ANA DE AUSTRIA
La madre del rey Sol
(Valladolid, 1601-París, 1666)
Todo aquello que no pueda cubrir la piel de un león hay que taparlo con la de un zorro.
Lisandro
Ana Mauricia de Austria fue la madre del monarca más famoso de Francia, el todopoderoso Luis XIV, el rey Sol. Como regente supo hacer frente a situaciones complicadísimas para entregarle a su hijo un trono sólido y poderoso. Ella, que había sido calificada de frívola y superficial, demostró todo lo contrario cuando le llegó la hora de asumir responsabilidades. Tal vez porque, como opinaban algunos contemporáneos, la personalidad de Ana de Austria pertenecía a la categoría de las que están hechas para la primera jerarquía, aquellas que sólo dan su medida en los altos puestos:
La reina relegada, era una muchacha frívola; pero la Reina sobre el Trono aparece como una mujer sólida.[101]
No había sido fácil la vida para Ana. Sin el carácter desenfadado y jovial que le permitía disfrutar de las pequeñas cosas: su afición por la música y el baile, de los paseos por el campo… la reina Ana de Austria jamás hubiese podido soportar todos aquellos años en una corte extranjera al lado de un marido aburrido y deprimente y de una suegra dominante y manipuladora. Qué lejos estaba Ana de adivinar su triste existencia al lado de Luis XIII el día de su boda.
Los esponsales de la infanta española Ana de Austria, hija de Felipe III y Margarita de Austria, con el delfín de Francia, el futuro Luis XIII, se celebraron en la catedral de San Andrés de Burdeos. Corría el mes de noviembre de 1615. La hermosísima novia lucía un manto real carmesí recamado de flores de lis bordadas en oro y forrado de armiño.
Dicen que formaban una pareja agradable. Ninguno de los dos había cumplido los quince años y eran bastante bien parecidos. Aquella unión satisfacía a las dos coronas y los jóvenes contrayentes parecían gustarse. Pero la relación no funcionó bien.
Luis era una persona un tanto apática y no podía soportar la alegría y las ganas de vivir de Ana. Además, pesaba sobre él la influencia de su madre, la reina regente María de Médicis, que nunca dejará de intrigar.
Testimonios de la época apuntan la posibilidad de que María de Médicis pudiera haber participado en el asesinato de su marido, el rey Enrique IV, cuya pasión por las mujeres le llevó a convertir la corte francesa en un harén y calificada en su tiempo de prostíbulo.
Ana se encontraba sola en aquel ambiente tan distinto al de la corte española. Sus padres, los reyes Felipe III y Margarita de Austria, eran una pareja ejemplar: profundamente católicos y muy enamorados. Sinembargo, los padres de Luis eran todo lo contrario.
El padre de Luis, Enrique IV, primer miembro de la familia de los Borbones en el trono de Francia, era un hombre difícil que podía cambiar su credo religioso con la mayor facilidad. Para acceder al trono de Francia Enrique abjuró del calvinismo y abrazó el catolicismo con el apoyo del papa Clemente VIII, que influyó para convencer a los sectores católicos franceses de la sinceridad del nuevo rey. A través del Edicto de Nantes se estableció la tolerancia religiosa en Francia.
Después de repudiar a su esposa Margarita de Valois y conseguir la anulación de su matrimonio con ella, Enrique IV se casó con una rica heredera italiana, María de Médicis. Necesitaba fondos para las exhaustas arcas del reino y la dote de su nueva esposa le facilitaba un importante respiro. María hubo de soportar la presencia de los numerosos hijos del rey, con sus amantes, junto a los suyos, que eran los herederos legales al trono.
Cuando Ana llega a Francia hace sólo cinco años que el rey Enrique IV ha muerto asesinado. Y es María de Médicis, ayudada por Richelieu, quien lleva las riendas del reino, a pesar de que el delfín ya no es un niño. Todos intrigan contra todos.
Ana irá conociendo uno tras otro a los personajes influyentes en la corte que rodean a su suegra, la reina madre. Además de Richelieu, destaca el matrimonio italiano Concini. Hasta Ana llegan los rumores que hablan del tipo de relaciones que mantienen los Concini con María de Médicis y el cardenal. Concini morirá asesinado en un patio del Louvre. Su mujer fue recluida en prisión. Al poco tiempo, Luis XIII envía al exilio a su madre y al cardenal Richelieu.
