EULALIA DE BORBÓN
Infanta de España
(Madrid, 1864-Fuenterrabía, 1958)
Si puedes bromear sobre algo muy importante has alcanzado la libertad.
Maurice Béjart
Era la más pequeña de los hijos de la reina doña Isabel II. Prefirió ser mujer antes que infanta. En 1900, con 36 años, Eulalia decidió divorciarse de su marido en contra de la opinión de toda la familia real, incluida su madre. No soportaba la vida al lado de un hombre que sabe que le es infiel y que dilapida su dinero y el de sus hijos.
Inteligente, culta: hablaba español, francés, inglés, alemán e italiano y entendía el ruso y el sueco. Adelantada a su tiempo, la infanta Eulalia se movió en los más exquisitos ambientes. Las cortes europeas se disputaban la presencia de esta guapa y simpática princesa española invitándola a pasar largas temporadas en sus habituales residencias. En su intensa vida social conoció y se relacionó con todos los reyes y gobernantes de la Europa de finales del siglo XIX y primera mitad del XX. De varios se acuerda en sus Memorias y también alude a la figura de algunos personajes, casi todos intelectuales, de los que ella gustaba rodearse:
Yo había conocido a D’Annunzio años antes, al principio de su fama, en casa de la condesa Fa di Bruno, cuando sobre el autor de El placer comenzaban a tejerse las más variadas leyendas. D’Annunzio vivía siempre en escena, sintiéndose centro del mundo y de una época, haciendo alardes a la vez de su talento, de sus deudas y de su fascinante atracción por el bello sexo. En Arcachon, por las tardes tenía la costumbre de acudir a una pastelería muy de moda, y allí, por el solo placer de sentirse mirado y admirado, aparentaba hacerlo en voz baja, pero lo suficiente alto para que se le oyera, recitaba versos a las dos lindas dependientas de la casa.[238]
De Anatole France, a quien confiesa leer con asiduidad y con el que coincidía en los paseos por las afueras de París, dice:
No recuerdo haber percibido en él la ironía que flota en sus libros galanos, ni encontré el espíritu amargado y escéptico que discurre por sus páginas admirables. Me dio siempre la impresión de ser un gran taciturno y un reconcentrado en sí mismo.[239]
Era amiga de Oswald Spengler, filósofo alemán autor de La decadencia de Occidente, del filósofo Bergson, que, según Eulalia, parecía un dandy, siempre pulcramente vestido de negro, enguantado de blanco o gris perla y del pintor Lenbach, que la inmortalizó en un cuadro, morena y de ojos negros. Cuenta Eulalia que cuando le preguntó al artista por qué la había pintado morena siendo rubia éste le dijo que:
—Una infanta de España no puede ser rubia y de ojos claros. Una hija de Isabel II tiene que tener ojos negros.
—Pero si mi madre los tiene azules.
—¡No importa! Los Borbones de España y de Nápoles deben ser de ojos oscuros.[240]
De Blasco Ibáñez, al que conoció en París donde se encontraba desterrado, dice que le molestó el desgarbo, la voz ruda llena de expresiones vulgares y la chabacana manera de ser del novelista valenciano:
Yo creo que en Blasco Ibáñez había una cierta afectación en esta actitud que quería ser desconcertante.[241]
No escapan al análisis de la hija de Isabel II los políticos españoles. Del conde de Romanones escribe:
Lo creo uno de los hombres más inteligentes de España y me duele el ver que ha sido mal comprendido unas veces y poco apreciado otras. Acaso su actitud el 14 de abril de 1931 no fue gallarda, como exige el temperamento español, pero sí inteligente, que es más difícil y más útil en determinadas ocasione.[242]
Sin duda, Eulalia de Borbón era distinta. Educada en uno de los mejores colegios de la capital francesa —sólo contaba cuatro años cuando en 1868 se vieron obligados a abandonar España— nunca llegará a entender muchas de las rígidas costumbres de la corte española. Eulalia mantendrá un continuo enfrentamiento con su hermana, la infanta Isabel, muy conservadora y educada a la antigua usanza.
