14

Cuatro horas después, Laurie miró el reloj una vez más en el asiento trasero del todoterreno. Por lo general, le encantaba que los Estudios Fisher Blake estuvieran en el Rockefeller Center, con vistas a la icónica pista de patinaje. Pero hoy, el tráfico en el centro estaba absolutamente paralizado. Furiosa ante la perspectiva de tener esperando a Brett, por fin se apeó a tres manzanas del edificio y las recorrió prácticamente a la carrera. Eran las 15.55 cuando salió del ascensor en el piso dieciséis. Estaba sin resuello, pero estaba allí.

Vio a Jerry y a Grace merodeando delante de su despacho. Grace, como siempre, llevaba todo el rostro expertamente maquillado. Lucía un vestido de punto púrpura con cuello de pico que se ceñía a sus curvas y era lo bastante largo para rozar la parte superior de unas botas negras que le llegaban hasta los muslos. Para Grace, era un atuendo casi recatado. Alto y delgado, Jerry descollaba sobre ella, con aspecto pulcro en lo que Laurie sabía que a él le gustaba llamar su «traje entallado».

Los dos se animaron al verla.

—¿Qué andáis conspirando?

—Estaba a punto de preguntarte eso mismo —repuso Jerry con ironía.

—Aquí la única conspiración era el tráfico, que casi me impide llegar a mi cita de las cuatro con Brett.

—No solo con Brett —señaló Grace en tono burlón.

—¿Queréis hacer el favor de decirme qué pasa aquí? —exigió Laurie.

Jerry fue el primero en hablar.

—Hemos visto que la secretaria de Brett se encontraba con Ryan Nichols en recepción hace un cuarto de hora. Es nuestro nuevo presentador, ¿verdad? Su currículum es perfecto.

Grace fingió abanicarse.

—No solo su currículum. Bueno, todos echaremos de menos a Alex, pero ese tío está como un tren.

Estupendo. Laurie no había conocido siquiera a Ryan Nichols, pero él ya contaba con el apoyo no solo de Brett sino ahora de Grace y Jerry. Y había llegado quince minutos antes de la hora a la que estaba programada la reunión.


Entró en el despacho de Brett y lo encontró sentado en el sofá al lado de Ryan Nichols. Se fijó en una botella de champán en la mesita de centro y tres copas. A ella Brett nunca le pedía que se sentara en el sofá para las reuniones, y la única vez que le ofreció champán fue después de que su primer especial hubiera liderado los índices de audiencia en su franja horaria. Reprimió el impulso de disculparse por interrumpir una situación tan íntima de «colegueo».

Ryan se levantó para recibirla. Grace no había exagerado su atractivo: tenía el pelo rubio y grandes ojos verdes. Su sonrisa reveló unos dientes perfectos. Le estrechó la mano con tanta firmeza que casi le hizo daño.

—Me alegro mucho de conocerte por fin, Laurie. Me hace mucha ilusión unirme al equipo. Brett estaba diciéndome que estás en el proceso de selección de nuestro siguiente caso. Estoy encantado de poder entrar en acción.

¿El equipo? ¿Entrar en acción? Más bien adelantarse a los acontecimientos, pensó ella.

Intentó mostrarse igual de entusiasta, pero sabía que no se le daba bien mentir.

—Sí, Brett y yo tenemos que tomar muchas decisiones sobre la dirección del programa, el siguiente caso y el nuevo presentador. Pero agradezco mucho que estés interesado. Con tus antecedentes, debes de estar muy solicitado.

Ryan miró a Brett con expresión confusa.

—Laurie, lamento no haber sido más claro cuando hablamos. Ryan es tu nuevo presentador, así que ya puedes eliminar eso de tu lista de tareas pendientes.

Laurie abrió la boca, pero no le salió ninguna palabra.

—Bueno —dijo Ryan—, tengo que ir al servicio. ¿Crees que Dana puede indicarme dónde está? Me orientaré por aquí en un abrir y cerrar de ojos.

Brett asintió y Ryan cerró la puerta al salir.

—¿Intentas sabotear esto? —dijo Brett con desdén—. Qué incómodo ha sido.

—No quería provocar una situación rara, Brett, pero no tenía ni idea de que ya habías tomado la decisión sin contar conmigo. Creía que Bajo sospecha era mi programa.

—Todos los programas que se hacen en este estudio son programas míos. Y te di el currículum de Ryan y no pusiste ninguna objeción.

—No caí en la cuenta de que iba en plan «habla ahora o calla para siempre».

