Capítulo 9
Esa noche el aforo del local estaba completo. A los rostros ya conocidos se sumaban otros que Jodie veía por primera vez. Rostros de hombres de todas las edades que bebían cócteles carísimos y que esperaban con expectación a que comenzara el espectáculo. Por encima del murmullo de la música ambiental, le llegaban retazos de sus conversaciones. Algunos hablaban de negocios, otros de mujeres, y otros mezclaban ambos temas y comentaban animadamente sus infidelidades. Ella intentaba que sus labios permanecieran curvados hacia arriba mientras echaba viajes de la barra de bar a las mesas para servir las bebidas, pero era complicado guardar la compostura cuando una tenía que escuchar todas aquellas barbaridades que tan mal paradas dejaban a las mujeres.
Si aguantaba allí era porque le pagaban bien por dos noches de trabajo a la semana. Hasta que su carrera de actriz no despegara, no le quedaba más remedio que hacer ese tipo de trabajos.
La camarera de la barra, una típica californiana de cabello rubio y grandes pechos que se llamaba Jennifer, colocó sobre su bandeja las bebidas de la mesa ocho. A ella le encantaba ese ambiente, se notaba que disfrutaba con las miradas libidinosas de los hombres y con los halagos que le dedicaban casi ininterrumpidamente.
La expectación creció a su alrededor cuando las luces anaranjadas que iluminaban la pasarela se encendieron momentáneamente para estimular a los presentes, aunque el público ya tenía la miel en los labios desde hacía rato y no necesitaban de más provocaciones. Estaban ansiosos por ver bailar a Connie Lambert, la bailarina de striptease que lograba congregar a multitudes allá donde actuaba. Jodie arqueó las cejas, maravillada una vez más por el poder que ejercía sobre los hombres la contemplación de un bonito cuerpo desnudo.
Las juguetonas luces que danzaban sobre el escenario volvieron a apagarse arrancando murmullos de impaciencia, y Jodie se dirigió hacia la mesa ocho con su bandeja repleta de bebidas.
Cruzó los espacios donde las sombras se alternaban con los tonos verdes y azules de la iluminación y sirvió las copas, que fue depositando sobre la mesa. Entonces lo vio. Se hallaba cerca de la puerta principal conversando con Bernice Simmons, la relaciones públicas del Crystal Club. Intentó descifrar en su expresión seria si era portador de buenas o de malas noticias pero no llegó a ninguna conclusión. Ya habían transcurrido cuarenta y ocho horas desde la desaparición de Kim y la necesidad de hablar con él le corroía las entrañas.
El hombre que tenía a su derecha chasqueó la lengua ruidosamente y Jodie se vio en la obligación de recuperar su fingida sonrisa para reanudar el trabajo. Craven estaba allí para interrogar a los que trabajaban codo a codo con Kim, pero Jodie iba a aprovechar la primera oportunidad que se le presentara para hablar con él.
De regreso a la barra con la bandeja vacía, Jennifer se acercó desde el otro extremo.
- ¿Ves a aquel tío que está charlando con Bernice? Es policía -le dijo, mientras preparaba una extraña bebida de color rojo-. Ya ha venido antes por aquí. Hace unos meses.
Se preguntó si en esa otra ocasión habría acudido en calidad de policía o de espectador. Si era por lo segundo, la imagen que tenía de él quedaría arruinada para siempre.
- Lo sé, fue él quien me atendió cuando denuncié la desaparición de Kim.
A la bebida roja añadió un dedo de otra de color azul y la mezcla adquirió un feo tono marrón.
- No me gusta hablar con la policía pero no me importaría hacerlo con él. De haber sabido que iba a venir, me habría puesto algo más escotado -comentó con picardía.
«¿Más escotado?», pensó arqueando las cejas. Si se hubiera puesto algo más escotado habría enseñado los pezones.
- ¿Qué crees que le ha podido pasar a Kim? -preguntó Jennifer, al tiempo que daba vueltas a la mezcla con una cucharilla alargada-. Lo cierto es que perdía la cabeza por los hombres y no me extrañaría nada que se hubiera fugado con alguno. La otra noche estuvo tonteando con un tío guapísimo que por lo visto era modelo de ropa interior. A ella se le caía la baba con él y a él con ella.
