ROSARIO DE ACUÑA

¿Diabólica masona o idealista librepensadora?

(Madrid, 1851-Gijón, 1923)

¿Es que no hace falta un esfuerzo para pensar sólo en cosas mediocres ante el espectáculo del mar o de la noche?

Maeterlinck

Escritora y pensadora, Rosario de Acuña se convirtió en una figura polémica de su tiempo. Una mujer que se atrevió a abandonar a su marido por probada infidelidad. Una mujer que nació condesa y jamás utilizó su título nobiliario; que abandonó la ciudad por la paz del campo, que fue una «bruja demente» o «una diabólica masona» para un sector social, mientras que para otros sería la escritora comprometida, la idealista librepensadora. ¿Cómo era Rosario de Acuña? ¿Cuál fue su verdad?

Nacida en Pinto en 1851, Rosario fue la única hija de Felipe de Acuña y Dolores Villanueva. Condesa por herencia familiar y descendiente del obispo Acuña, famoso líder del movimiento comunero, Rosario creció en el seno de una familia culta y liberal. Una grave afección ocular estuvo a punto de dejarla ciega, causándole serias dificultades y molestias en la visión durante más de veinte años. Su enfermedad la hizo encerrarse en un mundo interior, y probablemente robusteció las relaciones con sus padres.

Siendo aún adolescente Rosario ya escribía poesías. Cuánto disfrutaría su padre aquella tarde en el Ateneo:

El alma de María, siempre libre, grande, elevada, amante y soñadora, busca la luz, como la alondra, y canta, a medida que al cielo se levanta, al fuego del amor que la enamora.[209]

Rosario de Acuña era la primera mujer a quien el Ateneo de Madrid dedicaba una velada poética. Rosario leyó en aquella memorable ocasión fragmentos de su poema «Sentir y pensar» y otras composiciones ya conocidas.

La acogida fue extraordinaria. Los diarios madrileños se hicieron eco del acontecimiento. Pasado el tiempo se tergiversará el recital de poesía de Rosario de Acuña. El político, periodista y escritor Andrés Borrego escribiría años después sobre la comparecencia de Rosario de Acuña en el Ateneo:

El elemento viejo, frío y escéptico de la casa, esa huera derecha que vino al mundo sin ideas y sin ellas se pasa, sintió un latigazo en la cara al oír aquella voz femenina, vibrante y conmovida, que fustigaba, en versos admirables, los vicios y miserias de esa moral que reviste las formas más hipócritas. […] Todavía se les eriza el escaso pelo a los abuelos de la Patria al recordar aquella herejía consumada por una excomulgada, en plenas barbas de un Ateneo presidido por Cánovas.[210]

Indudablemente este comentario de Andrés Borrego no respondía a la realidad. Los versos leídos por Rosario eran sencillos, incluso ingenuos. Borrego pudo haber escrito este comentario con la única finalidad de criticar a la derecha, pero califica a Rosario de excomulgada, ¿qué había sucedido en la vida de Rosario de Acuña durante estos años? Porque la manipulación de la actuación de la escritora en el Ateneo no constituirá un caso aislado: la figura y la obra de Acuña sufrirán a partir de entonces todo tipo de distorsiones. ¿Por qué la obra y el comportamiento de Rosario provoca semejante rechazo?

Rosario de Acuña era una persona famosa y admirada. Cuando aún no había cumplido los veinticinco años, el estreno en el Teatro del Circo de Madrid de su obra Rienzi, el tribuno convirtió a Rosario de Acuña en una celebrada escritora:

El estreno de Rienzi, el tribuno causó gran curiosidad en el público madrileño porque hacía más de veinte años que ninguna mujer estrenaba en un teatro de primera categoría. La acción se representaba en un tiempo pasado, en el siglo XIV, en una ciudad del extranjero, Roma. Rienzi era un motivo, un ejemplo para demostrar cómo las masas populares ensalzan a los héroes y después los destruyen.

La obra tuvo tal éxito que en el segundo acto Rosario de Acuña tuvo que salir a saludar.[211]

Las comentarios fueron excelentes. El crítico Asmodeo escribía:

Si no lo hubiera contemplado con mis propios ojos, si no hubiese visto aparecer una y otra vez en la escena a aquella graciosa joven de semblante risueño, de mirada apacible, de blanda sonrisa y ademán tranquilo y sereno, no hubiera creído nunca que Rienzi era inspiración de una musa femenil.[212]

Cuando la noche del estreno de Rienzi preguntaron a José Echegaray por la autora dijo:

Una maravilla no se parece a ninguna de las safos del siglo; hace resonar los viriles acentos del patriotismo, y siente la nostalgia de la libertad como si fuera un correligionario de Don Manuel Ruiz de Zorrilla. Una mujer muy poco femenina.[213]

Emilio Gutiérrez Gamero, que era quien entrevistaba a Echegaray, le replicó:

No lo crea, Don José. Tiene la muchacha novio y está muy enamorada[214].

