MARÍA PACHECO

La líder comunera olvidada

(Granada, 1496-Oporto, 1531)

Aunque me quede solo, no cambiaría mis libres pensamientos por un trono.

Lord Byron

María Pacheco pudo haber disfrutado de una situación privilegiada en la corte pero se convirtió en una exiliada en Portugal. Pudo haber vivido rodeada de lujo y riquezas pero murió en el olvido y en la más absoluta de las miserias.

María era hija de Francisca Pacheco e Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla y primer marqués de Mondéjar. Nieta del marqués de Santillana y del marqués de Villena, duque de Escalona, María pertenecía a uno de los linajes más preclaros e importantes de Castilla. María Pacheco, que nació y creció en uno de los más bellos palacios, el de la Alhambra, jamás pudo imaginarse que acabaría lejos de España y en la más absoluta de las soledades.

¿Qué le sucedió a esta mujer para que su vida experimentase un cambio tan radical? Existen diversidad de opiniones. Unas apuntan a que renunció a todo por amor a su marido. Otras hablan de sus ideales, por los que luchó hasta la muerte, y no faltan quienes creen que asumió la lucha y las reivindicaciones comuneras para conseguir ese lugar que le correspondía en la sociedad y del que se vio privada debido a su poco ventajoso matrimonio.

Cuentan que cuando la familia de María decidió su matrimonio con Juan de Padilla ella, de haber podido rechazarlo, lo hubiera hecho porque el joven elegido, aunque pertenecía a la nobleza ciudadana, no tenía ningún título y todos sus hermanos se habían casado con miembros de las más grandes familias castellanas. Pero María poco podía hacer en aquella sociedad de comienzos del siglo XVI en la que ninguna mujer debía oponerse a las decisiones paternas ni manifestar sus opiniones.

María Pacheco y Juan de Padilla se casaron en la Alhambra y allí discurrieron los primeros años del matrimonio hasta su traslado a Toledo, donde iban a vivir años difíciles y complejos.

El rey Fernando el Católico había muerto. Su nieto Carlos, llegado de los Países Bajos, se hizo cargo del gobierno entregando a sus amigos borgoñones y flamencos los cargos más importantes del reino. Carlos V nombró, en contra de las leyes del reino, a un extranjero, Guillermo de Croy, arzobispo de Toledo. El señor de Croy, a pesar de habérselo pedido reiteradamente las Cortes, jamás accedió a vivir en Toledo. Las rentas y los ingresos que le correspondían se los enviaban al extranjero.

Las medidas proteccionistas implantadas por Fernando el Católico para favorecer a la industria textil castellana no fueron respetadas por el nuevo gobierno. Carlos V también debía velar por los intereses dé los Países Bajos. La exportación volvió a beneficiar a los grandes monopolios en detrimento de los pequeños productores castellanos. En Toledo, la crisis llevó al cierre a más del cincuenta por ciento de los telares existentes en 1510.

El descontento ante la política de Carlos V se generalizó en toda Castilla. Además, Adriano de Utrech fue nombrado gobernador del reinó:

Hay una tradición política, en cierta manera reflejada en una ley de partidas, por la cual en un período de minorías de reyes para nombrar regente es preciso la reunión de representantes de los diferentes estamentos de las ciudades. Carlos V, sin embargo, por propia iniciativa ha designado como gobernador a un extranjero. Esto verdaderamente provoca un malestar político profundo, yo diría que, incluso exagerando los términos, un malestar de signo constitucional porque no ha respetado esa ley de partida.[68]

También se incrementaron los impuestos.

No sabemos qué pensaba María Pacheco de esta situación, pero si conocemos la postura de su marido: Juan de Padilla se negó, como hidalgo a convertirse en pechero, a pagar impuestos. Su postura fue secundada por la mayoría de los corregidores de Toledo, donde se materializaba la protesta comunera que más tarde seria secundada por otras ciudades castellanas.

