37

A la mañana siguiente, Leo esperaba junto al bordillo delante del edificio de Laurie al volante de un coche de alquiler, con los intermitentes encendidos.

—Gracias por esto, papá —dijo Laurie al tiempo que se sentaba en el asiento del acompañante.

—Y por esto —añadió él, tendiéndole uno de los vasos de Starbucks que había en el salpicadero del coche.

—El mejor padre y el mejor chófer del mundo.

La víspera, Leo había llamado a su amigo, antiguo comisario de la Policía Estatal de Connecticut, para pedirle que lo pusiera en contacto con el inspector Joseph McIntosh, investigador en jefe del caso Hunter Raleigh.

—Bueno, entonces ¿quién se ocupa hoy de mi trabajo? —preguntó él.

—Kara.

—Estupendo. A Timmy le cae de maravilla.

Pese a lo mucho que se esforzaba Timmy por convencer a Laurie de que ya no necesitaba que una canguro le llevara y le trajera del colegio cuando su abuelo no estaba disponible, no protestaba en absoluto cuando se trataba de Kara, que adoraba el deporte, preparaba tortitas con chispas de chocolate caseras y compartía la afición cada vez más entusiasta de Timmy por el jazz.

—En lo que se refiere a tu papel en la vida de Timmy, tienes permanencia indefinida, papá. ¿Sabes adónde vamos?

—Ya he introducido la dirección en el navegador. Inspector McIntosh, allá vamos.


El inspector Joseph McIntosh seguía en la Policía Estatal de Connecticut, pero ahora tenía el rango de teniente. No pareció muy contento de conocer a Casey, pero se mostró considerablemente más afable con su padre.

—El comisario Miller hablaba maravillas de usted, subcomisario Farley.

Una vez abordaron el asunto de las pruebas, quedó claro que McIntosh no tenía dudas sobre la culpabilidad de Casey.

—Tienen que entender que la abogada defensora llegó a sugerir que yo fui responsable de que se hallase el Rohypnol en el bolso de Casey. Hasta que encontramos las pastillas, estábamos de su parte. Parecía afligida de verdad cuando llegamos. Solo le hicimos una prueba en busca de restos de pólvora en las manos como parte del protocolo. A nuestro modo de ver, era una de las víctimas. Había perdido a su prometido por causa de un acto de violencia horrible. Según todo indicaba, haberse encontrado mal esa noche probablemente le salvó la vida. Y cuando llegó su prima, sugirió que le hiciéramos un análisis de sangre a Casey Carter para ver si la habían drogado. Esta dio su consentimiento y le pedimos al médico en el escenario del crimen que le tomara una muestra de sangre. Luego se confirmó que tenía Rohypnol en el organismo. En ese momento, seguíamos creyendo en la posibilidad de que el asesino la hubiera drogado.

—¿Cómo describiría la reacción del padre de Hunter, James, cuando le dieron la noticia de la muerte de su hijo? —indagó Laurie—. ¿Consideró a Casey sospechosa?

McIntosh le ofreció una media sonrisa.

—Ya veo adónde quiere ir a parar con esto. Una familia poderosa, empeñada en obtener respuestas. Se pregunta quién manejaba los hilos.

Laurie seguía intentando encontrar sentido a todo lo que sabía, pero sí, era lo que estaba preguntándose. No era ningún secreto que James había estado presionando a Hunter para que no siguiera adelante con sus planes de matrimonio con una mujer a la que consideraba problemática. Cuando Hunter fue asesinado poco después de que Mindy Sampson publicara una fotografía suya con Gabrielle Lawson, sin duda habría sospechado que Casey —cuyos celos eran célebres en la familia— podía ser la asesina.

Así pues, ¿era posible que el general Raleigh intentara decantar los platillos de la balanza en contra de ella? Quienquiera que estuviese detrás de los mensajes de RIP_Hunter sin duda admiraba a Hunter. ¿Los habría escrito el general? Por entonces debía de rondar los sesenta y cinco años, bastante mayor para ser uno de los primeros usuarios de internet, pero quizá Mary Jane lo hubiera ayudado. ¿Había ido más allá y sobornado a la policía para que incriminaran a Casey? De ser así, en el caso de que Mark Templeton lo supiera, eso explicaría que el general elogiase en público al director financiero tras su dimisión, a pesar de que la Fundación Raleigh pasaba por un mal momento. No podía ser coincidencia que la misma mujer que publicaba las memorias del general también hubiera contratado a Templeton en su ONG, además de publicar aquel libro tan negativo de Jason Gardner sobre Casey. Laurie se encontró preguntándose de nuevo por qué Alex le había advertido que no se involucrara en este caso.

No pensaba poner al tanto de sus sospechas al teniente McIntosh.

—¿Sospechó de inmediato de Casey el general Raleigh o fue llegando a esa conclusión poco a poco? —preguntó.