Ante estos acontecimientos, Ana de Austria cree que por fin su marido se ha decidido a reinar, pero muy pronto se dará cuenta de que el rey es un ser débil que se deja influir por las personas menos convenientes.
Luynes, el halconero real, era un hombre ambicioso y se sabía poseedor de la confianza real. Muchas jornadas de caza le habían servido para hacerse dueño de la voluntad del soberano y Luis XIII gobernará guiado por la mano de su halconero, al que distinguirá con diversos títulos. La reina Ana se hizo muy amiga de la mujer de Luynes, María de Rohan-Montbazón, que años más tarde se convertiría en la temida duquesa de Chevreuse. María de Rohan fue calificada como la mujer más fría y calculadora de su siglo, y aunque es posible que esta afirmación sea cierta, no fue María de Rohan la única mujer que intrigó en la corte; la duquesa de Longueville y la princesa Palatina también intentaron influir en la vida política de su país. Eran mujeres fuertes y valientes. Algunas actuaron movidas por la ambición y otras porque decidieron tomar parte activa en las intrigas de su tiempo del mismo modo que siempre habían hecho los hombres.
Todas estaban muy cerca del poder, y la reina, Ana de Austria, que fue objeto de sus insidias, nunca les negó su amistad. La soberana supo aprender de la astucia de estas cortesanas y llegado el día demostrará sus conocimientos al defender los intereses de su hijo.
Pero es indudable que la relación con estos personajes perjudicó la imagen de la reina. Sobre todo la presencia a su lado de María de Rohan, que intentará dominar a la reina y que tratará por todos los medios posibles de favorecer una relación amorosa entre Ana y el duque de Buckingham.
Consultando diversas biografías de la reina y algunas memorias de sus contemporáneos parece evidente que el duque de Buckingham, Jorge Villiers, sí intentó seducir a Ana de Austria.
La historia dice que el duque de Buckingham en su viaje a España acompañando al heredero a la corona inglesa, el príncipe Carlos, que quería conocer antes de comprometerse a la infanta española María, hermana de Ana, en la que habían pensado como su futura esposa, se detiene unos días en París.
Buckingham conoce a la reina en un baile de máscaras y se siente impresionado por ella. El duque tiene en ese momento 33 años y es un hombre muy agradable, bien parecido y seductor. Ana es una mujer a la que su marido no le presta ninguna atención y está deseando vivir. Le gusta bailar, divertirse…
Yo creo que esas frivolidades responden al sentimiento profundo de una mujer joven y frustrada desde el principio de su matrimonio con un rey con problemas sicológicos, que tiene tendencias homosexuales caracterizadas y que siente también frente a ella, ante la reina Ana, una especie de miedo que no consigue dominar si no es forzado por las circunstancias, como sucederá.[102]
Parece ser que la relación íntima entre Ana de Austria y el duque de Buckingham nunca existió. Ana, por su educación, sus creencias religiosas y su condición de soberana jamás hubiese consentido mantener este tipo de amores. Aunque no se equivocan quienes piensan que es una mujer frustrada. Más de veinte años de matrimonio y no ha conseguido tener un hijo. Bien es verdad que el rey nunca acude a su lado. Luis XIII cada vez muestra mayor interés por las chicas muy jóvenes con las que sólo mantiene amores platónicos. También los chicos le interesan. Ana se desespera. No resulta extraño, y en cierta forma comprensible, que prestara oídos a aquella conspiración llamada de las damas.
Richelieu, que contaba con «oídos» repartidos por todo el reino, se enteró muy pronto de la conjura. El cardenal Richelieu se había convertido en el cerebro que dirigía la política del reino. Muerto Luynes, el halconero real y mano derecha del rey, Richelieu, que llevaba varios años labrándose el futuro, se hizo con la voluntad de Luis XIII.
Es posible que el cardenal se excediera con la reina al acusarla ante su esposo, pero el cerebro de la operación no era otro que el de la duquesa de Chevreuse, y los testimonios de los conjurados coincidían al poner de manifiesto la conformidad de la soberana con el complot. Un complot que pretendía matarle a él, a Richelieu, y después hacer creer al pueblo que la enfermedad del rey lo inhabilitaba para el gobierno. Inmediatamente proclamarían rey a Gastón, hermano de Luis XIII, que se casaría con Ana.
