Capítulo 24
A Max no le apetecía nada pasarse la tarde entera viendo muebles en las diversas tiendas de Los Ángeles a las que Jodie pretendía llevarle. Le aburría soberanamente ir de compras y solo las hacía en situaciones de emergencia. Por eso dejó que fuera ella la que llevara la voz cantante mientras él se limitaba a escuchar la conversación que mantenía con la dueña del primer establecimiento al que entraron.
La mujer, que se llamaba Alexandra, les hizo sentarse en su pequeña y abigarrada oficina mientras desplegaba ante ellos catálogos con fotografías de armarios, estanterías, sofás, lámparas, sillas, mesas, camas… Jodie pasaba las hojas con denodado interés pero el aburrimiento se apoderó de Max antes de que hubieran terminado de ojear el primer catálogo.
Aprovechando que Alexandra se puso al teléfono para atender una llamada, Max pegó los labios al oído de Jodie y le habló en susurros.
- Lo encargamos todo aquí y nos ahorramos el martirio de que nos suelten más veces el mismo rollo.
Jodie se giró, sus labios casi se rozaron y a los dos se les fue el santo al cielo durante un instante. Ella pestañeó para romper el hechizo pero no sirvió de nada. Se preguntó si alguna vez se amortiguarían sus ganas de estar permanentemente tocándole y besándole.
- ¿No quieres mirar más precios? -La mirada de Max viajó hacia su boca mientras ella hablaba, poniéndola nerviosa.
- Estos son asequibles, seguro que no los encontramos más baratos -repuso él.
- Pero es una insensatez conformarnos con lo primero que nos enseñen. Podemos encontrar otros diseños que te gusten más -argumentó ella.
Max arqueó las cejas como diciéndole «¿me has visto cara de que me preocupen los diseños del mobiliario?» y a ella se le formó una sonrisa en la cara.
- ¿A ti te gustan estos? -le preguntó él.
- Sí, estoy viendo cosas muy bonitas.
- Entonces a mí me parecen perfectos -aseguró-. Los encargamos y nos largamos.
- Vale, como quieras.
Ella le dio un rápido beso en los labios y luego escapó de su potente influjo masculino para volver a sumergirse en los catálogos. Él se apoyó en el respaldo de la silla y los observó de lejos mientras le acariciaba la espalda a través del jersey de lana.
Ya habían pasado cuatro días desde que atraparon a Callaghan en los bosques de Irvine, los mismos que la separaban a ella del peor momento que había vivido en su vida. Max sabía que le costaría superarlo, que no sería fácil desprenderse de las pesadillas que la despertaban cada noche ni de la manía que había desarrollado a mirar por encima de su hombro cada vez que salía a la calle, pero estaba orgulloso de la entereza que estaba demostrando. Había arrojado todas las pastillas que el psiquiatra le había recetado por el retrete y se mostraba activa durante el día, ejerciendo actividades que la distrajeran cuando estaba sola. Al sentirse más vulnerable, también había desarrollado una especie de dependencia afectiva hacia Max, con la que él se mostraba encantado. Sabía que no duraría eternamente dado su espíritu independiente pero, mientras lo hiciera, él la compensaba con raudales de cariño, de amor y de pasión.
A Max le hacía asquerosamente feliz que Jodie necesitara el sexo como terapia.
Y adoraba su sonrisa. Ella no había tenido muchas oportunidades de sonreír desde que la había conocido, las circunstancias siempre estuvieron en contra, pero ahora lo hacía más a menudo y a él le iluminaba la vida.
Continuó acariciándole la espalda mientras ella hablaba con la dueña de la tienda y él asentía a todas sus elecciones mobiliarias.
El martes por la mañana, una semana después de que el juez Hawkins tuviera en su poder toda la información referente a la adopción de Jacob, citó a las partes en una sala de los juzgados de Costa Mesa para decidir sobre la concesión de la guarda. Su abogada le llamó el lunes a primera hora para informarle de la citación y, a lo largo del día, a Max se le fue agriando el humor por la insoportable tensión de la espera. Ni siquiera cuando salió a bucear por la tarde, antes de que se pusiera el sol, logró relajarse. Y apenas pegó ojo por la noche, se la pasó dando vueltas en la cama y despertando a Jodie. Ella intentaba apaciguarle con palabras esperanzadoras que no surtían demasiado efecto. Además, ella también estaba nerviosa y preocupada aunque se afanara en disimularlo.
Max quiso que le acompañara a los juzgados. Ella se mostró reticente en un principio, temía que su presencia inesperada cuando el proceso ya había concluido pudiera jugar un papel negativo en la decisión del juez, pero él insistió en lo contrario. El juez Hawkins estaba al tanto de las razones por las que Jodie no se había personado en la entrevista con la señora Roberts y, según la opinión profesional de la abogada de Max, valoraría que ahora lo hiciera.