Jodie no tenía ninguna intención de entrar en detalles, por eso no negó ni afirmó el comentario de Jennifer. Sabía que no se había fugado con nadie, no tenía motivos para hacerlo. Y aun en caso contrario, jamás se habría marchado sin algo de equipaje y sin su neceser repleto de cosméticos.
Volvió la vista hacia Craven y sus ojos se toparon en la distancia. Él ya se despedía de Bernice y cruzaba el local en su dirección, atrayendo las miradas de los que conocían su profesión. Jodie se puso nerviosa por variados motivos, algunos justificados y otros no tanto. Sintió que su mirada oscura se detenía a valorar su atuendo y el rubor le cubrió las mejillas.
- Traiga consigo una botella de agua mineral muy fría. La espero en aquel rincón -le dijo al llegar a su altura.
Craven se refería al lugar donde finalizaba la barra y se abría una zona más tranquila de asientos reservados. Jodie se apresuró y le pidió a Jennifer la botella de agua. Antes de que él se hubiera alejado lo suficiente, la camarera la miró con una mueca maliciosa.
- Qué suerte tienes. Dile que yo también estoy dispuesta a contarle lo que quiera.
- Descuida.
Con la expresión grave, el detective la esperaba apoyado en uno de los taburetes de la barra. Ella le miró ansiosa por obtener información, con el deseo de que aniquilara cuanto antes sus malos presentimientos. Pero estos no hicieron más que fortalecerse en cuanto él comenzó a hablar.
- Kim nunca llegó a subir a un autobús en Los Ángeles. ¿Recuerda lo que le dije sobre las bandas magnéticas? -Ella asintió descorazonada-. Las compañías de autobuses nos han facilitado los listados con los registros, pero, a menos que pagara en metálico, no llegó a usar su tarjeta para regresar a Costa Mesa.
- Ella nunca lleva ni un centavo en el bolsillo. Paga con tarjeta hasta cuando se compra un paquete de chicles. -Movió la cabeza con pesadumbre-. Estoy convencida de que continúa en Los Ángeles y en contra de su voluntad. Tienen que encontrarla antes de que sea demasiado tarde.
La música ligera cambió y una batería estridente resonó por encima de sus cabezas, volviendo más difícil la comunicación. Max sabía lo que continuaba rondando por su rubia cabeza y, una vez más, se vio en la obligación de sacar de allí sus espeluznantes suposiciones. Se acercó a ella hasta que sus cuerpos se rozaron y le habló cerca del oído con el tono firme.
- ¿Sabe cuántos habitantes tiene la ciudad de Los Ángeles? -no respondió-. Dieciocho millones. ¿Y sabe cuántos de esos habitantes desaparecen todos los días? -Movió la cabeza en sentido negativo-. En torno a cincuenta personas. El noventa por ciento regresa sano y salvo a casa en un margen de tres días; por lo tanto, quiero que deje de hacer conjeturas y que confíe en que Kim se halla dentro de ese porcentaje. ¿De acuerdo?
Se resistía a ser optimista, pero era tanta la determinación y seguridad que él transmitía que su cabeza trazó una señal afirmativa.
- Bien. Mi compañera se ha ocupado de avisar a su familia -prosiguió Max-. Al parecer no tenía una relación demasiado estrecha con sus padres y hacía varios meses que no sabían nada de ella. Hemos investigado si utilizó algún medio de transporte para ir a Nebraska, pero no se ha comprado ningún billete de tren, de avión o de autobús con su nombre en las últimas setenta y dos horas. -Sus labios rozaron su oreja sin querer y Jodie se retiró unos centímetros-. Tampoco está registrada en ningún hotel de la ciudad. Los hemos revisado todos, al igual que los hospitales. Cuando una persona desaparece por voluntad propia no suele hacerlo sola. ¿Sabe si Kim tenía algún amigo especial?
Se retiró para mirarla a los ojos y Jodie hubo de ponerse de puntillas y arrimarse a su oído para contestarle.
