72

Laurie se precipitó hacia delante cuando vio que Angela trastabillaba hacia atrás, cayendo al suelo a la vez que soltaba el arma. Se abalanzó sobre la pistola, pero fue demasiado tarde. Vio cómo se deslizaba y caía por el hueco del ascensor, y luego oyó un estrépito metálico procedente de la primera planta cuando el arma golpeó la jaula de metal dos pisos más abajo.

Charlotte estaba inclinada hacia delante, con las manos todavía atadas a la espalda. Angela se había vuelto a poner en pie y avanzaba hacia Charlotte. Laurie vio el destello de un pequeño filo plateado.

—¡Aléjate! —gritó Laurie, cuando se precipitaba hacia ellas—. Tiene un cuchillo.

Charlotte dio un traspié hacia delante, cayó y se hizo un ovillo al tiempo que intentaba protegerse la cara pegándola al suelo.

Laurie corrió hacia Angela y se lanzó contra su espalda con toda la fuerza que pudo reunir. Las dos cayeron al suelo. Angela estaba a cuatro patas, pero aún aferraba la herramienta con el puño derecho. Laurie no podía pensar más que en el filo del cúter. No podía dejar que Angela se volviera a levantar, no mientras tuviera esa arma.

Cogió a Angela por el bíceps derecho y le dio un tirón para intentar que soltara el arma blanca.

Charlotte ya no estaba en posición fetal, pero seguía en el suelo, lanzando puntapiés contra los brazos de Angela. Laurie se las apañó para ponerse en pie a trompicones. Descargó un pisotón sobre la muñeca de Angela, con cuidado de que el filo reluciente no le tocara la piel desnuda. Volcó todo su peso sobre los huesos de Angela hasta que vio que soltaba la herramienta.

—Coge el cuchillo —gritó Laurie—. ¡Cógelo!

Charlotte apartó de una patada el cúter de la mano de Angela, y Laurie se abalanzó a cogerlo.

—¡Lo tengo! —gritó. Fue hasta Charlotte y le soltó las muñecas de un tajo.

Angela se había vuelto a poner en pie y se precipitaba hacia ellas. Se detuvo cuando Laurie levantó el cúter.

—¡No me obligues a hacerlo, Angela!

Angela encorvó los hombros al asimilar la realidad de lo que había ocurrido. No tenía más opciones. Laurie oyó el aullido de las sirenas que se acercaban. Cuando se volvió para mirar por la ventana, Angela echó a correr hacia la escalera. Había cruzado la mitad del espacio cuando Leo salió de la caja de la escalera, pistola en mano.

—Alto ahí. Al suelo. Pon las manos detrás de la cabeza —gritó, al tiempo que avanzaba hacia Angela.

Unos momentos después, se oyó un retumbo de zancadas en las escaleras y aparecieron en la tercera planta varios agentes de policía.

—Soy el subcomisario Farley. —Señaló a Angela—. ¡Espósenla!