Para algunos historiadores, la reina madre, María de Médicis, estaría de acuerdo con la trama ya que siempre había preferido a su hijo Gastón, que de esta forma se convertiría en rey. Para otros, la conspiración no podía estar secundada por la Médicis porque lo que trataba de impedir la trama era precisamente el matrimonio que ella había ideado para su hijo Gastón:
La conjura de las damas pretendía desbaratar el proyecto de matrimonio que la reina madre había diseñado para su hijo Gastón, duque de Anjou. Ana de Austria pretendió desbaratar ese matrimonio y maquinó para hacerlo pero nunca pudo probarse la segunda parte de la conjura, que era la de atentar contra la vida del rey Luis XIII. Ella siempre negó ese extremo, nunca pudieron probárselo y, de hecho, en el lecho de muerte de Luis XIII ella juró que jamás había intentado matar al rey.[103]
De todas formas, Richelieu nunca perdió la oportunidad de acusar a la reina ante Luis XIII. Es posible que el cardenal al no poder contar con el apoyo incondicional de Ana la utilizase según los intereses de cada momento. Al principio, para gozar del favor de la reina madre resultaba interesante hacerla de menos y manifestar animadversión hacia la joven reina. Después la utilizaría para afianzarse ante el rey en su decisión de declarar la guerra a España, llegando a acusarla de traidora a los intereses franceses. Richelieu llegó a afirmar que la reina facilitaba información privilegiada a su hermano Felipe IV de España.
En un intento de localizar pruebas que inculparan a Ana de las acusaciones que le hacía, Richelieu no duda en registrar una a una todas las dependencias de Val de Grâce, donde se encontraba la reina en retiro religioso. No encontraron nada. Pero el cardenal utilizará unas cartas de la reina dirigidas al marqués de Mirabel a la corte española y otras a la duquesa de Chevreuse:
La reina jura por el Santísimo Sacramento que las misivas son inocentes; protesta y llora ante el Cardenal, el cual la escucha con fría impasibilidad. Como consecuencia, doña Ana vive días de reclusión y no puede recibir a ningún hombre fuera de la presencia del rey.[104]
Richelieu siempre odió a Ana. Hubo quienes opinaron que el odio se había acrecentado al rechazar Ana la propuesta del cardenal, que se había ofrecido como amante para así dar a Francia el deseado delfín. Tal vez esta sea una opinión un tanto arriesgada y poco creíble cuando la explicación puede ser mucho más sencilla:
Yo creo que Richelieu es un hombre de poder, el hombre de poder por excelencia. Ese poder depende de la confianza que consigue de parte del rey y frente a la reina siente una desconfianza permanente. Yo creo que primeramente por ser una mujer, sencillamente porque en la mente de Richelieu eso pesaría, también por ser española porque toda la política exterior de Richelieu está dirigida a vencer al enemigo secular que es España.[105]
Esa especie de miedo, en opinión de algunos historiadores, que Luis XIII sentía en la intimidad con la reina y que sólo conseguía dominar forzado por las circunstancias dio sus frutos en 1637.
El rey seguía fijándose en muchachas jovencísimas. La última, Luisa de Lafayette, despertó una pasión tal en Luis XIII que Richelieu, temeroso del poder que podría alcanzar la amante real, decidió prescindir de ella convenciéndola para que ingresase en un convento. Pero antes, para que el rey accediera, le buscó otro entretenimiento amoroso: un hermoso muchacho de 17 años, Cinq-Marc. Luis XIII accedió.
Corría el mes de diciembre de 1637…, y cuenta la historia que el rey, deseoso de volver a ver a Luisa, decidió visitarla en el convento de París en el que se encontraba recluida. Quiso el destino que, bien por una tormenta, según algunos textos, o por lo avanzado de la noche, en opinión de otros, Luis XIII no regresara a su residencia habitual en Saint Germain y se quedara con la reina que vivía en el Louvre. Y como la única habitación confortable era la de su esposa, Luis pasa la noche con Ana.
