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—No, no, no, no. —Angela estaba de pie sobre el cuerpo tendido de Charlotte, con las manos firmemente entrelazadas para controlar la energía que corría por sus venas—. ¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho?
Se arrodilló y acercó una mano vacilante a la garganta de Charlotte, que no respondió al gesto, aunque tenía la piel caliente. Angela le puso dos dedos sobre la arteria carótida. Tenía pulso. Se inclinó sobre su cara. Seguía respirando.
Charlotte continuaba con vida. «¿Qué voy a hacer ahora? —Angela se angustió—. Quizá aún pueda salir de esta. Tengo que pensar e ir con cuidado, igual que aquella noche en casa de Hunter. Charlotte tiene que morir, aquí, ahora mismo, y tiene que parecer un accidente. Si puedo tirarla por el hueco del ascensor desde la tercera planta, eso sin duda la matará. Todos creerán que el golpe en la nuca lo causó la caída».
Más segura ahora que tenía un plan, miró alrededor y se precipitó hacia el montón de herramientas que habían dejado los obreros con el material de construcción, sin saber siquiera lo que buscaba hasta que se topó con un paquete de bridas de plástico y un cúter. Se guardó la herramienta en el bolsillo.
Estaba a punto de amarrar la muñeca de Charlotte con una brida cuando se detuvo. Al ver las tiras de plástico ásperas y delgadas, se preguntó si le dejarían marcas en las muñecas y los tobillos, marcas que no podrían explicarse como resultado de una caída por el hueco del ascensor. Tenía que utilizar algo que no dejase…
Angela casi sonrió al captar la ironía de su solución. Después de mirar a Charlotte de cerca para asegurarse de que no recuperaba aún la conciencia, se abalanzó hacia una caja de cartón y sacó dos tops deportivos supersuaves y elásticos de Ladyform.
Le ató las muñecas a Charlotte detrás de la espalda, y estaba anudándole los tobillos cuando la oyó empezar a gemir suavemente. Tenía que darse prisa.
—Ya está —dijo, al tiempo que retrocedía para contemplar su obra. Quizá Charlotte volviera en sí, pero no iba a ir a ninguna parte.
Angela tenía la cabeza disparada. Le hubiera gustado detener el tiempo y remontarse a un universo paralelo diez minutos atrás. Si pudiera haber pulsado el botón de pausa en ese momento exacto, habría visto que la situación no era tan apurada como había creído. Lo único que sabía Charlotte con seguridad era que había accedido a unos cuantos sitios web desde el trabajo. Dependiendo de hasta qué punto supervisara Ladyform los ordenadores de los empleados, quizá Charlotte supiera que había filtrado información a Mindy Sampson y colgado comentarios negativos sobre Casey en internet. En ese instante en el tiempo, si hubiera pensado con claridad, podría haberla convencido de algún modo de que lo dejara correr. Pero no pensaba con claridad, evidentemente, porque ese estúpido programa de televisión le había dado pánico desde el momento en que oyó el nombre de Laurie Moran.
—Igual no debería sentirme tan mal por lo que está a punto de ocurrirte, después de todo —dijo con amargura mientras miraba a Charlotte—. La relación de tu familia con Bajo sospecha fue lo que ayudó a convencer a Laurie Moran de que se ocupara del caso de Casey.
Durante todos estos años, había hecho creer a Charlotte —y a todos los demás— que era la amiga y defensora más leal de Casey. Era ella la que visitaba a Casey con regularidad en la cárcel. Cuántas veces había oído que le decían: «Qué buena amiga eres. Qué buena persona eres. Casey tiene una suerte enorme de contar contigo».
¿Podía ahora aferrarse a eso de alguna manera?
Al principio, le fastidiaba imaginar a Casey en televisión, asegurando que era inocente. Sería de nuevo, al menos a los ojos de algunos, la preciosidad que no podría hacerle daño ni a una mosca. Pero luego Casey le dijo que se había dado cuenta de que había desaparecido una fotografía de la mesilla de Hunter después del asesinato. Peor aún, Casey le había hablado de ello a Laurie. En ese momento, Angela pensó que la verdad iba a salir por fin a luz.
Pero luego se percató de cuánto tiempo había pasado desde que mató a Hunter Raleigh. La mente humana es frágil. Los recuerdos se desdibujan y se difuminan. Estaba segura de que Sean recordaría la pelea que había puesto fin a su relación. Recordaría que fue por Hunter. Quizá incluso se acordase de la caja de recuerdos que descubrió en su armario. Pero ¿habría memorizado el contenido exacto de la caja? ¿Sería capaz de evocar aquella foto específica de Hunter con el presidente? Quizá no. De hecho, probablemente no, o de eso había intentado convencerse Angela. Y se había deshecho del contenido de la caja al día siguiente, claro, pese a lo mucho que le había dolido.
Charlotte empezó a moverse. Profirió un gemido grave de dolor que sonó gutural.
Angela había corrido el riesgo de telefonear a Sean después de que Casey sugiriera que Laurie lo entrevistase para el programa. «Después de todos estos años, creo que sería duro que nuestros caminos se volvieran a cruzar. Tú estás felizmente casado. Yo sigo sola. ¿Cómo es que no acabamos juntos? Preferiría que eso no saliera a relucir. ¿Te parece que tiene sentido?». Él convino que lo tenía, aunque no era así, porque la gente tendía a dar por sentado que una mujer soltera de su edad no era feliz estando sola.
Pero ahora Charlotte empezaba a menearse, sin entender por qué no podía mover las extremidades.
—¿Angela? —preguntó con voz entrecortada.
Angela intentó tomar las riendas de sus pensamientos.
«Aunque convencí a Sean de que no participara en el programa de Laurie, no me atreví a preguntarle directamente por la caja de recuerdos que encontró en mi armario. Si se la hubiera mencionado, eso habría desencadenado sus recuerdos o le habría llevado a preguntarse por qué le hablaba de ello. Tuve que cruzar los dedos para que no se remontara a aquella noche. Tuve que aferrarme a la esperanza de que quizá ni tan solo viera el programa. Me imaginé a su mujer diciendo: “¿Qué haces viendo eso? ¿Tienes curiosidad por Angela?”. Si no lo veía, no habría ningún problema. Si no recordaba la fotografía de Hunter con el presidente, no habría ningún problema. Y aunque sumara dos y dos, yo podría haber dicho que Sean se confundía. Quizá hubiera visto una foto distinta. O que seguía resentido conmigo después de tantos años. Podría haber dicho que la foto me gustaba mucho y Hunter me dio una copia. No habría manera de condenarme más allá de cualquier duda razonable en base a los antiquísimos recuerdos que conservaba un exnovio mío de una foto enmarcada en una caja dentro de mi armario.
»Pero ahora, hay que ver lo que he hecho. No tengo elección. Tengo que matarla y hacer que parezca un accidente».
Charlotte estaba recuperando la conciencia. Angela cogió el arma que había guardado en el bolso como precaución desde el día que Casey firmó los documentos para aparecer en Bajo sospecha. Vio por la expresión aterrada de Charlotte que estaba lo bastante espabilada para ver el arma que blandía Angela.
—Bueno, jefe —dijo Angela—, tiene que ponerse en pie. Vamos.