- Si lo tenía, nunca me lo dijo. Jennifer, la camarera de la barra, acaba de contarme que el otro día la vio muy acaramelada con un modelo de ropa interior o algo así; sin embargo… -se detuvo.
- Sin embargo, qué…
Sus labios calcularon mal -o bien, según se mirara- y volvieron a rozarle la oreja descubierta. Olía de maravilla. Desprendía un olor afrutado que incitaba a hundir la nariz en su cuello y aspirar su aroma hasta hartarse. Era complicado mantener el tono profesional cuando ella estaba tan cerca e iba tan ligera de ropa, aunque esto último no es que le agradara precisamente. Atraía las miradas de todos los hombres como si fuera un imán.
- ¿Qué motivos podía tener ella para fugarse con alguien? Es absurdo.
- Lo comprobaremos en cuanto tengamos la orden judicial para rastrear los movimientos de su tarjeta Visa. -Su vista se elevó por encima de la cabeza de Jodie y miró al fondo. Dirk Cromwell, el propietario del Crystal Club, abandonaba su despacho avisado por la señorita Bernice Simmons-. Tengo trabajo que hacer. -Desenroscó la botella de agua y dio un sorbo. Después sacó unas monedas de su bolsillo y las dejó sobre la barra-. La mantendré informada.
Él le dedicó una última y penetrante mirada que avivó el cosquilleo de la atracción sexual. Su oreja todavía vibraba por el suave contacto de sus labios, y tenía adherido en la nariz el agradable aroma del jabón que utilizaba. Hubo un momento, cuando sus cuerpos se acercaban para hacerse escuchar por encima de la música, en el que se preguntó cómo sería besarle. En los ojos de él pudo leer que se estaba haciendo la misma pregunta.
Aunque tenía la cabeza repleta de angustiosas dudas, había una parte de sí misma que se resistía a ser inmune a sus encantos masculinos. Hacía tanto tiempo que un hombre no despertaba en ella esas sensaciones que pensó que se habrían marchitado para siempre, pero ahora las sentía más vivas que nunca. Resopló al quedarse sola y tomó la botella de agua de Craven. Bebió un largo trago que calmó esa extraña ebullición de su estómago y echó una mirada a su alrededor por si algún cliente la necesitaba.
De todos modos, no iba a pasar nada entre los dos. Todavía no estaba preparada para que un hombre entrara en su vida. Los desengaños amorosos habían sido tantos y tan desastrosos que a veces pensaba que no lo estaría nunca.
Regresó al trabajo y prestó atención a los movimientos de Craven. Al cabo de unos minutos terminó de hablar con Cromwell -el cual volvió a esconderse en su despacho- y después interrogó a Jennifer y a otros compañeros de trabajo.
Vítores de impaciencia se elevaron y superpusieron por encima de la música. El público estaba impaciente por que Connie Lambert apareciera en escena, pues ya pasaban más de veinte minutos de la hora programada para su actuación. Jodie supuso que el retraso respondía a alguna estrategia por parte de Cromwell para que la expectación del público creciera como la espuma. Pero cuando lo vio abandonando nuevamente su despacho, con el semblante serio y constreñido, supo que tenía serios problemas. Lo que no esperaba era que estos fueran a salpicarla a ella.
- ¿Cuándo va a salir Connie? Estamos deseando verla bailar -le preguntó un cliente habitual, un hombre de unos cincuenta años que era el gerente de una importante entidad bancaria de Costa Mesa-. ¿Hay algún problema con la actuación?
- No lo creo, señor. Probablemente, solo se trate de un atraso sin importancia. Le preguntaré al señor Cromwell.
Su jefe cruzó raudo el local en su dirección, la tomó por encima del codo y la condujo hacia el mismo lugar donde hacía un rato había charlado con Craven. Las luces azuladas del techo incidieron directamente sobre las entradas que tenía en la frente, revelando que estaba perlada de sudor. Su expresión gestual era severa y todas las arrugas de su rostro formaban surcos oscuros en su cara.