Los toledanos enviaron cartas informando de lo acordado y proponiendo la lucha conjunta a las dieciocho ciudades con representación en Cortes. Era el comienzo de lo que sería la guerra de las comunidades. Sólo los representantes de las ciudades de Segovia, Toledo, Toro y Salamanca acudieron a la convocatoria que se celebró en la catedral de Ávila. Allí, en la capilla de san Bartolomé, acordaron la creación de una junta General eligiendo como presidente al toledano Pedro Laso de la Vega. Juan de Padilla es nombrado capitán del ejército comunero.

Con su protesta, los comuneros pretenden limitar los poderes del rey y dar un mayor protagonismo a las Cortes. Los primeros enfrentamientos con el ejército real son favorables a la Comunidad. Hay un momento en que un trágico suceso inclinará la balanza hacia el grupo comunero.

Cuando el ejército real prende fuego a la ciudad de Medina del Campo para impedir el paso de Padilla el pueblo enloquecido asesinó al corregidor. Más de la mitad de Medina del Campo desapareció bajo las llamas. Muchas ciudades se unieron entonces a la causa comunera.

Este desgraciado incidente de Medina del Campo influyó positivamente en la consecución de los intereses de los comuneros pero los líderes de la Comunidad sufrirían una gran decepción en Tordesillas. Allí se encontraba encerrada la verdadera reina de Castilla, doña Juana. Los comuneros saben que es la única que puede legalizar la sublevación. Tratan de convencerla y le piden que reine, asegurándole que todos están dispuestos a morir por defenderla. La reina no se decide a firmar ningún documento:

Este es el momento crucial de la revolución comunera porque si en Tordesillas los comuneros logran su intento, que era restituirle a la reina sus prerrogativas y su poder de soberana, a Carlos V ya no le quedaba ningún poder efectivo. La negativa de doña Juana quitó toda base legal a la actuación comunera. Y Carlos V reaccionó de una manera muy inteligente. Sabía que una de las críticas que se le hacían era haber nombrado como gobernador a un extranjero, al cardenal Adriano, y entonces su reacción fue asociar al poder a dos altos miembros de la nobleza española: al condestable y al almirante de Castilla.[69]

Esta inteligente medida unida al malestar existente entre la alta nobleza, que observa cómo muchas comunidades campesinas reivindican su derecho a volver a ser de realengo y abandonar el régimen señorial, serán las causas que irán provocando, de una forma paulatina, la defección de la nobleza del grupo comunero.

La junta General no sabe cómo reaccionar y decide destituir a Juan de Padilla como capitán del ejército comunero, sustituyéndolo por Pedro Girón, perteneciente a la alta nobleza, y que no dudará en entregar Tordesillas al poder real a cambio del perdón.

Comenzaba el ocaso de las Comunidades. Padilla regresó a Toledo:

A partir de ese momento está claro que el grupo comunero está dividido y que los toledanos ya tienen dos cabezas: Pedro Laso de la Vega, por una parte, y Juan de Padilla, respaldado desde Toledo por su mujer doña María Pacheco.[70]

Resulta curioso comprobar cómo hasta este momento de la historia nadie se acuerda ni menciona a la mujer de Padilla. Sin embargo será a partir de este momento cuando el nombre de María Pacheco empiece a oírse con relativa frecuencia, tanto en las filas comuneras como en las realistas. Tal vez la persona que más ataca a María sea el franciscano fray Antonio de Guevara, que la acusa de hechicera y se atreve a decir que ella desempeña el papel tradicional del esposo debido a la debilidad de carácter de Juan de Padilla.

María Pacheco no se queda corta al responder a Guevara, al que califica de fraile disoluto, desbocado, falso y corrupto.

La respuesta de Guevara, que trabajaba para labrarse fama de predicador, no se hace esperar:

Descendiendo vos, señora, de parentela tan honrada, de sangre tan antigua, de padre tan valeroso y de linaje tan generoso, no sé qué pecados fueron los vuestros para que os cupiese en suerte marido tan poco sabio y a él cupiese mujer tan sabida. Suelen ser las mujeres naturalmente piadosas y vos, señora, sois cruel; suelen ser mansas y vos sois brava; suelen ser pacíficas y vos sois revoltosa, aun suelen ser cobardes y vos, señora, sois atrevida.[71]

Independientemente de la antipatía que María despierta en Guevara muchos coinciden en que fue una mujer fuerte y dominante, de gran carácter. Sin duda su comportamiento se separaba del estereotipo femenino de la época. Aunque nunca llegó a transgredir totalmente el modelo establecido.

