SOR MARÍA DE JESÚS
La monja de Ágreda
(Ágreda, 1602-1665)
La mística es la esencia de la religión y su experiencia diere tan profundamente del conocimiento filosófico como difiere del amor la razón.
Alexis Carrel
Sor María de Jesús, la monja de Ágreda, la dama azul o la Venerable, para los que creen en su santidad, es un personaje que ha trascendido en el tiempo. Y lo ha hecho por muchas razones: por ser la asesora y confidente del rey don Felipe IV, por haber evangelizado a un número importante de indios en Nuevo México sin haber abandonado nunca el convento de Ágreda, por haber conseguido convencer al tribunal de la Inquisición de su inocencia y por dedicarse a escribir a lo largo de toda su vida, en un siglo en el que las mujeres sufrían una despiadada marginación, donde, entre otras cosas, les estaba prohibido el acceso a la cultura.
María nació en Ágreda en 1602. Era hija de Francisco Coronel, descendiente de judíos conversos, y de Catalina de Arana. Desde muy niña, según sus biógrafos, estuvo dotada de una gran espiritualidad, ingresando en el convento al cumplir los trece años.
Lo hizo de forma voluntaria. Claro que a los trece años es muy difícil saber lo que se quiere, pero lo que sí es evidente es que ella no fue encerrada a la fuerza como otras muchas jóvenes.
En el siglo XVII era bastante frecuente que las familias sin medios económicos y con varias hijas decidiesen el ingreso de alguna de ellas en el convento. A pesar de que el concilio de Trento había determinado castigar con la excomunión a todos los que obligaran a tomar los hábitos, la costumbre se siguió practicando durante casi todo el siglo XVII.
María se adaptó inmediatamente a las severas normas de la clausura y vivió con plenitud su vida monástica. Pero el retiro monacal no la aisló del mundo ni pasó su existencia olvidada de todos, sino todo lo contrario. Sor María de Jesús iba a ser uno de los personajes más destacados de su época.
No debemos olvidar que la sociedad del siglo XVII era muy vulnerable y dada a creer en milagros. Posiblemente el Barroco se encargó de despertar esa sensibilidad provocando, a través de sus manifestaciones, un clima propicio. No habían transcurrido muchos años desde el ingreso de sor María en religión cuando se empezó a comentar que una de las religiosas del convento de las concepcionistas de Ágreda era santa.
Sor María contará años más tarde sus experiencias místicas, sus arrobos y éxtasis:
Estaba con gran sequedad y entrando en la oración dije: Señor, ¿qué tengo yo de hacer aquí de esta manera? Fue tanta la alegría que me dio, que me consoló mucho y me sobrevino un grande ímpetu de amor de Dios. Yo resistí a él y no pude; y así salí de mí y me arrobé […].[110]
Según los testimonios de la época, muchas monjas de la comunidad concepcionista y alguno de los habitantes de Ágreda habían visto a sor María de Jesús levitar. Contaban que muchas veces después de comulgar, y cuando se encontraba recogida haciendo oración, sor María se elevaba sobre el suelo y quedaba suspendida en el aire.
La misma sor María dejó descritos sus sentimientos al enterarse de que era observada por las monjas de la comunidad y por algunos de los vecinos de Ágreda:
Si la justicia seglar me hubiera cogido en grandes delitos y me sacara en un pollino a la vergüenza no lo sintiera tanto como que me vieran en aquellos recogimientos o elevaciones que tenía.
Rogué insistentemente al Altísimo para que cesaran las exterioridades.[111]
Sor María huía de todo protagonismo. Pero su nombre y su imagen traspasarán las fronteras. Sin quererlo se convertirá en protagonista de un hecho extraordinario, de un fenómeno de bilocación.
Su biógrafo, el padre Samaniego, lo cuenta así:
Un día después de comulgar entró en éxtasis como solía y Dios le mostró el mundo y sus criaturas […] y vio que los más predispuestos a la fe eran los habitantes de Nuevo Méjico. […] Sor María habló con ellos y les enseñó la doctrina de Cristo.[112]
Lo curioso y sorprendente es que, según testimonio de los franciscanos de Nuevo México, un día, un numeroso grupo de indios se acercó a la misión. Todos querían recibir el bautismo. Al preguntarles los frailes el porqué afirmaron que una mujer vestida de azul les había enviado allí. Los franciscanos mostraron a los indios retratos de varias monjas y todos identificaron a sor María de Jesús como la mujer joven y hermosa vestida de azul que les había hablado de Dios.
