MARÍA DE LA O LEJÁRRAGA

¿Sólo por amor?

(San Millán de la Cogolla, 1874-Buenos Aires, 1974)

El mismo acto en que se renuncia a la propia vida significa la suprema afirmación de la personalidad: es un volver de la periferia a nuestro centro espiritual.

José Ortega y Gasset

Es posible que el amor, como la fe, mueva montañas y que lleve a las personas a comportarse en determinados momentos de forma inexplicable. Pero, ¿se puede seguir amando a quien sabes que te traiciona? ¿Por qué permanecer a su lado? ¿Por qué renunciar a tu propia identidad en beneficio de la suya?

Al acercarse a la vida de María de la O Lejárraga surgen miles de interrogantes ante su increíble comportamiento.

María era una mujer culta. Poseía una destacada sensibilidad musical. Hablaba con total corrección francés y leía inglés y alemán con fluidez. Apasionada lectora y maestra de profesión, María siempre deseó dedicarse a escribir. Cuando conoció al que poco después se convertiría en su marido, Gregorio Martínez Sierra, María tuvo la seguridad de que había encontrado a la persona ideal. Gregorio era para ella «su inteligencia gemela». Juntos trabajan en algunos libros antes de casarse. No era más que el comienzo de una larguísima «colaboración» en la que el nombre de María no aparecerá casi nunca, a pesar de que la mayoría de las veces sea ella la única autora de las obras de Gregorio Martínez Sierra.

María, siete años mayor que su esposo, siempre le protegió. Escribió para él decenas de obras con las que éste alcanzó gloria y fortuna. Y siguió escribiendo para él a pesar de que Gregorio la abandonó por otra mujer, una actriz, Catalina Bárcena, para la que la escritora diseñaba primeros papeles. Catalina y Gregorio recorrieron medio mundo juntos estrenando obras escritas por María.

¿Cómo explicar la postura de María de la O Lejárraga? Ella nos dejó su versión en el libro Gregorio y yo, donde cuenta que fue tan grande la decepción sufrida al observar la reacción de su familia cuando les enseñó su primer libro que decidió no volver a ver nunca más su nombre impreso en la portada de un libro:

Yo, en mi orgullo de autora novel juré por todos los dioses mayores y menores. ¡No volveréis jamás a ver mi nombre impreso en la portada de un libro! Esta es una de las poderosas razones por las cuales decidí que los hijos de nuestra unión intelectual no llevarán más que el nombre del padre. Otra, que, siendo maestra de escuela, es decir, desempeñando un cargo público, no quería empañar la limpieza de mi nombre con la dudosa fama que en aquella época caía como sambenito siempre deshonroso sobre toda mujer «literata». […] Sobre todo literata incipiente.[261]

Cuesta creer los argumentos expuestos por María, pero es que si, además, tenemos en cuenta que era una mujer fuerte, que fue diputada socialista por Granada en las elecciones de 1933, militante del comité nacional de las mujeres contra el fascismo y dirigente feminista, algo no cuadra.

Cuando Gregorio Martínez Sierra muere en 1947 se conoce un documento notarial que él se había preocupado de redactar:

Declaro, para todos los efectos legales, que todas mis obras están escritas en colaboración con mi mujer, doña María de la O Lejárraga García. Y para que conste firmo ésta en Madrid, a catorce de abril de mil novecientos treinta. Gregorio Martínez Sierra.[262]

Sólo después de la muerte de su marido, y una vez que este documento fue conocido, sólo entonces María Martínez Sierra —curiosamente a partir de ahora utilizará los apellidos de su marido— se permitió escribir el libro Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración, en el que, como su título indica, reconoce ser coautora de la extensísima obra de Gregorio Martínez Sierra.

Gregorio y yo son unas memorias estrictamente profesionales que hablan de su producción literaria, de sus amigos, de sus viajes, pero en las que a pesar de no ser personales, como la autora puso de manifiesto, se puede leer entre líneas. La dedicatoria del libro resulta muy expresiva:

A la sombra que acaso habrá venido —como tantas veces cuando tenía cuerpo y ojos con que mirar— a inclinarse sobre mi hombro para leer lo que iba escribiendo.[263]

El texto, sin duda, se presta a distintas interpretaciones: puede significar simplemente un recuerdo cariñoso hacia su marido, una muestra más de compenetración entre ellos o la confirmación de que era ella quien escribía y Gregorio el que supervisaba el trabajo ya que sería él quien figurase como autor. Nunca conoceremos la verdadera intención de María al escribirlo ni tampoco por qué en varios momentos del libro se refiere a Gregorio como «la sombra» y «el ausente».

