BEATRIZ GALINDO, «LA LATINA»

Al servicio de la Reina Católica

(Salamanca, 1470-Madrid, 1534)

La ventaja del saber estriba en poder escoger la línea de la mayor ventaja, en vez de seguir la dirección del menor esfuerzo.

George Bernard Shaw

Beatriz Galindo, también conocida como la Latina, acompañó hasta Granada el cuerpo inerte de su amada reina doña Isabel. Veintiocho días tardaron en llegar hasta el último destino de Isabel la Católica. Veintiocho días para entrar en Granada, la ciudad arrebatada al Islam, la ciudad estrella de la corona castellana.

Beatriz Galindo, tal vez la mujer más culta e inteligente de cuantas formaron la corte de los Reyes Católicos, había estado muy unida a doña Isabel y en aquellas jornadas de luto para toda la cristiandad Beatriz quiso permanecer, como siempre, al lado de su soberana. Beatriz Galindo, la Latina, fue hasta el último momento fiel a su queridísima reina.

El oscuro otoño medieval estaba a punto de desaparecer ante la fuerza de una nueva y prometedora realidad. El Renacimiento se vislumbraba en Europa como una explosión de vida. El hombre y la naturaleza adquirían un mayor protagonismo.

Salamanca era en esa época una de las ciudades de los reinos hispánicos más receptiva a esta nueva corriente. En Salamanca forjó su personalidad fray Hernando de Talavera, el fraile jerónimo que tan importante papel habría de desempeñar en Castilla y que tanto influyó en el espíritu de Isabel la Católica.

La célebre Universidad salmantina, fundada en 1215 por Alfonso IX de León, estaba considerada como una de las cuatro más importantes del mundo, junto con las de Bolonia, París y Oxford. En sus aulas, miles de estudiantes se formaron en aquel tiempo en lenguas y literaturas clásicas. En Salamanca enseñó el gran humanista y autor de la primera gramática de la lengua castellana Antonio de Nebrija.

Hacia Salamanca había dirigido sus ojos la reina en busca de maestros para sus hijos. «Los Reyes Católicos consiguieron del Papa Inocencio VIII una bula, fechada el 18 de enero de 1487, autorizándoles para elegir maestros para sus hijos entre los religiosos de sus dominios, incluso entre las órdenes mendicantes, aun sin permiso de los superiores de los designados».[45]

Del convento de San Esteban se llevó doña Isabel al dominico fray Diego de Deza como preceptor del príncipe Juan, y de Salamanca eligió a una joven muy conocida en los ambientes universitarios, Beatriz Galindo, para que estuviera cerca de ella en la corte.

La joven contaba entonces 17 años y sus conocimientos de latín sorprendían a casi todos. Además, Beatriz cultivaba otros géneros del saber con igual aprovechamiento. Algunos historiadores convierten a Beatriz Galindo en maestra de latín de la reina y, así, afirman:

Noticiosa la Reina Católica de su extraordinario mérito, la hizo llamar, y admirada de su valor, la introdujo en Palacio, no obstante la juventud de la sabia adolescente, con cargo de ser su maestra de latinidad, estudio harto descuidado en la infancia de Isabel, no destinada para Reina, y que la perspicacia de ésta advirtió temprano cuán indispensable le era por servirse del latín las cortes europeas de la época a guisa de idioma diplomático. No tuvo otro objeto ni otra misión, de momento la adquisición de Beatriz al real servicio.[46]

Es bastante improbable que pudiera suceder lo que acabamos de traer a la memoria porque, según Fernando del Pulgar, doña Isabel se dedicaba al estudio del latín desde 1482 y Beatriz Galindo no se incorporaría a la corte hasta unos años después. No, Beatriz Galindo, la Latina, no fue maestra de latín de la reina, al menos la maestra oficial. Tampoco fue su camarera mayor. Por las cuentas del tesorero Gonzalo de Baeza se puede llegar a algunas conclusiones sobre cuándo se incorpora Beatriz a la corte y el empleo que desempeña en la misma.