En aquel tiempo la Iglesia desplegaba toda su actividad evangelizadora: jesuitas y franciscanos se afanaban en la labor misionera. Indudablemente para los franciscanos la presencia de sor María, que pertenecía a su misma orden, significaba un refrendo del cielo, un aval ante Roma, siempre recelosa de aquellas conversiones masivas. Y lógicamente ellos fueron los primeros interesados en difundir aquella extraña evangelización. Sucedía antes de 1650.
En 1993, es decir, 343 años más tarde, en la Universidad de Santa Fe (Nuevo México) se estrenaba una ópera titulada Sor María, cuya protagonista era la monja de Ágreda, «la dama azul de las llanuras», como es conocida en América.
Tanto el compositor, Joseph Weber, como la coreógrafa, Michele Larsson, manifestaban estar verdaderamente subyugados por el personaje de sor María de Jesús, que según ellos ocupa un lugar destacado en la historia de Nuevo México, como lo prueba no sólo el hecho de que ellos la hayan elegido como heroína de su ópera sino que algunas personas en Alburquerque lleven unido a su nombre de pila el de María de Ágreda. Tanto para Weber como para Larsson lo más atractivo de sor María es su faceta como asesora del rey. No se explican como una mujer, en pleno siglo XVII y en España, se pudo convertir en un personaje tan influyente.[113]
Cuarenta años contaba sor María cuando Felipe IV acudió a visitarla. Aquel año de 1643 era uno de los más tristes para el monarca español. La situación económica amenazaba con la bancarrota y la guerra acechaba por todas partes. Precisamente a la batalla que se libraba en las inmediaciones del río Segre se dirigía Felipe IV cuando decide detenerse en Ágreda para visitar a sor María. Es posible que el rey conociera la fama de la monja y es posible que alguien inclinara su voluntad, aunque lo cierto es que desde aquel día se inició una relación epistolar entre la monja y el soberano que se mantendría hasta su muerte. Sor María se va a convertir no sólo en la consejera espiritual sino también en asesora política.
Sor María de Jesús cuenta que en aquella primera visita el rey le dijo que se encontraba muy desvalido, sin medios humanos y fiando sólo de los divinos porque había ofendido mucho a Dios y le seguía ofendiendo. Y dice sor María que ella, desde la primera vez que besó la mano de su majestad y le conoció, notó:
[…] que Dios infundía en mí unas ansias más que naturales de la perfección y salvación del Rey y bien de la Corona.[114]
Durante más de veinte años sor María procuró consolar y aconsejar a Felipe IV El rey no quería que se conociera el contenido de sus cartas a sor María y por ello escribía dejando un amplio margen. De esta forma la monja enviaba la respuesta en el mismo papel y Felipe IV se quedaba siempre con la carta asegurándose de que nadie tendría acceso a esta correspondencia:
Sor María de Jesús: escríboos a media margen, porque la respuesta venga en este mismo papel y os encargo y mando que esto no pase de vos a nadie.[115]
Pero sor María no cumplió lo dispuesto por el monarca. Según cuenta su biógrafo:
Por muchos, y muy convenientes fines mandó a la sierva de Dios su confesor, quedase siempre copia de su mano, así de la carta del rey como de su respuesta.[116]
Sor María obedeció. Y lo hizo indudablemente por seguir las directrices marcadas por su confesor, pero también porque ella era consciente de que su relación con el monarca despertaba envidias y presentía que muchos grupos políticos podrían intentar a través de ella influir en la política de Felipe IV. Sor María sabía que algunos personajes de la corte habían tratado de involucrarla en algunas conspiraciones con el fin de atenuar el castigo real. La monja de Ágreda, a pesar de vivir en la clausura del convento, está muy bien informada de la actualidad de la corte. El más importante de sus informadores y confidente —con el que se escribía habitualmente— era el capellán de las Descalzas Reales, Francisco de Borja, miembro de la nobleza aragonesa.
Es posible que la monja también accediese a lo que le pedía el confesor por temor. Sor María era muy consciente del problema que a las monjas les podrían acarrear algunos confesores —no muy aptos por su imprudencia y dudoso juicio— si se les encomendaba la dirección espiritual de un convento. Conocía muy bien el daño que habían hecho a otras religiosas: a las monjas de San Plácido o a la madre Luisa de Carrión.