—Bueno, la decisión me corresponde a mí, y la he tomado. Fuimos afortunados de contar con Alex, pero Ryan es mejor incluso. Conectará más con los espectadores jóvenes. Y sinceramente, con sus credenciales, bien podría convertirse en el próximo fiscal general. Por suerte, prefiere hacerse famoso.

—¿Y eso es bueno en el caso de un periodista?

—Ahórrate la retórica arrogante. Lo que haces es un reality show, Laurie. Afróntalo.

Ella negó con la cabeza.

—Somos más que eso, Brett, y lo sabes.

—Sí, has hecho un buen trabajo. Y has ayudado a algunas personas. Pero eso solo es posible gracias a los índices de audiencia. Tuviste un mes para proponer otro presentador, y lo fuiste demorando. Así que ya me darás las gracias por encontrarte a alguien del nivel de Ryan.

Oyó que llamaban a la puerta y volvió a entrar Ryan.

Se esforzó por adoptar su mejor sonrisa.

—Bienvenido a Bajo sospecha —dijo, mientras Brett descorchaba el champán.


Apenas había tomado el primer sorbo cuando Brett le preguntó cómo iba el asunto de Casey Carter.

Laurie empezaba a resumir su reunión con Casey cuando Ryan la interrumpió.

—No es un caso sin resolver. La premisa del programa es revisar casos pendientes desde la perspectiva de personas que han vivido, y cito textualmente, «bajo sospecha».

«Gracias por decirme la premisa de mi propio programa», pensó Laurie.

—El homicidio de Hunter Raleigh se resolvió —continuó Ryan—, y la única persona bajo sospecha fue condenada y encarcelada. Caso cerrado. ¿Se me escapa algo?

Laurie empezó explicar que ella y Brett ya habían decidido que un caso de condena injusta sería un siguiente paso adecuado para la serie.

Esta vez fue Brett quien la interrumpió:

—No te falta razón, Ryan. Ese caso se cerró de manera contundente. La chica bebió demasiado en la gala y lo abochornó en público. Probablemente se pelearon en casa. Él iba a poner fin a su compromiso, y ella le sacó un arma. Por lo que recuerdo, las pruebas fueron abrumadoras. Parece ser que lo único que estaba en tela de juicio era si lo hizo a sangre fría o en el calor del momento. Supongo que el jurado le dio el beneficio de la duda en ese sentido.

—Con el debido respeto, Brett, la última vez que hablamos, dijiste que te traía sin cuidado si era inocente o no. Que solo con su nombre tendríamos garantizado un buen número de espectadores.

Ryan no esperó siquiera a que contestara Brett.

—Eso es un modelo anticuado de medios de comunicación —sostuvo—. Los quince minutos de fama se han reducido ahora a quince segundos. Para cuando emitamos el programa, podría ser agua pasada. El público joven es el que impulsa los índices de audiencia. Necesitamos espectadores que se hagan eco del programa en las redes sociales. Esos nunca han oído hablar de Casey Carter.

Brett inclinó la copa de champán en dirección a Ryan.

—Una vez más, no le falta razón. ¿Tenemos un enfoque nuevo, o no es más que un refrito de su defensa hace quince años?

Laurie tuvo ganas de apurar el champán de un trago, pero en cambio dejó la copa. Quería estar despejada.

Metió la mano en el maletín, sacó la fotografía que le había dado Casey y se la tendió a Brett.

—Este es nuestro enfoque.

—¿Qué es esto? —preguntó.

—Casey ha tenido quince años para analizar las pruebas de su caso. Puede recitar de memoria hasta la última palabra de todos y cada uno de los informes policiales. Pero después de que habláramos el miércoles, fue a casa y empezó a mirarlo todo desde una nueva perspectiva, incluidas las antiguas fotografías del escenario del crimen. Cree que salir de la cárcel le ha ayudado a ver esas imágenes bajo una nueva luz. Se ha permitido recordar lo que era estar con Hunter en aquella casa.

—Venga ya —comentó Ryan en tono sarcástico.

—Fue entonces cuando se fijó en esto —continuó Laurie, señalando la fotografía.

—Es una mesilla —dijo Brett—. ¿Y qué?

—No se trata de lo que hay, sino de lo que falta. El recuerdo preferido de Hunter, una foto enmarcada de él con el presidente en la Casa Blanca en honor a la Fundación Raleigh, no está. Según Casey, siempre estaba ahí. Y estudió todas las demás fotos del escenario del crimen. La policía fotografió hasta el último centímetro de esa casa. Y la foto de Hunter con el presidente no aparece por ninguna parte. ¿Qué fue de ella?