El primer pago a su nombre es del año 1487 y se refiere al abono de un «gonete» y una «faldrilla» para Beatriz, la Latina. Este dato, nos permite aventurar que Beatriz pudo entrar al servicio de la reina en el año 1486. En las Cuentas se pone, junto al nombre de la persona, el del cargo u oficio, Beatriz Galindo aparece primero con el de moza, «moza latina». En 1489 era «criada de la ynfante» doña Juana; en junio de 1490 «moza de cámara» de la reina.[47]

Basándose en estos datos resulta imposible conocer con certeza qué cargo ocupaba Beatriz. Aunque es probable que nunca pasase de oficios medianos en el servicio de la reina. Su nombre nunca aparece incluido en las listas de las damas. También debemos tener en cuenta, que en su correspondencia con la soberana Beatriz se autodefinía como criada. Fuera cual fuese el empleo de Beatriz Galindo en la corte de los Reyes Católicos, lo que resulta indudable es que la reina la eligió personalmente y la mantuvo cerca de sí a lo largo de toda su vida. Es muy posible que Beatriz asesorara a la soberana sobre las nuevas corrientes culturales y en todo aquello que Isabel tuviera a bien consultarle. Dicen que el consejo de la culta joven producía sosiego a Isabel, que se sentía atraída por la sabiduría de Beatriz y con la que compartía una profunda religiosidad, pues la joven salmantina estaba a punto de ingresar en el convento cuando la reina se fijó en ella.

El destino de Beatriz Galindo, como el de muchas jóvenes de aquel tiempo, era el claustro. Sus padres la prepararon y predispusieron para ello. Desde muy niña se dedicó al estudio del latín y toda su formación estaba encaminada hacia la vida monástica con el deseo de que la joven aceptase voluntariamente la soledad de la clausura y consiguiese méritos ante su inminente futuro religioso. La respuesta de la pequeña sorprendió no por su condición de mujer sino por la capacidad que demostró. En aquella época destacaban ya en el campo del saber mujeres como Francisca de Lebrija, Juana Contreras o Lucía de Medrano.

Isabel la Católica, ayudada por Beatriz Galindo, iba a favorecer un resurgimiento cultural y creativo del que las mujeres supieron sacar buen provecho:

La Casa de la Reina fue un ámbito de relaciones entre mujeres que posibilitó relaciones estrechas con la cultura. El libro fue un objeto de consumo y de uso habitual. Baste recordar los inventarios que han podido recopilarse hasta el momento. La Casa de la Reina fue un ambiente propiciado por ella misma, muy proclive a la cultura humanista. Se debieron dar, sin duda, relaciones culturales muy intensas. Centro de reunión de los principales humanistas del momento, centro de mecenazgo y lugar de encuentro de mujeres caracterizadas por su conocimiento y su apuesta por el proyecto cultural humanista. En ese sentido, Beatriz Galindo ha sido tomada históricamente como el arquetipo.[48]

Beatriz Galindo admiró, desde el conocimiento, la sabiduría de Aristóteles y dedicó a su reina amiga los párrafos más hermosos que el maestro griego escribió sobre la persona magnánima:

El magnánimo tampoco puede vivir con otro que no sea un amigo, porque vivir con el que no lo sea es una especie de servidumbre, y he aquí por qué todos los aduladores tienen un carácter servil, y la gente menuda, en general, es aduladora. El magnánimo es también poco inclinado a la admiración, porque nada es grande a sus ojos. No siente resentimiento por el mal que se le haga, porque acordarse de lo pasado no es propio de un alma grande, sobre todo cuando el recuerdo recae sobre el mal recibido, y es más digno olvidarlos.[49]

Beatriz Galindo quería que doña Isabel, su reina y señora, conociera cómo, según Aristóteles, debe obrar bien una persona en la vida, y seguro que en más de una ocasión le recordó otros párrafos de aquel tratado aristotélico porque Beatriz, situada en un lugar privilegiado de la corte, vivió muy cerca de los reyes momentos cruciales de nuestra historia y es seguro que sus opiniones fueron escuchadas con interés:

Los secretarios, los ministros, los que hoy llamaríamos funcionarios eran, al mismo tiempo, personas de la confianza de los Reyes, personas que tenían la amistad de los Reyes y, en este sentido, hay que entender el hecho de que Beatriz Galindo, que llega a la Corte con una función meramente personal después, gracias a la cercanía de los Reyes y a la amistad con los Reyes, llega también a tener una influencia política que no podemos calibrar pero que, indudablemente, debió tener alguna importancia.[50]

Documentalmente no se ha podido comprobar si Beatriz Galindo figuraba en el séquito que acompañó a la reina el día de la toma de Granada, aunque es muy probable que así fuera porque sí se conoce que estuvo presente Francisco Ramírez de Onena, o Ramírez de Madrid, el marido que la reina tuvo a bien otorgar a Beatriz, y es cierto que muchas veces los cronistas se limitaban a destacar sólo los nombres más conocidos.