Sea como fuere, lo cierto es que gracias a que sor María copió muchas de aquellas cartas hoy podemos conocer alguno de los asuntos que preocupaban al rey y qué consejos le daba la monja.
Para el historiador Seco Serrano sor María influye políticamente en las decisiones del rey. Y lo hace bajo la influencia de la nobleza aragonesa, aconsejándole que prescinda de los validos. Esta influencia la encuentra Seco Serrano en cartas como la que sor María le escribe después de tener una experiencia sobrenatural en la que ha entrado en contacto con el alma del hijo del rey, el príncipe Baltasar Carlos, que había fallecido recientemente:
[…] estando en el coro en la oración se me apareció aquella feliz alma un día tras otro, y me dijo: sor María no temas ejecutar lo que Dios manda. […] Él te ha elegido para que seas instrumento de Su voluntad. Manifestarás a mi padre el peligro en que vive, porque está rodeado de tantos engaños, falsedades y mentiras de los más allegados y de otros que le sirven, que no le dejan obrar conforme a la divina luz que recibe. Adviértele que aparte de sí a todos y busque la luz verdadera.[117]
Lo que sí parece evidente en esta carta es la firme convicción de sor María de sentirse instrumento divino al servicio de la monarquía:
Yo creo que la influencia de sor María fue evidente y muy positiva. La monja le sugiere a Felipe IV que haga lo posible por evitar el enfrentamiento interior y ante todo que respete lo que podríamos llamar la constitución interna del equilibrio entre los reinos autónomos de la Monarquía. El intento de ruptura de ese equilibrio es lo que había dado lugar a las crisis de 1640 y a la guerra de Cataluña. A partir de esta última fase del reinado de Felipe IV se cierra la guerra de Cataluña pero se respeta estrictamente la constitución interna, la relación entre la corona de Aragón y la de Castilla. En este sentido hay que señalar que es eficaz la influencia de sor María.[118]
Sor María de Jesús jugará un importante papel de mediadora en las negociaciones previas a la paz de los Pirineos, que pondría fin, en aquel tiempo, a las disputas territoriales entre Francia y España.
Sor María de Jesús fue una monja ejemplar y sobre todo una persona culta. Una mujer que entendió la cultura como una forma de ejercer el poder. Se sabe que muy pronto Sor María se interesó por incrementar el número de volúmenes de la reducida biblioteca del convento. Los libros eran importantes para ella. Le gustaba escribir y quería hacerlo, pero era consciente del peligro al que se exponía.
Porque aunque un siglo y medio más tarde algunas mujeres van a ingresar en el convento, precisamente para poder tener acceso a la cultura, algo que todavía seguía estando mal visto en la sociedad de finales del siglo XVIII y también en el XIX, en el tiempo de sor María también era sospechosa la conducta de una monja que sobresaliera por sus aficiones literarias:
Cuando una monja, una mujer entendía latín, la sociedad, la jerarquía sufría un sobresalto; aquello era anormal, y entonces, sometían a la religiosa a un profundo examen, para dictaminar si sus conocimientos se debían a inspiración divina o demoníaca.
Si el veredicto era negativo la religiosa moriría quemada en la hoguera. Si, por el contrario, resultaba absuelta sería considerada santa, porque aquello era un milagro. ¿Cómo explicarse si no que la mujer, un ser inferior, pudiese igualar al hombre e incluso superarlo en sabiduría?[119]
Sor María siempre decía que por sí misma no sabía nada y si escribía era debido a la influencia divina:
Dos veces me ha dado la Divina Majestad ley y conocimiento de todo lo criado; la primera, en mis comienzos cuando iniciaba las operaciones del discurrir; la segunda, al dotarme de ciencia infusa para escribir la vida de la Reina del cielo.[120]
Sor María escribe varios libros y en 1726 figuraba en el diccionario de la Real Academia. Según Corominas, la primera documentación del cultismo «duplicidad» aparece en la obra de la monja.[121]
Y precisamente va a ser uno de estos libros el principal obstáculo para su canonización.
