Capítulo 22
Desde su escondrijo entre la espesura de los árboles, ajustó los prismáticos que Faye llevaba en el maletero del coche y esperó a que ella abandonara su caravana. Ese hecho no tardó en suceder; apenas quince minutos después de que él se largara, Cassandra Moore salió al exterior vestida con vaqueros, un jersey verde de cuello vuelto y una gabardina blanca. Se quedó plantada ante la puerta, con las manos metidas en los bolsillos y una expresión tan paranoica en la cara que le hacía perder todo su atractivo.
Con una mano enguantada, se recogió detrás de la nuca el cabello, que un golpe de viento arrojó sobre su rostro mientras escudriñaba los alrededores con los ojos entornados. Su desconfianza era manifiesta. Max había sembrado el miedo en su mente y este había echado raíces tan profundas que la obligó a actuar con rapidez.
Cuando llegó a la errónea conclusión de que no estaba siendo vigilada, sacó de la caravana una maleta y una bolsa de viaje, y luego caminó con prisas hacia el área de estacionamiento. Se subió a un Viper de color rojo y lo enfiló por el camino rural hacia la carretera que bordeaba el lago.
Max también se puso en movimiento y echó a correr a través del tupido manto que tejían las secuoyas, cogiendo un sendero que llevaba directamente hacia el lugar donde había ocultado el coche. Hacía un rato, cuando abandonó el campamento tras el interrogatorio, vio por el espejo retrovisor que Cassandra apartaba las cortinas de una de las ventanas para asegurarse de que se marchaba. Él rodeó el bosque hacia el lago y, una vez allí, en el punto donde se bifurcaban los diferentes caminos de acceso al cañón, ocultó el coche tras la mampara protectora que formaban un grupo de árboles y regresó corriendo al campamento para vigilar sus movimientos.
Cuando la noche anterior le dijo al verdugo que su cómplice le traicionaría, Max se estaba marcando un farol, aunque resulta que también había acertado en eso. Ella no había tenido ningún reparo a la hora de confesarle las sucias prácticas de su supuesto amigo. Sospechaba que tenía más sorpresas preparadas.
Los bancos de niebla que se tragaban los árboles y que mermaban su visión no fueron impedimento para que Max corriera como una exhalación. El recorrido, que a una marcha normal podía hacerse en quince minutos, lo hizo en ocho.
Cuando llegó al coche sudaba a chorros y le dolían los pulmones, pero recuperó el aliento en los dos minutos que transcurrieron hasta que la carrocería roja del Viper de Cassandra se hizo visible. Pasó ante él a tanta velocidad que las ruedas lanzaron a varios metros sucios chorros de agua embarrada. Esperó a que se alejara y luego abandonó su refugio. Siguió las huellas de sus neumáticos a lo largo de un par de kilómetros, sin perder de vista el pequeño puntito rojo que avanzaba a una marcha endiablada. Cuando llegó al siguiente cruce, en lugar de tomar la carretera para salir del cañón, ella giró a la izquierda y se adentró en un camino forestal que se internaba en las zonas más profundas del bosque.
La excitación creció en el pecho de Max y las venas se le cargaron de adrenalina.
El abrupto camino ascendía por una gran pendiente que surcaba la zona norte. Max se vio obligado a aminorar la marcha para que ella no pudiera ver que la perseguían, pero fue sencillo guiarse por las huellas de sus neumáticos porque eran las únicas recientes. Continuó ascendiendo durante unos tres kilómetros más, hasta que llegó a un punto en el que las marcas de las ruedas del Viper giraban a la derecha y se adentraban en un pequeño claro.
No había nadie en el coche.
Max abrió el maletero donde la había visto guardar la maleta y la bolsa de viaje, y descorrió las cremalleras de esta última. Estaba repleta de fajos de billetes de quinientos. También encontró una carpetilla plastificada, en la que guardaba una serie de documentos falsos a nombre de Laura Doyle.
Las inclemencias del tiempo fueron generosas y la ausencia de niebla le permitió seguir el rastro que iba dejando Cassandra a través del bosque. El mantillo húmedo albergaba sus pisadas e indicaba que sus zancadas eran largas para una mujer de su estatura. Caminaba a buen ritmo, derecha a la guarida del verdugo.
El corazón de Max latió un poco más rápido mientras se apropiaba de su arma y le quitaba el seguro.
Cassandra se detuvo y se volvió al escuchar ruido a sus espaldas. Un enorme pájaro negro voló desde la copa de un árbol a otro y soltó un graznido que hizo crujir el aire. Ella recuperó el aliento y reanudó el camino. No dudaría en dispararle con el arma que su mano apretaba con firmeza como apareciera de improviso. Le haría un gran favor a la humanidad al liberarla de una escoria como él.
Pero no la estaba siguiendo. Él confiaba en ella con fe ciega y ahora estaría esperándola en el Taco Bell para trazar planes juntos. Era gracioso el poder que el sexo ejercía sobre los hombres y, sobre todo, sobre ese maldito pirado.