Rosario de Acuña se casó aquel mismo año, 1876, con el comandante Rafael de la Iglesia. Rosario era ya una escritora famosa, una joven aristócrata que aunque no respondía al ideal de mujer de la época era aceptada por la sociedad.

Poco duró su felicidad de casada. Muy pronto iba a descubrir la infidelidad de su marido. Un día, Rosario pensó darle una sorpresa a su esposo y se desplazó a la ciudad donde éste estaba destinado temporalmente. Cuando ilusionada preguntó en el hotel por don Rafael de la Iglesia le dijeron que hacía sólo unos minutos que había salido con su esposa. Rosario de Acuña no quiso saber nada más de aquel ser despreciable y, aunque nunca formalizó su separación, jamás volvió a vivir con él.

Tomar una decisión de este tipo en aquel tiempo no debió de ser fácil, pero lo hizo. Fueron años difíciles para ella, primero el fracaso matrimonial y después, y sobre todo, la muerte de su padre. Rosario tardaría mucho en recuperarse de este golpe:

Padre mío; donde quiera que sea, eres. Mientras yo aliente tú alentarás en mí; o por la fe que me des subsistiendo en otra vida, o porque tu ser en herencia reside en mi ser. ¡Toda yo soy tuya, padre mío![215]

Rosario apacigua su dolor escribiendo sobre su padre. Ya no es una niña y la vida ha ido dejando huella en su corazón. Cada día es más consciente de la realidad de las mujeres. Rosario es valiente y decide protestar: envía una carta al semanario Las Dominicales del Libre Pensamiento, órgano de expresión del movimiento librepensador en España, que publicará el escrito de Rosario en primera página:

¡Defender la libertad de pensamiento sin contar con la mujer! ¡Regenerar la sociedad y afirmar las conquistas de los siglos sin contar con la mujer! ¡IMPOSIBLE! YO me contentaré con combatir a los enemigos, sean los que fueren, de la ilustración de la mujer; de la dignificación de la compañera del hombre.[216]

Rosario defendía la emancipación de la mujer y se identificaba con los postulados librepensadores. La carta de Rosario de Acuña aparecida en Las Dominicales del Libre Pensamiento suscitó gran número de adhesiones entre las logias masónicas. Masonas de diferentes logias desarrollaron, entonces, una intensa labor de captación; todas querían contar con Rosario de Acuña:

Cuando Rosario de Acuña va a dar un ciclo de conferencias a Alicante será invitada por tres de las cinco logias que había en esa ciudad, y una de ellas, «La Constante Alona», tenía una cámara de adopción con 17 masonas y van a ser éstas, a través de una escritora que firmaba con el nombre simbólico de «Juana de Arco», la que va a provocar su iniciación. Una iniciación absolutamente irregular; en dos días resuelven todos los informes, que no son los correctos, la inician y al día siguiente se va. Es todo el contacto que va a tener directo con esta logia, luego, sí mantendrá correspondencia y publicará en su revista.[217]

Rosario de Acuña ingresó en la masonería. Lo hizo en la logia La Constante Alona de Alicante. Tenía 36 años. Su decisión provocó un gran escándalo, porque aunque la masonería estaba permitida y amparada por la Constitución de 1876, en la que se garantizaba la libertad de expresión, reunión y asociación, los sectores más influyentes de la sociedad seguían sancionando de facto la militancia masónica.

La Iglesia, a través del papa León XIII, consideraba la masonería como una sociedad secreta que pretendía destruir el orden civil establecido por el cristianismo para crear, a su manera, otro nuevo basado en leyes sacadas del naturismo.

Rosario de Acuña era consciente de esta realidad. Sabía muy bien cuál iba a ser la reacción de la sociedad pero no le importó. Era una mujer valiente, auténtica y progresista. En la masonería encontró mujeres afines, mujeres que como ella luchaban por la igualdad de sexos. Después de su ingreso en la masonería Rosario seguirá escribiendo, pronunciando conferencias e interviniendo en actos públicos organizados por la masonería. Rosario había asumido la defensa de la mujer. Fue en ese tiempo cuando Rosario escribió un nuevo drama: El padre Juan. En él, la autora manifiesta sus deseos de cambiar la sociedad, ataca sin concesiones los intocables esquemas burgueses y critica despiadadamente a la iglesia Católica como institución manipuladora y moldeadora de conciencias. Ninguna compañía se atrevió a estrenar aquella obra y Rosario decidió crear la suya propia. Alquiló el Teatro de la Alhambra de Madrid y ella misma dirigió a los actores. El padre Juan se estrenó en abril de 1891. El éxito fue clamoroso y el escándalo también.