Entraron de la mano a la sobria sala, donde ya se encontraban los abogados del Ministerio Público de Menores y la abogada de Max. Todo el mundo estaba serio, con las espaldas rectas y las manos cruzadas sobre la mesa. La atmósfera olía a libros viejos y usados y el aire era tan denso que costaba respirarlo, aunque tal vez esto último solo era una apreciación de Max. Su abogada le hizo una señal para indicarle el lugar donde debían tomar asiento, y ambos cruzaron la sala hacia un extremo. La silla del juez presidía la mesa, bajo la cual continuaron con las manos unidas.
Jodie percibía la dolorosa ansiedad que le agarrotaba el cuerpo a través de su mano. Ella le acarició el dorso con el pulgar y se fijó en que la tortura que había en sus ojos negros se había agravado ahora que estaban a punto de decidir su futuro. Retenía tanta energía que parecía a punto de estallar en mil pedazos.
Un par de minutos después, Tyron Hawkins entró en la sala portando los folios que contenían la sentencia y que se dispuso a leer sin más dilación tras un escueto y frío saludo.
Max contuvo la respiración, apretó los dientes y controló la necesidad de interrumpir al juez para decirle que Jacob era la persona más importante de su vida y que nadie iba a quererle más de lo que él le quería. Lo miró fijamente mientras leía, buscando pistas que le ayudaran a adivinar el contenido de su decisión. Pero no había emociones en el rostro impasible del juez, por lo que Max empezó a sudar a chorros conforme se adentraba en la lectura de la sentencia y pronunciaba tecnicismos que no comprendía. La mano de Jodie se apretó más fuerte contra la suya cuando se aproximó el momento de que el juez pronunciara el fallo. El corazón se le desbocó, latiéndole tan fuerte y tan deprisa que tuvo la impresión de que se le saldría del pecho.
- Por todo lo expuesto, esta sala resuelve conceder al señor Max Craven la guarda pre adoptiva de Jacob Craven por un periodo de seis meses…
No fue capaz de escuchar nada más. En el noventa y cinco por ciento de los casos, los jueces otorgaban la adopción a aquellos a los que previamente habían concedido la guarda pre adoptiva. La sangre se le agolpó en la cabeza, los oídos le zumbaron y un torrente de adrenalina le invadió las venas. Soltó la mano de Jodie, apoyó los codos sobre la mesa y enterró la cabeza en las palmas de las manos. Se le aceleró la respiración, de alivio, de dicha, de alegría. Escuchó que Hawkins terminaba de hablar e, inmediatamente después, le llegaron las felicitaciones de su abogada y el caluroso abrazo de Jodie, que le rodeó el cuerpo con los brazos y le estampó un sonoro beso en la mejilla.
La maleta y la bolsa del equipaje ya estaban listas sobre la cama. Jodie cerró las cremalleras y luego echó un último vistazo al baño, al armario empotrado y a los cajones de la cómoda por si se olvidaba algo. Por último, se puso la mochila a la espalda, agarró la maleta con ruedas y rodeó el perro de peluche con el brazo. Ya estaba preparada para abandonar la habitación del motel Heller e instalarse en la caravana de Max, que había abandonado las maravillosas playas de Newport para presidir el jardín de su nueva casa en la calle Magnolia.
Desde hacía un par de días, él y Jacob ya residían allí.
La sentencia se ejecutó rápidamente y, en el transcurso de las cuarenta y ocho horas posteriores, Jacob abandonó su hogar junto a la familia de acogida para irse a vivir con Max. Fue una suerte que la tienda a la que habían ido a comprar los muebles los tuviera listos para entonces, al menos los que eran más necesarios.
Max desplegó ante ella un amplio abanico de posibilidades para que eligiera el que más le conviniese, y Jodie se quedó con la opción que le permitiría seguir disfrutando de su independencia a la vez que les tenía cerca. Por supuesto, la independencia no incluía dormir separados por las noches.
Cuando ya estaba a punto de abandonar la habitación, su nuevo móvil sonó en el interior de su bolso con una melodía estridente en forma de ring que todavía no había tenido tiempo de cambiar. Dejó todos los bártulos en el suelo para contestar, pero los dedos se le quedaron paralizados sobre las teclas cuando vio que la llamaban desde un número oculto.
El estómago se le encogió y el vello de la nuca se le erizó mientras observaba las palabras temidas en la pantallita azul. No podía ser, debía de tratarse de otra persona. El infierno ya había terminado. ¡Callaghan estaba entre rejas!
Hizo acopio de valor y contestó. Seguro que querían venderle alguna enciclopedia desde alguna de esas empresas que llamaban con números privados, pero el silencio que escuchó al otro lado de la línea la sobrecogió. El móvil estuvo a punto de caérsele de las manos.
Lo soltó en el interior del bolso y se quedó quieta en medio de la habitación. Un escalofrío le ascendió por la columna vertebral. Se recuperó haciendo unas inspiraciones y repitiéndose en voz alta que debía tratarse de una casualidad, de una siniestra e inoportuna coincidencia. Luego volvió a coger las maletas y el perrito de peluche y salió al exterior.