Al producirse la Restauración en la persona de Alfonso XII viene con él a España su hermana mayor, la infanta Isabel, ya que Cánovas no quiere que la reina doña Isabel regrese a Madrid. Más tarde, se incorporarán a la corte las otras tres hermanas del rey, las infantas Paz, Pilar y Eulalia. Toda la familia vive en Madrid, a excepción de Isabel II y de Francisco de Asís, que reside en la soledad del campo, en las afueras de París.
Es curioso cómo la infanta Isabel, que pasaría a la historia como personaje popular con el sobrenombre de «la Chata», era el más conservador y rígido de todos los miembros de la familia real. Al ser la mayor y al no estar su madre ella dirigirá en cierta medida el comportamiento que deben seguir sus hermanas. De ahí los continuos enfrentamientos con Eulalia, que discute muchas de sus decisiones.
Para Eulalia, su hermana Isabel tiene «un carácter sin matices» y cuenta que un día, en una de sus frecuentes discusiones, Isabel le dijo:
—Nosotras no debemos hacer lo que queremos, sino lo que se debe. Primero la Dinastía. ¡Hay que saber ser Infanta antes que mujer!
—Por eso —escribe Eulalia— le grité llena de furia y en un momento de lucidez, por eso algún día el pueblo sacudirá las coronas y, libertándose, nos libertará a nosotras.[243]
Eulalia siempre culparía a Isabel de ser la responsable de la educación dada a su sobrino Alfonso XIII:
[…] Nadie durante su niñez le dio una negativa ni le hizo observar una equivocación. Ello hubiera sido ganarse la ira de Isabel, que trataba de inculcarle a su sobrino la idea funesta de que «un Rey no se equivoca nunca».[244]
Eulalia de Borbón era una mujer inteligente, interesada en todos los temas de actualidad, lo que sin duda le hacía tener ideas propias sobre distintas cuestiones. Ideas que defendía y exponía sin ningún tipo de condicionamiento por razón de cuna. Así, no tenía reparo en manifestarse enemiga de las cortes inmovilizadas y rígidas:
Enemiga no sólo por temperamento, sino por la convicción de que la inmovilidad forma vallas peligrosas por sobre las cuales, al cabo, se desborda el incontenible progreso de las ideas. La Corte no debe ser, y no es ya en ninguna nación moderna, valladar cerrado, sino meta adonde lleguen todos los que tengan algo que decir, que sugerir o que enseñar.[245]
Siempre se mostrará partidaria de la libertad de ideas y pensamiento. Y no dudará en criticar el comportamiento que, con respecto a los republicanos, mostraban los monárquicos españoles. La infanta Eulalia pone como ejemplo a la corte de Inglaterra y dice que en ella ninguna idea asusta ni hay credo político que alarme. Sin embargo en España sucede todo lo contrario:
En España ser republicano era no sólo profesar un credo político, sino estar excluido del contacto con los servidores del Rey, que se creían tanto más fieles cuanto más desdeñaran a los que profesaban un credo que, aun equivocado, no deja de ser sincero. Yo no participaba de ese cerrado criterio. Educada en Francia, había sido acostumbrada a respetar todos los credos por igual y no alarmarme de las ideas que reputara erróneas. Pero esa era una actitud casi imposible de adoptar en España.[246]
La infanta Eulalia, además de inteligente y progresista, es disciplinada, aunque le cueste, y sigue las disposiciones de su hermana mayor o de su hermano el rey, don Alfonso XII, al que adora y al que un día le promete casarse con el candidato que han elegido para ella en un intento de evitar posibles aspiraciones al trono del siempre intrigante Montpensier:
El duque no tenía ya más que un hijo vivo, Antonio, oficial de húsares de la reina, y mi matrimonio con él podría resolver algunas de las muchas dificultades, y así me lo explicó una tarde mi hermano, rogándome que aceptara por marido a mi primo. Puesto que lo pedía Alfonso y de ello dependía su tranquilidad, accedí a dejarme cortejar por Antonio.[247]
Decidieron su matrimonio para evitar posibles ilusiones de Montpensier a la Corona por la que siempre sintió una atracción irrefrenable. Alfonso estaba enfermo. De su matrimonio con María Cristina habían nacido dos niñas, y ante la posibilidad de que volviera a plantearse una situación problemática, al ser heredera una mujer, pensaron en casar a la infanta Eulalia con el hijo de Montpensier en un intento de acallar las nuevas reivindicaciones que el polémico Montpensier podía plantear.