A los tres años de la muerte de sor María de Jesús ya se había iniciado el proceso de beatificación. Su biógrafo, el padre Samaniego, dejó escrito:
En el mismo día y hora que la sierva de Dios murió tuvieron algunas personas diversas apariciones, en que la vieron subir al cielo con varios símbolos representativos de la grande gloria.[122]
Todo hacía presagiar que las virtudes de sor María serían reconocidas oficialmente por la Iglesia, pero la publicación de La mística Ciudad de Dios originó el escándalo. La Inquisición, a la que ella había convencido de su inocencia en más de una ocasión, le abrió un proceso después de muerta. Sus escritos fueron acusados de heterodoxos y La mística Ciudad de Dios condenada al índice de libros prohibidos durante un tiempo. Ése hubiera sido el destino definitivo de la obra si las reclamaciones de la corte española ante la curia romana no hubieran dado fruto. Pero la Iglesia accedió a las peticiones españolas y volvió a permitir la lectura del polémico libro de la monja de Ágreda, aunque el proceso de beatificación no logró salir adelante. La llegada al solio pontificio del papa Clemente XIV derrumbó las esperanzas de los que aún creían viable la beatificación de sor María. Clemente XIV decretó «silencio perpetuo» de la causa. Las razones que movieron al papa a tomar la decisión no se hicieron públicas y permanecieron en secreto —como es preceptivo— durante más de cien años. Hoy se sabe que el verdadero obstáculo para la beatificación de sor María no fue otro que La mística Ciudad de Dios.
Pero, ¿cuál es el contenido de esta obra para despertar tales sospechas? Muchos la definen como poema teológico. Para otros, es un libro más de espiritualidad sobre la vida de la Virgen María, y en este sentido no resulta extraño que en el siglo XVII los guardianes de la pureza de la fe mirasen con suspicacia La mística Ciudad de Dios porque en aquellos momentos la iglesia Católica se debatía entre defensores y detractores del dogma de la Inmaculada Concepción, que no fue aceptado hasta mediado el siglo XIX.
Pese a la prohibición, o tal vez gracias a ella, el libro de sor María de Jesús se convirtió en centro de polémica en Europa. Traducido ya en el siglo XVIII a varias lenguas, ha permanecido vigente hasta nuestros días y en la actualidad está publicado en más de diez idiomas.
Varios movimientos apostólicos nacidos en América tienen hoy como guía espiritual La mística Ciudad de Dios. En 1950 el padre Flaningan, sacerdote de origen irlandés de la diócesis de Boston, después de leer el libro de sor María creó la Asociación de Nuestra Señora de la Santísima Trinidad, que difunde su labor misionera en América, Europa y Asia. Curiosamente, uno de los centros de esta organización se encuentra muy cerca de Alburquerque, donde se sigue recordando a sor María de Jesús, la dama azul, como la monja que evangelizó a los indios hace muchos años.
A la vista de estos datos, y teniendo en cuenta que la Iglesia también ha modificado algunos de sus conceptos en estos años, cabe preguntarse: ¿por qué la causa de beatificación de sor María sigue cerrada? Es cierto que la Congregación de los Santos ha nombrado un nuevo relator de la causa, pero mientras la Congregación para la doctrina de la fe —heredera del Santo Oficio— no dé su aprobación todo seguirá igual: encerrado en los archivos. ¿Cuál puede ser la razón de este mutismo? Para un grupo de estudiosos americanos interesados en sor María y su obra el obstáculo sigue siendo el mismo: La mística Ciudad de Dios.
Según el profesor Colahan, el libro de sor María es una obra importante para la gente que tiene interés no sólo en la espiritualidad católica sino también para todas aquellas personas preocupadas por la lucha de las mujeres, por la igualdad de derechos y poder en relación con el hombre:
En la Biblia se nos describe a la Virgen en muy pocos pasajes. Sabemos muy poco de la madre de Jesús; lo que hizo, en lo que pensaba, en lo que ella creía. Sin embargo, en La mística Ciudad de Dios tenemos la interpretación dada por una mujer sobre lo que fue la vida de la Virgen. Y descubrimos que llevó una vida de misión, que de hecho fue la corredentora del mundo junto con su hijo.
Así que es posible ver que no estamos obligados a pensar en la Virgen sólo como un ser pasivo y sufriente, con las tradicionales siete espadas que atraviesan su corazón, sino también como en una personalidad poderosa, equiparable a la de su hijo.[123]
Es probable que esta interpretación no satisfaga excesivamente a las autoridades eclesiásticas. También es posible que la desconozcan o no la tengan en cuenta.
Independientemente de lo que decida la Congregación de los Santos sobre la causa de beatificación de sor María de Jesús, lo que nadie podrá arrebatarle es su protagonismo en la historia como confidente del rey Felipe IV y como escritora, en una sociedad, la del siglo XVII, que despreciaba a las mujeres.