Una vez fuera, mientras descendía por las escaleras metálicas y la maleta golpeaba contra los barrotes de la barandilla, no pudo evitar escudriñar cada rincón del oscuro aparcamiento, de la calle solitaria que se extendía ante ella y del parque Heller, que ya estaba cubierto por las sombras oscuras de la noche.
Allí, oculto entre las formas difusas de los árboles que flanqueaban el paseo principal, Jodie vio el pequeño y candente círculo anaranjado. Era el extremo del cigarrillo que subía y bajaba a cada nueva calada que le daba su invisible propietario. El miedo reapareció de súbito al apoderarse de ella la creciente sensación de que el dueño o dueña del cigarro estaba relacionado con las llamadas a su móvil.
Terminó de descender, guardó todas sus cosas en el maletero del coche y luego caminó hacia la salida del motel. Se detuvo ante la puerta y observó el parque desierto y tenebroso al otro lado de la calle, hasta que volvió a localizar el puntito naranja, que ahora se movió en otro sentido. Una sombra alargada salió de su escondite detrás de los árboles y la difusa luz blanquecina de las farolas le permitió discernir que se trataba de un hombre.
Jodie tragó saliva y se mordió los labios. A esa distancia y con tan poca visibilidad no podía ver de quién se trataba, pero estaba segura de que la estaba esperando a ella.
Cruzó la calle con paso lento pero decidido y se adentró en el parque. La sombra masculina la esperó al final del paseo y se quedó estática, salvo cuando arrojó el cigarrillo al suelo y lo pisó con el pie derecho. Conforme acortaba distancias y la sombra se hacía más nítida, Jodie apreció algunos detalles que le resultaron espantosamente familiares. La forma de las piernas ligeramente arqueadas, el cuerpo delgado, el cabello largo que le llegaba hasta los hombros… y el acerado color de sus ojos, que le enfrió el alma cuando ya estuvo lo suficientemente cerca para saber quién era.
Jodie se detuvo y lo mismo hizo su corazón o, al menos, eso fue lo que a ella le pareció. Él se acercó; la misma sonrisa irónica de siempre bailaba en sus labios delgados, aunque, en contra de todo pronóstico, visualizar esos rasgos que un día le parecieron atractivos no le causó tanto terror como cabía esperar.
- Por fin volvemos a encontrarnos. -La sonrisa se ensanchó y le enseñó los dientes. El sonido rasgado de su voz le arrancó otro escalofrío-. ¿Me has echado de menos?
- Sabes que no, Tex -respondió serena, esforzándose por que la voz no le temblara tanto como las manos, que guardó en los bolsillos de su abrigo-. Así que eras tú el de los mensajes. No sé cómo pude ser tan tonta al descartarte.
- Pensé en crear un poco de expectación antes de saludarte. Te lo merecías por la forma en la que me dejaste. -Sacó la cajetilla de tabaco del bolsillo trasero de sus vaqueros desgastados y encendió un nuevo cigarrillo, al que dio una honda calada-. Estuvo muy mal que me enviaras a tus dos hermanos para que me dieran una paliza.
- No te la dieron, ellos no son como tú.
Volvió a sonreír.
- Me amenazaron con dármela si volvía a acercarme a ti, que viene a ser lo mismo. -Soltó más humo por la boca y la nariz. Su expresión se recrudeció-. Seguí buscándote pero no te encontré; las cosas no han ido demasiado bien y no tenía dinero para buscar un detective, hasta que un buen día te vi en televisión. ¡Joder, Jodie en Hollywood ganándose la vida como actriz! -Rio como lo haría una asquerosa sanguijuela-. Ahorré durante unos meses para venir a verte y aquí estoy.
- ¿Y qué es lo que quieres?
- Saldar algunas cuentas que tenemos pendientes. Por tu culpa me encerraron en el trullo dos meses y perdí un contrato discográfico que me habría hecho un hombre rico y famoso. Quiero que me devuelvas todo lo que me has quitado. -Alzó la mano y la apuntó con el cigarrillo-. Y quiero que esto quede entre tú y yo o juro que te haré mucho daño. Ni se te ocurra decirle nada al poli que te estás follando. Y por cierto, conmigo nunca fuiste tan zorra; eso también me ha desilusionado mucho -dijo con fingida ofensa.
- Merecías mucho más que un par de meses en la cárcel por todo el daño que me causaste. El juez fue demasiado benévolo contigo -respondió sin vacilar, observando que su réplica, a la que no estaba acostumbrado, generaba en él sorpresa-. No me creo lo de tu contrato discográfico, no eres lo suficientemente bueno y lo sabes, pero te resulta mucho más cómodo echarle la culpa de tus fracasos a las discográficas mientras te aprovechas del dinero de las pobres idiotas a las que engañas para pegarte la vida padre a su costa. Yo no te he quitado nada, en cambio tú me lo quitaste todo. -El tono de su voz creció y terminó espetándole las palabras a su asombrada cara-. Y no soy ninguna zorra, estoy enamorada de él como jamás lo estuve de ti. No le llegas ni a la suela de los zapatos, ni como hombre ni como nada.
