CRISTINA DE HABSBURGO LORENA

Una reina ejemplar

(Moravia [Bohemia], 1858-Madrid, 1929)

Lo que hagamos en una ocasión decisiva dependerá probablemente de lo que ya seamos; y lo que seamos resultará de años anteriores de interna disciplina.

H. E Lidon

Heráclito decía que el carácter de las personas era su destino y Aristóteles pensaba que nuestro carácter era el resultado de nuestra conducta. Así pues, es posible que si tenemos una idea muy clara del papel que queremos desempeñar en la vida y trabajamos encaminando nuestra conducta hacia aquello que deseamos podamos de esa forma conseguir que nuestro carácter experimente el cambio adecuado para determinar el futuro anhelado.

María Cristina de Habsburgo Lorena siempre tuvo muy claro el destino que deseaba. Supo prepararse y esperar hasta conseguirlo. Cuentan que su primo, el emperador de Austria Francisco José I, la nombró abadesa del capítulo de Nobles Damas Canonesas de Praga precisamente para que María Cristina pudiera mirar con tranquilidad al futuro ya que ella había manifestado en varias ocasiones que no aceptaría cualquier propuesta matrimonial.

Cuando años más tarde los españoles conocieron el cargo desempeñado por la reina María Cristina pensaron que ésta pertenecía a una orden religiosa, aunque en realidad la institución nada tenía que ver con la vida monástica.

Fundado por la emperatriz María Teresa, el capítulo de Nobles Damas Canonesas de Praga tenía por finalidad acoger a las jóvenes pertenecientes a la nobleza que no tuvieran medios económicos. La dirección siempre estaba a cargo de una archiduquesa.

María Cristina de Habsburgo Lorena cumplía todos los requisitos: además de archiduquesa de Austria, princesa imperial y princesa real de Hungría, había recibido una esmerada educación.

Hija de los archiduques austriacos Carlos Fernando e Isabel, tíos del emperador Francisco José, María Cristina nació el 21 de julio de 1858 en el castillo de Groes-Sedowitz en Moravia, Bohemia.

María Cristina creció en un ambiente culto y según quienes la conocieron la joven «demostró desde sus primeros años su gran amor al estudio, al punto que sus padres la sometieron a las mismas severas disciplinas que aprendían sus hermanos, dedicados a la carrera militar. No cumplidos los doce años conocía, además de los idiomas vernáculos del imperio, el italiano, el francés, el inglés y algo de español. El estudio de la música constituía su mayor deleite, y lo acometía con verdadero empeño»[227]. María Cristina estaba, sin duda, preparada para desempeñar los más altos cargos. Lo sabía, y por ello prefirió esperar su destino y no precipitarse.

Llevaba tres años desempeñando el cargo de abadesa del capítulo de Nobles Damas Canonesas de Praga cuando le comunicaron que habían: pensado en ella como una de las candidatas para futura reina de España.

A María Cristina le interesa convertirse en reina, es lo que siempre ha esperado. Pero no quiere hacerse muchas ilusiones. Es posible que a don Alfonso XII no le entusiasme su presencia. María Cristina es consciente de que no es una mujer bella, aunque también puede suceder que a ella no le agrade don Alfonso. Lo ha visto en Viena hace años y lo cierto es que no recuerda muy bien su aspecto.

El encuentro se produce en el verano de 1879 en Arcachon. María Cristina, que nada más ver a Alfonso se sintió atraída por él, supo cómo reaccionar para causarle una buena impresión y conquistar su afecto.

Cuenta la historia que doña María Cristina había colocado sobre el piano un retrato de la reina recientemente fallecida, María de las Mercedes, y que al observar cómo el rey lo miraba, le dijo:

Señor, mi mayor deseo sería asemejarme a ella, pero no me atrevo a asegurar que pueda nunca reemplazarla […].[228]

Aquél era un gesto bastante revelador del carácter y personalidad de la que podría convertirse en reina de España. El comienzo había sido perfecto y a buen seguro iba a influir en la decisión real.

A los tres meses y siete días del encuentro en Arcachon la archiduquesa doña María Cristina de Habsburgo-Lorena y el rey de España don Alfonso XII contraían matrimonio en la real basílica de Atocha.

Esta vez la reina madre doña Isabel II sí asistiría a la ceremonia. Doña Isabel supo apreciar desde el primer momento las cualidades de María Cristina de Habsburgo. Doña Isabel intuía que aquella joven austriaca era la mujer más conveniente para su hijo y también la que mejor podría hacer frente a los problemas de gobierno. No se equivocó. Aunque habrían de pasar algunos años para que los españoles valorasen en su justa medida la inteligencia, la discreción y la fuerza de su nueva soberana, una mujer que les parecía demasiado seria y estirada.

