Dave
Chloe Stewart y yo nos habíamos ido de viaje. ¿Dónde estábamos? ¿En Cerdeña? No lo sé, pero era un lugar en el Mediterráneo, eso seguro. Estábamos sentados entre piedras calizas, pinos y olivos, frente a un mar azul, bebiendo vino blanco y comiendo olivas negras. Y Chloe había perdido la mirada en el horizonte. Yo observaba la forma tan bonita de su pequeña nariz y el perfil de esa melena rubia que le caía hasta la mitad de su largo y esbelto cuello. Y pensaba lo afortunado que era de haber enredado a esa mujer en mi vida. Una mujer inteligente, bella y llena de talentos misteriosos que irían aflorando a medida que la vida fuera adelante. Una vida que iríamos construyendo juntos.
—He pensado en esa pregunta que me hiciste —dijo entonces Chloe.
—¿Y?
—Bueno, ya te lo dije. Dejar mi apartamento no estaba precisamente en mis planes, pero nunca he tenido tantas ganas de «dar el paso».
—Chloe, ¿estás diciendo lo que creo que estás diciendo? ¿Vivir juntos?
—Sí, Dave. Quiero estar a tu lado. Aunque llevemos tan poco tiempo, ¿cuántas veces encuentras al hombre de tu vida? Y eso merece aventurarse un poco, ¿no crees?
El sol decaía a nuestra izquierda, entre las columnas de un antiguo templete romano. Solo faltaba un angelito tocando el arpa. Me recosté un poco (pese a que recordaba haber sufrido un grave accidente y el cuerpo aún me dolía bastante) y le besé un hombro. Los llevaba al aire, por fuera de un bonito vestido de color crema.
—Pero, Dave, hay algo que tú debes hacer a cambio. Hay algo que debo pedirte.
—Dime, Chloe, pídeme lo que quieras.
Ella seguía con la mirada perdida en el fondo de aquel horizonte tan precioso y tan perfecto, salpicado de nubes rosas que parecían estar hechas por ordenador.
—Ya sabes… Los chicos están teniendo problemas con ese asunto. No pueden abrir la maldita cosa y el tiempo apremia. Todo el mundo piensa que tú podrías ayudar mucho. Verás, han encontrado un panel atornillado que…
—Oh, Chloe, por favor —la interrumpí—. Ese tema no.
—Pero, Dave… Bueno, en fin, no pasa nada. No quiero estropear este momento. No quisiera, por nada del mundo…
—Chloe…
Intenté tocarla, pero fue una de esas veces en que notas que una mujer te rechaza sutilmente. Apartó un poco el hombro y permaneció con la mirada perdida en el horizonte. Y yo, que me encontraba tan débil (de hecho, me preguntaba cómo coño había llegado a esa isla del Mediterráneo en el estado en el que me encontraba), me dejé caer un poco. El cuerpo me dolía terriblemente. ¿Qué me había pasado? Había tenido un accidente de avión. Había caído en una isla. ¿Cerdeña? Había una base no muy lejos de allí. ¿Quizás esos chicos de los que Chloe hablaba eran compañeros míos? Tenía la mente hecha un lío, pero algo, una voz muy íntima, me decía que no debía compartir nada sobre el asunto. Ni siquiera con Chloe. Pero, bueno, uno ya sabe lo que pasa con las novias.
—Por favor, no te enfades… Es que, joder, estoy un poco confuso y ese es un tema del que no estoy precisamente orgulloso.
—Pero ¿por qué? —dijo ella, y pude notar un acceso de llanto en su voz—. ¿Por qué no ibas a estar orgulloso de haber salvado La Caja? Esa era tu misión, ¿no?
Había estado soportando una pesada culpabilidad al respecto y, de pronto, aquellas palabras de Chloe me consolaron un poco.
—Bueno, yo debía asegurarme de que no se extraviaba. De que no caía en las manos equivocadas.
—¿Y cuáles son las manos adecuadas? —preguntó entonces Chloe—. ¿Las de unos fríos hombres del Departamento de Defensa, Dave? ¿Las de ciertas personas que se querían apropiar de ella? Quizás esa caja siempre haya pertenecido al mundo. Quizás su contenido sea algo que debía haber sido entregado a la humanidad hacía mucho tiempo, Dave.
Yo debía haberle hablado a Chloe de La Caja, porque ella sabía muchas cosas… Y siguió hablando:
—No incumpliste ninguna orden. Salvaste a la humanidad, Dave. Les hiciste el mayor regalo que nadie podía haberles hecho. No permitiré que te sientas culpable por ello.