La efusividad con la que habló la hizo arder por dentro. Seguía teniéndole miedo, sobre todo ahora que la sonrisa se le había esfumado de la angulosa cara. De los ojos acerados parecían saltar esquirlas de hielo, pero era mucho más fuerte la necesidad de decirle por fin todo lo que durante tanto tiempo había guardado para ella.
Los labios de Tex formaron una dura línea que partió en dos su rostro. Dio una nueva calada a su cigarrillo, con las pupilas incrustadas en las de ella, y luego avanzó un paso para acortar distancias. Ella estuvo a punto de retroceder, pero se mantuvo en su sitio.
- Vaya… desde que te has echado un novio poli y has hecho unas cuantas películas de mierda, te crees que eres la reina del mambo, ¿no? -Intentó tocarla y ese fue el momento en el que Jodie retrocedió. No soportaba que lo hiciera-. Por mí os podéis ir los dos al infierno, pero tú me vas a pagar lo que me debes o les hablaré de ti a mis amiguitos. No te lo aconsejo, no tienen buen carácter.
Jodie imaginó que Tex andaría metido en algún lío y que debía dinero a personas poco recomendables. Estando con él, una vez unos tipos le dieron una paliza porque le habían prestado un dinero que él se fundió en sus interminables bacanales y que luego no pudo devolver.
- Me dejaste en la ruina, así que puedes mandarme a esos matones si quieres, pero te romperán las piernas por mentirles cuando se enteren de que no tengo ni un centavo.
- No te quedes conmigo. Eres actriz y estás viviendo en este lugar repleto de ricachones. Si no tuvieras pasta, no te lo podrías permitir.
- ¿Te parece que viviría en la habitación de un motel si tuviera dinero? Me han despedido de la serie en la que trabajaba y ahora mismo lo único que tengo es un empleo a tiempo parcial en un Starbucks.
- ¡Eres una mentirosa! -Avanzó un par de pasos más; se estaba poniendo nervioso, y cuando alcanzaba ese estado de crispación era aconsejable callarse la boca y dejarle despotricar. Sin embargo, Jodie no iba a consentir que la amedrentara nunca más y por eso continuó firme en su enfrentamiento con él-. Sé que tienes dinero, todo el mundo que vive en esta puta ciudad lo tiene. Consígueme cinco mil y te dejaré tranquila para el resto de tu vida. -La asió por el brazo y ella se soltó dando un brusco tirón.
Estaba demasiado cerca, podía oler ese aliento a tabaco que siempre le desagradó, pero esta vez no retrocedió. En su lugar, abrió el bolso, sacó su monedero y, a continuación, le estampó un billete de cinco dólares que él agarró al vuelo, estrujándolo en la mano. Su mirada era feroz, saltaba a la vista que quería hacerle a ella lo que acababa de hacerle al billete.
- Eso es todo lo que tengo. Y ahora desaparece de mi vida para siempre -le advirtió con severidad-. En los últimos meses me han atacado dos tipos con la intención de matarme y uno de ellos era un asesino en serie. A ti ya no te tengo ningún miedo, por eso no cederé nunca más a ninguna de tus amenazas. Es más, deberíamos zanjar este asunto entre tú y yo aquí y ahora, porque, como Max se entere de que estás acosándome y que pretendes extorsionarme, te aseguro que va a enfadarse bastante.
- ¿Ahora me amenazas tú a mí?
- No, solo es una advertencia. Deberías tomarla.
Por primera vez desde que le conocía, Jodie vio en aquellos ojos fríos como el hielo un síntoma de derrota. En el fondo, Tex Cadigan no era más que un cobarde que se aprovechaba de los que eran más débiles que él. Pero Jodie jamás volvería a ser débil.
Ella finalizó el duelo de miradas, dando así por concluida esa etapa de su vida. Se dio media vuelta y abandonó el parque Heller hacia el aparcamiento del motel. Si Tex era listo, y para lo que quería lo era, haría lo mismo que ella. A sus espaldas Tex no dijo nada, se quedó quieto y en silencio, y cuando ella regresó a la calle montada en el coche él ya había desaparecido.
Las manos todavía le temblaban un poco sobre el volante y tenía el pulso acelerado, pero se sentía muy orgullosa de sí misma. Hasta no hacía mucho era impensable hablarle a Tex como acababa de hacerlo, pero le habían sucedido tantas cosas horribles en tan poco tiempo que él había pasado a ser una simple piedra en el camino.
Dejó todas sus cosas en la caravana y luego entró en la casa de Max. Jodie pagó a la chica que se había quedado a cuidar de Jacob mientras ella salía, una quinceañera muy simpática que vivía en la casa de enfrente, y se sentó con el niño en el sofá recién comprado tras poner su película de dibujos animados favorita. La televisión de plasma junto con el reproductor de DVD estaba colocada sobre una gran caja de cartón, a la espera de que les trajeran el mueble del salón.
- Aboncito - le dijo el niño señalando un gato negro que corría detrás de un ratón.
