42

Dos días después, Laurie estaba en la sala de baile de Cipriani. Recordó haber ido allí con Greg cuando estaban eligiendo un lugar para la celebración de su boda. Pese a los precios astronómicos, los padres de ella habían insistido en que le echaran un vistazo. «¿Están locos, Greg? —le preguntó, maravillada de la amplitud y la belleza del espacio—. Podríamos invitar a todas las personas que conocemos y aun así solo llenaríamos la mitad de la sala. Este sitio es digno de la realeza, y tiene un precio acorde».

Pese a las protestas de Leo en plan «eres mi única hija» y «esta es la única boda que voy a pagar», insistieron en elegir un establecimiento con un precio más razonable. Y todo había sido perfecto.

Recordó a Greg sonriéndole mientras Leo la acompañaba hasta el altar.

Una voz la trajo de vuelta al presente.

—Es muy alegre, ¿verdad?

—Precioso —convino Laurie. De hecho, lo único en la sala que no era alegre era la persona justo a su lado, la ayudante del general Raleigh, Mary Jane. La cara de esa mujer tenía todo el aspecto de que fuera a agrietarse si intentaba sonreír.

—Siguiendo las instrucciones del general, he encargado que decoraran las mesas temprano para que puedan grabar antes de que comience nuestro acto de esta noche. Tal como pidieron, incluso hemos usado una decoración similar a la de la gala que se celebró la noche que Hunter fue asesinado. —El ceño cada vez más fruncido de Mary Jane daba a entender su desaprobación.

Laurie no le recordó que su estudio había accedido a hacer una donación muy generosa a la fundación, lo que cubría los gastos más que de sobra.

—La familia estaba sentada a la mesa presidencial —observó Mary Jane, señalando la mesa redonda más cercana al estrado.

—Y con la familia, ¿se refiere a…? —Laurie ya sabía quién se había sentado allí, pero quería oír la respuesta de Mary Jane.

Pareció que la pregunta la sorprendía, pero empezó a enumerar los miembros de la familia:

—Andrew y Hunter, Casey y su prima, el general y yo.

Laurie reparó en cómo Mary Jane se había citado con el general, como si fueran pareja.

—¿Solo seis? —indagó Laurie—. Parece que hay ocho cubiertos.

—Naturalmente, el director financiero de la fundación era el otro comensal. Su mujer no asistió porque en el último momento la canguro dijo que no podía ir.

—Claro —asintió Laurie, como si empezara a recordarlo—. ¿Cómo dice que se llamaba?

Mary Jane mantuvo el semblante inexpresivo y no contestó nada.

—Probablemente querrán empezar temprano. Las cámaras tienen que estar fuera de aquí dentro de tres horas sin falta. Los invitados empezarán a llegar poco después.

—Por cierto, Mary Jane, fijó la cita del general Raleigh para su entrevista con nosotros mañana en Connecticut. —Tenían previsto hablar con James y Andrew Raleigh en la casa de campo donde Hunter había fallecido—. Pero, como espero que le aclarase mi ayudante, nos gustaría grabar su parte hoy.

—Veamos cómo va el día. Ahora mismo, mi prioridad es la gala benéfica.

—Pero ya accedió a participar. Tenemos que ceñirnos a la agenda programada.

—Y lo harán. Bien, sus tres horas ya han empezado a pasar. En el peor de los casos, me tendrán a su disposición mañana. Acompañaré al general a New Canaan.

«Desde luego que sí», pensó Laurie. Ese hombre había servido a su país en todos los lugares del mundo, pero a juicio de Mary Jane, era incapaz de hacer nada sin ella a su lado.

Quizá otros se habrían maravillado de los altísimos techos de la sala, las columnas de mármol y los centros de mesa perfectamente colocados, pero a Laurie ese lugar le daba energía por motivos que no tenían nada que ver con la fiesta que comenzaría en unas horas. Laurie estaba emocionada porque le encantaba encontrarse en el lugar de rodaje. Le gustaba la sensación de saber que estaba a punto de contar una historia, no solo con palabras, sino con imágenes, pausas dramáticas y efectos de sonido. Ocurriera lo que ocurriese, sabía que el resultado sería un programa de gran calidad. Y con un poco de suerte, quizá también lograran que se hiciera un poco de justicia.


Encontró a Ryan caminando de aquí para allá por el pasillo, delante de los teléfonos de pago.

—¿Estás preparado para tu debut en Bajo sospecha?

Él levantó un dedo hasta que hubo terminado de leer para sí unas palabras de una tarjeta.

—Estoy bien.

No se le veía bien. Parecía nervioso y aún llevaba el pañuelo de papel que le había puesto la maquilladora bajo el cuello de la camisa. Laurie había temido que ocurriera algo así. Alex había sido uno de los pocos abogados que se sentía cómodo haciendo su trabajo delante de una cámara de televisión. En cambio, algunos de los abogados con más talento en los tribunales se quedaban de piedra una vez empezaban a rodar las cámaras, y los bustos parlantes podían quedar bien ante la cámara, pero solo con un teleprompter o fragmentos grabados de antemano. No tenía idea de si Ryan sería capaz de combinar ambos talentos.

—¿Vas a iniciar una nueva moda? —preguntó, señalándose el cuello.

Él bajó la vista, un poco confuso.

—Ah, sí —dijo, a la vez que se quitaba el pañuelo de papel.

—¿Has averiguado algo más acerca de si Mark Templeton contrató a un abogado defensor?

—Estoy en ello. —Seguía prestando más atención a sus notas que a ella.

—Cuando llamaste a la fiscalía federal, ¿qué dijeron?

—Como decía, Laurie, estoy en ello. Dame un poco más de tiempo.

Hasta donde sabía Laurie, «estoy en ello» era una forma de decir «se me había olvidado por completo». Pero no era momento de sermonearle acerca de la comunicación en el trabajo. Estaban a punto de empezar a grabar y tenían que concentrarse.

Había llegado su primer testigo, Jason Gardner.