María de la O Lejárraga se casó muy enamorada. Y es probable que nunca dejara de estarlo, aunque cuesta creerlo después de todo lo sucedido.

Corría el año 1900 cuando María y Gregorio se casaron en Madrid. Fueron años felices. Formaban una pareja muy compenetrada; juntos ideaban nuevos proyectos, compartían aficiones y soñaban con un futuro común. Sólo la mala salud de Gregorio enturbiaba de vez en cuando su felicidad.

En una ocasión el médico habló con María de la conveniencia de que Gregorio disfrutara de unas vacaciones y de lo beneficioso que podría resultarle un cambio de aires. Sin dudarlo un momento María solicitó una beca para estudiar en el extranjero, que le fue concedida. María le cuenta a Gregorio que ha aceptado una beca para irse por un tiempo al extranjero porque está agotada y necesita descansar y le anima a que le acompañe. Así lo hace Gregorio pero después de una corta estancia en Burdeos y París decide regresar a Madrid. María continúa el viaje sola:

Gregorio había proyectado en Madrid, no recuerdo con quién, la publicación de un semanario, Alma Española, del cual esperaba sacar algún dinero. Vi marchar a mi compañero con melancolía, templada por la seguridad de que pronto había de volver. A la mañana siguiente tomé yo el camino de Bruselas. Por primera vez en mi vida viajaba sola. ¡Cuánto he viajado después! Esta primera lección de soledad en otoño me dio un poco de frío en el corazón.[264]

No son memorias personales pero María no puede evitar, aunque sólo quiera recordar las horas serenas, su estado de ánimo en aquellos días. Sobre su estancia en Bélgica escribe:

Puede afirmarse, en cierto modo, que allí empezó a nacer mi «egoísmo», que allí se rompieron no pocas sutiles pero fuertes ligaduras, las telas de araña de tantos prejuicios disfrazados de reglas con que nos atan e inmovilizan familia y costumbre. En aquellas horas tan desacostumbradas, que a un tiempo me causaban melancolía y suavísimo gozo, empecé a vislumbrar la razón de la sinrazón. Cierto, la cotidiana carta de España venía a alegrarme el corazón todas las mañanas y a decirme: ¡Aquí estoy, y pienso en ti!, pero llegaba como golosina, como regalo, en suma, como algo venido de fuera no consustancial conmigo misma e inseparable de mi propia esencia. Todo lo nuevo que iba conociendo, aunque tuviese sincerísimo anhelo de compartirlo con el ausente, era exclusivamente míos.[265]

Parece claro que María se siente sola y presiente que así será en el futuro. Gregorio se había alejado. No sabemos si María ya conocía en aquel tiempo el verdadero motivo por el que Gregorio regresó a Madrid. Su marido se había enamorado de una joven y guapísima actriz, Catalina Bárcena, pero pese a la pasión que Catalina despertó en Gregorio éste decidió seguir viviendo al lado de su mujer. Y María, consintiendo o ignorando, hubo de soportar a partir de entonces ausencias y disculpas.

Al cabo de unos años Gregorio le propuso a su mujer un viaje a Italia, pero a la hora de iniciarlo inventó excusas para aplazarlo. María se fue sola, eso sí, con la promesa de que a los quince días, arreglados los problemas, Gregorio se reuniría con ella.

María no ofrece más datos ni opina sobre la decisión de Gregorio de retrasar el viaje pero es bastante elocuente esta frase sobre su estado de ánimo:

¡Qué largo es el camino entre Madrid y Florencia![266]

María cuenta que para hacer menos pesado el viaje se detuvo un día en Barcelona y narra algo que le sucedió poco antes de regresar a la estación. Paseando sin rumbo fijo llegó hasta una playa…:

[…] sentía yo, escuchando el ruido manso de las olas, incomportable tedio de vivir, como si se hubiese perdido toda esperanza, no ya para mí, sino para el Universo entero […] Fascinada por la monotonía de su casi imperceptible movimiento, íbame acercando a ellas paso a paso. Cuando llegué a pisar el agua, una piedra cayó a mis pies. Miré en derredor por ver de dónde venía; habíala tirado un hombre que estaba también en la orilla, al otro extremo de la playa.[267]

María sigue ofreciéndonos más datos de lo sucedido y dice que el hombre se acercó cauteloso a ella saludándola educadamente y con miedo a molestarla. «El pobre hombre —cuenta María— trataba de impedir que me introdujera en el mar». María le dijo que se iba de viaje y que no pensaba en semejante cosa. El hombre, por si acaso, se quedó en la playa por si volvía a intentarlo. María describe sus sensaciones mientras se alejaba del lugar:

Yo, como si despertase de un sueño, iba pensando: pues, señor, creo que no he tenido intención consciente de suicidarme; pero, si ese buen hombre no tira la piedra, de seguro me ahogo.[268]

Después de conocer este relato parece evidente que María no se sentía pletórica de felicidad ante la perspectiva de aquel viaje y sí bastante ensimismada en sus, al parecer, dolorosas preocupaciones.

