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Gracias al tráfico en el puente de Brooklyn, el taxi de Charlotte tardó casi una hora en hacer el trayecto de diez kilómetros escasos desde el despacho de Laurie en Rockefeller Center hasta el almacén de Brooklyn en el que Ladyform celebraría su desfile de otoño dentro de cuatro días. Mientras pagaba con tarjeta la enorme suma de la carrera, el taxista pareció leerle el pensamiento. «A estas horas es mejor cruzar el puente en metro». Captó la indirecta y le dejó una buena propina para compensar el regreso a Manhattan, donde tendría más clientes.
Se encontró un hueco de un palmo bajo la puerta persiana de acero del almacén. Tiró con fuerza de la manija hasta que la puerta se enrolló lo suficiente para que pudiera pasar por debajo y luego volvió a bajarla hasta donde estaba. Había ido allí en otras tres ocasiones, las suficientes para conocer el trazado básico del edificio. Lo que antaño fuera el centro de distribución de una empresa textil se había reconvertido en un edificio de tres plantas con enormes ventanas abovedadas y techos altísimos. A la larga, se dividirían en apartamentos individuales, pero de momento el promotor obtenía beneficios alquilando el espacio a medio hacer para sesiones de fotos y actos de empresa. Después de que Angela hubiera localizado el lugar, Charlotte se había mostrado de acuerdo de inmediato en que era perfecto para su desfile de otoño. Podrían «aportar su visión» y «hacer suyo el espacio», como había dicho el agente inmobiliario. Además, estaba tirado de precio.
La primera planta se acondicionaría como un gimnasio de cross-fitness para lucir las prendas deportivas y de ropa interior por las que ya era famosa Ladyform. La segunda planta, dispuesta como una típica oficina con cubículos, se centraría en la reciente incursión de Ladyform en la ropa de trabajo de sport para la mujer profesional. Y la tercera planta tendría un aire hogareño para poner de relieve los pijamas y la ropa de descanso para el fin de semana.
—¿Angela? —llamó. La voz de Charlotte resonó por el almacén—. Angela, ¿dónde estás?
La única iluminación cenital era la tenue luz de las cajas de fluorescentes del techo que zumbaba por encima de la cabeza de Charlotte mientras recorría la primera planta. Los focos portátiles de trabajo proyectaban sombras a su paso. Las luces para los decorados no llegarían hasta el día siguiente, pero el montaje estaba yendo a buen ritmo. Había una hilera de cintas de andar encarada hacia un surtido de equipamiento de pilates. Los visitantes podrían caminar entre ambos como si cruzaran un gimnasio, con modelos «haciendo ejercicio» a los dos lados.
Charlotte reconoció tres grandes contenedores de equipamiento deportivo y una caja con sus tops deportivos de manga larga de inminente salida al mercado que habían estado en el pasillo delante del despacho de Angela esa misma mañana. Usó la luz de la pantalla del móvil para leer una nota pegada con cinta adhesiva al lateral de uno de los contenedores abiertos: «Para el decorado del gimnasio en la primera planta».
Después de haber hecho todo el recorrido de la primera planta, fue al ascensor a la entrada del almacén. Las puertas se abrieron, pero cuando entró y pulsó el botón del segundo piso, no pasó nada. Probó a darle al «3», pero tampoco funcionó. Viendo la caja de la escalera en el rincón, prefirió subir a pie. Se llevó una decepción al descubrir que la segunda planta estaba prácticamente intacta, salvo por las notas que había dejado Angela por el espacio.
Estaba casi sin resuello cuando llegó a la tercera planta, que parecía un poco más adelantada que la segunda. Se habían construido dos «estancias» falsas —una sala de estar y un dormitorio— como las de un decorado de televisión. Habían colocado unos pocos muebles. Otras notas dejaban constancia de la presencia de Angela. Charlotte solo alcanzó a leer la que tenía más cerca: «Realzar la pared. Pintar de gris».
—Ahí estás —dijo Charlotte al ver a su amiga sentada con las piernas cruzadas en una alfombra que delimitaba el área del falso dormitorio—. Igual debería trabajar menos y hacer más ejercicio. Esos dos tramos de escalera me han dejado baldada.
—Los techos son muy altos, así que se acerca más a cuatro o cinco tramos. —Angela levantó la vista un momento del cuaderno de dibujo en el que estaba escribiendo—. ¿Has visto qué desastre? Y para colmo el ascensor está averiado. Por eso apenas han empezado con la segunda planta. Se ha quedado parado en la planta baja en mitad del día. El agente ha prometido que estará arreglado mañana, pero te aseguro que voy a conseguir que rebajen el precio. Tendría que haber estado aquí todo el día dando caña a los trabajadores.
—Te necesitaba tu familia. Eso tiene prioridad. —Charlotte había pasado cinco años sumida en un frenesí de preocupación por una pariente. No podía ni imaginar lo que sería descubrir que alguien a quien querías como una hermana, tal como Angela quería a Casey, era con toda probabilidad una asesina—. He hablado con Laurie. No ha habido suerte, me temo.
—Bueno, quizá no dependa de ella. Paula estaba planteándose contratar a un abogado.
—Dudo que haga ningún bien. Detesto decirlo, pero ¿no cabe la posibilidad de que tu prima sea de verdad culpable?
El rotulador de Angela dejó de moverse.
—Si te soy sincera, ya no sé qué pensar —dijo en voz baja—. Siento mucho que te hayas visto implicada.
Charlotte estaba caminando por lo que denominaban el decorado «casero», impresionada por los detalles perfilados en las notas de Angela. «Colocar lámpara aquí», en un sitio. «Y aquí», en otro. «Esta silla es demasiado baja. Y además parece más propia del decorado de la segunda planta».
Charlotte volvió a leer la nota.
—¿Has escrito tú todas estas? —preguntó.
—Claro que las he escrito yo. ¿Quién iba a hacerlo si no?