A los nueve meses la reina da a luz un hermoso niño. Francia ya tiene delfín. Cuando el príncipe heredero tenía dos años Ana tuvo su segundo hijo, Felipe, duque de Orleáns. La sucesión estaba asegurada. La vida de Ana de Austria cambiará totalmente. Con la realidad de sus hijos ya no es la misma persona. Deberá luchar por ellos y por su futuro. Ana debe asegurarse de que nunca los separarán de su lado. Tiene que conseguir que su marido se comprometa por escrito. La oportunidad se presentará muy pronto y la reina sabrá aprovecharla.
Las relaciones de Luis XIII con aquel joven, Cinq-Marc, eran cada día más escandalosas. El rey parece entregado al amor del muchacho según lo manifiesta en las apasionadas cartas que le escribe. Mientras que Cinq-Marc, que no respondió a los planes del cardenal, dejaba entrever, según pasaba el tiempo, su desmedida ambición y afición por las mujeres. En aquella situación, la corte era un semillero de conspiraciones y Ana decidió no quedarse como espectadora. Tomaría parte activa. Y comenzó a regar y a cuidar con mimo una de aquellas semillas conspiratorias… Lo hace en el grupo capitaneado por Cinq-Marc y Gastón que, con la ayuda de España, piensan asesinar al rey y a Richelieu.
Cuando Ana reúne las pruebas suficientes denuncia la conjura ante su marido, el rey. A cambio consigue lo que quería: Luis XIII promete no separarla nunca de sus hijos. También logra que Cinq-Marc sea encerrado.
Ana de Austria ya no era la joven ingenua que un día llegó a París creyendo que la vida era un camino de rosas. De ahora en adelante la reina Ana de Austria va a poner de manifiesto su verdadero talante político y a demostrar a los franceses lo injustos que son al considerarla extranjera.
Luis XIII muere en 1643. Richelieu había desaparecido dos años antes. Lo primero que hace Ana es conseguir que el Parlamento anule el testamento de su esposo, en el que Luis XIII disponía que la regencia sería compartida por la reina, su hermano Gastón y otros nobles. Ana pensaba que incluir en la regencia a una persona como Gastón podía significar el desastre y no estaba dispuesta a enfrentarse a sus traiciones.
Ana de Austria argumenta para anular el testamento del rey que la disposición que había dejado establecida Luis XIII según la cual el consejo de Estado debía funcionar por unanimidad era anticonstitucional respecto a las leyes tradicionales del reino francés. Además, las costumbres absolutistas dejaban establecido que un monarca entrante no tenía por qué estar sometido a leyes que habían sido emitidas por el monarca anterior; y básicamente ésas son las dos razones que ella argumenta como objetivas para que el testamento del rey quede anulado.[106]
Ana de Austria volverá a dar pruebas de su buen juicio. Elige como primer ministro a Julio Mazarino, que había sido hombre de confianza del cardenal Richelieu. Algunos historiadores mantienen que la reina se inclina por Mazarino siguiendo las disposiciones testamentarias de Richelieu, que aparentemente le había designado como sucesor suyo.
Y aunque pueda parecer extraño que Ana siguiera la última voluntad de uno de los hombres que más daño le había hecho no lo es tanto si tenemos en cuenta las reacciones de la ya entonces reina regente. Ana de Austria no se vengará jamás de los partidarios de Richelieu ni favorecerá a los nobles que habían tomado partido por ella, ni volverá a darles protagonismo político a los enemigos de Richelieu expulsados por éste de Francia. Como ejemplo de ello podemos recordar el comportamiento de la reina con la duquesa de Chevreuse, que regresó a la corte esperando convertirse en la asesora personal de Ana. Cuentan que la reina la recibió amablemente, pero manteniendo las distancias.
Muchas fueron las dificultades y los conflictos a los que Ana de Austria, apoyada en todo momento por Julio Mazarino, hubo de hacer frente. Casi a los cinco años de hacerse cargo de la regencia la reina deberá enfrentarse a un grave problema capitaneado por los nobles, la guerra de la Fronda. La situación se presentaba alarmante: más de ochocientos comerciantes se amotinaron en París en contra del aumento de los impuestos. El Parlamento se sumó a la protesta al negarse a registrar el edicto en el que se suspendía por cuatro años el salario de los miembros de las cortes soberanas.