—Bueno, su reacción inicial fue la conmoción y la pena más absolutas. Luego preguntó si Casey se encontraba bien. Cuando le dije que sí, respondió, y cito textualmente: «Se lo digo con toda claridad: es ella quien lo ha matado». Así que, sí, creo que se puede decir sin lugar a dudas que sospechaba de ella —dijo, riendo entre dientes—. Pero yo no obedezco órdenes de nadie, ni siquiera del general James Raleigh. Llevamos a cabo una investigación exhaustiva, y, sin lugar a dudas, todas las pruebas señalaban a Casey.

—¿Llegaron a averiguar cómo obtuvo el Rohypnol?

Negó con la cabeza.

—Habría estado bien, pero en todo caso es bastante fácil comprar esa sustancia en la calle, incluso en aquel entonces. Tengo entendido que su programa va a investigar de nuevo el caso. No sé qué cree que van a demostrar. Descubrimos los medios, el móvil y la oportunidad.

Laurie escuchó con paciencia la explicación de McIntosh sobre el caso. Medios: en tanto que futura esposa de Hunter, Casey había adoptado su afición al tiro y sabía dónde guardaba las armas. Empezó a disparar contra Hunter en la sala de estar. Cuando falló, él huyó al cuarto, quizá para encerrarse en el dormitorio principal o coger otra arma para defenderse. Una vez acorralado en el dormitorio, Casey efectuó los dos disparos mortales.

Móvil: el compromiso de Casey con un miembro de la familia Raleigh le había permitido ascender considerablemente en el escalafón social. También podía ponerse de lo más celosa cuando se trataba de su novio. El padre de Hunter lo estaba apretando para que rompiera con Casey, y unos días antes de su asesinato, el joven había sido fotografiado con la celebrity Gabrielle Lawson a su lado. Después de los hechos, hasta algunos antiguos amigos de Casey estaban dispuestos a plantearse la posibilidad de que hubiera perdido los estribos si Hunter había anulado el compromiso.

Oportunidad: Casey simuló encontrarse mal para tener una coartada parcial, asegurando estar dormida durante el asesinato. Luego, después de dispararle a Hunter, tomó Rohypnol para dar la impresión de que alguien la había drogado.

—Tendría que haber visto su cara cuando su propia abogada cambió de estrategia durante el alegato final —dijo McIntosh—. La abogada pasó de «no lo hizo» a «bueno, quizá lo hizo, pero de ser así, no estaba en sus cabales». Dio la impresión de que Casey también hubiera querido enviar a la tumba a su abogada. Hasta ese punto era sólido nuestro caso: incluso la abogada defensora vio la que se avecinaba. Si me lo preguntan, el jurado sencillamente no tuvo agallas para enviar a una joven atractiva a la cárcel de por vida. ¿Homicidio involuntario? ¿Cómo puede alguien creer que fue un homicidio impulsivo sin explicar por qué tenía esas sustancias en su bolso? Tenía esas pastillas por algún motivo.

Fue Leo quien interrumpió el relato del teniente:

—Y por eso la abogada de la defensa acusó a la policía de dejarlas allí o manipular las pruebas.

—Desde luego planteó esa posibilidad. Dijo que quizá dejó las pastillas allí el auténtico asesino, pero también llegó al extremo de sugerir que las drogas que le confiscamos a Casey no eran las mismas que se enviaron al laboratorio; que de algún modo se cambiaron. Pero como decía, Casey ni siquiera era sospechosa en aquel momento. Dejamos que su prima la llevara a su apartamento en la ciudad mientras acabábamos de procesar el escenario. En un caso de homicidio, somos meticulosos. Les aseguro que lo último que esperaba encontrar en su bolso o cerca de este eran esas pastillas llamadas roofies.

—¿Necesitaba permiso para registrar su bolso? —preguntó Laurie.

—No, estaba en el escenario del crimen, en el sofá, detrás de un cojín. Estaba del revés y las pastillas se veían perfectamente.

—¿Supo de inmediato lo que eran? —indagó Laurie.

Él asintió.

—Llevan impreso el nombre de la farmacéutica, y estábamos viendo cada vez más a menudo que las usaban los indeseables, por desgracia.

Laurie se alegró de que mencionara la meticulosidad de sus registros.

—¿Casualmente vio una fotografía enmarcada de Hunter con el presidente de Estados Unidos cuando registraron la casa? Era un marco de cristal.

Negó con la cabeza.

—Desde luego no lo recuerdo. Aunque también es verdad que no sé si lo recordaría, y eso que tengo una memoria buena de narices. ¿Por qué?

Laurie le habló de la foto que estaba en la mesilla de Hunter antes del asesinato pero después no aparecía en ninguna de las fotografías del escenario del crimen.

—Igual el ama de llaves se equivoca de fechas —sugirió—. Hunter tenía un apartamento y un despacho en la ciudad. Tal vez la cambió de sitio. O igual se rompió. Podría haber un millón de explicaciones. Sea como fuere, no estoy seguro de que una foto desaparecida pueda considerarse una duda razonable.

