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En el almacén, Charlotte estaba sacando la copia impresa más reciente del departamento de información tecnológica de Ladyform, en la que se resumía el acceso a internet en los ordenadores de la compañía. La lista mensual detallaba todos y cada uno de los sitios web a los que se había accedido desde Ladyform, clasificados según la frecuencia de acceso a partir de los de uso más habitual. Como siempre, el sitio web de Ladyform y las redes sociales de la empresa dominaban la cabecera de la lista. Pulsó Control F en el teclado para acceder a la función de búsqueda. Tecleó la palabra «rumores» y pulsó Intro.

Recordó cómo Laurie se había quejado de lo rápido que el blog «Rumores» había dado la noticia de la puesta en libertad de Casey, y con qué connotaciones tan negativas.

Diecisiete coincidencias el último mes, todas desde un ordenador. Los usuarios aparecían por el número del ordenador, no por el nombre.

Sacó el móvil para llamar al departamento informático, pero no tenía cobertura. Al final encontró dos barras de señal en la parte anterior del almacén, justo detrás de la persiana de acero. A Jamie de Informática no le llevó mucho confirmarle que el ordenador en cuestión era el de Angela. También confirmó que no solo había leído el blog: había usado el ordenador para enviar comentarios a la página de «rumores anónimos». Charlotte tenía la sensación de que la fecha y hora de esas entradas coincidirían con los comentarios que Laurie había estado investigando.

Le envió un breve mensaje de texto a Laurie: «Creo que sé quién anda detrás de esos comentarios “Y además” que te despertaban tanta curiosidad. Es complicado. Hablamos esta noche».

Laurie, comprensiblemente, no iba a suspender la emisión del programa, pero quizá Charlotte pudiera convencerla de que dejara el nombre de Angela al margen. No podía ni imaginar la decisión tan difícil que habría sido para Angela. Adoraba a su prima, su tía y su tío, pero Casey era una asesina. Esos comentarios en internet sobre la culpabilidad de Casey debían de haber sido su manera de lograr que se hiciera justicia sin perder por completo a la familia que le quedaba.

Cuando Charlotte volvió al decorado del gimnasio, Angela estaba plantada con los brazos en jarras al lado del equipamiento de ejercicio que había traído de la oficina. Cogió un par de mancuernas de un kilo y medio de color rosa intenso e hizo unas flexiones de brazo, fingiendo agotamiento.

—¿Tú qué crees? ¿Las ponemos todas en una zona o las dispersamos en torno a los aparatos más grandes?

—Las grandes mentes piensan de manera similar —comentó Charlotte, que sacó los dos bocetos alternativos que había estado sopesando—. Yo tampoco me decido. Igual lo mejor es lanzar una moneda al aire. Mientras tanto, ¿podemos hablar de una cosa?

—Claro.

—Esto es un poco incómodo, pero ya sabes que puedes contarme cualquier cosa, ¿verdad?

—Claro. ¿Qué ocurre?

—Sé lo de «Rumores». Y lo de RIP_Hunter. Sé que era tu manera de decirle al mundo que Casey era culpable.

—Pero ¿cómo has…?

—Supervisamos la actividad en internet en la oficina. Me fijé en las pautas de acceso del mes pasado. —No vio necesidad de contarle a Angela que había buscado una en concreto—. Lo que pasa es que estoy confusa. Siempre me habías dicho lo íntimas que sois. Aseguraste que era inocente.

—Puedo explicarlo, pero, sinceramente, tenía ganas de quitarme a Casey de la cabeza por hoy. Vamos a ocuparnos del decorado primero y luego te cuento lo que quieras saber sobre mi prima y yo. ¿Vale?

—Vale.

—¿Me pasas esa estera de ahí?

Charlotte se volvió y se agachó para coger una estera azul de yoga. El golpe sordo de la mancuerna de kilo y medio contra su cabeza la derribó al suelo, donde la cubrió un manto de oscuridad.