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Laurie acababa de sentarse en el sofá de terciopelo color borgoña del elegante vestíbulo de Ladyform cuando apareció Charlotte por una puerta blanca de doble hoja. Se levantó y se dieron un abrazo rápido.

—Hoy somos igual de altas —observó Charlotte con alegría.

—Gracias a que yo llevo tacones de ocho centímetros y tu suela plana —comentó Laurie. Charlotte medía cerca de un metro setenta y cinco. Estaba un poco fornida pero parecía cómoda en su propia piel. El pelo castaño claro hasta la altura de la barbilla le enmarcaba pulcramente la cara redonda y sin maquillar. Laurie la consideraba la representante perfecta de la empresa de su familia.

—Muchas gracias por recibirme con tan poca antelación —dijo Laurie mientras Charlotte abría camino hacia su despacho.

—No hay de qué. Me viene bien un poco de distracción. El vuelo de Seattle de mi madre aterriza dentro de una hora. Y noticia bomba: mi padre ha decidido venir de Carolina del Norte. Así que en cuanto hayamos terminado aquí, igual empiezo a darle al vodka.

—Ay, cariño. ¿Tan mal está la cosa? Parecían llevarse bien la última vez que los vi. —«Más que bien», pensó Laurie. Si la desaparición fue lo que distanció a la pareja, averiguar la verdad sobre lo que le ocurrió a su hija parecía haber vuelto a acercarlos.

—Solo bromeaba. Bueno, casi. Se diría que vuelven a ser novios, y eso es muy dulce. Pero ojalá volvieran a estar juntos para que dejaran de usar las visitas que me hacen como excusa para verse. Mi padre confía cada vez más en mí con la empresa, pero aún tengo la sensación de que me vigila de cerca cuando está aquí. Y hablando de posibles parejas, ¿qué tal te va con Alex?

—Bien. Lo último que supe fue que estaba bien.

En teoría, Alex había dejado el programa por motivos estrictamente profesionales, pues tenía que volver a trabajar a jornada completa en su bufete. Pero solo lo había visto una vez en el último mes, y su «cita» de este jueves era para ver el partido de los Giants en el apartamento de Alex con Timmy y el padre de Laurie. Acabarían tarde, pero en el colegio del niño no había clase al día siguiente porque los maestros tenían reuniones.

—Mensaje recibido —repuso Charlotte—. Por teléfono me dijiste que querías hablarme del programa, ¿no?

—¿Trabajas con una mujer llamada Angela Hart?

—Claro. Es mi directora de marketing y una de mis mejores amigas. Ah, ya sé por qué estás aquí —dijo con entusiasmo—. Tiene que ser por su prima.

—Así que ya sabes que está emparentada con Casey Carter, ¿no?

—Desde luego. Ha llevado con discreción su parentesco con Casey, pero yo sabía que si uno de cada dos viernes salía temprano no era para ir a los Hamptons, como decía. Iba a visitar fielmente a Casey. Hace unos años, después de unos cuantos martinis, le pregunté a Angela a bocajarro: ¿Tu prima lo hizo? Me juró por su vida, sin vacilar un instante, que Casey es inocente.

—¿Te ha dicho que Casey ha venido a verme hoy? Quiere aparecer en Bajo sospecha. Hasta me ha dado una lista de cinco sospechosos alternativos que su abogada defensora no llegó a investigar en serio.

—No tenía ni idea —aseguró Charlotte—. No soy experta en el caso, pero tenía la impresión de que las pruebas eran convincentes. No se me ocurriría hacerle esa observación a Angela, claro, pero en la cárcel todo el mundo asegura que es inocente.

—Lo sé, pero no puedo por menos que estar intrigada. Una cosa es decir que eres inocente y otra presentarse en mi despacho al día siguiente de salir de la cárcel. A decir verdad, recordé cómo me sentí el día que tu madre vino a pedir ayuda. No pude negarme.

—Evidentemente, igual Angela no es muy objetiva cuando se trata de su prima, pero ¿quieres hablar con ella?

—Esperaba que nos presentases.