De aquel viaje surgiría, la obra de teatro, más tarde llevada al cine, Canción de cuna. Su autor, Gregorio Martínez Sierra. El estreno sorprendió a todos. El éxito fue clamoroso. Aquella noche Gregorio recibió los aplausos. María estuvo en el teatro Lara de Madrid mezclada entre el público:

[…] estaba en mi papel, que ha sido siempre, no tanto por voluntad cuanto por constitución mental, el de mirar la vida desde fuera. Siempre he asistido como espectadora a mis propios conflictos y gracias a un peculiar desdoblamiento todas mis actividades me parecen ejecutadas por otra persona. Por lo cual, como un conflicto ajeno tiene importancia muy relativa para el que desde fuera le está mirando, nunca he tomado demasiado en serio —aunque de veras me hayan dolido o regocijado— ni mis penas ni mis alegrías; las unas no han logrado jamás hundirme en desesperación, ni las otras embriagarme; soy mi propio espejo y mi propio fantasma; sé, lo he sabido siempre, que todo pasa y que de todo he de salir por las misericordiosas puertas de la muerte.[269]

Por Canción de cuna la Real Academia otorgó a Gregorio Martínez Sierra el premio a la mejor obra de aquel año.

Resulta verdaderamente increíble la falta de ambición y protagonismo de María Lejárraga. Podemos pensar que María, durante los más de diez años de relación entre Gregorio y Catalina, no llegó a enterarse de la infidelidad de su marido y que por ello no dejó de colaborar con él. Pero, ¿por qué continúa escribiendo para Gregorio después de que éste la abandona al quedarse Catalina Bárcena embarazada? ¿Lo hace porque sigue enamorada de Gregorio o existen otro tipo de razones?

Según las expertas y expertos en la obra y vida de María de la O Lejárraga las respuestas pueden ser distintas. Para Antonina Rodrigo, la explicación de la entrega de María a Gregorio no es otra que el amor. Alda Blanco reflexiona sobre el significado que para la mujer tenía el matrimonio en aquel tiempo y destaca cómo María Lejárraga y Gregorio pudieron haberse divorciado en 1931 y sin embargo no lo hicieron, a pesar de que María clasificaba el matrimonio como una institución esclavista, y Alda Blanco apunta:

Podríamos especular que María al tener 57 años en 1931, escribir como lo hacía con un nombre sonado, y al necesitar la respetabilidad moral y social como mujer para ser efectiva en el escenario público de la política, resulta lógico que se resistiera a ese cambio de status social que le hubiera arrebatado, seguramente, el respeto de una sociedad profundamente conservadora en el ámbito moral. Se hubiera convertido en una mujer divorciada lo cual equivalía a ser una mujer transgresora y, como tal, peligrosa.[270]

Otros creen que María utilizaba el nombre de Gregorio como seudónimo y algunos piensan que la actitud de María responde a un amor maternal hacia su marido, pues nunca consiguió ser madre. También María nos brinda su respuesta cuando escribe:

Quiero hacer aquí una confesión. Si en vez de ser la mitad de ese águila bicéfala que, según Quevedo, simboliza el matrimonio, hubiera trabajado sola y bajo mi única responsabilidad —soy perezosa— no hubiese escrito ni la cuarta parte de la prosa más o menos poética que ha lanzado mi máquina Yost.[271]

Gregorio era sin duda un excelente relaciones públicas. Sabía cómo vender las cosas y conocía los gustos del público y es muy probable que le haya facilitado temas a María para que ésta los desarrollara. Además, es seguro que si la misma obra de Gregorio apareciese firmada por María su proyección hubiera sido distinta, y por ello la autora se sigue prestando a ese juego, a esa especie de pacto posible en el que Gregorio proporcionaba ideas y se preocupaba de la producción y María escribía, pero ¿por qué no firmaban los dos? Sólo a la muerte de Gregorio, y para que ella pudiera cobrar derechos de autor, se conoció oficialmente que María era coautora. María aceptó la última voluntad de su marido y nunca desveló la verdad: que ella era la única autora de casi todas las obras atribuidas a Gregorio Martínez Sierra.

María de la O Lejárraga disponía de las pruebas necesarias para demostrar que era ella quien escribía, pero respetó hasta el final las reglas del juego. Y aquí surge de nuevo otro gran interrogante: ¿por qué María no destruyó las pruebas que nunca pensaba utilizar?

