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Casey se vio pulsando el botoncito para cerrar la puerta de su nuevo dormitorio y se detuvo. Hizo el esfuerzo de dejarla un poco entreabierta.
Ahora que había salido de la cárcel, ¿qué iba a hacer? ¿Dónde podía encontrar trabajo una delincuente convicta? Seguro que en casas de subastas de arte no. Podía probar suerte con la escritura, pero eso atraería la publicidad que quería eludir. ¿Le permitiría un tribunal cambiarse de nombre legalmente? Cuántas preguntas y qué pocas respuestas.
Había oído historias de mujeres que salían de la cárcel solo para volver a entrar, que era difícil adaptarse a la libertad una vez fuera. Nunca se le había pasado por la cabeza que la atañeran a ella. Pero allí estaba, temerosa de dormir con la puerta abierta en la casa de su propia madre.
Nada había sido tan horrible como lo de ir a comprar ropa. Hasta que hubo entrado en el centro comercial, Casey no cayó en la cuenta de lo raro que sería estar entre desconocidos en público. Sin uniformes. Sin reglas tácitas de comportamiento. En el trayecto en tren de ida y vuelta a la ciudad al día siguiente, se había escondido tras las páginas de un periódico.
Quizá su madre y Angela tenían razón. Podía olvidarse del pasado y empezar una nueva vida. Pero ¿dónde, y haciendo qué? ¿Se suponía que debía cambiarse el nombre, mudarse a un lugar en mitad de la nada y vivir como una ermitaña? ¿Qué vida era esa? Además, si algo había aprendido aquellos primeros días, era que ni siquiera podía ir a un centro comercial en un área residencial de Connecticut sin que el pasado le diera alcance.
Y no todo su pasado. Nadie la recordaba como una alumna destacada en Tufts, la estrella del equipo de tenis de la universidad ni la presidenta de la sección local de Jóvenes Demócratas. Ni como una de las pocas personas que había encontrado trabajo en Sotheby’s nada más acabar la universidad. Ni cómo hizo reír a Hunter el día que lo conoció recitando de memoria el nombre de pila entero de Picasso: Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Mártir Patricio Clito Ruiz y Picasso. Ni la noche que él la abrazó y sollozó mientras describía el dolor de haber visto a su madre morir de cáncer de mama, la misma enfermedad que le arrebató la vida a su tía Robin tan joven.
«Nadie recordará nada bueno de mí», pensó Casey, mientras empezaba a desvestirse. Era un personaje, una caricatura, el remate de un chiste.
A su pesar, se acordó de Mindy Sampson. Era ella quien había acuñado la mayoría de los crueles apodos de Casey.
Había supuesto que Mindy ya estaría jubilada a estas alturas. Sabía que la habían despedido del New York Post. No había caído en la cuenta hasta esta noche de que Mindy había pasado a publicar su columna online, en un blog llamado «El chismorreo».
Quizá hubiera cambiado el medio, pero su porquería seguía siendo la misma. «Antes incluso de que me detuvieran, Mindy ya me tenía ganas. Fue ella quien publicó aquella horrenda foto de Hunter al lado de la miserable Gabrielle Lawson. El día que salió, oí a las otras mujeres de Sotheby’s chismorrear en plan “ya te lo dije” y “lo sabía”: “Ya te dije que esa no podría retenerlo. Ya sabía que nunca llegarían a casarse”». Mucha gente envidiaba lo que ella había tenido con Hunter, y Mindy se había aprovechado de esa envidia para vender periódicos.
«Ahora Mindy está otra vez intentando hacer publicidad de su sitio web a mi costa», pensó Casey.
Se puso el pijama nuevo y cogió su nuevo teléfono móvil, que había estado usando antes para leer las entradas de «El chismorreo» sobre su puesta en libertad. Usó la yema del dedo para actualizar la página tal como su madre le había enseñado y desplazó la pantalla hasta los comentarios. Notó que le recorría la columna un viejo escalofrío familiar al ver un mensaje nuevo en la sección de comentarios. «No es ninguna sorpresa. Todos los que conocen a Casey saben que es una narcisista. Entre que le disparó a Hunter y se drogó, seguro que se retocó el maquillaje para estar lista para las cámaras». El usuario había firmado el comentario con un seudónimo: RIP_Hunter.
La habitación estaba en silencio, pero Casey casi alcanzó a oír cómo le latía el corazón en el pecho. La parte superior de la pantallita le hizo saber que eran algo más de las diez. Gracias a Dios que aún contaba con una persona que atendía a sus llamadas, fuera la hora que fuese.
Su prima contestó después de dos tonos.
—Angela —dijo, con voz entrecortada—. Vete a la web elchismorreo.com y teclea mi nombre. Hay un comentario horrible sobre mí de RIP_Hunter. Seguro que es Mindy Sampson sacando trapos sucios por medio de Gabrielle Lawson. Me tienen otra vez en el punto de mira. —Empezó a sollozar—. Dios Santo, ¿es que no he sufrido ya suficiente?