María Cristina, que siempre quiso ser reina, que había sido formada para ello, tendrá oportunidad de demostrar hasta qué punto es importante la preparación para desempeñar con éxito determinados compromisos. Amará a su marido, el rey don Alfonso XII, y a su nueva patria, España, por encima de todo, a pesar de que muchas veces el dolor amenace con aniquilarla.

María Cristina, demostrando un control sobre su persona que no habría sido capaz de mejorar una consumada actriz, sufrió y disimuló su propio dolor. Ese dolor agudo y punzante que provocan los celos. Sí, los celos, porque a los pocos meses de la boda la reina se dio cuenta de que estaba apasionadamente enamorada de su esposo y sabía de sus aventuras amorosas.

Cuentan que algunas noches en el Teatro Real, cuando aparecían en escena determinadas personas, los ojos de muchos espectadores se dirigían hacia el palco real. Deseaban observar a la reina, descubrir en ella un gesto de enfado, pero María Cristina permanecía inmutable. Incluso no había reaccionado ante las notas que sobre la identidad de las amantes del rey le enviaban al palco. Sin embargo, en privado, la reina exigirá al presidente del Gobierno el alejamiento de Madrid de alguna de las amantes reales. Se mostrará inflexible. Nunca olvidará el comportamiento demasiado permisivo de algunos nobles con el rey. El marqués de Alcañices tendría la oportunidad de comprobar hasta dónde llegaba la memoria de la reina.

A los cinco años de matrimonio María Cristina se entera de que don Alfonso está gravemente enfermo por lo que pide tiempo a Dios para poder concebir otro hijo. ¡Desea tanto darle un heredero! Son padres de dos hermosas niñas, las infantas María de las Mercedes y María Teresa, pero Alfonso necesita un varón. La seguridad de tener un heredero le haría feliz. Era la mejor fórmula para que el rey pudiera sentirse tranquilo. Doña María Cristina se queda embarazada en septiembre de 1885. A los dos meses, en noviembre, muere el rey.

Con la llegada del otoño la enfermedad de don Alfonso XII se había agravado y Cánovas decidió su traslado al palacio de El Pardo. Verdaderamente al rey don Alfonso XII le privaron del consuelo, de estar al lado de sus seres queridos en los últimos momentos de su vida. Murió totalmente solo. A la reina María Cristina, que había llegado a El Pardo al poco tiempo de conocer la noticia de que el rey se moría, no le permitieron pasar a la habitación de su esposo.

Esperó toda la noche en un salón contiguo:

[…] por dos o tres veces intentó llegar, venciendo la consigna, a la cabecera del agonizante. «Su Majestad está descansando», se le decía; y se le decía la verdad, pues su majestad entraba en aquellos instantes en el descanso eterno. Por fin la puerta se abrió y pudo penetrar en el aposento donde el rey acababa de morir.[229]

Aquella misma mañana Antonio Cánovas del Castillo presentó a la reina su dimisión como presidente del Gobierno:

Señora: Vuestra Majestad, en virtud de la Constitución, es ya la encargada de regir los destinos de España, y estoy obligado a cesar en mis funciones, presentándole la dimisión de todo el Gobierno.[230]

Doña María Cristina aceptó la dimisión de Cánovas y firmó su primer decreto en el que era reconocida como regente del reino. Muchos pensaron que la monarquía no iba a resistir sin Alfonso XII. Nadie confiaba en que aquella joven extranjera pudiera llevar las riendas del Estado. Las esperanzas sobre la regencia de la reina eran escasísimas. Además, eran muchos los peligros que amenazaban a la monarquía. Aunque algo va a suceder que hará cambiar la actitud hacia la regente.

Cuando al mes de la muerte del rey don Alfonso XII entra la reina acompañada de sus hijas en el Senado para jurar la Constitución, el pueblo y muchos de los representantes políticos se sienten conmovidos, es una mezcla de compasión y simpatía hacia la soberana viuda y sus hijas:

Juro por Dios y por los Santos Evangelios ser fiel al heredero de la Corona, constituido en la menor edad y guardar la Constitución y las leyes. Así, Dios me ayude y sea mi defensa. Y si no, me lo demande.[231]

Iba vestida de negro. Le acompañaban sus dos hijas de cinco y tres años, también de luto riguroso. La impresionante escena la reprodujeron para la posteridad los pintores Jover Casanova y Joaquín Sorolla.

Doña María Cristina jura con la mano sobre la Biblia y en presencia de los miembros del Congreso y el Senado cumplir la Constitución. Al final de su juramento una sonora y prolongada ovación expresaba los sentimientos de los allí reunidos.

