23
Laurie no recordaba la última vez que había podido entrar en un bar de la ciudad sin tener que ponerse de lado para abrirse paso entre el gentío. El Boulud, un lugar de moda muy concurrido, estaba gloriosamente vacío ese día a media tarde. Laurie oyó el ruido de sus tacones resonando en el techo abovedado cuando iba hacia el fondo del local, donde vio a Charlotte y Angela en la mesa del rincón. Ya habían pedido tres copas de vino y una deliciosa tabla de charcutería llena de jamón, salami, paté y un par de cosas que a Laurie le daba miedo comer.
Angela alargó el brazo y le dio un breve apretón a la mano libre de Laurie.
—Qué encanto has sido al recibirnos a Casey y a mí hoy sin cita previa. Casey me llamó anoche, como loca por los comentarios que había leído en internet. —Se apresuró a llevarse la mano a la boca—. Ay, Dios, no quería decir eso. Me refería a que estaba muy preocupada.
—¿Cómo no iba a estarlo? —dijo Laurie—. Desde luego, parece raro que quince años después alguien vuelva de inmediato a hablar de ella en internet usando el mismo seudónimo. Sugiere que se trata de una persona que no solo está obsesionada con el caso, sino que quiere que Casey se dé cuenta. ¿Por qué usar el mismo nombre a menos que quieras enviar el mensaje de que hay alguien por ahí que te odia?
—¿Hola? —dijo Charlotte haciendo un saludito con la mano—. No tengo ni idea de qué estáis hablando. Soy yo la que os presentó, ¿lo recordáis? A ver, contadme.
—Perdona —dijo Angela—, no quería comentarlo en presencia de Casey en la oficina. Está muy disgustada.
A Angela no le llevó mucho rato poner a Charlotte al corriente de los comentarios de RIP_Hunter.
—Podría ser alguien obsesionado con Casey —observó Charlotte—. O podría ser un montón de gente que usa el mismo seudónimo en internet.
—No entiendo —dijo Laurie—. ¿Por qué iba a juntarse un grupo para colgar comentarios negativos sobre Casey como si fueran una sola persona?
—No, no me refiero a una especie de conspiración. Recuerdo que, en la universidad, cuando entraba en chats para hablar de la última ruptura de una famosa (no me juzguéis), la gente firmaba sus comentarios con algo así como Equipo Jennifer o Equipo Angie. Es una manera de tomar partido en una disputa en internet. Lo mismo pasa con los candidatos políticos. Hoy en día, sería en Twitter. Un millón de personas que teclean «almohadilla quien sea» están dando a entender a quién apoyan. ¿Quién dice que RIP_Hunter no es una etiqueta que caló entre la gente que estaba del «bando» de Hunter, por así decirlo, y que por lo tanto creía que Casey era culpable?
—¿Cómo podríamos averiguar qué era en realidad? —preguntó Laurie.
—Deberíais investigar si era un sitio web en el que los usuarios tenían que crear una cuenta verificada con un nombre de usuario propio, o si cualquiera podía firmar como RIP_Hunter.
Laurie tomó nota mental de indagar sobre el aspecto tecnológico de esos comentarios. Cruzó los dedos para que la abogada defensora lo hubiera hecho en aquel entonces, lo que le ahorraría zambullirse en un cenagal de datos informáticos que a veces le costaba entender.
—Yo de eso no sé —dijo Angela—, pero he estado devanándome los sesos intentando pensar en gente que podría haber querido hacerle daño a Hunter. Veo que Casey igual no ha mencionado un par de posibilidades. Una era su exnovio, Jason Gardner. Era terriblemente celoso. Siempre daba la impresión de que seguía enamorado de Casey e intentaba recuperarla, aunque ella ya estaba comprometida con Hunter. Pero después de ser condenada, le dio la espalda por completo. Incluso publicó un libro cutre en el que decía desvelar todos sus secretos.