Jodie le acarició los graciosos rizos negros que se le formaban en el cogote y luego se inclinó para depositar allí un beso.
- Sí, se parece mucho a Carboncillo, ¿verdad, cariño? Ahora está en la caravana, pero seguro que cuando venga papá le deja entrar en casa para que juegues con él un rato.
El niño afirmó con la cabeza mientras la panda de animalitos parlantes que desfilaban por la pantalla del televisor captó de nuevo toda su atención.
En tan breve espacio de tiempo Jodie se había encariñado muchísimo con Jacob. Max quería solicitar una plaza en una guardería que había cercana a la casa, al menos para que cuidaran de él por las mañanas, pero Jodie se había empeñado en ocuparse de él mientras no tuviera ningún empleo. Le gustaba hacerlo, disfrutaba de su compañía y Jacob también disfrutaba de la suya.
Un rato después, se escucharon las llaves en la cerradura de la puerta de la entrada y Max apareció en el salón.
La estampa de Jodie y Jacob juntos, medio tumbados en el sofá de su casa, le caldeó tanto el corazón que sintió que se le fundía. Se acercó a ellos, a las dos personas que más quería en su vida, y los besó a ambos, a Jacob en un moflete regordete y a Jodie en los labios.
Se quitó la cazadora mientras ella le preguntaba qué tal le había ido el día. Luego se dejó caer a su lado. Pasó un brazo sobre los hombros de ella y los atrajo a los dos contra su cuerpo. Jodie apoyó la cabeza en su hombro, él le preguntó qué tal se había portado Jacob y cómo le había ido la mudanza.
Durante el trayecto en coche desde el motel Heller a la calle Magnolia, Jodie había analizado la conveniencia o no de contarle a Max lo que acababa de sucederle con Tex. ¿Valía la pena remover un asunto que ella sabía que había quedado zanjado? Ahora, mientras respiraba su tranquilizador aroma a hombre y sentía su confortable calor sobre la mejilla, así como su envolvente aura protectora, no tuvo ninguna duda de que jamás tendría secretos con él.
- Me ha pasado algo esta tarde.
- ¿Qué ha sido? -Se quitó los zapatos y puso los pies sobre la mesa.
- Me he encontrado con Tex Cadigan en el parque Heller.
Max se incorporó de un salto y se la quedó mirando con la expresión grave y contraída.
- ¿Qué? -dijo alzando la voz.
Jodie dejó a Jacob sobre el asiento contiguo del sofá y, mientras el niño continuaba ensimismado en los dibujos del televisor, ella se recompuso en el asiento y le miró con gesto aplacador. Se lo contó todo, desde la primera vez que vio el cigarrillo brillando entre la silueta oscura de los árboles hasta la última vez esa misma tarde, después de que le sonara el teléfono móvil. Recompuso la conversación que había mantenido con él, hizo hincapié en que sus recién descubiertas agallas tuvieron el efecto inverso en su ex pero, aun así, Max continuó escuchando con el semblante cada vez más rígido y colérico. Sus ojos le decían que tenía ganas de encontrarle y machacarle.
- ¿Dónde está?
Max se levantó del sofá y Jodie hizo lo propio. Ella le cogió las manos, que como el resto de su cuerpo también estaban tensas y agarrotadas, y enlazó los dedos a los suyos.
- Max, acabo de decirte que ya no volverá a molestarme nunca más. Se ha marchado para siempre de mi vida.
- ¿Y cómo estás tan segura? -susurró de forma furiosa, para no espantar a Jacob-. Los tíos como él jamás cambian de actitud, a no ser que les den un buen escarmiento.
- No es necesario arreglarlo con los puños. -Soltó sus manos y le tomó el rostro implacable con ellas. Intentó suavizar con caricias sus marcadas líneas gestuales-. Conozco a Tex y te aseguro que va a dejarme en paz. Le he plantado cara y se ha acobardado cuando le he hablado de ti, lo he visto en sus ojos. Tienes que creerme, Max.
- Me cuesta hacerlo -repuso con acritud-. Estamos hablando de un tío al que hace dos años que no ves y que, de repente, cruza el país para acosarte a través de llamadas y de notas escritas, que te vigila cuando sales a la calle. No me creo que ahora vaya a retirarse sin más.
Temía por Jodie. Todo el cuerpo le pedía a gritos salir a buscar a ese malnacido para asegurarse de que no volvía a acercarse a ella.
- Se ha acabado -insistió ella con templanza. A continuación, deslizó los dedos en su cabello negro y se alzó de puntillas para besarle en la boca. Sintió sus labios rígidos contra los suyos-. Él solo va buscando el dinero, como mujer ya no le intereso. Vino hasta aquí porque vivo en Costa Mesa y porque soy actriz; el muy iluso creía que yo podría saldar sus deudas. Ahora sabe que soy insolvente y se largará a Nueva York, a menos que lo encuentren antes los hombres a los que debe dinero y le partan las piernas.
Volvió a buscar sus labios, esta vez los halló más receptivos. Al separarse y mirarle a los ojos, estaban algo más tranquilos.