—Así que aceptas la palabra de una asesina de que había una foto en esa mesilla —señaló Ryan.

—Nuestro programa funciona porque damos una oportunidad justa a la versión de todos los participantes —saltó ella—. Es lo que se llama investigación.

—Tiempo —dijo Brett, a la vez que hacía una T con las manos—. Entonces, suponiendo que esté en lo cierto sobre la foto que falta, ¿cuál es su teoría?

—Que el auténtico asesino se la llevó como recuerdo. No faltaba nada más de la casa.

A Laurie la alivió ver que Brett asentía.

—Así que quien se llevó la foto debía de saber el valor que tenía para Hunter —observó.

—Exacto.

Laurie estaba pensando otra vez en los sospechosos alternativos, sobre todo en el amigo, Mark Templeton. Hunter le había confiado los asuntos financieros de su iniciativa más importante: una fundación que llevaba el nombre de su madre. Malversar dinero de ese fondo en particular parecía un asunto personal. Hunter era rico, guapo, poderoso y querido. Laurie imaginó el resentimiento acumulado a lo largo de los años por un hombre que trabajaba a su sombra, rematado por una acusación de malversación y la amenaza de ponerlo en evidencia. Dos disparos en el dormitorio. La fotografía en la mesilla de Hunter y el presidente, como para burlarse de él.

—Piensa en los índices de audiencia —añadió para alentarlo, consciente de qué le interesaba a Brett en el fondo—. «El regreso de la Bella Durmiente: Casey Carter habla ante las cámaras por primera vez en la vida».

La enfureció que Brett volviera la vista hacia Ryan buscando su aprobación.

—¿Cómo sabemos que existió esa foto enmarcada? —preguntó Ryan.

—No lo sabemos —dijo Laurie—, aún no. Pero ¿y si eso cambia?

—Entonces, igual tienes una historia que contar, así que ponte las pilas. —Brett dejó la copa de pronto y se levantó—. Más vale que nos pongamos en marcha, Ryan. No quiero llegar tarde a la firma de libros.

—¿Cómo? —se interesó Laurie.

—Ya conoces a mi amigo historiador, Jed, ¿no?

—Claro.

Laurie lo conocía porque cada vez que Jed Nichols publicaba un libro, Brett presionaba a la sección de noticias a fin de que encontraran huecos en los que promocionarlo. También sabía que Jed era el amigo íntimo y compañero de habitación de Brett en Northwestern. Y entonces vio la relación. Nichols, como Ryan Nichols.

—Jed es tío de Ryan —explicó Brett—. Creía que lo había mencionado.

«No —pensó ella—. Algo así sin duda lo recordaría».


Laurie estaba en un pórtico delante de un edificio con escaleras de entrada en la confluencia de las calles Ridge y Delancey, con el dedo índice contra un oído para bloquear el ruido del tráfico en el puente de Williamsburg. Apenas alcanzaba a oír a su padre en el otro extremo de la línea.

—Papá, voy a llegar tarde a casa de Alex. —Tenía la sensación de haber llegado con retraso más veces en la última semana que en los cinco años anteriores—. Haz el favor de recoger a Timmy y nos vemos allí.

—¿Dónde estás? Suena como si estuvieras en mitad de la autopista. No seguirás con Casey Carter, ¿verdad? Hazme caso, Laurie: esa mujer es culpable.

—No, estoy en el centro. Pero tengo que hablar con una testigo.

—¿Ahora mismo? ¿Sigues trabajando?

—Sí, pero no me llevará mucho tiempo. Llegaré para el saque inicial.

Cuando colgó, tenía un mensaje de texto nuevo en la pantalla. Era de Charlotte.

«Angela acaba de hablar por teléfono con Casey, que ha dicho que estuviste allí varias horas. Angela le ha advertido de que no se haga muchas ilusiones. ¿Cómo lo has visto tú?».

Tecleó una respuesta rápida en la pantalla.

«Soy prudentemente optimista. Queda mucho por hacer».

Le dio a enviar y se guardó el móvil en el bolsillo.

No quería ni pensar en cómo se sentiría su padre si ella acababa creyendo que habían condenado a Casey injustamente. Y no quería decepcionar a Charlotte llegando a la conclusión de que la prima de su amiga era culpable de asesinato. Pero necesitaba concretar un caso para su siguiente episodio.

Cuando pulsaba el portero automático del apartamento, pensó: «Iré donde me lleven las pruebas. Es la única respuesta acertada».