Carmen
Se habían esperado muchas cosas menos oír el timbre de la puerta. Sonó una vez, después descansó, luego volvió a sonar. Y todos guardaron silencio.
—No abras —dijo Amelia—. Primero asómate por la ciento seis.
—¿Está abierta? —preguntó Carmen.
—Sí —dijo Amelia—. Están todas abiertas.
Carmen hizo exactamente eso. Salió al pasillo, miró a un lado y al otro, después caminó hasta la habitación. Entró y se acercó muy despacio a la ventana, que estaba cubierta de gotas de agua que vibraban nerviosamente aplastadas por el viento.
Abajo, frente a la puerta, había dos personas. Una de ellas iba totalmente cubierta con una de esas gabardinas; no obstante, lo reconoció: Nolan. El otro era Lowry.
Verlos llamando educadamente a la puerta del hotel Kirkwall produjo sensaciones encontradas en Carmen. Por un lado era como si, dentro de aquella pesadilla, algo hubiera vuelto a recobrar la normalidad. «Vendrán a decirnos que tenemos razón». Pero, por otra parte, la gabardina calada de Nolan no presagiaba nada bueno.
—Lowry y Nolan —dijo de regreso a su habitación, donde estaban todos reunidos y expectantes.
—¿Solos? —preguntó Bram.
Carmen asintió.
—¿Estás segura? —insistió Dave.
El soldado estaba tumbado en la cama, desnudo y tapado con dos gruesas mantas. Didi estaba sentada a su lado. Había pasado la tarde curándole diferentes heridas por todo el cuerpo (aunque para las más importantes, las de su «monstruoso» pie derecho, iban a necesitar algo más que algodón humedecido con antiséptico).
—Hasta donde llega la vista parece que sí —respondió Carmen—. Parece que vienen en son de paz.
La campana volvió a sonar en ese instante.
—Yo no me fío un pelo —dijo Bram cogiendo la escopeta.
—Yo tampoco —dijo Dave.
Dicho esto, se puso a toser. Era una tos cavernosa que terminaba en una aspiración asmática. Levantó la mano como diciendo: «Esperad a que se me pase».
Después de unos segundos, pudo volver a hablar:
—Es mejor que no parezca que los estamos esperando. Bram, quédate donde no te vean, pero en un lugar que puedas disparar si hace falta. Carmen, abre la puerta. Didi, tú acompáñala y ten las manos libres para ayudar a cerrar la puerta por si intentan algo.
Las órdenes rápidas y precisas de Dave lograron amortiguar un poco el miedo que todos sentían.
Carmen se apresuró por el pasillo, andando casi como un robot. Aún le dolían las manos y las muñecas del brutal golpe que le había propinado a John Lusk. Pero, sobre todo, seguía conmocionada por el hecho de haber matado a ese hombre.
«Asesina».
Enfiló las escaleras y en ese instante sintió que se mareaba, como si estas se retorcieran igual que un tobogán. Se agarró a la barandilla y bajó muy despacio. Era como si su mente no pudiera más pero su cuerpo se empeñara en llevarle la contraria.
«Fue en defensa propia. Defensa propia. Repítelo mil veces, a ver si dejas de sentirte como una asesina».
Bram la seguía detrás. Una vez abajo, dio un rodeo hasta situarse en la recepción, con la espalda pegada en la pared y la escopeta apoyada en el mostrador. Didi se puso al otro lado, en el costado contrario al sentido de la puerta. La campana sonó una vez más y Carmen los miró a los ojos por un instante. Los dos estaban tan muertos de miedo como ella. Después tragó saliva y tiró del pasador.
Nolan y Lowry esperaban al otro lado, en silencio, bajo la llovizna. Nolan con su impermeable amarillo y la capucha puesta. Lowry no parecía haber caído en esa moda de los impermeables; vestía una parka de color caqui con la que Carmen ya le había visto en un montón de ocasiones.
Entreabrió la puerta y la bloqueó con la puntera de su pie izquierdo. No hizo ningún ademán por invitarlos a entrar.
—¿Sí? —preguntó, y notó que su voz sonaba muy poco hospitalaria.
