26
Alex recibió a Laurie en el área de recepción de su oficina con un largo beso. Ella se dio cuenta de cuánto le gustaba la cercanía de su cuerpo.
—Es curioso. Estoy acostumbrado a ir a tu oficina, y no al revés.
—Perdona que me haya presentado casi de improviso. —Dejó que Alex la llevara pasillo adelante.
Aunque en teoría Alex ejercía la abogacía en solitario, compartía oficinas con cinco letrados más. Tenían ayudantes individuales, pero financiaban conjuntamente un equipo de ocho auxiliares judiciales y seis investigadores. El resultado era una especie de pequeño bufete, aunque la decoración no era la que hubiera imaginado Laurie para un gabinete jurídico. En lugar de madera oscura, recargados sillones de cuero e hileras de libros cubiertos de polvo, Alex había optado por un ambiente moderno, abierto y espacioso, lleno de sol, vidrio y obras de arte de vivos colores. Cuando entraron en su despacho, se acercó a los ventanales que iban desde el suelo hasta el techo, con vistas al río Hudson.
—Es la hora del día perfecta para ver cómo el sol se desplaza por el horizonte. Esta tarde hay un cielo precioso, lleno de rosas y dorados.
Laurie siempre se admiraba de cómo Alex tenía tiempo de apreciar encantos que otros daban por supuestos. Ahora se estaba preguntando si no habría cometido un error al ir allí. Igual su reacción estaba siendo exagerada. Se encontró pensando en la actitud tan despreocupada que tenía Grace respecto de las citas. Era un mundo que ella no entendía. Siempre había creído que Greg era un alma gemela que solo encontraría una vez en la vida porque entre ellos nunca habían surgido problemas. «Pero igual tiendo a complicarme la vida más de lo necesario», pensó.
—Bueno, ¿a qué debo este privilegio? —preguntó Alex.
Ahora que estaba aquí, no podía mentirle. Tenía que sacárselo de dentro.
—La otra noche, me pareció que eludías hablar conmigo sobre la injusticia de la que Casey Carter asegura ser víctima.
—Ah, ¿sí? —Alex pareció asombrado—. Como dije, no estaba seguro de hasta qué punto debía meter las narices ahora que ya no trabajo en el programa. Una vez me aseguraste que querías saber mi opinión, hice todo lo posible por dártela a partir de la cobertura que recordaba del juicio.
Dio su explicación un poco a la defensiva, casi en tono de abogado.
—Y luego me dijiste que no dejara que Brett me empujase a tomar una decisión precipitada. Y señalaste que en realidad Casey no tenía nada que perder, no como en nuestros anteriores especiales.
—¿Adónde quieres ir a parar, Laurie?
—Me dio la impresión de que me estabas dando razones para mantenerme al margen del caso. ¿Por qué?
Alex estaba mirando otra vez por la ventana.
—No sé a qué viene todo esto, Laurie. La otra noche en mi apartamento me dio la impresión de que todo iba de maravilla. Fue estupendo estar contigo y tu familia sin que el trabajo lo ensombreciera todo. Parecías feliz cuando te fuiste. ¿Me equivoqué al pensarlo?
—No. Pero eso fue antes de que supiera que fuiste pareja de la prima de Casey.
—¿Cómo?
—Bueno, igual «pareja» es un poco exagerado. Pero saliste con la prima de Casey, Angela Hart, cuando estabas en la facultad de Derecho. ¿Por eso no querías que me ocupara del caso?
Alex dio la impresión de estar haciendo memoria.
—¿De verdad hay tantas mujeres en tu pasado que no recuerdas a esta? Era modelo, por el amor de Dios. Creo que la mayoría de los hombres la recordaría.
Era un golpe bajo y Laurie lo sabía. Cuando empezaron a salir, Alex le aseguró que no había sido un mujeriego, aunque tenía treinta y tantos, nunca había estado casado y siempre parecía ir del brazo de una mujer hermosa en las páginas de sociedad. Ahora Laurie le estaba echando en cara todo eso.
—¿Modelo? ¿Te refieres a Angie? Claro, apenas la recuerdo. ¿Me estás diciendo que es prima de Casey Carter?
—Sí. Es la amiga de Charlotte que mencioné. Y me contó que la conociste en la fiesta de un colega abogado en los Hamptons. Iba con la familia Raleigh.
Vio cómo Alex recuperaba el recuerdo. A Laurie le dio toda la impresión de que no había establecido la relación hasta ese momento.
—Eso es. El general Raleigh estaba en el pícnic. Todos los estudiantes de Derecho estaban alucinados. Fue un gran momento cuando se tomó la molestia de estrecharnos la mano.
—¿Y los hijos, Hunter y Andrew?
—Si los conocí, lo cierto es que no lo recuerdo. Laurie, no entiendo a qué viene todo esto.
—¿Ibas a ocultarme que conocías a Angela Hart?
—No. —Levantó la mano derecha como para prestar juramento.
—¿Ibas a ocultarme que conocías a Hunter Raleigh?
Otra vez no, con el mismo gesto.
—No recuerdo siquiera haber coincidido con él —le recordó.
—¿Hay alguna razón para que no quieras que trabaje en este caso?
—Laurie, estoy empezando a pensar que se te dan mejor que a mí los contrainterrogatorios. Mira, ya sé lo importante que es para ti Bajo sospecha. Es tu criatura, de arriba abajo, de principio a fin. Tú y solo tú debes decidir qué caso crees que merece la atención del programa. ¿De acuerdo? Tengo fe absoluta en que tienes otro éxito entre manos, decidas lo que decidas, porque tu instinto siempre acierta.
La tomó en sus brazos y le dio un beso en la coronilla.
—¿Alguna pregunta más?
Ella negó con la cabeza.
—Sabes que eres más guapa que cualquier modelo de por ahí, ¿verdad?
—Más vale que no está usted bajo juramento, letrado. Voy a ir a casa a prepararle la cena a Timmy. ¿Te apuntas?
—Me encantaría, pero esta noche tengo que hablar en la Universidad de Nueva York. A un amigo mío lo han hecho catedrático en la escuela de Derecho.
Le dio otro beso antes de acompañarla al ascensor. Para cuando Laurie salió al vestíbulo, volvía a notar una sensación de ansiedad en el estómago. Imaginó a Alex con la mano derecha levantada para jurar decir la verdad. No, no había tenido intención de ocultarle su relación con Angela. No, no recordaba haber conocido a Hunter. Pero ¿había algún motivo para que no quisiera que Laurie investigara la condena de Casey? No había contestado esa pregunta, pero el instinto de Laurie, ese que siempre acertaba, le estaba dando a gritos la respuesta: Alex le ocultaba algo.