Eulalia sabe que el matrimonio del duque de Montpensier con su tía la infanta Luisa Fernanda se hizo con el intento de quitarle el trono a su madre doña Isabel II. Sabe que fue una unión de conveniencia, triste, aburrida y deprimente. Ella no desea un matrimonio de esas características, pero por amor a Alfonso, por presión de su hermana mayor y también por el afecto que siente por su cuñada, la reina María Cristina, acepta.
El rey don Alfonso XII muere en octubre de 1885. Su esposa, la reina María Cristina, está embarazada. Se desconoce si el pequeño ser que lleva en sus entrañas será varón o hembra. Desgraciadamente en aquel tiempo era imposible conocer el sexo de los nonatos.
Sin esperar el alumbramiento, en marzo de 1886, Eulalia de Borbón, infanta de España, se casó con Antonio de Orleáns y de Borbón, hijo del duque de Montpensier, en el Palacio Real de Madrid. Cuentan que, debido a la afonía que padecía la infanta, alguien dijo el «sí quiero» por ella. Hacía unos cuantos años su madre doña Isabel dijo sí a su matrimonio con don Francisco de Asís después de que la reina madre la hubiese pellizcado. La historia volvía a repetirse. Eulalia se sacrificaba por los intereses de la casa Borbón. Unos meses después, la reina doña María Cristina daba a luz un hermoso niño. La presencia de aquel bebé, el futuro don Alfonso XIII, que llegó al mundo siendo rey, calmó las posibles intrigas y sosegó los espíritus de los cortesanos españoles.
Eulalia se había sacrificado para nada. Pudo haberse casado con alguno de aquellos jóvenes que mostraban su interés por ella y que le gustaban mucho más que su primo y marido, pero era mujer inteligente y responsable. Intentará que su matrimonio funcione lo mejor posible. A finales de 1886 Eulalia de Borbón y Antonio de Orleáns tendrán su primer hijo.
Eulalia encuentra en su suegro un gran aliado para poder sobrellevar bien su matrimonio. Parece ser que el duque de Montpensier era una persona encantadora. Siempre sabía cómo comportarse en sociedad. Amable, mundano, dominaba el arte de la conversación y su compañía será decisiva para la infanta, que siempre, según afirma ella misma, encontró más comprensión en la familia de su marido que en la suya.
Eulalia disfrutaba viajando y de esta forma se alejaba del ambiente triste y severo de la corte española. Con su marido realizará varios viajes por las cortes europeas. Cuando en 1893 se celebra la exposición de Chicago fue elegida para representar a la familia real española. En su desplazamiento a América la infanta deberá visitar la isla de Cuba. Nada más enterarse de que debe hacer esta escala, la infanta se preocupó de conocer a fondo los problemas de los cubanos. Por ello no sólo recabó información en los medios oficiales sino que mantuvo contactos con cubanos no afines a la Corona. Eulalia confiesa que después de conocer la realidad cubana llegó a pensar que, al fin y al cabo, les sobraba razón a los cubanos en sus deseos de liberarse:
En la cuestión de Cuba, Cánovas era un instrumento ciego frente a mí, que veía el problema con más claridad. Casi todos seguían, sin embargo, a Cánovas, cuya frase «el último hombre y la última peseta» para sostener la soberanía de España en Cuba costó ríos de oro y sangre, inútiles y dolorosos. Antonio Maura trató de evitar el desastre, pero no se le hizo caso, y cuando hablé con él pocos días antes de mi marcha me explicó con claras palabras la situación que iba a encontrar, que no era la pintada por los otros, pero que correspondió exactamente a la realidad.[248]
Eulalia va a dar muestra de su capacidad de análisis en este viaje y también de lo acertado de sus juicios. Las cartas que escribe a su madre son en verdad reveladoras:
Entiendo que aporto demasiado tarde la sonrisa de fraternidad, de la cual las poblaciones de las Antillas han estado privadas durante demasiado tiempo. […] Detrás de las atenciones, de la gentileza y de la afabilidad características del habanero se descubría su pensamiento político distanciado de la Corona. Vi que en Cuba nuestra causa estaba perdida definitivamente. […] Mi éxito personal es de naturaleza tan especial, que oculta una intención política; todos los gritos que oigo se dirigen a mí, y más aún a la mujer que a la infanta.[249]