El acuerdo entre los dos grandes partidos de turnarse en el gobierno durante la regencia iba a resultar totalmente eficaz. La reina dejaba todas la responsabilidades de Gobierno en manos del ejecutivo de turno que era el encargado de tomar las decisiones que considerase pertinentes. No conviene olvidar que según la Constitución vigente de 1876 la Corona tenía un poder moderador y arbitral que María Cristina ejerció correctamente.

La ejemplaridad de la vida de doña María Cristina, su rigor constitucional, y la lealtad a sus colaboradores políticos constituyen algunos de los factores que influyeron en el buen entendimiento que siempre mantuvo con ellos. Aunque también es probable que sin el apoyo de Cánovas o Sagasta doña María Cristina no hubiese desempeñado tan bien el papel de regente.

Práxedes Mateo Sagasta fue su primer presidente de Gobierno, que más tiempo permaneció en el poder durante la regencia. El más sólido pilar en el que se asentó el gobierno de María Cristina, que sin duda lo prefería a Cánovas:

Las relaciones de María Cristina con Sagasta fueron excelentes. Afectuosas, muy cordiales. Mientras que con el líder conservador, con Cánovas, fueron difíciles e incluso en algunos momentos francamente tensas. Las razones no eran políticas sino personales. Políticamente la regente estaba mucho más cerca de los planteamientos del conservador Cánovas, especialmente en lo relativo a las relaciones con la iglesia Católica, que del liberal Sagasta. Fue el carácter, la personalidad estos líderes políticos lo que mamó el tono de las relaciones con la regente. Cánovas era un hombre de una inteligencia extraordinaria y de unas capacidades extraordinarias, y con el tiempo fue adquiriendo cada vez mayor conciencia de su superioridad y haciéndola valer. Mientras que por el contrario Sagasta era un hombre profundamente humano, tolerante, flexible. Cuando comenzó la regencia, Sagasta tenía sesenta años y sin sobrepasarse, manteniendo siempre el puesto que corresponde a un ministro constitucional, pues supo aconsejar y proteger y dar confianza a aquella joven de veintiocho años, extranjera, con poco prestigio ante los demás y que tenía las nada fáciles funciones que le reservaba la Constitución.[232]

A él acudió cuando Cánovas murió asesinado en el balneario de Santa Águeda en Guipúzcoa, dejándola sola frente al problema de Cuba. Con la desaparición de su presidente del Gobierno la reina se encontraba ante una complicada situación, ya que Cánovas había sido el que decidió la política a seguir en la isla. María Cristina tratará entonces de convencer a Sagasta para que acepte la presidencia del ejecutivo y no dudará en escribirle personalmente al conocer que éste ha manifestado en reiteradas ocasiones no querer hacerse cargo de la situación debido a su desacuerdo con la política llevada a efecto por los conservadores en la guerra de Cuba.

Pero cuando Sagasta ve llegar a la persona que le lleva la carta de la reina sabe que no podrá negarse. Cuentan que después de leerla dijo al mensajero:

Puede usted manifestar a la Señora que por España y por ella estoy dispuesto al sacrificio, sin que me aliente la esperanza y sabedor de lo que me espera.[233]

Las medidas que el ejecutivo de Sagasta va a tomar para intentar solucionar el problema cubano llegan demasiado tarde. La guerra con Estados Unidos es inminente. María Cristina escribe a los soberanos europeos pidiéndoles mediación para evitarla. Todo resultó inútil.

Cuentan algunos historiadores que después de la explosión del Maine y antes de iniciarse la confrontación bélica entre España y Estados Unidos éstos realizaron una propuesta para evitar la contienda que consistía en comprar a España la isla de Cuba, porque según los representantes norteamericanos sólo bajo su bandera se conseguiría la pacificación de la isla. Parece que aunque la postura del Gobierno español era unánime, la reina regente manifestó a Sagasta y a sus ministros que si la venta se llevaba a cabo ella abandonaría España.

Para el historiador Juan Pablo Fusi, María Cristina siempre se identificó por mantener la integridad del legado que había recibido. Y sin duda su actitud tuvo consecuencias positivas:

Y es que a pesar de la derrota del 98 la monarquía no sufrió ningún descrédito. No hubo tras el 98 en España una crisis de régimen, una crisis de Estado, y sin duda eso tiene que ver con toda la actuación de la regente en el 98 y antes del 98.[234]

Los dieciséis años que María Cristina permaneció al frente del gobierno fueron objeto de estudio por parte de destacados constitucionalistas. Para muchos, María Cristina de Habsburgo había sido uno de los mejores monarcas constitucionales de Europa.

