de indignación, lástima y vergüenza agitan el alma.[188]
Concepción no volvió a ocupar cargos oficiales pero no dejó de trabajar y manifestar sus opiniones a través de diferentes publicaciones, especialmente en La Voz de la Caridad, publicación que ella misma había creado como instrumento para denunciar las inmoralidades cometidas en el mundo de la beneficencia y de las prisiones.
En 1875 la Academia de Ciencias Morales y Políticas convocó su concurso anual cuyo tema era: ¿Convendría establecer en las islas del golfo de Guinea o en las Marianas unas colonias penitenciarias como las inglesas de Botany-Bay?
Concepción Arenal presentó un trabajo que fue premiado y editado por la Academia:
Concepción Arenal tuvo la valentía, la decisión y la modernidad de rechazar un colonialismo de prisiones que no le parecía ni adecuado para el país que trataba de colonizar ni para el país receptor del conjunto de los que eran delincuentes, y condenó en su monografía, que premió la Real Academia, este intento, entonces, de moda en distintos países.[189]
Ningún tema importante escapaba a su reflexión. Escribió varios libros en los que demostraba la no inferioridad del sexo femenino. Concepción criticaba las leyes españolas, que para ella eran discriminatorias con la mujer, porque si el Derecho Civil trata desigualmente al hombre y a la mujer el Derecho Penal impone las mismas sanciones a ambos. Sin embargo, Concepción excluía a las mujeres de la política, de la milicia y de la judicatura:
La superioridad moral de la mujer la capacita para actividades caritativas y benéficas; el sacerdocio es más propio de las mujeres. La mujer no debe ser militar ni tampoco juez. No debe dedicarse a la política. Tal vez con el tiempo parezca que hemos pagado tributo a las preocupaciones del nuestro no queriendo que la mujer aplique las leyes penales. Si así fuera, sírvanos de excusa lo crueles y denigrantes que son todavía, y la manera depravada e inhumana de cumplirlas.[190]
Estas opiniones de Concepción fueron utilizadas en muchas ocasiones para descalificar su feminismo. Sin embargo, mujeres juristas actuales, como la juez Manuela Carmena, entienden y defienden la postura de Concepción:
A mí me gusta mucho este aspecto de Concepción Arenal porque además ha sido utilizado para descalificarla diciendo que era feminista pero menos. No estoy de acuerdo. Pienso que Concepción Arenal es feminista pero más porque al mismo tiempo de estar preocupada porque la mujer obtenga todos los derechos que le corresponden como ser humano se está dando cuenta de por dónde va a ir la evolución de la humanidad, y detecta que el Derecho concebido como castigo no va a valer para una sociedad moderna. Y Concepción Arenal dice: si el Derecho es esto no quiero que la mujer ocupe un papel en el Derecho. Ahora lo que podríamos decir es que el Derecho no debe ser esto, el Derecho tiene que ser útil, y el Derecho del castigo no es útil. El Derecho ha de ser un elemento para resolver los conflictos que los seres humanos tienen en la aplicación de sus derechos y deberes.[191]
Las ideas innovadoras de Concepción Arenal y su prestigio como socióloga y pensadora aumentaban en Europa mientras que en España pocos se acuerdan de ella. Concepción es consciente de este vacío que se produce en su entorno y así se lo dice a su amigo Armengol:
Del aislamiento en que vivimos algunas personas no quiero hablar por no quejarme; es cosa dura, muy dura, este abandono moral e intelectual. Si usted, como es probable, me sobrevive, si dedica usted algunas palabras a mi memoria, bien podrá usted decir que no he sentido el desvío de los gobiernos ni el desconocimiento de la multitud, cosas ambas inevitables: lo más terrible es el vacío que a mi alrededor han hecho muchas personas inteligentes que parecía debían auxiliarme. ¡Parece que inteligencia obliga![192]
Era normal que se sintiese decepcionada porque para ella la inteligencia y la cultura resultaban decisivas y pensaba que muchos de los males que aquejaban a la sociedad no se hubiesen producido si la cultura y la formación fuese algo común a todos. Concepción no elegía a sus amigos por el partido político al que perteneciesen ni por la confesión eclesiástica que profesasen porque a ella lo que le interesaba era el talante de las personas. De ahí su desengaño al comprobar el comportamiento de muchos a quienes ella consideraba amigos.
Concepción vive con su hijo Fernando primero en Madrid y después en Gijón, donde participa con él en la creación de nuevos círculos obreros. También desarrolla su faceta como penalista.
En Vigo discurrieron los últimos años de la vida de Concepción Arenal. Presintiendo que se acercaba el final de sus días, Concepción se había dedicado el año 1892 a corregir muchas de sus obras y a destruir todas las cartas y papeles que podrían mover un día a sus descendientes a escribir su biografía, desvelando, tal vez, confidencias de personas cercanas que sólo a ellas les pertenecían. Fiel a sí misma, Concepción cuidó los mínimos detalles y, como siempre había hecho, su comportamiento se convertía en el ejemplo a seguir, porque en la vida de Concepción Arenal siempre caminaron juntas la teoría y la práctica.