- Quiero pasar página -le pidió ella con el tono suplicante. A Max le costaba claudicar, el impulso por agarrar la cazadora y salir a buscarlo era demasiado tentador. Ella leyó ese mensaje en sus ojos expresivos-. No puedes pasarte la vida arreglando todo lo que se rompe a mi alrededor. Ya has hecho suficiente por mí. De este asunto quiero ocuparme yo.
Jodie siguió acariciándole la cara hasta que las líneas marcadas se atenuaron y él expelió el aire que parecía haber estado conteniendo.
- Una sola vez. Si vuelve a ponerse en contacto contigo una sola vez, me ocuparé de ello personalmente.
- Vale -accedió ella. Estaba segura de que no volvería a ocurrir.
Recibió una llamada de Layla la tarde siguiente y le dijo que se reuniera con ella en su oficina de Los Ángeles. Jodie le pidió que le hiciera un avance por teléfono, presumiendo que pudiera tratarse de la película erótica de Harry Leckman a la que ella ya había renunciado. Jodie había actuado de manera impulsiva la última vez que se personó en su despacho, presionando a Layla para que le concertara una cita con el director. Su desesperada situación personal la empujó a hacerlo, pero, ahora que habían pasado los días y tenía la mente mucho más fría, estaba segura de que no quería participar en una película de esa índole. Si tenía que desistir de ser actriz lo haría antes que aceptar papeles como aquel. Ni siquiera valía la pena negociarlo con Leckman, tal y como se había propuesto hacer.
El avance de Layla fue escueto pero lo suficientemente jugoso como para que Jodie llamara a la canguro de Jacob y se marchara rápidamente a Los Ángeles. Le contó que tenía un papel para ella en una serie de comedia para la cadena ABC, en la que interpretaría a una abogada de mucho éxito que convivía en el mismo apartamento con un perro, un gato y un amigo gay. Sería la actriz protagonista, firmaría un contrato para un año y cobraría alrededor de seis mil por capítulo, aunque el salario sería negociable dependiendo del éxito que tuviera la serie. Le amplió el resto de los detalles cuando llegó a su oficina.
- Sidney Ryan, la directora de la serie, quiere tenerte como protagonista y, si lo aceptas, no tendrás que presentarte a ningún casting.
- ¿Quieres decir que el papel sería mío si dijera que sí? -reprimió el entusiasmo que cobraba fervor a cada palabra que surgía de los labios de Layla. Le costaba creer que le hubiera llegado una oportunidad tan jugosa.
- Totalmente -aseguró Layla, contenta de que los ojos de su representada brillaran tanto como el cielo sin nubes-. Mañana tendrías una reunión con el equipo. Al hablarles de tu situación personal han accedido a pagarte los billetes de avión. Me los enviarán por correo electrónico en cuanto les llame para darles tu contestación.
- ¿Los billetes de avión? -frunció la frente.
- Oh, no te lo he dicho -comentó Layla, como si hubiera omitido un detalle insignificante-. La serie va a rodarse en Nueva York.
La sonrisa dejó de llegarle a los ojos.
- Quieres decir que…
- Que tendrás que mudarte a Nueva York -finalizó la frase por ella-. No creo que tengas ningún problema; tú eres de allí, ¿no?
- Sí, pero… -Parpadeó y dejó de mirar a Layla para despejarse las ideas. Cuando entendió las implicaciones que conllevaría la aceptación de ese trabajo, se sintió un poco angustiada. Bebió un sorbo del vaso de agua que le había ofrecido Layla al llegar allí y se aclaró la garganta-. ¿Y tendría que marcharme mañana mismo?
- Me han avisado con muy poca antelación, aunque yo les he dicho que a ti no te supondría ningún problema. Es más, me he tomado la libertad de comentarles que incluso te vendría bien cambiar de aires, después de lo que te ha pasado… -La sonrisa se le había esfumado por completo y Layla no entendió ese cambio de actitud-. ¿Sucede algo?
- No, es solo que… estoy un poco mareada. -Hizo una mueca con la que pretendía emular una sonrisa y se levantó de la silla-. Necesito tomar algo de aire. -Señaló la puerta-. Volveré en cuanto se me pase.
Oyó que Layla decía algo a sus espaldas pero no entendió el mensaje y tampoco se molestó en que se lo aclarara.
Encontró a Max en el salón, rodeado de cajas de cartón y de tablones de madera. A su lado tenía la caja de herramientas y una taladradora, y Jacob estaba metido en su parque. Había abandonado los juegos con su pelota de goma favorita y se había puesto de pie para observar las actividades de su tío. La televisión también estaba encendida para que el niño tuviera todas las distracciones posibles y le dejara trabajar con tranquilidad, pero en esos instantes balbuceaba para llamar su atención. Max estaba haciendo unos agujeros en un tablón de madera para encajarlo al esqueleto de la estantería que ya tenía casi montada en el suelo.
