Carmen
No tardó en reconocer a Lowry. Su pelo blanco y su parka caqui le delataron en la distancia. Bram llegó corriendo desde la habitación del soldado.
—¿Qué parte del «lárgate de aquí» no habrá entendido? —dijo.
—No lo sé.
—Está bien —dijo Bram—. Ya me encargo yo.
—Espera —dijo Carmen cogiéndole de la manga de su chaqueta—. Hay algo en todo esto que me escama.
Se quedaron un instante en la ventana, viendo a Lowry caminar con bastante prisa. En un par de ocasiones se dio la vuelta, como para comprobar que nadie le estuviera siguiendo.
El alcalde de Portmaddock llegó al frontal del Kirkwall pero no se dirigió a la puerta, sino que comenzó a rodear el edificio por la derecha.
—¡Viene por la cocina! —dijo Bram saliendo de la habitación a toda mecha.
Carmen salió al pasillo. Didi venía en ese momento con un montón de bombillas y cables y se había quedado paralizada. «Tranquila», le dijo Carmen. Después, al pasar por la 103, se asomó. Dave sostenía la escopeta con las manos.
—Es Lowry. Viene solo.
—¿Qué opinas? —dijo Dave tras mirarla en silencio durante unos segundos.
—Es raro, viene como a escondidas.
—Ok —respondió el soldado—. Por ahora es mejor seguir con el engaño. Dejadle que hable.
Carmen asintió y salió de la habitación. Didi seguía allí.
—¿Qué hago yo? —preguntó.
—Entra y quédate con Dave.
Didi entró en la 103 y Carmen siguió escaleras abajo. Según enfilaba el segundo tramo de escaleras, escuchó unos gritos procedentes de la cocina y, cuando llegó allí, vio a Bram encañonando a Lowry desde detrás de la mesa de madera. Amelia, que le había abierto la puerta, se había apartado por completo, y Lowry gritaba con las manos en alto.
—¡Vengo en son de paz! ¡Joder, lo juro!
—Baja el arma —le dijo Carmen a Bram.
—Hazlo, Bram —dijo Amelia—. Pasa, Lowry, y siéntate.
Gareth Lowry, el orgulloso exalcalde de St. Kilda, entró en la cocina dando tímidos pasos. Tomó la silla que Amelia le señalaba y se sentó en ella. Después entrecruzó los dedos y dejó caer la mirada.
—Nadie sabe que estoy aquí —empezó—. Le he dicho a Nolan que iba un momento a casa y me he dado la vuelta. Tengo que advertiros… La gente en el pueblo está como enloquecida.
—Ya nos hemos dado cuenta de eso, Lowry —replicó Amelia.
—Sigue —le apremió Carmen.
—¿Tenéis algo de whisky? Estoy congelado.
—Sírvele —ordenó Amelia.
Carmen le puso un vaso delante y lo llenó. Lowry lo cogió con las manos, medio incapaz de sostenerlo bien, y dio un largo trago como quien bebe para quitarse un dolor.
—Dios —dijo observando a través del cristal.
Carmen volvió a llenárselo y esta vez Lowry bebió un poco menos. Después se puso a hablar:
—Lorna ha aparecido por la iglesia anunciando que alguien había asesinado a su hermano. Después nos ha explicado que tenían a ese hombre preso en su casa. Un ladrón o algo por el estilo. Debió de herir a Zack con una escopeta.
Carmen, Bram y Amelia se cruzaron una mirada y siguieron en silencio.
—No sé quién es esa persona ni me importa, tampoco si lo escondéis aquí —dijo Lowry—. Conozco a Lorna y a sus hermanos, y estoy seguro de que nadie ha ido a robar nada a su miserable cueva. Algo traman, pero el caso es que la noticia ha caído en el momento idóneo. Ayer Theresa Sheeran se pasó toda la noche leyendo el Apocalipsis y hablando de la llegada de la Bestia y de otro montón de profecías sobre el fin del mundo. Y ahora todo el mundo piensa que ese «extraño» es, por lo menos, la encarnación del diablo. Y peor que eso: creo que Nolan no va a dudar en decirles que está aquí arriba.
—¿Y qué crees que harán?
—No tengo ni idea, pero me esperaría cualquier cosa de ellos. Están como idos.
—¿A qué te refieres?
—No lo sé, es muy difícil expresarlo. Al principio pensé que serían las noticias que trajo Lomax, pero hay algo más. Es como si todo el mundo estuviera cegado por el odio. Incluso mi mujer…
Gareth se llevó una mano a los ojos y se masajeó la frente.
—Ayer por la noche intenté que Elsa volviera a casa. Se había pasado el día en la iglesia y le dije que cenáramos juntos. Ella me miró como si yo fuera, no sé, el pecador supremo. Se revolvió entre mis manos, me soltó un par de barbaridades. Me preguntó cómo podía estar pensando en comer en ese momento, y yo le pregunté qué momento era ese, pero ella no pudo juntar dos palabras para explicar nada. Se pasan las horas metidos en la iglesia, llorando y pidiendo perdón, esperando algo…
—Algo… —dijo Amelia.