La valentía de Rosario de Acuña era algo de lo que nadie dudaba, pero después de conocer el contenido de la nueva obra la mayoría pensaba que el probado valor de la autora se había convertido en locura. Nadie en su sano juicio podía atreverse a escribir aquella trama en la que las ideas librepensadoras de la pareja protagonista van a escandalizar al pueblo, ya que, entre otras cosas, quieren casarse por lo civil y construir un balneario en el manantial de aguas milagrosas del lugar. El desenlace, propio de una tragedia, desvela que el cura del pueblo, el principal enemigo de los jóvenes, es en realidad el padre del muchacho.

El escándalo que se organizó en el estreno de El padre Juan fue tal que poco después de concluir la representación llegaba un comunicado del gobernador civil ordenando la clausura del teatro y la interrupción de las funciones.

Sería a partir de entonces cuando la figura y la obra de la escritora sufrirían todo tipo de distorsiones. La sociedad madrileña comenzó a hacerle el vacío. Los sectores más conservadores y la aristocracia no podían perdonar que uno de los suyos —Rosario era condesa— se atreviese a protagonizar aquel escándalo. Cuando al poco tiempo abandonó Madrid, Rosario de Acuña era poco menos que una exiliada en su propia ciudad. Acompañada de su madre se instaló en Cueto. Allí, a las afueras de Santander, Rosario se dedicó a trabajar en la avicultura sin olvidar sus preocupaciones sociales.

Y Rosario volvió a sorprender a todos por su modernidad. Su mente, siempre abierta a nuevas ideas, la llevará a experimentar en el mundo de la avicultura. Rosario defendía las pequeñas explotaciones como fuente de ingresos para las familias campesinas. No estaba muy de acuerdo con la avicultura conservadora, que postulaba el aislamiento de razas. Rosario abogaba por el mestizaje, decía que la selección sí, pero antes la variabilidad:

Empezaba a hablar de mestizaje, lo que llamamos hoy hibridismo; separaba las aptitudes de las gallinas para producir huevos, para producir carne, incluso para las razas ornamentales, muy vistosas, pero realmente poco productivas tal como ella misma decía e intuyó que ésta podía ser una labor estupenda para la mujer campesina.[218]

No fueron sólo sus trabajos en la avicultura los que dibujaron los trazos modernistas de su personalidad. Rosario de Acuña era también en sus aficiones una mujer innovadora. Si no la primera, fue una de las primeras mujeres que en España practicó el montañismo. Rosario de Acuña está considerada como una de las pioneras en el descubrimiento de los Picos de Europa. Así describe sus impresiones:

Estábamos sobre la misma cumbre, en el remate mismo de la crestería de piedra con que se yergue, como atleta, no vencido, el Evangelista, uno de los colosos de la cordillera Las Peñas de Europa. Sentíamos la felicidad de aquella elevación. Jamás el alma se había sentido más soberana de sí misma; por un momento la tierra entera nos presentó sus contornos, su historia, su principio, su fin. […] El Cosmos surgía allí, eterno, infinito anonadando nuestra pequeñez de átomos con sus inmensidades de Dios.[219]

En Cueto, en medio de la naturaleza y al lado del mar, Rosario encontró el sosiego; pero un día la muerte volvió para llevarse a la persona a quien estaba más unida. La desaparición de su madre le arrastró a una profunda crisis. Rosario escribió su testamento:

Habiéndome separado de la religión católica por una larga serie de razonamientos derivados de múltiples estudios y observaciones, quiero que conste así, después de mi muerte, en la única forma posible de hacerlo constar, que es no consintiendo que mi cadáver sea entregado a la jurisdicción eclesiástica testificando de este modo, hasta después de muerta, lo que afirmé en vida con palabras y obras, que es mi desprecio completo y profundo del dogma infantil y sanguinario, cruel y ridículo, que sirve de mayor rémora para la racionalización de la especie humana.[220]

El testamento de Rosario de Acuña escandalizó a muchas personas. Nadie que conociera el contenido podía quedar indiferente ante la dureza de aquel texto, última voluntad de una mujer.

Rosario quiere dejar constancia de su pensamiento racionalista, y sin duda es consecuente con sus ideas, aunque hay algo que sorprende. Rosario de Acuña era una persona sensible y muy espiritual; creía en el dios de la naturaleza, profesaba la doctrina deísta, anhelaba la inmortalidad del alma y respetaba las creencias de los demás. Siempre fue respetuosa con todas las creencias. En alguno de sus libros se puede leer:

Todas las religiones llevan en sí un fondo de verdad divina. En todas se habla de la inmortalidad del alma, todas ellas persiguen un mismo fin, todas pretenden conocer a Dios y sumarse a Él. No hay, pues, ninguna despreciable, ni ajena a la capacidad pensante de la especie humana.[221]

Si escribe que todas las religiones llevan en sí un fondo de verdad divina, ¿por qué Rosario ataca de esa forma tan despiadada a la católica? Está claro que había profesado esta religión y muchas veces los desengaños dejan huellas imborrables.