Entonces Chloe se volvió y pude ver sus preciosas facciones acercándose. Tenía unos labios de seda. Me besó y mantuvo el beso. Noté su calor entrando en mi cuerpo, sanándome, reconfortándome como una droga de una calidad insólita.
—Pero si no logramos abrirla, esos malditos hombres del Departamento de Defensa la encontrarán. Se la llevarán a ese oscuro sótano donde piensan congelarla para siempre, Dave, y el mundo seguirá siendo este lugar atroz e injusto que siempre quisimos cambiar. Tienes que ayudarnos.
Por un momento pensé: «¿Cómo puede Chloe hablarme si todavía me está besando?». Y entonces comprendí que tenía los ojos cerrados. Pero si tenía los ojos cerrados, ¿cómo podía estar viendo todo aquello?
—Ese panel atornillado. Los chicos han podido abrirlo, pero hay un gran teclado debajo. Pide una contraseña, Dave. Y creemos que tú debes de conocerla.
Inmediatamente recordé el panel atornillado de color rojo. La clave que debí memorizar antes de partir. Las instrucciones para detonar aquel contenedor en caso de que no pudiera llegar a su destino.
Chloe se separó un poco y me miró fijamente. ¿Dónde había visto yo esos ojos antes, esos dos remolinos infinitos? Entraban dentro de mi cráneo y navegaban por mi garganta, por mis oídos, hasta trepar a mi cabeza. Y allí dentro se colaban por las grietas de mi cerebro, como un espeso humo negro que pudiera revisar cada rincón.
—Espera un instante, Chloe… Espera un instante…
Pero Chloe me sujetaba con fuerza, o era yo el que no podía moverse. Una de dos. El caso es que sentía y veía un montón de cosas sucediendo en mi cabeza. Volví a la barriga del C17 justo cuando a aquel tipo se le caía la Coca-Cola al suelo en la primera turbulencia. Y mucho antes, cuando La Caja llegó a la base de Jan Mayen y aquellos dos científicos ya tenían cara de haber desayunado huevos podridos. Incluso el día anterior, en un barracón de la base aérea de Frankfurt, donde yo estaba sentado en mi litera y tenía aquella carpeta abierta frente a mí. Un par de folios con un briefing y un folio adicional, con sellos de seguridad —PARA PERSONAL AUTORIZADO—, y en la cabecera del folio, una de esas frases que crean tanto intríngulis: «Memorizar y destruir».
«Instrucciones para accionar la detonación. Atención. El detonador tiene una duración predeterminada de cinco minutos. Memorice la clave y… En el panel de control del… Desatornillar e introducir…
»… el comando HTOP11 seguido por las dieciséis letras y números».
Aquella secuencia de letras y números empezó a desfilar ante mis ojos. Yo no quería recordarlo porque me di cuenta de que allí estaba pasando algo fuera de mi control, pero era como si alguien moviera el recuerdo delante de mis ojos, en contra de mi voluntad.
«… 3h7P 98ZY…».
Me había dejado engañar. Joder, me había dejado engañar. Di un paso atrás. Me di cuenta que no podría controlar aquello mientras estuviera empantanado en mi mente. Pero encontré una vía de escape. Sencillamente, antes de que Chloe Ojos-De-Huracán pudiera terminar de leer el contenido de aquel recuerdo, yo me elevé por encima de la situación y la observé claramente. Y corté de un golpe aquel cordón umbilical que parecía haberse alargado hasta el centro de mi cabeza.
Y por un instante pude ver aquello retraerse, herido, y regresar a las cuencas de los ojos de Chloe Stewart, que se había convertido en una versión monstruosa de la bella mujer que yo recordaba (esto, claro, era otro recuerdo que alguien había escamoteado de mi cabeza). De pronto sus dos ojos eran como los de un gigantesco pulpo, y ella gritó enfurecida:
—¡Déjame entrar!
—No, preciosa. Olvídate de esto.
Ella gritó algo más, vibrante como una serpiente a la que aplastas con tu bota.
Y de pronto se desvaneció el templete romano. El sol se marchó del cielo, y el cielo en sí mismo también desapareció. Abrí los ojos y vi el techo de ese establo.
Ese maldito establo.
Afuera continuaba el temporal, pero nada comparable con la tormenta de dolor que recorría mi cuerpo. Recordé los golpes con la pala. Y las patadas que me dieron en el suelo, por haber intentado ser más listo que ellos. Estaba de nuevo en aquella cama, atado aún más fuerte que antes. Y entonces vi que había alguien quieto a los pies de mi cama, y no era Chloe, sino esa horrible mujer, Lorna.
No dijo nada. Tan solo me mostró un fino cuchillo que tenía en las manos.