Hay quienes opinan que lo único que hizo María fue ser sumisa y obediente a la causa comunera y a su marido.

En algunos textos se dice de ella que, «sin ser una persona vulgar, tampoco fue un tipo de extraordinario realce. Sabia en las lenguas latina y griega, docta en las Sagradas Escrituras y en la historia, y muy dada a las matemáticas, pasaba en su familia por ser una mujer instruida. El pueblo que la veneraba tan sólo por ser buena hija, solícita madre y esposa excelente, no había descubierto en ella ninguna dote superior que la hiciese acreedora al mando».

En aquel tiempo era muy difícil, más bien imposible, descubrir dotes superiores de mando en una mujer. El papel que la sociedad asignaba a las mujeres no les permitía manifestar ningún tipo de habilidades que no fueran las propias del hogar. Pero María, a diferencia de otras muchas que nunca pudieron manifestar su verdadera personalidad, sí pudo demostrar de lo que era capaz.

También debemos tener en cuenta que María, por su estirpe —los Mendoza—, es capaz de distinguir lo qué puede y debe evolucionar y en ese sentido lucha por conseguirlo. De ahí que apoye en todo momento los ideales de su marido, los ideales comuneros que sin duda comparte.

Por la documentación histórica que ha llegado hasta nuestros días se puede pensar que el matrimonio Padilla estaba muy unido y enamorado. Así lo prueban las cartas que se intercambian poco antes del ajusticiamiento de Juan de Padilla. Desde la cárcel él escribe:

Señora, si vuestra pena no me lastimara más que mi muerte, yo me tuviera enteramente por bienaventurado. Quisiera tener más espacio del que tengo para escribiros algunas cosas para vuestro consuelo; ni a mí me lo dan, ni yo querría más dilación en recibir la corona que espero. Vos, señora, como cuerda, llorad vuestra desdicha, y no mi muerte, que, siendo ella tan justa, de nadie debe ser llorada. Mi ánima, pues ya otra cosa no tengo, dejo en vuestras manos. Mi criado Sosa, testigo de los secretos de mi voluntad, os dirá lo demás que aquí falta, y así quedo dejando esa pena, esperando el cuchillo de vuestro dolor y mi descanso.[72]

María Pacheco le responde:

Mi corazón se ha quedado tal que entiendo que es imposible que el desdichado punto que esperáis no sea el último de mi vida. Os pido, señor de mi alma, que poniendo los ojos sólo en Dios, los apartéis de cuanto pudiera causaros pena, yendo tan satisfecho de que cumpliré vuestra voluntad, si viviera, como lo estuvisteis siempre de mi obediencia y amor. Y porque no puedo pasar de aquí me recojo al abismo de mi soledad y amargura.[73]

Juan de Padilla nunca pudo leer esta carta de su mujer. Al día siguiente de la batalla, los tres capitanes comuneros, Padilla, Bravo y Maldonado fueron ajusticiados en Villalar. Sus cabezas quedaron en la picota para pública exhibición y general escarmiento.

Cuando algunos dirigentes comuneros comunican a María Pacheco la muerte de Padilla parece serena. A los pocos días, María pide que la lleven en andas por las calles de Toledo; sonríe y anima a las personas que a su paso la miran sorprendidas. María se dirige al Alcázar. Lo convierte en cuartel general. La viuda de Padilla toma las riendas de la revolución. Ella mantendrá vivo en Toledo el espíritu comunero.