Laurie vio por la manera en que Leo evitaba mirarla a los ojos que estaba de acuerdo con él.

—¿Qué recuerda de Mark Templeton? —preguntó, cambiando de tercio.

—Ese nombre me suena…

—Era director financiero de la Fundación Raleigh y uno de los amigos más íntimos de Hunter.

—Ah, sí, claro. Un buen tipo. Estaba terriblemente afectado.

—¿Comprobaron si tenía coartada para el momento del asesinato?

McIntosh descartó la sugerencia con una risotada.

—Sí que están ampliando el campo de búsqueda, ¿eh? Bueno, yo no lo describiría en esos términos, pero tenemos la secuencia de movimientos de todas las personas con las que hablamos aquella noche. El padre de Hunter se llevó a algunos donantes VIP a su club privado a tomar una copa después de la gala. Su chófer lo llevó a casa desde allí, y tiene una ayudante que vive en su domicilio. Así que si también sospechan del general Raleigh —su sarcasmo se hizo evidente— tiene una coartada a prueba de bombas. Pero todos los que compartían mesa con Hunter esa noche volvieron a casa solos desde la gala.

Laurie se sabía de memoria la lista de comensales: Hunter, Casey, el padre y el hermano de Hunter, Mary Jane Finder, la prima de Casey, Angela, y Mark Templeton. Ni Mark ni Angela iban acompañados. El novio de Angela por aquel entonces, Sean Murray, estaba fuera de la ciudad, y la mujer de Mark se quedó en casa con sus hijos. Después de confirmar todos los nombres con el teniente, Laurie le preguntó qué recordaba de la llamada de teléfono de Hunter de camino a la gala para pedirle a un amigo que le recomendase un detective privado.

—Nos enteramos porque ese amigo se puso en contacto con nosotros después del asesinato. Hunter quería comprobar los antecedentes de alguien, pero no logré precisar de quién se trataba. A título personal, pensé que podía ser Casey. Igual empezaba a estar tan preocupado como su padre y quería tener más información sobre la mujer con la que planeaba casarse.

—Ese fue el argumento de la fiscalía —dijo Laurie—, pero no eran más que especulaciones. Parece igualmente posible que quien le preocupaba fuera la ayudante de su padre, Mary Jane. Estaba decidido a conseguir que la despidieran. Mary Jane estaba en la gala aquella noche, pero ¿acompañó al general cuando fue después con los donantes a su club?

El teniente entornó los ojos, intentando acceder de memoria a la información.

—No, no le acompañó. Pero nos dijo al día siguiente que le oyó volver a casa después de haberse acostado, y que fue ella la que contestó el teléfono cuando llamamos para informar del tiroteo.

—Así pues, no tiene idea de la hora exacta en que volvió ella de la gala. Tuvo ocasión de ir a Connecticut y volver antes de que llamaran a su casa. De hecho, ¿quién dice que no volvió a casa después que el general y mintió al asegurar que le oyó llegar?

—Supongo que es posible. —Luego añadió con una sonrisa irónica—: Aunque no probable.

Laurie empezó a guardar sus notas en el bolso.

—Gracias de nuevo por atendernos, teniente. Reconozco que no esperaba que fuera tan generoso con la información.

Él levantó las manos.

—A mi modo de ver, si hago bien mi trabajo, puede revisarlo con lupa y yo no tengo nada de qué preocuparme. No creerá en serio que el mejor amigo de Hunter o la ayudante de su padre lo mató, ¿verdad? —Todavía parecía hacerle gracia.

—¿Sabía que además de pedir que le recomendaran un detective privado, Hunter también investigaba la posibilidad de que se hubieran cometido irregularidades financieras en la fundación?

A McIntosh se le borró la sonrisa de la cara.

—Eso sí que lo recordaría. Nadie mencionó tal cosa.

—No es más que una posibilidad a estas alturas. —Laurie no vio razón para decirle que Casey era la única fuente sobre ese particular—. Pero Mark Templeton dimitió de repente cuatro años después, con los activos de la fundación bajo mínimos, y estuvo un año sin volver a trabajar.

El teniente tenía los ojos entornados, como si un recuerdo estuviera tirando de él.

—¿Le suena de algo? —preguntó Laurie.

—Es posible. ¿Recuerda que he dicho que llevamos a cabo un registro concienzudo del domicilio? Había una nota encima de la mesa de Hunter con un par de números de teléfono anotados. Según los registros telefónicos, no llegó a hacer esas llamadas. Pero el caso es que ambos eran de importantes empresas especializadas en contabilidad forense, y en el margen, junto a los números, Hunter había escrito: «Preguntar a Mark».

—Supongo que se trata de Mark Templeton. ¿Se lo preguntaron?

—Claro. Dijo que no tenía idea de a qué hacía referencia la nota. Quizá la familia Raleigh necesitaba una nueva empresa y planeaba pedirle a Mark su opinión. Pero como decía, coja la lupa y manos a la obra, Nancy Drew. Sé que fue condenada la persona correcta.