Su estancia en Cuba constituyó un completo éxito. Las muestras de cariño a la infanta fueron unánimes. A los cubanos les agradaba aquella mujer que tuvo la valentía de hacer su primera aparición en la isla vestida con los colores de la bandera de los rebeldes cubanos. Cuentan que cuando la infanta Eulalia apareció en cubierta llevando un traje de color azul con bordados blancos y una fina cinta de terciopelo rojo en el cuello, las autoridades que la esperaban para desembarcar no pudieron evitar su asombro e inmediatamente le dijeron:
—Vuestra Alteza no puede desembarcar vestida con ese traje. Lleva los colores rebeldes, la bandera misma de la revolución. No, no puede descender del barco. Sería un escándalo.
Eulalia consideró que no tenía importancia aquella coincidencia y decidió no cambiarse de ropa. Nada sucedió. Tal vez más aplausos y vítores.
Eulalia siempre guardará un recuerdo muy especial de su estancia en la isla. La ciudad de La Habana fue testigo de una de las decisiones más importantes y también más escandalosa en la vida de la infanta:
Encontrándome en La Habana, una mañana, al abrir el correo de España, entre un montón de cartas había descubierto yo una que me intrigó profundamente y que hirió en lo hondo mi amor propio. Estaba dirigida a mi marido, escrita con letra torpe y su ortografía era bastante deficiente. Empezaba diciendo «Sielito mío», y terminaba con la firma de Carmela.[250]
Cuando Eulalia conoció la prueba de la infidelidad de su marido, algo que ya sospechaba, supo muy bien lo que debía hacer. De nada sirvió que tanto su hermana como su cuñada intentaran convencerla para que no se separase. También su madre le pide calma. Eulalia no puede entender cómo las mujeres de su familia piensan de aquella forma. Para ellas un matrimonio mal avenido no tiene la mayor importancia, podría ser considerado como un mal menor, como algo natural. Divorciarse, no. Divorciarse era algo que no debía hacer una infanta de España ni nadie. Verdaderamente, la decisión de la infanta de separarse de su marido escandalizaba a casi todos: mujeres, hombres, plebeyos o nobles. Pero ella siguió adelante.
Corría el año 1900 cuando la infanta Eulalia se va a vivir con su madre a París. La reina doña Isabel II no sólo la acoge con cariño sino que le escribe una carta al papa en un intento de que el pontífice anule el matrimonio de su hija.
Cuatro años vivirían juntas. En 1904 Isabel II muere en París. Después del fallecimiento de su madre Eulalia se va a vivir sola. Sus hijos estudian en la universidad alemana de Heidelberg, muy valorada por la nobleza europea. Comienza entonces su vida errante por las cortes europeas.
La «infanta bohemia y princesa andariega», como dice que la llamaba Fernando de Bulgaria, viene de vez en cuando a España. No es especialmente bien recibida, pero las relaciones con su cuñada siempre han sido buenas. Aunque en principio pueda sorprender un poco, debido a sus distintas personalidades, María Cristina de Habsburgo Lorena y Eulalia de Borbón se llevan bien. No conocemos lo que la reina Cristina pensaba de su cuñada, pero sí lo que ésta escribe de ella:
A España y a su rey los salvó María Cristina. A la nación, porque ayudó con su consejo, y a su hijo, porque con su carácter rectísimo dominó en él la sed de mando, el afán de gobernar, el deseo de autoridad que alentaba casi toda la Corte, que tomaba esta función de gobernar, no como deber y responsabilidad, sino como rito casi religioso.[251]
No sabemos cuál habrá sido la reacción de la reina María Cristina al conocer las noticias sobre la edición en Francia de un libro de su cuñada Eulalia, aunque la respuesta de su sobrino Alfonso XIII fue inmediata. El rey prohibió la difusión del libro y se publicó una Real Orden prohibiendo la entrada de Eulalia de Borbón en España.