Después de la muerte de su madre, Rosario no soportaba seguir viviendo en Cueto. Por ello, aceptando una invitación del Ateneo Obrero de Gijón, decidió trasladarse a esta localidad asturiana. Con la ayuda de muchos compañeros masones mandó construir una casa en las afueras de la ciudad. Allí, en un promontorio sobre el mar Cantábrico, Rosario encontró el lugar ideal para conseguir la ansiada paz, pero aún habría de afrontar el exilio. Todo comenzó con aquella noticia aparecida en la prensa que decía:

Caballeros estudiantes insultaron de palabra y obra a seis estudiantas de la facultad de Filosofía y Letras.[222]

Rosario reaccionó escribiendo una carta a un amigo periodista, Luis Bonafoux, que vivía en París. Bonafoux publicó la carta de Rosario, que reprodujo el diario El Progreso de Barcelona. Rosario de Acuña acusaba a los estudiantes españoles de tener miedo a que las mujeres adquirieran conocimientos:

¿A quién se le ocurre ir a estudiar a la Universidad? ¡Dios nos libre de las mujeres letradas! ¿A dónde iríamos a parar? ¡Tan bien como vamos en el machito! ¡Pues qué! ¿Es acaso persona una mujer? ¿No andan ya los sabios a vueltas para ver si es posible sustituirlas por engendradoras artificiales?[223]

Al día siguiente de aparecer la carta en la prensa comenzaron en Barcelona las protestas estudiantiles que se extendieron a otras ciudades. La manipulación política fue evidente. Al final, el artículo de Rosario terminó ante los tribunales, y a ella, que había huido a Portugal, se la procesó en rebeldía y fue condenada a prisión:

Después de cuatro años, el conde de Romanones, presidente del Gobierno, decidió indultarla. Cuentan que Romanones justificó el indulto diciendo: «Rosario de Acuña que debe tener más años que un palmar ha de volver a la Patria, porque es una figura que la honra y enaltece».[224]

A su regreso del exilio Rosario de Acuña se instaló definitivamente en Gijón. Tenía 64 años y aún le quedaba mucho por hacer.

En Gijón participó en actividades culturales y sociales, todas relacionadas con el mundo obrero y el librepensamiento. Participó junto con el político Melquíades Álvarez en la inauguración de las Escuelas Neutras Graduadas. Para Rosario de Acuña la enseñanza confesional era hostil a la fraternidad humana porque sembraba el odio sectario. En las Escuelas Neutras, según el político Melquíades Álvarez, se respetarían todas las religiones y no se enseñaría ninguna, porque respetarían también la libertad de conciencia.

Las Escuelas Neutras tuvieron que luchar contra la oposición del clero y de un importante sector social. Los profesores que se decidían a impartir clases en estos centros sabían que se exponían a no ascender en el escalafón de maestros nacionales.

En las Escuelas Neutras recibirían su educación los hijos de los obreros gijoneses. Aquellos obreros que todos los primeros de mayo, después de las celebraciones, acudían a casa de Rosario de Acuña porque ella seguía siendo un punto de referencia para ellos y también para los liberales y progresistas.

El primero de mayo de 1923 Rosario de Acuña los recibió animada como siempre y les pidió un favor:

A vosotros, por ser los míos, os pido que en vuestro cuadro artístico ensayéis mi obra El padre Juan y la pongáis en escena de modo que, cuando me muera, quede en recuerdo póstumo de mi paso por la tierra.[225]

Con 72 años Rosario de Acuña todavía seguía soñando con volver a ver en los escenarios El padre Juan. Aquella obra que el Gobierno había censurado por considerarla racionalista.

Cuatro días después de hacerles aquel comentario Rosario de Acuña fallecía de una embolia cerebral. Los obreros gijoneses quisieron tributarle un homenaje póstumo a su amiga y dos meses más tarde, en julio, la Sección Artística Obrera del Ateneo representó en el Teatro Robledo de Gijón El padre Juan.

Cumpliendo la última voluntad de Rosario de Acuña, su cuerpo fue depositado en el cementerio civil. En la sepultura sólo un ladrillo con sus iniciales. Muy cerca, como un sencillo homenaje, una placa de una asociación de mujeres que lleva su nombre y que a pesar de sus deseos de anonimato Rosario de Acuña hubiera aceptado complacida, pues ella misma escribió un día:

Feliz si allá en los siglos que vendrán, las mujeres elevadas a compañeras de los hombres racionalistas se acuerdan de las que haciendo de antemano el sacrificio de si mismas, empeñaron la bandera de su personalidad en medio de una sociedad que las considera mercancía o botín.[226]