»Además, deberías investigar a Gabrielle Lawson. Es una patética mujer de la alta sociedad ya entrada en años que estaba decidida a cazar a un hombre como Hunter. Los dos estuvieron en la gala aquella noche. Los dos pasaron por nuestra mesa. Lo que me preocupa es que, si Casey sigue adelante con esto, acabará con su madre del mismo modo que tener que ir a juicio mató a su padre.
Angela hablaba con tanta intensidad que no se dio cuenta de que Charlotte y Laurie cruzaban una mirada inquieta.
—Angela —dijo Charlotte con tacto—, igual deberíamos dejar que Laurie disfrute de su copa después de trabajar. ¿Cómo te sentaría que ella nos acribillara a preguntas sobre el desfile de moda de otoño que nos tiene agotadas?
Laurie no conocía a Charlotte desde hacía mucho tiempo, pero no era la primera vez que parecía saber qué estaba pensando. Lo cierto era que le encantaba hablar de trabajo, fuera la hora que fuese, pero no le parecía apropiado abordar la investigación en curso con una pariente de Casey en una situación tan extraoficial. Charlotte, que siempre se comportaba como una consumada profesional, había encontrado una manera educada de cambiar de tema.
—Ay, Dios, claro —dijo Angela, avergonzada—. Estamos todas oficialmente fuera de horas de oficina. Nada de hablar de trabajo.
Laurie agradecía que Charlotte la hubiera sacado del aprieto.
—No pasa nada —dijo—. Si hace que te sientas mejor, ya tenemos tanto a Jason como a Gabrielle en nuestra lista de gente con la que ponernos en contacto para nuestra revisión del caso.
—Bueno —dijo Angela, buscando otro tema de conversación—, ¿estás casada, Laurie, o formas parte del club de las solteras como nosotras? No veo ningún anillo.
Charlotte le pasó un brazo por los hombros a su amiga en un gesto cordial.
—Tendría que haberte avisado de que mi colega Angela puede ser muy directa.
Laurie se dio cuenta de que Charlotte estaba avergonzada, pero la consoló que no hubiera puesto a Angela al tanto de su pasado. A veces Laurie pensaba que lo primero que averiguaba sobre ella todo el mundo era que Greg fue asesinado.
—Yo tampoco estoy casada —dijo. Parecía explicación suficiente de momento.
—Charlotte dice que no debería empeñarme mucho en encontrar a un hombre. Que tengo que ser feliz por mi cuenta, etcétera. Pero lo reconozco, a veces no haber dado con el hombre indicado me hace sentir sola.
Charlotte puso los ojos en blanco.
—Te tomas los cuarenta como si fueran los noventa. Además, estás más preciosa ahora que la mayoría de las mujeres a cualquier edad.
—Sí, claro, salgo mucho, pero no me sirve de gran cosa. —Rio—. Estuve prometida dos veces, pero cuando iba acercándose la fecha de la boda, empezaba a preguntarme si de verdad quería ver la cara de ese tipo todas las mañanas.
—Qué buen rollo, ¿eh? —comentó Charlotte—. Además, Laurie está bastante ocupada en ese aspecto.
Angela mordió el cebo.
—¿Qué me dices? Parece interesante.
—Es uno con el que trabajaba. Es complicado.
—¿De verdad estás convencida de que no cambiará de parecer sobre lo de volver al programa? —preguntó Charlotte—. No será lo mismo sin esa voz suya tan perfecta. —Hizo su mejor imitación de la voz grave de Alex—. «Buenas noches. Soy Alex Buckley».
—No —dijo Angela, boquiabierta—. ¿Alex Buckley? ¿De verdad? ¿El abogado?
Ahora Laurie pensó que ojalá hubieran seguido hablando del caso. Asintió.
—El presentador de nuestro programa. Por lo menos hasta hace poco.
—Vale, ahora tengo que reconocer que aún no he visto vuestro programa.
Charlotte fingió darle a su amiga un azote.
—¿Laurie está llevando el caso de tu prima y ni siquiera has visto su programa?