Francisco Ramírez de Madrid se había destacado por su participación en la guerra contra Portugal. Era un noble de corte tradicional que habría de prestar grandes servicios a los Reyes Católicos en su lucha contra el Islam.

Doña Isabel siempre estaría agradecida a Francisco Ramírez y a quienes como él le ayudaron a vencer al rey portugués, defensor de los derechos al trono de Castilla de su sobrina doña Juana. Su agradecimiento lo plasmó la reina fundando para él el señorío de Bornos, y favoreciéndole con reales cédulas que le otorgaban bienes materiales: casas en Madrid y Granada, un cortijo en Deifontes, otro en Albornoz, molinos en Mohed y Aldehuela. También fue distinguido con el nombramiento de secretario del Consejo del Rey.

Francisco Ramírez era una persona en quien confiaba la soberana y el marido ideal para Beatriz Galindo, puesto que Isabel los conocía muy bien a los dos. Beatriz no se sentía muy inclinada al matrimonio pues su espiritualidad la encaminaba hacia otros estados.

Francisco estaba viudo, tenía cinco hijos y ya había sobrepasado con creces los ardores de la juventud. Sin duda formarían una pareja bien avenida. Beatriz Galindo y Francisco Ramírez se casaron en diciembre de 1491. La reina le dio a su protegida 500.000 maravedíes de dote.

No se equivocó doña Isabel. Beatriz amó y respetó a su marido. Le dio dos hijos, Fernán Ramírez y Nuño Ramírez, y cuidó de los otros hijos de Francisco como si fueran de ella. Por desgracia, Francisco Ramírez; el Artillero, como cariñosamente lo llamaban, murió pronto, defendiendo los intereses cristianos frente a los árabes en las Alpujarras. Desaparecido su marido, Beatriz Galindo se dedicó de lleno a algo que ya venía haciendo en vida de su esposo: ayudar a enfermos pobres y desvalidos. Comenzaba una nueva etapa de su vida en la que contaría con el apoyo incondicional de Isabel la Católica.

Con el total respaldo de los reyes Beatriz fundó el Hospital de Pobres de Madrid, uno de los primeros con los que contó la ciudad, El papa tampoco escatimó su ayuda para el centro benéfico que Beatriz había creado y le concedió indulgencias de forma que todos los que murieran en el hospital, confesados y contritos, obtendrían plenaria remisión de sus pecados. Beatriz se preocupaba personalmente de conocer la situación económica de los enfermos, ya que entre sus objetivos figuraba el de no dejar salir a los allí acogidos hasta que no estuvieran en condiciones de trabajar. Pretendía de esa forma erradicar una buena parte de la mendicidad.

Del viejo hospital que fundara Beatriz Galindo quedan hoy tan sólo dos piezas de su estructura: la portada gótica, en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Complutense de Madrid, y la escalera situada en el edificio anexo de la Academia de Ciencias Morales y Políticas.

Beatriz había compartido con la reina Católica sus proyectos. Isabel le apoyó desde el primer momento y participó de sus ideas. Juntas visitaban frecuentemente diversas comunidades religiosas.

En 1504, después de la muerte de la reina, Beatriz Galindo abandonó la corte y se dedicó a vivir en plenitud su religiosidad. Convencida y decidida partidaria de la reforma monástica, Beatriz Galindo, la Latina, estaba abocada a la creación de conventos.

Parece ser que al principio Beatriz quería fundar un monasterio que acogiera a monjas franciscanas, una de las órdenes con mayor peso en aquella sociedad. El cardenal Cisneros, provincial castellano de los franciscanos y confesor de la reina, había conseguido establecer la reforma en muchas de las casas franciscanas de su provincia. Así pues, parecía lógico que Beatriz se sintiera atraída por aquella orden. Sin embargo cambiaría de idea y se inclinaría por los jerónimos. No se sabe por qué razón Beatriz Galindo abandonó a los franciscanos para sustituirlos por los jerónimos; aunque pueden existir diferentes motivos: los frailes de la orden de San jerónimo constituían un ejemplo dentro de la renovación espiritual de los conventos, y también disfrutaban del favor de la nobleza. Y es muy posible que, además de los argumentos apuntados, fray Hernando de Talavera, antiguo confesor de la reina y arzobispo de Granada, influyera en Beatriz. Aunque la historiadora Ángela Muñoz apunta otra interesante razón:

Fue una elección muy significativa si pensamos que por entonces, la comunidad jerónima no tenía jurídicamente establecida una orden en su seno y se regía por la regla de San Agustín, que era un marco reglar monástico mucho más flexible y en el que tradicionalmente muchas mujeres quisieron refugiarse a lo largo del tiempo.[51]

Lo cierto es que Beatriz Galindo tuvo que luchar para poder fundar un convento dedicado a la Concepción Jerónima en Madrid. Tardó varios años en ver realizados sus deseos y para conseguirlo hubo de fundar otro convento para entregárselo a las concepcionistas franciscanas. Era el precio que tenía que pagar para acallar las protestas de los frailes de San Francisco, que exigían el cumplimiento de aquello que se les había prometido en un principio. Y, al mismo tiempo, Beatriz conseguía que los jerónimos aceptasen la nueva fundación al dejar de sentirse presionados por la postura de protesta de los franciscanos.

No sólo hubo de vencer ciertas dificultades con las distintas autoridades eclesiásticas a la hora de fundar conventos, Beatriz Galindo también se vio obligada a enfrentarse muchas veces con sus hijos, sobre todo con el primero, Fernán, por el asunto de la herencia. De los distintos litigios entre ellos ha quedado constancia en los documentos de la época.

Con el paso de los años la religiosidad de Beatriz fue en aumento y su carácter se volvió autoritario, llegando a mostrar cierto clasismo. Vivía totalmente apartada de la corte, pero seguía estando al tanto de lo que en ella sucedía. Beatriz, que había apoyado al rey Fernando en sus reivindicaciones al trono de Castilla, nunca aprobó ni aceptó el segundo matrimonio de don Fernando. Y ahora que éste había muerto, Beatriz recibía la llamada del rey Carlos, el nieto de doña Isabel.

Era bastante normal que esto sucediera. Beatriz había pasado la mayor parte de su vida en la corte y conocía muy bien los secretos y resortes del poder, y Carlos era un extranjero que no conocía a nadie en Castilla. Consta documentalmente que Beatriz Galindo fue consultada por el joven Carlos acerca de los métodos y virtudes que debía buscar en sus servidores castellanos. Beatriz trató de apoyarlo sin reservas.

Casi todos sus amigos han ido desapareciendo. Sus dos hijos también. Beatriz adora a su nieta mayor, que se llama como ella.

Beatriz Galindo murió en Madrid en 1534 a los setenta años. Su testamento sorprendió por el cuidado con que fue redactado. No excluyó a nadie. Después de la familia se acordaba de los pobres: ordenó que apenas falleciese vistieran en su nombre a doce mendigos —un niño, nueve mujeres y dos varones—, personas de «bien y vergonzantes». Dejó diez mil maravedíes por cabeza a diez jovencitas huérfanas y por casar, «de buena suerte y buena fama necesitadas» y, además, madrileñas. No se olvidó de los presos de la cárcel ni de sus fundaciones.

Beatriz Galindo, la Latina, fue considerada una de las mujeres más sabias de su tiempo. Una mujer culta, apasionada lectora de los clásicos, que creyó en el humanismo:

El humanismo, está demostrado, abrió falsas expectativas a las mujeres. De hecho, Beatriz Galindo, reconocida por Marineo Sículo, uno de los principales humanistas italianos traídos por la reina a su corte, es reconocida por este humanista como una mujer dotada de un gran saber y elocuencia y, sin embargo, a pesar de este saber y esta elocuencia, hubo de replegarse en su aposento particular, el aposento que ella había creado, en ese espacio simbólico, fuera de la familia y fuera de los conventos que ella había creado en el Hospital. Un espacio en el que se recluyó con sus libros.[52]

Tal vez Beatriz Galindo, la Latina, consiguió el consuelo necesario en los libros, siempre lo había hecho, porque estaba totalmente de acuerdo con su maestro Aristóteles cuando escribía:

El hombre que vive y obra mediante su inteligencia y la cultiva con cuidado me parece a la vez el mejor organizado de los hombres y el más querido de los dioses; porque si los dioses toman algún cuidado en los negocios humanos, es muy natural que se complazcan en ver, sobre todo en el hombre, lo que hay en él de mejor y lo que más se aproxima a su propia naturaleza, es decir, la inteligencia y el entendimiento.[53]