En cuanto llegara a la cueva, se apropiaría de la bolsa con la mitad de su dinero y luego pisaría a fondo el acelerador hacia México. Su vida iba a experimentar un cambio de ciento ochenta grados, aunque ¿quién necesitaba un trabajo y una vida como la que ahora tenía? Ella había sido una gran estrella de cine y, en los últimos años, Hollywood la había tratado a patadas. Ya no iban a humillarla más ofreciéndole esas mierdas de papeles tan mal pagados.
Ahora tenía un millón de dólares en metálico y una nueva identidad.
Cuando él se percatara de que le había traicionado, ya sería demasiado tarde para encontrarla.
Descendió por una pendiente, cruzó el riachuelo apoyando bien los pies sobre las rocas sobresalientes y luego escaló por la ladera de una pequeña montaña. Siguió el curso del río hasta que el tramo alto se ensanchó y aumentó su caudal. Entonces volvió a descender apoyándose en los troncos de las altas secuoyas que lo circundaban y se detuvo en un área rocosa que estaba semioculta tras una frondosa vegetación.
Cassandra retiró las ramas de los árboles que taponaban la estrecha entrada a la cueva y penetró en el interior, frío y tenebroso. No se molestó en volver a colocar todo el ramaje en su sitio porque tenía la intención de largarse de allí en cuanto recuperara la bolsa con el dinero.
Cogió la linterna del bolsillo de su abrigo y alumbró el túnel principal. Mientras se adentraba en él, la sobresaltó una idea espantosa: ¿y si se había llevado el dinero consigo? Pronto salió de dudas. En el recodo que había a la derecha se topó con el colchón en el que a veces él dormía, y allí estaban su mochila y una maleta. Sonrió de oreja a oreja mientras sostenía la linterna con los dientes e hincaba las rodillas en el colchón.
Descorrió la cremallera de la bolsa y los ojos le brillaron codiciosos cuando descubrió los fajos de billetes. En el bolsillo más pequeño guardaba la documentación falsa de él, que también pensaba llevarse con ella; así le impediría que saliera del país y precipitaría su captura.
El resplandor amarillo de las lámparas de carburo se proyectaba en la pared rocosa de su derecha y dibujaba danzarines juegos de sombras y luces. La escuchó gemir, pero ella no sintió ninguna pena por Jodie Graham. ¿En qué estado se encontraría? ¿Habría comenzado ya sus perversos juegos con ella o todavía se hallaban en la fase inicial? Le traía sin cuidado. Su belleza y su juventud ya no iban a servirle de nada. Cassandra sonrió para sus adentros.
Supo que tenía el cañón de una pistola pegado a la cabeza desde el primer instante en que lo sintió. Las manos se le quedaron paralizadas sobre la bolsa y la sonrisa se le congeló en el rostro, formando una mueca amarga. En su campo de visión apareció un pie enfundado en una bota negra, que retiró de una patada la pistola que ella había dejado en el suelo junto con la linterna.
- Levántate con las manos en alto.
La voz del detective Max Craven sonó a su espalda y entonces supo que estaba realmente jodida. Podría haber manejado a ese loco demente sediento de sangre y sexo, pero no al policía. Había sido una incauta al dejarse seguir hasta allí. Nunca debió hacer planes con la cabeza caliente.
Cassandra no le obedeció al instante y eso hizo que su tono se elevara y rugiera.
- ¡He dicho que te levantes!
A ella le temblaron las manos conforme las alzaba.
- Vale, confieso que le he mentido y que sí sabía dónde tenía su escondrijo. Pero le prometo que desconocía que era un asesino -intentó que la creyera dotando su voz de sus mejores tintes melodramáticos-. ¡Solo he venido a alertarle, era mi amigo! -sollozó.
Max tiró de ella hacia arriba sin contemplaciones y le metió la pistola entre los omoplatos. Al verla junto a la bolsa que el verdugo llevaba por la noche y que mostraba los fajos de billetes, comprendió que había ido hasta allí para robarle. Debía de tratarse del dinero que habían ganado con sus asquerosas y repugnantes actividades.
- Camina.
Él la obligó a avanzar casi a empujones hacia la luz, hacia el lugar en el que la estrecha gruta se abría para formar una cavidad más grande, donde el verdugo tenía su centro de operaciones. Entonces la vio: medio desnuda, indefensa, atada de pies y manos a una plancha fabricada con troncos de madera. Estaba inmóvil, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos. A Max le dio un vuelco el corazón al creerla muerta.
- ¡Jodie!
Sin dejar de apuntar a Cassandra le ordenó que caminara hacia el fondo, donde había una especie de viga de la que colgaban gruesas cuerdas manchadas de sangre. Se acercó a Jodie con el alma en vilo, con la desesperación a punto de rompérsele en mil pedazos, con el futuro que su subconsciente había planeado junto a ella ennegreciéndose hasta dejar de importarle.