Nolan alzó la vista e intentó mirar por encima de su hombro. Carmen percibió que sostenía algo con las manos, debajo de su gabardina. ¿Un arma?
—Hola, Carmen… —empezó a decir Lowry—. Verás, esto… ¿Cómo va todo? ¿Podemos entrar?
Parecía muy nervioso. Le temblaba la voz.
—Déjanos pasar —dijo entonces Nolan, mucho más templado.
Carmen casi pudo sentir cómo Bram apretaba la culata de su escopeta al escuchar aquello, pero hizo oídos sordos a esa última petición. Nolan hablaba sin separar mucho los labios y de todas formas nunca le había logrado entender del todo.
—¿Qué es lo que queréis? —les preguntó.
—¿Cuánta gente hay en el hotel? —dijo Nolan sin dejar que Lowry abriera la boca.
—Estamos Amelia, Bram, Didi y yo. ¿Por qué?
El sheriff seguía con la vista clavada en el fondo del pasillo de la entrada, donde nacían las escaleras, intentando atisbar algo.
—¿Sabéis algo de Charlie Lomax? —preguntó entonces Carmen.
Le pareció que era una pregunta lógica dentro de su «actuación». Esta vez fue Lowry el que se hizo el sueco y siguió con lo suyo:
—Verás, Carmen, ha ocurrido algo esta madrugada. Algo bastante terrible.
—Han asesinado a John Lusk —agregó Keith Nolan.
Aquello fue un alivio para Carmen. Nolan y Lowry, a juzgar por su forma de expresarse, no traían ninguna acusación… Al menos, no todavía.
—¿John?, ¿el hermano de Lorna? —dijo ella intentando hacerse la sorprendida.
Gareth Lowry asintió.
—Alguien lo mató a cuchilladas en su propia casa. Creemos que fue un hombre, un extraño que después escapó.
—¿Un extraño?
—Alguien que ha llegado a la isla no sabemos muy bien cómo… Puede que escondido en el último ferry. Creemos que es un fugado de la justicia o algo así. Lorna nos dijo que le sorprendieron robando en su establo y que lo habían retenido allí, pero ha debido de soltarse. Ha matado a John y ahora no sabemos dónde puede estar.
Dijo todo aquello sin apartar sus ojos de los de Carmen, que se las arreglaba para mantener su rostro absolutamente inmóvil. No quería ni pestañear. Notaba que Lowry estaba escudriñando cada uno de sus gestos.
—Lorna dice que alguien debió de ayudarle —dijo entonces Nolan en un tono mucho más directo y acusatorio—. Había marcas de neumáticos.
—Sí —dijo Lowry—. Eso…
—¿Qué?
—Verás, Carmen, Lorna y Zack encontraron un rastro de roderas en su terreno. Era muy reciente, hierba aplastada esta misma mañana, y dicen que no es de su coche. Y, bueno, en la isla solo hay tres vehículos en activo, quitando el tractor de Brosnan (pero reconoceríamos el grosor de sus ruedas). Los otros son la grúa de los Lusk, mi coche (que no arranca) y el vuestro.
—Que tampoco arranca —replicó Carmen.
—Pues Lorna dice que ayer estuvisteis en su casa —replicó Nolan.
—Ayer arrancaba, sí. Pero hoy…
—¿Lo habéis conducido hoy? —inquirió Nolan.
Carmen se dio cuenta de que se había metido ella sola en un atolladero. Y lo notó en los rostros de Lowry y Nolan. Ambos sabían que ella mentía. Y su cara se descompuso momentáneamente.
«Asesina».
—Por cierto —dijo a continuación—, creo que a los dos os conviene saber que Mary Jane Blackmore ha muerto. Si es que nadie os ha avisado ya.
Carmen consiguió que al menos Lowry reaccionase a eso.
—¿Cómo? —dijo el alcalde.
—Ayer salimos a buscar a Charlie Lomax por el norte de la isla. Sigue sin regresar y estoy bastante preocupada por él. Pues bien, pasamos por el cottage de Mary Jane y la encontramos muerta sobre su cama. Parece que se ha suicidado.
