Carmen
Ella fue la primera en saber lo que pasaba. Cosas que tiene haber vivido en el Kirkwall durante los últimos meses. Estaba saliendo al pasillo para ir en busca de su botella explosiva cuando oyó el sonido de las campanas de viento tibetanas en la planta de abajo.
—¡Alguien ha abierto la puerta principal! —gritó.
Entonces miró al fondo del pasillo y vio que el puesto de vigilancia de Amelia estaba vacío.
—¡Amelia!
Echó a correr con la escopeta en la mano mientras escuchaba a Dave gritándole algo. Pero no quiso detenerse. Bajó la escalera a grandes zancadas y notó el frío de la calle casi antes de poner el pie en la alfombra de color borgoña del pasillo distribuidor.
Dave le dio alcance antes de que pudiera acercarse.
—Iré yo —dijo.
—Tú no —respondió Carmen a Dave, poniéndole la mano en el pecho—. Quédate escondido. Eres nuestra mejor baza y no estás para hacer esfuerzos.
Dave la miró y ella notó casi un atisbo de sorpresa en su rostro. Quizás ese inteligente y hábil soldado se sorprendía de que una mujer en la treintena, sin demasiada musculatura ni entrenamiento, tuviera los ovarios de darle una orden así. Pero la noticia sobre la muerte de Charlie, que no por temida había dejado de sorprenderla, había conseguido dar una última vuelta de tuerca en su cabeza. Era como si a Carmen, ya, definitivamente, todo le importara una santísima mierda.
Se dirigió al umbral de la puerta y vio a Amelia caminar en la noche, muy despacio, apoyándose en su bastón.
—Amelia —la llamó Carmen.
Ella no respondió. Levantó su mano, como diciendo: «Déjame».
Después se plantó a unos metros de Lorna y Keith Nolan, que aparecían como dos siniestras siluetas obstruyendo la luz de los focos de la GMC. Al fondo, Carmen reconoció a algunas mujeres del pueblo, comenzando por Theresa Sheeran. También, para su sorpresa, estaba Gareth Lowry acompañando a su mujer, Elsa.
—Bien —dijo Amelia—. Pues me alegro de que hayáis venido unos cuantos, Nicoleta, Elsa, Neph…, porque tengo algo que deciros a todos. Habéis venido a la puerta de mi casa amenazando con la fuerza. Y yo os voy a responder con otra clase de fuerza: la de la verdad y la razón.
La imagen de esa mujer frágil y pequeña enfrentándose al resto pareció invocar al viento, que paró en seco por un instante.
—Sí, estoy dando cobijo a un hombre, es cierto. Y también es cierto que ese hombre mató a John Lusk. Lo que su hermana Lorna no os ha contado es que fue un acto en defensa propia.
—¡Lo veis! —gritó Lorna dirigiéndose a su público—. ¡Lo veis! ¡Teníamos razón!
—¡No he terminado de hablar! —gritó Amelia, sacando unas impresionantes fuerzas de su pequeño cuerpecito—. Ese hombre es inocente. No es ningún asesino. Es un soldado y su misión era custodiar esa caja que los pescadores encontraron a la deriva en alta mar. Venía con ella en un avión y sufrieron un accidente. Yo misma escuché su llamada de auxilio por radio hace unas cuantas noches, pero nadie quiso creerme. Este soldado fue el único superviviente y logró llegar a St. Kilda a bordo de una lancha hinchable que, cuando se os bajen un poco los ánimos, podría enseñaros. Lorna la tiene oculta en su cottage.
La gente permanecía callada.
—Los hermanos Lusk lo sacaron de los acantilados, pero lo han tenido secuestrado literalmente, atado de pies y manos a una cama, hasta que esta mañana Carmen y Bram lo han descubierto y liberado. Desafortunadamente, John ha resultado muerto, pero lo que me dicen es que ha intentado asesinar al soldado mientras permanecía atado a la cama.
—¡Mentiras! ¡Mentiras! —gritó Lorna—. Lo atrapamos robando en el establo. Quizás buscaba comida, pero es mentira eso de…
—¡Cierra tu maldita boca de serpiente, Lorna Lusk! —exclamó Amelia—. ¿Quién se va a creer que alguien vendría a esta isla a robar nada?
—Puede que no se trate de eso —dijo Nolan—. Quizás sea un huido de la justicia.
—Ese hombre es un soldado —dijo Amelia— y se quedará en mi hotel, bajo mi protección, hasta que amaine esta tormenta y pueda llamar a Scotland Yard yo misma. Que vengan ellos y lo aclaren todo. Y os garantizo que tendrán mucho que aclarar: de entrada, el ataque a Bram en su propio cottage. McGrady y sus amigotes lo dejaron herido e inconsciente en el suelo y se llevaron un equipo de soldadura.
Los pescadores permanecían inmutables, con sus rostros ocultos en aquellas gabardinas, pero Carmen vio las caras de algunas mujeres del pueblo. Se miraban entre sí, dubitativas.