Aquella joven austriaca a la que todos consideraban demasiado seria y estirada se convirtió con el paso del tiempo en una de las personas más queridas por los españoles. Conocida es la expresión de un destacado republicano que decía: los españoles sólo deben descubrirse al paso del Santísimo bajo palio o ante la reina regente.

María Cristina defendió de forma escrupulosa la Constitución y también protagonizó algunos gestos de acercamiento a los republicanos que no pasaron desapercibidos para el pueblo.

Después del fracasado pronunciamiento republicano en el castillo de San Julián se produjo otro golpe en Madrid la noche del 19 de septiembre de 1886. Dos regimientos, al grito de ¡Viva la República!, lo intentaron de nuevo, pero también fracasaron. El general Villacampa, jefe de los sublevados, sometido a procedimiento sumarísimo, fue condenado a muerte. La reina, bien por piedad bien porque consideraba que podría atraerse a algunos republicanos, insiste ante Sagasta para que se conceda el indulto a Villacampa.

Estudiada esta posibilidad, y una vez escuchada la opinión de la jerarquía militar, el ejecutivo vota mayoritariamente a favor del fusilamiento de Villacampa. La reina insiste en que vuelvan a reunirse y así lo hacen hasta altas horas de la madrugada. Es la noche anterior al día previsto para el fusilamiento. El resultado vuelve a ser el mismo. Pero según cuenta el conde de Romanones:

El subsecretario Cañamaque, encargado de informar a la prensa sobre lo decidido en el Consejo de Ministros, les dice de forma confidencial que el indulto había sido concedido. Les pide guarden silencio, pero lo que consigue es una difusión segura: la noticia llegó a los periódicos de la mañana siguiente y todos ensalzan la magnanimidad de la regente. No había rectificación posible, y Villacampa fue liberado a las pocas horas.[235]

A Práxedes Mateo Sagasta le salió bien la jugada. Todos sabían que detrás de la indiscreción de Cañamaque estaba él, que de esa forma consiguió lo que quería: la libertad de Villacampa y la popularidad y asentamiento de la regente.

Sagasta fue el primer presidente de la regencia de María Cristina y también el último. A su lado estaba cuando la reina presidió el último Consejo de Ministros:

Al entregar al rey Alfonso XIII los poderes que en su nombre he ejercido, confío en que los españoles todos, agrupándose en torno suyo, le inspirarán la confianza y la fortaleza necesarias para realizar esperanzas que en él se cifran.

Ruego a usted, señor presidente, haga llegar a todos los españoles esta sincera expresión de mi profundo agradecimiento y de los fervientes votos que hago por la felicidad de nuestra amada patria.[236]

Sagasta pidió a don Alfonso XIII que el primer decreto que firmara fuera de agradecimiento para su madre, la reina regente.

Doña María Cristina podía sentirse satisfecha, había cumplido a la perfección con la misión encomendada a la muerte de su marido, el rey. Ahora llegaba la hora del descanso. Si ejemplar fue su trabajo como regente, lo mismo se puede decir de su papel como reina madre.

Doña María Cristina siguió viviendo en el Palacio Real por expreso deseo de su hijo. Allí murió silenciosamente, mientras dormía una noche de 1929. Había llegado al final del camino. Un camino por el que discurrió siempre segura de lo que quería alcanzar. El balance había sido positivo. La vida no se había portado mal con ella, incluso le evitó un duro golpe. A los dos años de la muerte de doña María Cristina su hijo, el rey don Alfonso XIII, abandonó España. Todo por lo que ella había luchado desaparecía. Al llegar a este punto es inevitable preguntarse, al igual que hace uno de sus biógrafos, el conde de Romanones, y muchos otros, por el sentimiento de la regente ante la declaración de la dictadura por el general Primo de Rivera, ella que tan defensora había sido de guardar y respetar siempre la Constitución:

La regente fue contraria y muy crítica con la decisión de Alfonso XIII de aceptar el golpe de Estado de Primo de Rivera, porque María Cristina había entendido perfectamente que la función clave de la Corona era ser la válvula de seguridad contra los golpes de Estado. Que lo que debía hacer el monarca era impedir los actos de fuerza y no favorecerlos ni aceptarlos. Ella misma con motivo de la crisis del 98 lo tuvo muy claro y resistió las propuestas militaristas sobre todo del general Polavieja en aquellas circunstancias y mantuvo siempre una estricta fidelidad a la Constitución.[237]

Sí, es posible que doña María Cristina nunca hubiera aceptado la dictadura del general Primo de Rivera, pero su tiempo ya había pasado.