- Tenemos un serio conflicto y tienes que ayudarme a solventarlo de manera inmediata. -Jodie pensó que se trataba de algún asunto relacionado con Kim, pero lo que salió a través de sus tirantes labios fue inimaginable-. Connie no puede trabajar esta noche, está en su casa con gastroenteritis y apenas se mantiene en pie. Tendrás que ocuparte tú de relevarla en su actuación.
- ¿Cómo dice? -preguntó alarmada.
- No podemos dejar a todos estos hombres sin su espectáculo -contestó con acritud.
Jodie se mantuvo en silencio durante algunos segundos, con los ojos agrandados y fijos en los de su jefe. Esperaba que, de un momento a otro, esos rasgos severos se aflojaran y sus labios se ensancharan para mostrarle las blancas fundas de sus dientes en una sonrisa burlona. Pero eso no llegó a suceder porque Cromwell jamás bromeaba.
Jodie soltó una única e incrédula carcajada, que se extinguió tan pronto como había aparecido. La mirada de su jefe era incendiaria.
- ¿De verdad está hablando en serio?
- Más que en toda mi vida.
El corazón le dio un vuelco.
- No puedo sustituirla. Es una auténtica locura -se negó-. Solo soy una simple camarera.
- También fuiste modelo, ¿no? Algo sabrás hacer. A los clientes les encantas y si te ven ligerita de ropa no apreciarán las diferencias.
- ¡Pero Connie Lambert es bailarina de striptease! -protestó.
- No tienes que quedarte en cueros si no quieres, con que conserves la ropa interior será suficiente -replicó con dureza, sin atender a sus razonamientos-. No tenemos tiempo que perder, la gente se está impacientando. Ve al camerino de Connie, cámbiate de ropa y distrae a todos antes de que empiecen a lloverme las quejas.
Jodie no se movió de su sitio y un brillo eufórico inundó los ojos de Cromwell. Las gruesas venas de las sienes se le marcaron, palpitantes.
- Pídeselo a Jennifer o a cualquier otra. Yo no pienso hacerlo.
- Por si no te has dado cuenta, no te lo estoy pidiendo como un favor. ¡Te lo estoy exigiendo! -Su aliento huracanado la hizo retroceder una posición-. Si no te subes a ese escenario antes de cinco minutos, estás despedida.
- Pero… -el corazón le latió de indignación-. No puede hacer eso, no puede exigirme que realice un trabajo por el que no me pagan y para el que no estoy cualificada.
- Ya lo creo que puedo. ¿Quieres comprobarlo?
Estaba tan enfrascada en la árida discusión con su jefe que no vio que Craven se aproximaba. Cuando quiso darse cuenta, él ya se había inmiscuido en la discusión. Su mirada cruda estaba enfocada en Cromwell, quien se puso tieso como un palo y estiró el cuello para ganar unos centímetros de estatura. Se veía realmente pequeño al lado del detective.
- ¿Existe algún problema?
- Discutimos un asunto entre jefe y empleada, detective. Me temo que no es de su incumbencia -contestó Cromwell.
- Me ha parecido que trasgredía esos límites y, en ese caso, sí que es de mi competencia -dijo con la misma impertinencia con la que habló el otro. Miró a Jodie, que estaba blanca como el papel a excepción de los carnosos labios pintados de rojo-. ¿Se encuentra bien, señorita Graham?
- Sí, estoy bien. -Controló el temblor que se adueñaba de sus extremidades y cuadró los hombros. No quería que Craven interviniera en ese tema-. El señor Cromwell tiene razón en lo que dice. Le agradeceríamos que nos dejara tratar nuestros asuntos en privado.
- No hay nada más que discutir. Quiero verte en el escenario en cinco minutos. -Alzó la mano y mostró los cincos dedos extendidos.
- ¿En el escenario? -Craven la miró y sintió que sus ojos le exigían una respuesta que ella no tenía por qué darle-. ¿Qué va a hacer en él?
Cromwell contestó secamente por ella.
- Bailar, eso es lo que va a hacer. Si no tiene más preguntas que formular, le agradecería que abandonara el local. A menos, claro está, que le apetezca disfrutar del espectáculo -le invitó con ironía.