—Y el asesinato de Lomax. Que es físicamente imposible que lo hiciera el soldado, pues estaba malherido y atado a una cama en el cottage de los hermanos Lusk cuando todo eso sucedía. Además, tenemos evidencias de que pudo ocurrir en la oficina municipal.
Eso pilló a Nolan absolutamente desprevenido.
—¿Qué?
—Lo que oyes, Keith.
—¿Cómo sabes lo de Lomax? —preguntó una de las mujeres, desde el fondo. Era Elsa Lowry—. ¿Cómo puedes saber dónde lo mataron?
El tono de voz de la esposa de Lowry delató que Amelia había logrado sembrar la duda, al menos entre las mujeres. Carmen se imaginó que su marido estaría apretando el culo en ese mismo instante.
—¡Es todo una maldita mentira! —gritó Lorna—. ¿Es que no veis que están intentando manipularnos? ¡Theresa, por favor, di algo!
—Rápida e ingeniosa es la lengua de falso profeta… —empezó a decir Theresa Sheeran, pero las propias mujeres que venían tras ella la mandaron callar.
—Dejadla hablar —opinó alguien.
Amelia esperó un instante a que la multitud se apaciguase. Alzó la mano como para pedir parlamento, pero en ese instante ocurrió algo que detuvo bruscamente su palabras. Algo que silbó por el aire, bastante rápido y que impactó en Amelia Doyle.
Su cabeza se ladeó violentamente y soltó un quejido echándose las manos a la cara. Todos pudieron ver su bastón tambaleándose unos instantes antes de caer al suelo. Y Amelia fue detrás de él. Se derrumbó en el suelo de gravilla con las manos aún sobre su rostro.
—¡No! —gritó Carmen.
Aterrorizada, arrancó a correr hacia su amiga, que se había quedado inmóvil sobre el sendero de la entrada. Carmen aterrizó allí con las rodillas. Amelia estaba boca arriba con las manos protegiéndose el rostro. Comenzó a gemir de dolor mientras Carmen intentaba apartarle las manos, pero ella se resistió. Finalmente Carmen consiguió mover una de las manos y vio la herida, terrible, oscura… un amasijo de carne y un ojo triturado, en ruinas…
—Pero ¿qué habéis hecho? ¿Qué…?
Entonces distinguió una bola metálica en el suelo, junto a la cabeza de Amelia. La recogió. Era una rodadura y estaba bañada en sangre. Alguien debía de haberla lanzado con algo, un tirachinas posiblemente.
—¡Socorro! —gritó Carmen.
Entonces notó la mano de Amelia sobre la suya.
—Llévame a mi casa —le dijo con un hilo de voz—. Llévame al hotel.
Nadie de los presentes se movió. Ni siquiera Keith Nolan, que estaba a muy pocos metros de Amelia. Pero entonces Carmen oyó a alguien corriendo sobre la gravilla a su espalda.
Era Dave.
La aparición provocó una consternación general entre la docena y media de personas que habían sitiado el Kirkwall aquella noche.
—¡Es él! —gritó Lorna al verle—. ¡El mismísimo diablo que mató a mi John!
Nolan alzó su escopeta, pero al mismo tiempo se oyó un fuerte disparo desde lo alto. La gravilla saltó por los aires a unos pocos metros del sheriff.
—¡Que nadie se mueva o le vuelo la cabeza! —exclamó Bram desde la ventana.
Dave llegó junto a ellas. Observó a Amelia.
—No puedo llevarla yo solo —dijo señalándose el pie—. La cogeré de las manos, tú de las piernas, ¿vale?
Carmen lo hizo. Al alzarla, vieron que Amelia ni siquiera respondía al movimiento. Su cabeza cayó hacia atrás como un objeto inanimado.
—¡Mirad cómo va vestido! —gritó Lorna Lusk—. ¿Os parece un soldado? ¿Theresa?
—¡Ellos verán su rostro y su nombre estará en su frente! —vociferó Theresa Sheeran—. ¡La bestia y su marca!
—El demonio eres tú, maldita zorra —le replicó Carmen.
Se apresuraron hasta el hotel y, cuando llegaron a la puerta, los pescadores ya habían comenzado a caminar tras ellos muy lentamente, encabezados por Nolan y por Lorna Lusk. Theresa Sheeran fue la única que se despegó de la fila de los fanáticos, y lo hizo blandiendo su cruz, convencida de estar enfrentándose al mismísimo Satán. Nicoleta McRae, el matrimonio Lowry y otras dos mujeres ni se movieron.
Carmen y Dave entraron a Amelia en el hotel. Carmen apoyó los pies de la anciana en el suelo y fue a cerrar la puerta. Al hacerlo, vio a Lorna señalándola con una sonrisa enloquecida.
—Vamos —gritaba la horrible mujer—. Demos a esos hijos de Satán su merecido.