María guardó unos documentos que desvelaban el secreto de su vida. Aparecieron en Buenos Aires después de su muerte. Se trata de unas cartas de Gregorio. Unas cartas que su esposo le escribió en la época en que viajaba y triunfaba junto a Catalina Bárcena:

Recibí el primer acto de Hamlet corregido. Inmediatamente se lo envié a Borrás. Me alegra envíes pronto el segundo. […] Y ahora un encarguito, a cuenta de ese duro de sueldo prometido. Han nombrado a Borrás presidente del Centro Catalán de estudios de declamación castellana. Necesita cuatro cuartillas para dar las gracias. Mándamelo a vuelta de correo: haz lo que se te ocurra, que aquí yo lo modificaré a gusto del interesado. Y perdona […].

Vida mía, no sé si te dije que recibí el segundo acto de Hamlet, admirable. Muy bien las cuartillas para Borrás que han llegado hoy. Niña mía: los dos envíos de «la mujer moderna» están muy bien como siempre, e inmediatamente los he enviado a Blanco y Negro.

Te recomiendo que hagas cuanto antes el próximo número de «la mujer moderna». Conviene de ahora en adelante mandarlo con más anticipación si hemos de corregir pruebas en Barcelona. Por cierto que leyendo anoche lo de este número se me saltaron las lágrimas muchas veces. ¿Cómo te las compones para poner emoción en todo? Es maravilloso.

Escribe cuanto se te ocurra que todo será interesante. Adiós, rica: te quiero más que nunca y me aburro infinitamente sin ti. Gregorio.

Niña: acabo de leer el acto segundo de Torre de Marfil y me parece magnífico. Además de ser muy teatro, tiene una calidad literaria excelentísima, muy moderna y personalísima. Gracia fresca, emoción, hondura, intención, estilo, factura, nada le falta. Creo que será una de nuestra mejores comedias.

Niña: estoy seguro de que con lo que más dinero voy a ganar es haciendo películas: voy todos los días al cine para entrenarme. El público español y el hispano americano prefieren la producción española a la extranjera y todo el que hace una cinta gana dinero, por mala que sea (y todas lo son). Excuso decirte lo que ocurrirá haciéndolas bien. Hay que preparar Canción de cuna, Tú eres la paz y Para hacerse amar locamente.[272]

Como se puede comprobar en estas cartas, María escribía todo, hasta los discursos. Produce auténtica irritación comprobar hasta qué punto la utilizaban, aunque ella estaba de acuerdo pues sino no lo hubiera consentido. Estaba de acuerdo y, como era honesta y honrada, respetó hasta su muerte el acuerdo establecido con Gregorio: no desvelar nunca que ella era la única autora de la mayor parte de la obra. Pero, ¿por qué no destruyó las cartas de Gregorio que fueron enviadas a España después de su muerte?, ¿por qué dejó tan irrefutable prueba a sus herederos?

Tal vez lo hizo por amor, para seguir releyendo aquellas confesiones de su marido:

Es desesperante tener que tomar determinaciones, por insignificantes que sean, sin consultarte. […] No sirvo para nada sin ti, ni quiero. Estoy desamparado cuando estoy solo. Y muy aburrido a pesar de tener tantas cosas en que pensar. A veces te hablo como si te tuviera delante. Te necesito infinitamente más que nunca, sin duda a consecuencia de habernos descasado.[273]

Sí, es posible que María quisiera tener estas cartas cerca de ella y que a última hora no se haya acordado de destruirlas, y también cabe la posibilidad de que las guardara para que la posteridad conociera quién era de verdad la autora de la obra de Gregorio Martínez Sierra. Porque aunque ella había manifestado en más de una ocasión que los libros ganarían en interés si ignorásemos a los autores, en su caso era distinto ya que no aparecían como creaciones anónimas.

Después del fallecimiento de Gregorio María siguió escribiendo. Publicó dos libros: Una mujer por los caminos de España y Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración, con su nombre y los apellidos de su marido.

Cuando el 17 de octubre de 1936 dejó su casa de Madrid camino de Berna, a cuya legación había sido destinada por el gobierno republicano como agregada comercial, María pensaba que volvería dentro de poco. Nunca regresó.

Suiza, Francia, Estados Unidos y al final Argentina. María murió en Buenos Aires en 1974. Tenía cien años. Cuando alguien le preguntaba si creía en la inmortalidad María decía que sí, y añadía:

No ando lejos de pensar que la muerte es sólo descanso temporal del espíritu. Pero ahí está el enigma. ¿Cuánto tiempo necesitará el alma para descansar de una vida?[274]