Al escucharla entrar, levantó la vista y sonrió. Jodie intentó devolverle la sonrisa aunque solo le salió una mueca insípida. Durante el trayecto de regreso a Costa Mesa había ensayado las palabras que iba a decirle cuando llegara a casa, para que todo fuera más fácil llegado el momento de hablar con él, pero no fue capaz de construir ni una sola frase. Se había pasado todo el camino reprimiendo las lágrimas.
Se acercó a él y observó el trabajo de cerca.
- Ya está casi terminada -señaló ella.
- Un último agujero y lista. -Sopló en el que acababa de hacer para apartar el serrín y luego cogió unos tacos para fijar en ellos los tornillos-. ¿Qué tal la reunión con Layla?
Sabía que Jodie había ido a Los Ángeles para reunirse con su agente porque le había dejado un mensaje en el móvil para explicarle su ausencia. En él le decía que Layla tenía un proyecto interesante para ella. No debió de ser tan interesante cuando Jodie estaba tan seria, como si acabara de recibir una mala noticia.
- Esta vez no exageraba. Es cierto que tenía una oferta muy prometedora -asintió.
Max, que estaba agachado en el suelo, la miró interrogante.
- ¿Y por qué parece todo lo contrario?
Jodie se cruzó de brazos y apartó con la punta del pie una viruta de madera.
- ¿Puedes dejar eso un momento? Necesito hablar contigo.
Le preocupó el tono perentorio e intranquilo de su voz. La observó detenidamente desde abajo y apreció que sus ojos tenían una mirada triste. No hizo más preguntas. Apagó la taladradora, la devolvió al cajón de las herramientas y se puso en pie. Ella le dio la espalda y caminó hacia la escalera, alejándose del ruido del televisor, que la desconcentraba. Se detuvo a los pies de esta y descruzó los brazos para meter las manos en los bolsillos. Hundió los hombros y se esforzó por sostenerle la mirada, que se había vuelto cautelosa.
- Suéltalo -le pidió él.
Sintió que la mirada profunda e indagatoria de Max le robaba el aire. Exhaló un suspiro tembloroso antes de empezar.
- Me han ofrecido un trabajo como protagonista principal en una serie de la cadena ABC. Firmaría para la primera temporada, el único inconveniente es que tendría que mudarme a Nueva York durante los próximos doce meses. Es allí donde va a rodarse.
La parte más compleja de contarle, la que atañía a la decisión que había tomado, se le atascó en la garganta. Le fallaba la entereza si le hablaba y le miraba al mismo tiempo.
- Y no sabes qué hacer.
Su comentario, que era más una afirmación que una pregunta, lo hizo todavía más difícil. Jodie negó con la cabeza.
- Les he dicho que sí -musitó.
Apreció su decepción al instante, su reacción fue inmediata. Los ojos se le volvieron más oscuros, el rostro se le ensombreció y se le acentuaron las finas arrugas que se le formaban alrededor de los ojos cuando sonreía. Pareció envejecer cinco años de golpe.
- Tenía que darles una contestación inmediata -se justificó.
- Seguro que sí -asintió él con el tono hierático.
- La oferta es muy jugosa, es la clase de papel que he estado esperando desde que me instalé en Los Ángeles. -Pasó a contarle todos los detalles que le había dado Layla con la esperanza de que entendiera la envergadura del proyecto-. Y me lo han propuesto a mí directamente, sin la necesidad de pasar por los típicos castings. Por fin puedo decir aquello de que todo el esfuerzo que he hecho para llegar hasta aquí ha valido la pena.
Max esbozó una anodina sonrisa de felicitación que, en todo caso, no le llegó a los ojos.
- Enhorabuena, Jodie; es una estupenda noticia. -Se cruzó de brazos en un intento de contener un desengaño que se le escapaba por todos los poros de la piel-. ¿Cuándo te marchas?
- El avión sale mañana por la mañana. -Tragó saliva despacio, se le estaba empezando a formar un nudo en la garganta-. La productora de la serie le ha enviado a Layla los billetes por correo electrónico y, si las negociaciones llegan a buen fin, empezaré a rodar de manera inminente.
Otro jarro de agua fría le cayó sobre los hombros. Max se sintió como un auténtico pelele, como si ella le hubiera estado tomando el pelo todo ese tiempo. Se pasó una mano por el cabello y luego la dejó quieta sobre la nuca. No era un buen momento para soltar todo lo que se le pasaba por la cabeza, así que contó hasta tres y se tragó sus crepitantes emociones.
- En ese caso, supongo que tienes muchas cosas que preparar antes de irte.
- Max, te aseguro que no ha sido una elección sencilla. Lo he meditado todo detenidamente antes de darle a Layla una respuesta. En Los Ángeles hay cosas que son muy importantes para mí. Estás tú y está él -señaló a Jacob-. Pero no puedo renunciar a este trabajo.
Su grado de indignación subió un punto.
- En ningún momento he dicho que tengas que hacerlo. Jamás se me pasaría por la cabeza hacerte escoger entre nosotros y tu trabajo -le aclaró con la voz grave-. No es necesario que intentes convencerme de que has tomado la mejor decisión porque estoy de acuerdo en que sería de locos dejar pasar una ocasión tan importante como esta.