—Tenía planeado verlo en streaming este fin de semana. Me moría de ganas de verlo el mes pasado, claro, cuando fue sobre el caso de tu hermana, pero me dijiste que no querías que lo viera todo el mundo del trabajo, porque era algo muy personal para tu familia.
—Bueno, evidentemente no me refería a ti —dijo Charlotte—. Eres una de mis mejores amigas.
—De verdad —terció Laurie—, no tienes por qué dar explicaciones.
Cuando la mesa quedó en silencio, Angela negó con la cabeza.
—Vaya, Alex Buckley. El mundo es un pañuelo.
—¿Le conoces? —preguntó Laurie.
—Ya no. Pero salí con él una vez hace un millón de años.
Charlotte meneó la cabeza.
—¿Por qué diablos le cuentas eso?
—Porque es una coincidencia curiosa. Y fue hace más de quince años. Es historia antigua. —Ahuyentó la idea moviendo la mano en el aire.
Charlotte seguía mirando a su amiga con gesto de desaprobación.
—¿Qué? A Laurie no le ha molestado, ¿verdad? Confía en mí, esto no tiene la menor importancia, igual que con Hunter.
—Espera, ¿también saliste con él? —preguntó Charlotte, pensativa—. ¿Con quién no has salido?
—Tampoco es eso, Charlotte —respondió Angela—. Entonces no me conocías. Salía todas las noches de la semana. Conocí a jugadores de béisbol, actores, un periodista del New York Times. Y no pienses lo que estás pensando. Era todo muy inocente. Éramos muy jóvenes, obligados a vernos en rollos sociales de alto standing en los que se esperaba que fueras con pareja. Antes lo ha dicho Casey: tenía la sensación de conocer a todo el mundo en Nueva York. A mí me pasaba lo mismo a los veintitantos. En un momento, estabas en una alfombra roja. Luego, cuando nos encontrábamos unos pocos en grupo, nos daba la risa tonta y nos portábamos como críos. Era como si fuéramos del club extraoficial de los cien neoyorquinos más populares, todos juntitos. Nada muy allá. —Sonrió al recordarlo—. Pero, Dios mío, el mundo es un pañuelo, desde luego. Ahora que lo pienso, conocí a Alex cuando fui con Casey y los Raleigh a un pícnic en Westchester. Por entonces no tenía pareja. Alex era elegante y muy bien parecido. Alguien me dijo que era abogado en el bufete de los anfitriones. Hablamos durante la mayor parte de la fiesta, así que me arriesgué y le llamé al despacho para invitarle a comer. Cuando nos vimos, averigüé que ni siquiera era abogado todavía. Era un asociado en prácticas durante el verano, estudiante aún en la facultad de Derecho. Yo era varios años mayor; ahora no tendría mucha importancia, pero entonces me sentí como la señora Robinson. Viéndolo en retrospectiva, fue un error, claro. ¡Fijaos lo alto que ha llegado!
Algo en la expresión de Laurie hizo que Angela se interrumpiera.
—Más vale que me guarde mis recuerdos de juventud, pero te lo prometo, no fue más que una comida. Lo siento mucho si te he molestado, Laurie.
—Qué va. Como dices, el mundo es un pañuelo. Así que conociste a Alex en un pícnic al que te llevaron los Raleigh. ¿Eso quiere decir que Alex también conocía a los Raleigh?
Se encogió de hombros.
—No lo sé seguro.
Charlotte estaba pidiendo otra ronda al camarero, pero Laurie dijo:
—Yo ya tengo suficiente. Igual así me queda tiempo para prepararle la cena esta noche a mi hijo.
—¿Seguro? Te vas a perder un duro interrogatorio a Angela sobre esa larga lista de novios de los años noventa.
Laurie estaba muy intrigada por algo que había dicho Angela, pero solo tenía curiosidad por el pasado de una persona.
Envió un mensaje de texto a Alex. «¿Tienes un momento?».