Au fil de la vie es el título del polémico libro, en el que la infanta cuenta simplemente impresiones de la vida. Dedicando, ciertamente, especial atención a los problemas relacionados con el mundo femenino:
Ni de política ni de religión trataba yo en mi obra. Hablaba de lo que veía en torno mío al sentirme en un mundo que estaba dejando de ser y buscaba nuevas formas de ordenación. Mi contacto con intelectuales, profesores, novelistas, hombres de todos los climas y de todas las clases sociales, me hacía ver que el siglo XX no iba a seguir siendo una prolongación tranquila del anterior. A los que vivían encerrados en el prejuicio de sus privilegios formales, en la vida artificial de un mundo inactual, pudo parecer herejía lo que era realidad circundante en el mundo de los demás, que vive, corre y se agita en su marcha hacia el porvenir.[252]
Existían determinados aspectos en el libro que no podían sentar bien en una sociedad conservadora como la española y el malestar se agravaba al estar escrito por una infanta, por una tía del rey.
Eulalia hablaba de la emancipación femenina para que las mujeres pudieran vivir como los hombres. Abogaba por la autonomía económica de la mujer, imprescindible para dejar de ser una propiedad más de los hombres. Ella conocía la situación de mayor libertad de las americanas y deseaba lo mismo para el resto de mujeres. Pensaba que las sociedades serían mucho más justas si cambiaban su actitud con respecto a la población femenina. No escapa a su análisis el tema del divorcio, mostrándose partidaria del mismo. Ella padecía el problema. Vivía separada de su marido pero no podía divorciarse.
La infanta Eulalia de Borbón fue valiente y sincera al exponer sus ideas en aquel libro que la mantuvo alejada de España once años, hasta que en 1922 su sobrino, el rey Alfonso XIII, decidió perdonarla permitiéndole regresar.
Al principio realizó visitas cortas, pero en 1925 compró una casa en San Sebastián. Eulalia decía que según iban pasando los años y se hacía mayor sentía un especial atractivo por el país en que había nacido. Desde entonces su vida discurrirá entre España y Francia, porque aunque vendió su casa de París sigue pasando temporadas allí, en una pensión de damas, la villa Saint Michel.
En París se enteró de que en España había sido proclamada la república. En París esperó la llegada de la reina Victoria Eugenia y más tarde la de don Alfonso XIII.
Estos eran sus sentimientos ante lo sucedido en 1931:
Si como Princesa lastima profundamente mis convicciones, como española me enorgullece por la civilidad de que se hizo alarde, no sólo por el pueblo todo, sino por Alfonso XIII, que una vez más puso por sobre todo y antes que nada España. La Patria es de todos y no tiene bandera de partido.[253]
En 1940, finalizada la guerra civil, Eulalia de Borbón se traslada a vivir definitivamente a España. Elige San Sebastián.
Hacia 1950 manda construir una residencia en Fuenterrabía, villa Ataulfo, donde murió en 1958.
Sin duda la infanta Eulalia era distinta. Al observar su comportamiento en la última etapa de su vida inevitablemente se perciben grandes diferencias de personalidad con respecto a otros miembros de su familia. Cuando en 1931 las autoridades de la República autorizaron a su hermana, la infanta Isabel, la Chata, a quedarse en Madrid debido a su crítico estado de salud ésta se negó, no podía seguir viviendo en un país que rechazaba a su familia. Sin embargo, en 1940, la infanta Eulalia reside en España, claro que la situación política no era la misma: a la República le había sucedido la dictadura.
De todas formas, Eulalia de Borbón siempre había afirmado:
No dejaré de ser española porque una ley haya tratado de privarme de un infantazgo que tengo por nacimiento. Por encima de las variables leyes humanas están las divinas, y Dios me hizo española y como tal siento y aguardo y viviré hasta el fin de mis días.[254]