—Dios mío —dijo Lowry—. Eso es terrible.
—Volvamos a lo del coche —dijo Nolan—. ¿Estás segura de que nadie lo ha cogido esta mañana? ¿Bram o Didi?
—Nadie, estoy segura. Pero ¿es que no os preocupa nada más? Mary Jane, Charlie… ¡Os digo que lleva desaparecido dos días!
—Y yo te digo que hay un asesino suelto en la isla —respondió Nolan—. Puede que todo esté relacionado.
—¿Qué?
—Que nadie sabe lo que ese tipo pudo haber hecho hasta que los Lusk lo detuvieron en su granja. Quizás estuvo antes en la casa de Mary Jane o se topó con Lomax…
Las tripas de Carmen quisieron gritar «¡Eso es imposible! ¡Es un soldado y los Lusk lo tuvieron maniatado desde que llegó a la isla!», pero se dio cuenta de que decir eso sería lo mismo que confesar. Y el plan era mentir y esconderse hasta que la tormenta amainase.
—Carmen —intervino Lowry—. ¿Te importa dejarnos pasar y que hablemos con el resto? Este es un asunto bastante serio, ¿comprendes?
A Carmen se le fue la vista hacia Didi.
—¿Hay alguien ahí contigo?
—No, el hotel está cerrado. Lo siento, Lowry. No puedo ayudaros.
Empezó a cerrar la puerta y entonces vio que Nolan daba un paso y metía su pie en el umbral.
—Escúchame un segundo, muñequita, esta actitud no es buena.
«Muñequita». La palabra resonó en el aire.
Carmen empujó la puerta hasta que topó con su pie y vio que Didi se preparaba para echarle una mano. Le aplastarían el pie si hacía falta.
—No nos pongamos a hablar de actitudes. Ni siquiera me habéis preguntado cómo se suicidó Mary Jane. Esa es vuestra actitud.
—Así no vais por el buen camino, te aviso.
—¿De qué me estás avisando exactamente, Keith?
—En el pueblo, la gente ya se ha montado su historia con esto, ¿comprendes? —dijo Nolan—. Solo hay tres malditos coches en la isla y, además, tengo la sensación de que nos has mentido. ¿Estás dando cobijo a ese hombre?
—Te he dicho que no.
—Lo siento, pero nos cuesta creerte. Permítenos registrar el hotel.
En ese momento Carmen notó un movimiento a su espalda. Era Bram. Salió por detrás del mostrador y apareció ante Lowry y Nolan, apuntándolos con su escopeta de caza.
—Os ha dicho claramente que aquí no hay nadie.
—Hombre, Bram… ¿A qué viene esto?
De pronto, Nolan se movió hacia atrás y levantó su gabardina. Debajo había otra arma de dos cañones. Carmen soltó un pequeño grito.
—Quieto ahí —dijo Bram.
—Baja el arma ahora mismo —respondió Nolan alzando su escopeta.
—Empieza por bajarla tú —replicó Bram.
—¡Por favor! —dijo Lowry elevando la voz—. ¡Ya hemos tenido suficientes muertos!
—¿Te preocupan los muertos, Gareth? —dijo Bram—. Ayer me abrieron la cabeza, una brecha de dos centímetros, y me robaron en mi propia casa. Y ni tú ni el grandilocuente sheriff Nolan habéis tenido la vergüenza de mover un dedo, tal como ha dicho Carmen. Así que, en lo que a mí respecta, no tenéis ninguna autoridad aquí.
—Está bien, está bien, Bram —dijo Lowry—. Baja esa escopeta, por favor.
—Lo haré cuando os vea desfilar en dirección al pueblo.
—Si protegéis a ese hombre, sois igual de culpables que él —respondió Nolan— y se hará justicia. Creedme que se hará justicia.
—Carmen, cierra la puerta —dijo entonces Bram—. Estos señores ya se van.
Y Carmen lo hizo. La última cosa que vio fueron los ojos inertes, casi inhumanos, del sheriff Nolan mirándola desde el fondo de su oscura capucha.