Dicho esto, Dirk Cromwell giró sobre sus talones y puso rumbo hacia las escaleras, bordeando el local para no tener que responder a las preguntas de sus clientes sobre los motivos del retraso de Connie Lambert.
- ¿Bailar?
La voz de Max sonó con la aspereza de una lija, y Jodie se mordió los labios con fuerza para contener inútilmente la rabia que crepitaba en su interior.
- ¿Me acompaña un momento, detective Craven?
No esperó a que asintiera, se dirigió hacia la salida de emergencia y empujó la pesada puerta hacia fuera. El callejón trasero estaba relativamente oscuro y, salvo un pequeño gato negro que fisgoneaba en un contenedor de basura, no había nadie más allí que pudiera escucharles. La puerta se cerró con un ruidoso golpe y Jodie se giró con el gesto desafiante.
- ¿Quién diablos se ha creído que es para irrumpir así en mi trabajo? ¿Acaso no se ha dado cuenta de que era una conversación privada? Debería limitarse a investigar el paradero de Kim y no meter las narices en temas que no le importan.
- ¿Ese cretino quiere obligarla a que suplante a la bailarina de striptease? -Sus ojos llameaban-. ¿La ha amenazado con despedirla si no lo hace?
A Jodie la exasperó que sus palabras le entraran por un oído y le salieran por el otro.
- Acabo de decirle que no es asunto suyo -le espetó-. Así que le agradecería que siguiera la recomendación de mi jefe y se marchara si ya ha terminado su trabajo. -Y le señaló la puerta metálica.
- Yo decido lo que es asunto mío y lo que no. -Hecha esa aclaración, se acercó un poco más a ella-. Dígame que no va a hacerlo.
A pesar de la acalorada discusión, Jodie vestía un ligero corpiño y se estaba quedando congelada. Se cruzó de brazos y sus labios escupieron las palabras.
- Usted es la última persona a la que le debo explicaciones. Soy libre de hacer lo que me dé la gana -le encaró.
Aunque su situación era caótica porque su empleo pendía de un hilo y para salvarlo le pedían que hiciera algo que iba en contra de sus principios, halló un extraño placer en pagar su rabia con él. Parte de esa furia abandonó su cuerpo, aunque no desapareció en el aire, sino que pareció absorberla él.
- Es libre de intentarlo, otra cosa es que yo lo permita -respondió al desafío de sus ojos azules y se impuso a él con sus categóricas palabras-. Y no voy a hacerlo. No voy a consentir que nadie la vea desnuda.
- Nadie excepto usted, quiere decir -le provocó.
Él entornó los ojos y entró en el juego.
- Es probable que quiera decir eso -le confirmó.
- Pues no se tome tantas molestias porque «eso» no va a ocurrir.
Max apoyó las manos en las caderas e inició un duro duelo de miradas en el que los dos lucharon por hacerse con la victoria. Ella se envolvió en murallas para no dejarle acceder a su interior, pero no eran lo suficientemente resistentes porque Max presenció que se abrían brechas que le mostraban sus flaquezas. Su expresión obstinada perdió fuerza ante la de él y su mirada se dulcificó mientras él recorría con la suya los hermosos perfiles de su rostro.
- ¿Sabe lo que le digo? -Max aflojó el tono de la voz, pero a ella le sonó mucho más peligrosa-. Que mi cupo de paciencia diaria acaba de llegar a su límite.
Max tomó la cara de Jodie entre las manos y la acercó a él hasta que su boca tomó posesión de la suya, cubriéndola por completo. Saboreó sus labios con avidez y, aunque ella no se mostró participativa, tampoco le impidió que accediera a su interior. Le acarició la lengua al tiempo que enlazaba los dedos entre los rubios cabellos, sujetándola contra él. El progresivo ritmo de su respiración le indicó que, aunque quería contenerse, no podía.
- Sabes tan bien como imaginaba. Mucho mejor incluso.