Ana de Austria se mantiene fuerte y decidida a hacer valer su autoridad. Interviene personalmente en el Parlamento y es rotunda en sus afirmaciones: ¡Se acabaron los indultos y los privilegios!:
La Fronda es un intento de revolución dentro del reino de Francia de parte de la nobleza, de la alta administración y también es un período en el cual se prolonga la guerra contra España. Y la paradoja es que la reina regente que fue una infanta española ahora es reina de Francia. Ana de Austria se convierte en el núcleo de la afirmación incluso de la resurrección del poder real en Francia en estrecha unión con el primer ministro Mazarino. Una unión en todos los aspectos.[107]
Es posible que los supuestos amores entre la reina y Mazarino respondan a una campaña de difamación o a una falta de comprensión en un ambiente donde era difícil entender sentimientos de afinidad espiritual ajenos al amor carnal. Que Ana y Mazarino se entendían bien resulta indudable. La misma reina lo dejó muy claro cuando una dama de honor se atrevió a contarle los comentarios que circulaban por París en los que, incluso, se llegaba a afirmar que se habían casado en secreto. La dama cuenta que la reina, llorosa, dijo: «¿Por qué no me has dicho antes todo esto, amiga querida? Te confieso que le quiero y puedo decir que tiernamente; pero el afecto que le profeso no llega a ser amor o al menos yo lo ignoro, pues mis sentidos no participan en él y es sólo mi espíritu el que está encantado con la belleza del suyo».[108]
Las interpretaciones de la relación entre la reina Ana de Austria y su primer ministro Mazarino son muy diversas; para los que creen en la existencia de un amor carnal el matrimonio era evidente, ya que Ana por sus creencias religiosas no podía vivir en pecado. Otros sin embargo se inclinan por un amor totalmente espiritual y platónico. Pero existen unas cartas que despiertan la duda:
Por lo que se sabe, por la documentación que tenemos, las cartas intercambiadas entre Ana de Austria y Mazarino están cifradas. Por estas cartas parece claro que entre los dos hubo una relación bastante intima, sentimental e indudablemente algo más que una colaboración de tipo político. Es posible que para la reina fuera una compensación por los años, los más de veinte años, que tuvo que comportarse, que vivir en una situación conyugal bastante dificultosa, muy delicada y que en este aspecto Mazarino representara para ella no sólo un apoyo desde punto de vista político sino también desde el punto de vista humano y sentimental.[109]
Sin duda, el contenido de esas cartas medio cifradas que la reina escribió a Mazarino revelan una cierta intimidad entre ellos. Aunque al analizarlas resulta un tanto sorprendente que no estén escritas en español, idioma que dominaba Mazarino y que sin duda les brindaría una mayor privacidad. Fuera como fuese, lo cierto es que la reina regente, doña Ana de Austria, nunca se arrepintió de haber elegido a julio Mazarino como primer ministro. Juntos colocaron los pilares en los que más tarde se asentaría la política de Luis XIV, que una vez proclamado rey siguió contando con Julio Mazarino como primer ministro.
Ana de Austria se fue retirando del primer plano de la escena política aunque siguió asesorando a su hijo, que siempre estuvo muy unido a ella mostrándole en todo momento su amor y agradecimiento por lo que había hecho por él. Ana de Austria no quería convertirse, como había intentado hacer su suegra María de Médicis, en regente perpetua.
Todos aquellos que le acusaban de sentir como española la consideraban ahora una de las mejores reinas de Francia. Hacía tiempo que los franceses se habían percatado de que el reino estaba en buenas manos. Cuando observaron la alegría de la reina al producirse la victoria de Francia frente a España en la batalla de Rocroy ya no albergaron ningún tipo de duda.
La religiosidad de la reina se fue acrecentando con los años y cada vez son más frecuentes sus retiros en Val de Grâce. Ya no espera nada de la vida… Ha tenido la suerte de poder conocer a su nieto. Los últimos años de su existencia discurren tranquilos en medio de la placentera paz de los claustros monásticos.
Cuando la muerte aparece como una realidad próxima, en forma de cáncer de mama, Ana de Austria se enfrenta valientemente a ella. Muere en enero de 1666 rodeada de sus hijos y nietos.
Francia lamentó la pérdida de una de sus mejores reinas.