- Entonces, ¿qué es lo que te sucede? Esperaba que la noticia te entristeciera, pero desde luego no esperaba que te lo tomaras de esta forma.
- ¿Cómo me lo estoy tomando, según tú? -Dejó caer el brazo pesadamente.
- Estás cabreado.
Jodie seguía confundiendo las emociones y eso le arrancó a Max una sonrisa irónica y cansina que ella recibió como un mazazo.
- No estoy enfadado -aseguró.
- Pues dime qué te ocurre. -Sus ojos azules revolotearon por su rostro, implorantes, brillando como dos lagos bajo la luz del sol-. No es propio de ti ser tan ambiguo.
A Max no le apetecía tener esa discusión con ella. Ya estaba cansado de manifestarle sus sentimientos cuando los suyos permanecían cerrados a cal y canto. Ya estaba cansado de allanarle el camino y facilitarle las cosas.
- Eres una mujer muy inteligente. Seguro que lo descubrirás por ti misma -respondió él, con un hastío que a Jodie le resultó mucho más hiriente que el tono seco que había empleado antes-. Tengo que regresar al trabajo y tú tienes que hacer las maletas.
Zanjó la conversación cuando el dolor que sentía al mirarla se hizo más penetrante. Jodie cedió a la presión que ejercía sobre ella y los ojos se le aguaron. En esta ocasión sus lágrimas no conmovieron a Max, que retiró la mirada de ella y dio media vuelta, dispuesto a continuar con la estantería. No obstante, se detuvo antes de dar dos pasos seguidos y se quedó con las manos apoyadas en las caderas mientras reflexionaba sobre la postura que estaba adoptando en todo este asunto. Llegó a la conclusión de que debía hacer un esfuerzo por separar sus sentimientos por ella de la noticia de su maravillosa oportunidad laboral.
Con esa idea en la cabeza, volvió a acercarse y la miró de frente. Jodie no se había movido ni un milímetro y parecía contener la respiración.
- Aunque te haya dado la impresión contraria, quiero que sepas que me alegro mucho de todos y cada uno de tus logros. Has luchado muy duro por labrarte camino en tu profesión y por fin alguien se ha dado cuenta de que tienes talento. Me siento muy orgulloso de ti.
Max acercó los labios a su mejilla y besó su cara consternada. A ella le pareció que su actitud, aun pareciendo sincera, era fría y forzada. Lo mismo que el beso superficial que acababa de darle. No le salieron las palabras mientras le observaba alejarse y cruzar el salón hacia el lugar donde aguardaba la estantería inacabada.
Cogió el taladro e inspeccionó la tabla en la que tenía que hacer el último agujero. Le costó concentrarse en la tarea porque su cabeza era un maldito hervidero de pensamientos encontrados. Hasta que ella entró por la puerta, a Max nunca le importó decirle que la amaba aunque ella esquivara su mirada y se mostrara reacia cuando se creaba esa clase de intimidad. Pensaba que solo necesitaba tiempo para reponerse de las heridas que otros hombres le habían causado. Pero aquello, aquello que estaba sucediendo, era la gota que colmaba un vaso que se había llenado de golpe.
Max no era un jodido egoísta, entendía perfectamente que Jodie tomara las oportunidades que se le presentaban en la vida aunque hacerlo implicara marcharse a otra ciudad. No era eso lo que le dolía. El problema es que la palabra compromiso no tenía el mismo significado para ambos. Ella no le había tenido en consideración al aceptar un proyecto que también le afectaba a él y que haría que su vida cambiara radicalmente. Le habría bastado con sentirse partícipe de sus planes, él la habría apoyado en todo momento a dar el paso que ella había escogido dar por sí misma. En caso contrario, si él hubiera estado en su lugar, jamás la habría mantenido al margen.
Para terminar de rematar su desilusión, ella nunca le había dicho que le amara. Ni siquiera era capaz de hacerlo ahora que estaba a punto de marcharse.
Su visión periférica captó que Jodie le observaba desde lo lejos, pero la ignoró. Puso la máquina en funcionamiento y la broca emitió el desagradable zumbido al penetrar en la madera. Jacob le gritó a un gran oso que corría detrás de un pequeño ratón en la pantalla del televisor y Jodie, finalmente, abandonó su lugar junto a la escalera para dirigirse hacia la puerta de la entrada.
Tener el corazón roto debía producir un dolor similar al que sentía ahora. Era agudo y te quitaba el aliento, te robaba las ganas de hacer cualquier cosa, incluida la finalización de la estúpida estantería. La acabó de todas formas y la levantó del suelo para colocarla en la pared que había junto al televisor. Después le pidió a Jacob que fuera bueno y se dirigió al baño para darse una ducha rápida, con la esperanza de que el agua caliente no solo se llevara el sudor y el polvo, sino que también le ayudara a hacer más sostenible el amargor que le oprimía por dentro.