Max se inclinó sobre ella y profundizó el beso, asolándola con tanta pasión que el pulso se le aceleró. Jodie tenía las manos encrespadas sobre su pecho pero se fueron relajando a medida que su boca se volvía adicta a la suya. Un gemido de gozo trepó por su garganta femenina y abandonó su papel pasivo para responderle con el mismo fervor. Max bajó las manos hacia su cintura y deslizó los dedos para buscar el final de su espalda, donde la piel estaba desnuda y fría. La atrajo hacia él de un solo movimiento y la adhirió a su cuerpo para percibirla con los cinco sentidos. El contacto provocó una fuerte reacción y se tomó su tiempo para comerle la boca con pasión.
- Tú también estabas a punto de perder la paciencia -le dijo, sin el aliento que ella le había robado.
Le rozó los labios con suavidad, los perfiló con la lengua, y luego se apartó para descubrir que sus pupilas dilatadas ocultaban el azul de su iris, y que le miraban inflamadas de anhelo. Con el cerebro empapado de deseo y el cuerpo vibrando como una hoja al viento, Jodie reaccionó de manera impetuosa y se abalanzó sobre él. Los brazos rodearon sus anchos hombros, los senos quedaron aplastados contra su pecho y su boca quiso devorar la suya, aunque no estaba claro quién devoraba a quién. Max la tomó por la cintura y desapareció con ella en un angosto y sombrío rincón que les ocultaba de la puerta de emergencia. La apoyó contra la pared de ladrillo oscuro y alargaron el beso hasta que se quedaron sin respiración, hasta que los corazones brincaron en el interior del pecho, hasta que las evidencias físicas fueron patentes y comprometedoras. Jodie sintió la erección clavada contra la parte baja de su vientre y el exquisito contacto de su miembro la cubrió de un intenso y sofocante calor. Tenía las bragas húmedas y unas ganas locas de que la alzara entre sus brazos de acero y…
Un rayo de lucidez quiso atravesar el campo nebuloso de su mente, pero Max se encargó de apagarlo al moverse sobre ella para que le sintiera allí donde Jodie era fuego líquido.
- ¿A qué hora termina tu turno?
El tono ronco y excitado de Max estuvo a punto de arrancarle una respuesta asertiva.
- No puedo acostarme contigo -le contestó ella, aunque sus jadeos entrecortados indicaban que deseaba hacer todo lo contrario.
- ¿Por alguna razón en especial? -le mordisqueó la barbilla y Jodie se estremeció de placer ante el contacto de su áspera barba arañándole las mejillas.
El sonido chirriante de las puertas abatibles interrumpió los besos y les puso alerta. El sonido de la música inundó el oscuro callejón y la voz airada de Cromwell restalló como un látigo entre las gruesas paredes de ladrillo. El gato negro soltó un suave maullido y desapareció de la vista.
- ¡Graham! -vociferó Cromwell.
- Mierda. Tengo que regresar -susurró apurada.
- Jodie.
No le miró. Con acuciantes movimientos se alisó el cabello y se recompuso las ropas.
- Jodie. -Le tomó la cara entre las manos y la obligó a que le mirara-. No lo hagas.
Aquello era algo más que una petición, sus oscuros ojos dejaban entrever sin cortapisas que su decisión era importante para él.
- Márchate, detective Craven.
Jodie no agregó nada más, abandonó su escondrijo entre las sombras del callejón y acudió a la llamada de Dirk Cromwell, que aguardaba junto a la puerta con el rostro abotagado y cubierto de sudor. Como no quiso perjudicarla, Max venció su deseo de increparle a Cromwell y permaneció oculto hasta que las puertas chirriaron sobre los goznes y se llevaron consigo el sonido de la música.
Se apoyó en la pared donde instantes antes la besaba con desenfreno y esperó a que disminuyera la velocidad con que le circulaba la sangre. No iba a marcharse a ningún lado por mucho que ella se lo hubiera repetido hasta la saciedad, iba a quedarse allí hasta cerciorarse de que la imagen que tenía de ella se correspondía con la real.
Al pasar junto a los contenedores de basura, el gato negro surgió de un hueco oscuro y se acercó a sus pies. Max se detuvo y el animal alzó la cabeza y maulló débilmente, mostrando unos pequeños y afilados colmillos blancos. Se agachó junto a él, le acarició el cuello y el gato le lamió los dedos con su diminuta lengua rosada. Era muy pequeño y estaba desnutrido; probablemente lo habrían abandonado una vez pudo subsistir por sí mismo, aunque no parecía que las cosas le estuvieran yendo demasiado bien.