Según la opinión de muchos historiadores María simboliza en este período el populismo de un sector de la nobleza castellana:

María defiende la congregación de diputados nombrados por elección popular en cada parroquia, que era lo que querían echar abajo los realistas. Apoya que no se paguen alcabalas en Toledo y consigue que se revisen determinados impuestos eclesiásticos.[74]

La actitud de la viuda de Padilla resulta escandalosa para muchos de sus contemporáneos y así han quedado para la historia frases como ésta:

Una sola cosa les faltaba a los toledanos: juicio, pues una ciudad tan célebre se dejaba arrastrar de la furiosa locura de una mujer viuda. Cuyas virtudes no eran propias del sexo femenino: ambiciosa, vengativa, hechicera y loca.[75]

También se le acusa de inhumana por permitir que el pueblo asesinara a las puertas del Alcázar a los hermanos Aguirre, tolerando incluso que el populacho se apoderara de sus cuerpos arrastrándolos hasta la Vega. ¿Por qué la viuda de Padilla permite el asesinato?

Los hermanos Aguirre eran las personas a quienes María había entregado una importante cantidad de dinero, que ella misma había conseguido yendo de casa en casa en un intento de recaudar fondos para el sostenimiento del ejército comunero. Los hermanos Aguirre jamás entregaron aquel dinero a Juan de Padilla. En un sector de la sociedad el comportamiento de María Pacheco provoca un gran rechazo, sin embargo el resto de los toledanos la siguen y apoyan.

La viuda de Padilla consigue hacerse fuerte en el Alcázar durante más de seis meses. El ejército real sólo consigue entrar en Toledo después de los pactos de paz que firma con ella.

En aquellos acuerdos María consiguió que muchas de sus condiciones fueran aceptadas, aunque nunca se cumplirían. Jamás el cuerpo de su marido, Juan de Padilla, será trasladado a Toledo como ella había pedido. Es posible que las autoridades temiesen la reacción que se produciría en la ciudad a la llegada de los restos del líder comunero.

Por otra parte, y como apunta el historiador Joseph Pérez, el rencor de Carlos V por la viuda de Padilla hacía imposible que se cumpliera el acuerdo:

A su regreso a España, Carlos V llegó hasta pretender confiscar un trozo de brocado que doña María Pacheco había destinado a la sepultura de su esposo, según consta en esta cédula dirigida al corregidor de Medina del Campo el 19 de diciembre de 1522: «Yo he sido ynformado que al tiempo que Juan de Padilla […] fue ajusticiado, doña María Pacheco, su muger enbió con un Pero de Teva un paño de brocado para ponello sobre la sepultura donde el dicho don Juan Padilla fue enterrado y que el dicho Pero de Teva lo dexó a un frayle del monasterio de San Francisco desa villa e porque mi voluntad es que se trayga a esta mi corte yo os mando que os ynformays por todas las bías y maneras que os pareciere en cuyo poder quedó y está el dicho paño de brocado y hallándose lo enbieys a esta mi corte para que yo mande lo que del se haga.».[76]

Se había firmado la paz, aunque desde el gobierno desconfían de la viuda de Padilla. Las fuerzas realistas y el gobierno siguen considerando a María Pacheco una amenaza y aprovechará el menor incidente para enfrentarse a ella y a los comuneros.

La ocasión se presenta el 2 de febrero de 1521. A las celebraciones del día de las Candelas se unían los actos para festejar la elección como papa del cardenal Adriano, hasta entonces gobernador del reino. La alegría, el griterío y las canciones recorrían las calles de Toledo. Se cuenta que un niño, al observar aquella algarabía, que posiblemente le recordaba el paso del ejército comunero, gritó el nombre de ¡Padilla! ¡Padilla!… Soldados imperiales le golpearon y condenaron a su padre a morir colgado. María Pacheco trató de impedirlo. Pero todo fue inútil. Al día siguiente, comuneros y realistas se preparan para la lucha. Será la última confrontación…

El ejército comunero fue derrotado y María Pacheco, junto con otros dirigentes de la Comunidad, condenada a muerte:

Fallo que debo condenar y condeno a doña María Pacheco. […] Por haber sido levantadora y parte principal de los alborotos, escándalos, muerte y robos que se han hecho en estos reinos de Castilla especialmente en Toledo. Y porque su pena y castigo sirva de ejemplo mando sea presa y traída a la cárcel de esta ciudad, y de allí sea sacada en una mula con las manos atadas y una soga a la garganta. Y así sea llevada por las calles a la plaza pública de Zocodover donde mando esté hecho un cadalso, y allí públicamente sea degollada como persona que ha cometido tantos y tan graves delitos y traiciones a su Rey y señor natural.[77]

Antes de que esta sentencia de muerte se leyera en la plaza de Zocodover María Pacheco abandonaba la ciudad para siempre. Allí, con su cuñado, Gutierre López de Padilla, dejaba a su hijo, un niño de pocos años al que nunca volvería a ver. Busca refugio en Portugal. Primero vive en Braga, trasladándose más tarde a Oporto.

