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Mindy Sampson tomó asiento a una mesa del rincón del fondo del Rose Bar en el Gramercy Park Hotel para esperar a Gabrielle. Hacía no muchos años, todas y cada una de las personas presentes, desde la azafata de la entrada hasta la famosa actriz en el reservado a su derecha, habrían reconocido su cara. Durante más de dos décadas, su fotografía había aparecido en la cabecera de «El chismorreo», una de las columnas de cotilleo más leídas en Nueva York. Se había hecho un nuevo retrato todos los años sin falta, pero siempre llevaba maquillaje pálido y pintalabios rojo oscuro y mantenía el pelo de su color negro azabache natural. Era un aspecto icónico. Antes de las Kardashian y los Kanye y las Gwyneth, Mindy Sampson había entendido la importancia de ser una marca.
Y la marca de Mindy se asociaba a las tendencias de sociedad. ¿Quién iba mejor vestido? ¿Qué parejas de famosos había que ensalzar y cuáles había que despreciar? ¿Era el playboy millonario culpable o víctima de una acusación desconsiderada? Mindy siempre tenía respuesta para todo.
Eran los tiempos en que los periódicos aún te manchaban los dedos de tinta.
Luego llegó el día en que su editor jefe le dijo que «aplazase» su tradición anual de hacerse una foto nueva para la columna. Quizá hubiera «cambios», le advirtió.
Mindy era famosa por los cotilleos, pero aún tenía instinto periodístico. Había visto lo que estaba pasando en la redacción. Cada vez se ingresaba menos por la publicidad. El periódico era más fino a cada mes que pasaba. Y la plantilla también iba disminuyendo. Los veteranos, considerados en otros tiempos la espina dorsal del periódico, salían demasiado caros para seguir en nómina. Los becarios universitarios estaban dispuestos a trabajar gratis, y los recién licenciados no salían mucho más caros.
Un mes después, le dieron «la noticia». Iban a dejar su columna, la que ella había creado y alimentado y convertido en una marca de la casa, en manos de la «redacción». Sin firma. Sin fotografía icónica. Ella ya sabía que «redacción» era una manera de referirse a los cotilleos entresacados de los teletipos.
No se marchó sin presentar batalla. Amenazó con un pleito por discriminación de género. Por discriminación contra las personas mayores. Hasta se planteó pedir la discapacidad laboral por síndrome de fatiga crónica. Pero luego le dijo a su abogado que solo quería dos cosas: un finiquito de seis meses de sueldo y el título. Podían llamar como quisieran su columna de pacotilla, pero ella se llevaría la marca «El chismorreo».
Quizá la hubieran descartado como una viejales que iba de capa caída, pero no era la primera vez que infravaloraban a Mindy. Sabía antes que ellos que los nuevos medios estaban en internet. Usó el finiquito para financiar el lanzamiento de un sitio web, y fue ella quien empezó a contratar a becarios que no cobraban. Ahora, en vez de un sueldo, ganaba dinero por anuncios vendidos, lectores que hacían clic en esos anuncios y publicidad indirecta. Y en lugar de ver que sus palabras pasaban las cribas de una serie de editores, podía ofrecer sus textos al mundo entero con solo pulsar una tecla.
Pulsó Enviar en su teléfono móvil. Había colgado un nuevo artículo, así de fácil, y todo mientras esperaba a Gabrielle Lawson. De todos los famosos que había conocido Mindy a lo largo de los años, Gabrielle estaba entre los más dramáticos. Se conducía como una dama de Hollywood a la antigua usanza. También vivía así, gracias a un fondo fiduciario de un tío rico que no había tenido hijos, además de los acuerdos de tres divorcios. Era lúcida y funcional, pero parecía vivir en una realidad paralela en la que su ego exagerado desempeñaba un papel protagonista.
Por ejemplo, cuando tenía algo que contarle a Mindy, no podía decírselo por teléfono o en un email. Le gustaba quedar en algún bar discreto. En su universo alternativo, Mindy era Bob Woodward, y Gabrielle, Garganta Profunda. ¿Qué noticias traería hoy?
Cuando llegó Gabrielle, pasaron los primeros minutos bebiendo champán y hablando de tonterías. Mindy, como siempre, aseguró a Gabrielle que publicarían una foto de ella favorecedora. Era una promesa fácil de cumplir. Gabrielle había sido una de sus mejores fuentes durante años, así que quería tenerla contenta.
En esta ocasión en concreto, sin embargo, la reunión clandestina fue una pérdida de tiempo. Gabrielle no le contó nada que no supiera ya. En lo referente a Casey Carter, Mindy nunca había ido escasa de información.