Lo cogió por la piel del cuello, como hacían las hembras con sus cachorros, y lo observó a contraluz. Seguro que a Jacob le encantaría tener una mascota que se moviera por sí misma sin necesidad de utilizar pilas.
- ¿Quieres venirte conmigo? -El gato se lamió el hocico y le observó con sus enigmáticos ojos verdes. Temblaba de frío-. Está bien, pero no pienses que me compadezco de ti ni que me gustas. Que quede claro que lo hago por Jacob.
Se lo metió bajo su cazadora de cuero y el gato se acomodó sin problemas, como si aquel fuera el refugio que le correspondía. Después dejó atrás el estrecho callejón y bordeó el conglomerado de edificios hacia la entrada principal del Crystal Club, donde tenía aparcado su coche. Se apoyó en él y aguardó a que ella atravesara la puerta. Confiaba en que lo hiciera, estaba casi convencido de que no se sometería a chantajes de esa índole, pero los minutos transcurrieron y su inquietud fue creciendo.
Aprovechó el tiempo para analizar las conversaciones que había mantenido con Cromwell y sus empleados. El primero podía tener muchos defectos y pocas virtudes, pero Max creyó en él cuando le dijo que no tenía ni idea de lo que Kim Phillips hacía con su vida una vez salía por las puertas del club. Lo más relevante que había obtenido fue el nombre del chico con el que la habían visto tontear hacía unas noches, el modelo de ropa interior al que Jodie había hecho alusión. Sacó el móvil del bolsillo y aprovechó la espera para llamar a Faye, quien probablemente todavía se encontraba en comisaría. Primero la puso en antecedentes y luego le facilitó el nombre, la dirección y el teléfono del modelo.
- ¿Puedes pasarte por su casa? -le pidió tras consultar su reloj de pulsera y comprobar que no era demasiado tarde para recibir visitas-. Lo haría yo pero me encuentro en Newport y con este tráfico tardaría más de media hora en llegar.
- Descuida. Me pongo en camino ahora mismo.
Devolvió el móvil al bolsillo mientras el gato volvía a acomodarse contra sus costillas. La intuición le decía que el modelo no iba a aportarles ninguna novedad relacionada con el caso porque la clave se hallaba en los miembros que formaban las audiciones. Tanto Faye como él se habían puesto de acuerdo en ese punto y habían empezado a investigar con detenimiento las listas en las que figuraban esos nombres. El hecho de que las víctimas hubieran desaparecido horas después de presentarse a una de esas pruebas no era una mera casualidad.
Jodie atravesó precipitadamente las puertas del Crystal Club diez minutos después y Max expelió el aire con alivio. Vestía una falda de lana, unas botas altas y un abrigo negro que le llegaba hasta las caderas, y su expresión era una mezcla entre enojo y abatimiento. Al verlo apostado junto a su coche, el gesto que lucía se enfatizó al tiempo que disminuía el paso. Estuvo a punto de detenerse, aunque, tras unos segundos de indecisión, reanudó el camino que la llevaba hacia él.
- No creas que me he dejado influir por ti. No pensaba hacerlo de todos modos -le aclaró incisiva.
- Por supuesto. -Max alzó las manos en son de paz-. Sabía que harías lo correcto.
- Detective Craven…
- Max -la corrigió.
Cierto. Había olvidado que comenzaron a tutearse justo después del beso. Un beso que todavía sentía abrasándole la boca y que le había sabido a poco.
- Creo que me sobrevaloras. Apenas me conoces.
- Te conozco lo suficiente para saber que no aceptarías sus condiciones. De momento, me basta con eso.
Su determinación al hablar y la confianza que mostraba en ella la abrumaban. ¿Qué pensaría si supiera la clase de empleo que había ejercido mientras vivió en Pittsburgh? Estaba segura de que saldría corriendo.
Jodie le miró a los profundos ojos negros y fue consciente de un detalle que, hasta ese momento, se le había pasado por alto. Aquel hombre no parecía ser de los que huían.