María fue acusada de tener tratos con Francia y de haber favorecido la invasión de Navarra. Dos testigos juraron hacer de correos entre ella y los franceses. Los dos eran espías y enemigos de la causa comunera.

Las insistentes presiones del gobierno de Carlos V ante la corte portuguesa para que le entregue a los líderes comuneros resultarán infructuosas. Portugal nunca concederá la extradición de la mujer más odiada por Carlos V.

Todavía en septiembre de 1524 el embajador de España en Lisboa, Juan de Zúñiga, escribía a Carlos V dándole cuenta de lo infructuoso de sus gestiones y le contaba que doña María Pacheco permanecía en una casa de campo cerca de Braga; que se deshacía de buenas alhajas para mantenerse a sí, a Fernando Dávalos, a dieciséis personas de las que le habían seguido en Toledo, que doña María Pacheco tenía todavía mucho de lo que había salvado de Castilla, que el arzobispo de Braga la socorría con cierto pan, y que de España le enviaban también socorros de tiempo en tiempo.

Es posible que así fuera en aquel momento, pero unos años más tarde la situación de María Pacheco era penosa. Tal vez por ello el confesor de Carlos V, fray García de Loaisa, se atrevió a solicitar el perdón real para María Pacheco, que según este sacerdote se encontraba muy enferma y sin medios económicos en Oporto. Nada consiguió fray García de Loaisa para María pero él si tuvo que pagar por su osadía. El emperador lo alejó de su lado enviándolo a la corte de Roma.

Lo cierto era que la salud de María Pacheco se volvía cada día más frágil. Sólo tenía 35 años… ¡Hace tanto tiempo que está sola! Su marido, su hijo, sus ilusiones se quedaron en el camino.

Cuentan que a María le gustaba pasear cerca del Duero. Es posible que el río castellano, que llegaba como ella a Oporto para morir, le trajera recuerdos y ecos del pasado. Sí, es posible que en la soledad de los atardeceres la viuda de Padilla volviese a escuchar la voz de su marido cuando, emocionado, decía:

Ganaremos renombre de inmortales para los siglos venideros, el perder ganar, el destierro gloria y el morir vida eterna.[78]

Tal vez porque sus ideales seguían vivos María jamás se doblegó para pedir perdón. Murió en la miseria en Portugal. Falleció en el mes de marzo de 1531.

Su epitafio decía:

Si preguntas mi nombre, fue María.

Si mi tierra, Granada. Mi apellido

De Pacheco y Mendoza, conocido

el uno y otro más que el claro día.

Si mi vida, seguir a mi marido

mi muerte, en la opinión que él sostenía

España te dirá mi calidad,

¡Qué nunca niega España la verdad![79]

En su testamento mandaba que la enterrasen en la catedral de Oporto y pedía al rey de España que después sus cenizas fueran trasladadas a Villalar para reposar junto a las de su marido.

Nunca se realizó la última voluntad de María porque sus hermanos disuadieron a la persona que pretendía comunicarle a Carlos V el deseo de la viuda de Padilla: «No era conveniente renovar llagas viejas y recrudecer el ánimo del emperador de Alemania.»

Resulta comprensible el odio de Carlos V y su deseo de deshacerse de aquella mujer que se atrevía a desafiarle, que había puesto en peligro la estabilidad del reino y que constituía una amenaza. Ciertamente, María Pacheco reunía méritos suficientes para hacer recaer en ella todo el rencor imperial.

María Pacheco fue una mujer valiente que luchó por aquello en lo que creía; el emperador era para ella el causante de muchos de los males que aquejaban a Castilla y no le temía porque ella también pertenecía a una de las familias más importantes de la nobleza castellana.