—Algo relacionado con esa caja. Un milagro. No me preguntéis el qué.
—¿Y qué hay de ti, Gareth? —le espetó Amelia—. Hace dos días parecías estar muy de acuerdo con todo el asunto, y ahora vienes aquí y nos cuentas todo esto. ¿Qué ha cambiado?
Gareth Lowry le devolvió una mirada a Amelia y se quedó un instante pensando.
—No lo sé, realmente no lo sé. Es como si hubiera estado contagiado desde que vi ese objeto en el puerto. A todos nos embargó una sensación maravillosa, creíamos que traería un montón de soluciones. Ha sido como una gran borrachera de la que yo he despertado por alguna razón. Pero Nolan… Le he visto hablando con los pescadores y me temo que planean algo. Quieren a ese soldado y harán lo que sea. Además, hay algo que…
Lowry dejó la mirada perdida.
—¿Qué? Habla, vamos.
—El día que vinisteis a la oficina municipal, el día en que la radio amaneció rota… Pasó algo más.
Gareth Lowry bajó la cabeza y el volumen de su voz al mismo tiempo, como si no se atreviera a decirlo.
—¿Qué pasó, Lowry?
—Había sangre —dijo al fin, levantando la cabeza—. Cuando llegué a la oficina esa mañana, había un rastro de gotas de sangre. Era como si hubiera habido una pelea. Entonces apareció Nolan. Llevaba puesta esa gabardina y no pareció sorprenderse por nada. Me ordenó fregar el suelo.
—¿Y no le preguntaste nada?
—Me dijo que alguien había entrado esa noche y había roto la radio. Dijo que debió de herirse mientras lo hacía. Pero yo no lo creí. Allí había pasado otra cosa. Había rastros de una pelea, una silla estaba rota. Y era como si alguien hubiera subido al escritorio y revuelto todos los papeles. Allí, por cierto, había un buen montón de sangre también.
Según Lowry iba contando todo eso, Carmen recordó el fuerte olor a lejía que habían notado aquella tarde en la que Amelia y ella habían acudido a la oficina municipal. Al mismo tiempo, una terrible inquietud había comenzado a formarse en la boca de su estómago.
—Charlie.
—¿Qué?
—Charlie Lomax.
—¿Crees que tuvo algo que ver?
—Esa tarde había intentado comunicarse con Thurso desde el hotel, pero no lo consiguió. Cenamos, tuvimos una pequeña discusión y le oí marcharse. Quizás pensó en llamar desde la radio de la oficina municipal y alguien le sorprendió antes de que pudiera enviar ningún mensaje. Tal vez le golpearon y después destrozaron la radio para asegurarse de que nadie más volvía a intentarlo…
—¿Crees que pudo pasar eso, Lowry? —preguntó Bram.
—Puede ser, aunque os juro por la memoria de mis padres que no he visto a Lomax desde el día en que estuvimos juntos en la cabina de generadores.
Se hizo un silencio.
—Ahora solo caben dos posibilidades —dijo Carmen—. Que Charlie esté herido pero vivo, en alguna parte, o que lo mataran esa noche. En cualquier caso, han tenido que llevar su cuerpo a algún sitio.
—¿Has estado en esos hangares, Lowry? —intervino Bram.
—No, ahí no van más que los pescadores.
—¿No podrías inventarte alguna excusa para acercarte?
—Dios mío, no lo sé… Ya os he dicho que esa gente está enloquecida. Mira lo que te hicieron a ti, Bram.
—Escucha, Gareth —dijo Amelia—. Tú sabes tan bien como yo que esta tormenta no va a durar para siempre. Algún día aclarará el cielo y el ferry de Thurso aparecerá por aquí cargado de gente. ¿Entiendes lo que te digo? Ahora mismo ya hay dos personas muertas en la isla, quizás tres. ¿Cómo piensas que acabará esto? Limpiaste un rastro de sangre y eso te convierte en cómplice.
—¡Nadie sabe de quién era esa sangre! Además, esa teoría sobre Lomax es solo eso, una teoría. Puede que ese extraño que mató a John Lusk también destrozara la radio. ¿Y si se topó con Lomax y lo mató?
Carmen vio que Bram abría la boca para contestar, pero enseguida la cerraba.
—¿Para qué los mataría? —objetó ella—. ¿Para qué destrozaría la radio?
—Pues… ¡quizás su objetivo sea esa caja también! No lo sé.
Lowry estaba claramente alterado, apuró el resto del whisky y se puso en pie.
—Yo ya os he advertido. Era cuanto quería hacer. Ahora me voy, quiero estar junto a Elsa. No voy a dejarla sola.
—Lowry, ¿a dónde vas?
Gareth Lowry se acercó a la puerta. Antes de abrirla, se dio la vuelta y los miró una vez más.
—Lo he hecho por nuestra vieja amistad, Amelia, Bram… Solo por eso. Nadie quiere haceros daño, pero si protegéis a ese hombre…
—¿Qué, Lowry? —preguntó Bram.
—Les daréis una razón para venir a buscarlo.