Hundió las manos en los bolsillos de su abrigo y dejó que el viento frío calmara los efectos de la airada discusión que acababa de mantener con su jefe.
- Cromwell me ha despedido. Sinceramente, no esperaba que llegara tan lejos pero está claro que no le gusta que desobedezcan sus órdenes. Mañana tengo que recoger mi finiquito, al menos va a pagarme lo que me corresponde.
- Me gustaría poder decirte que lo siento pero no es el caso. Un trabajo en el que te tratan como si fueras un pedazo de carne no vale la pena.
Jodie estaba acostumbrada a que la trataran así. Tener un físico bonito le había cerrado muchas más puertas de las que le había abierto, pero no se sentía con ánimos de alargar esa conversación y se ahorró más explicaciones. Con la voz hastiada preguntó:
- ¿Has descubierto algo nuevo sobre Kim?
- No mucho, nadie tenía trato con ella fuera del local. En estos momentos la detective Myles se dirige a la vivienda de Mathew Jones, el modelo de ropa interior, aunque no tengo muchas esperanzas de que pueda ayudarnos.
Jodie asintió. Diluida la tensión de los últimos minutos, volvió a mostrarse cabizbaja.
- Bueno, me marcho a casa. Ha sido un día muy largo.
- Ven conmigo y deja que te anime. -Jodie pestañeó. No podía creer que estuviera insinuando que…-. No seas mal pensada. No me estoy refiriendo al sexo.
Eso no era del todo cierto, pues no había dejado de pensar en eso desde que la besara. Desde mucho antes incluso.
Jodie vaciló y el gato aprovechó ese momento para emitir un débil y placentero maullido.
- ¿Qué es eso?
- Creo que es un gato -contestó Max con tranquilidad.
- Ya lo sé pero… es que parece que lo lleves encima.
El animal se removió en su cálido refugio y asomó la cabecita negra por la abertura de la cazadora de Max. La cara de Jodie al descubrir a la diminuta y oscura criatura fue todo un poema.
- ¿Qué hace el gato del callejón en el interior de tu cazadora?
Max le acarició la cabeza con la yema de los dedos.
- Hemos hecho una especie de trato. Yo le suministraré comida y techo, y él se encargará de entretener a una persona a la que quiero presentarle.
Jodie alargó la mano y le acarició una de las orejas. El gato cerró los ojos complacido y ella sonrió un poco.
- Ahora sí que me has asombrado, detective Craven.
- Soy una caja de sorpresas -le dijo, sin apartar los ojos de los suyos.
A Jodie le pareció enternecedor que un hombre tan grande y de aspecto tan duro demostrara tener un corazón tan sensible al darle un hogar al pequeño gatito abandonado. No quiso dejarse llevar por esa agradable revelación y retiró la mano. El gato volvió a ocultarse.
- Tiene tanta hambre que está mordisqueando el forro de la cazadora. ¿Me ayudas a buscarle algo de comida y hacerle una cama en condiciones? No se me da muy bien tratar con animales.
A Jodie le encantaban. Nunca pudo tener una mascota porque viajaba demasiado y no podía ocuparse de ella, pero su hermano John tenía un perro, Orson, al que adoraba. Ahora Max usaba al gatito para ablandarla, se había dado cuenta de que lo miraba enternecida y se aprovechaba de ello para llevarla a su terreno.
- Te agradezco que quieras animarme pero hoy no soy una buena compañía.
- Puedo sacar las esposas y llevarte conmigo a la fuerza. Todavía estoy de servicio -mintió en lo último.
- ¿Ah sí? ¿Y por qué motivo me arrestarías?
- Obstrucción a la justicia, por ejemplo. -Ella bajó la mirada para que él no pudiera ver que su insistencia le gustaba-. ¿Has traído tu coche? -Ella asintió con la cabeza-. Estamos cerca de mi caravana.
La invitación del detective desprendía un potente olor a peligro pero Jodie no encontró voluntad para oponerse. Él era un muro sólido y resistente sobre el que apoyarse hasta que se sintiera más fuerte. Todo el mundo tenía derecho a sentirse débil en alguna ocasión.