Entonces sus ojos azules se abrieron para mirarle y el corazón volvió a latirle.
Se inclinó sobre ella, le acarició la cara y le besó la frente. A Max le asoló una risa nerviosa mientras le decía que ya había terminado todo y que iba a sacarla de allí.
- Max… -Las lágrimas le cubrieron los ojos y sollozó de alivio, liberándose así del terror que había sufrido en las últimas horas-. Max, es él, es…
- Shht, lo sé. No hables ni malgastes fuerzas. Voy a ocuparme de ella y nos marchamos de aquí. ¿Estás bien?
La miró con tanto amor que las heridas físicas y las emocionales dejaron de dolerle mientras sus pupilas estuvieron fijas en las de ella.
- Ahora sí -musitó.
- ¿Te ha hecho algo?
Jodie negó con la cabeza y Max le cubrió los senos desnudos con los restos de la blusa. Después la besó con fuerza en los labios y regresó al lado de Cassandra.
Las luces ambarinas de las lámparas de carburo iluminaban los ojos castaños de la mujer y revelaban que se resistía a aceptar una derrota.
- Cassandra… -murmuró Jodie con perplejidad-. ¿Qué está haciendo ella aquí, Max?
- Te lo explicaré todo después.
- Él me obligó a hacerlo. ¡Él me obligó a convertirme en su cómplice amenazándome de muerte si no lo hacía! -gritó desesperada mientras Max descolgaba las cuerdas y las pasaba con rudeza y rapidez alrededor de su cintura, inmovilizándole también los brazos-. Cuando descubrí lo que les hacía a esas mujeres en el sótano de su casa, él me descubrió a mí. ¡No me quedó más remedio que cooperar con ese sádico hijo de puta!
- Dios mío… -susurró Jodie.
- Claro, pensabas llevarte la mitad de su dinero y desaparecer del país con la documentación falsa que llevas en el coche porque no tienes nada que ocultar. -Ató fuertemente las cuerdas hasta casi cortarle la respiración-. ¿Dónde está él?
- No tengo ni idea. Y no pienso decir nada más hasta que esté en presencia de mi abogado.
- Eso pronto sucederá. La policía está de camino -le espetó en la cara, dando un último tirón al nudo que había hecho con los dos extremos de la cuerda.
Después corrió hacia Jodie y apretó los dientes al inspeccionar lo destrozadas que tenía las muñecas. Se volvió hacia la mesa que contenía el instrumental que el verdugo empleaba para torturar a las jóvenes secuestradas, el mismo que le había visto emplear en las grabaciones confiscadas, y buscó el que mejor le permitiera cortar las cuerdas. Tomó un cuchillo afilado y la liberó, poniendo especial cuidado en no lastimarla más de lo que ya estaba.
- Él debe de estar a punto de regresar, tenemos que irnos antes de que venga. ¡Está loco y tiene un arma! -La respiración se le agitó al incorporarse.
- Tranquilízate, ahora estás conmigo. Ese hijo de puta no volverá a ponerte un dedo encima.
Los fuertes brazos de Max la ayudaron a ponerse en pie. Jodie se mareó y la habitación se le oscureció paulatinamente. Tuvo que apoyarse en él para no caerse al suelo. Con su ayuda se subió los vaqueros que llevaba arremolinados en las pantorrillas, y luego él rompió en tiras los faldones de su blusa para vendarle las muñecas ensangrentadas con ellas.
- ¿Dónde están tus zapatos? -Miró rápidamente a su alrededor al tiempo que le ajustaba el improvisado vendaje. No los vio por ningún sitio, y tampoco su abrigo.
- No lo sé -tiritaba de frío, los dientes le chocaban en incontrolados escalofríos.
Max se quitó su cazadora.
- Póntela.
La ayudó a meter los brazos en las mangas de la cazadora. Como tenía heridas abiertas en los tobillos no le preguntó si podía andar, directamente la tomó en brazos y salió con ella al exterior.
Max trepó por la falda de la montaña y corrió a favor del curso del río, alejándose de la entrada y del camino que el verdugo tomaría cuando regresara. Jodie tenía los brazos alrededor de sus hombros y sentía su aliento cálido contra el cuello. Temblaba como un animalillo herido. Ahora que la había recuperado, todos sus sentimientos hacia ella se manifestaron con una claridad apabullante. La estrechó un poco más fuerte contra su cuerpo y ella hundió la cara mojada por las lágrimas en su cuello.
- Iba a matarme.
- Jamás lo habría permitido -le aseguró con la voz jadeante por el esfuerzo físico pero, a la vez, rotunda y contundente.
- Me pusieron una multa y la grúa se llevó mi coche. Él apareció desde algún lado y se ofreció a llevarme. Yo… ¿cómo iba a pensar que él era un asesino?
- Ninguno lo imaginábamos.
- Siento tanto no haber estado en la entrevista con la asistente social. -Se le hizo un nudo en la garganta y la voz se le quebró.
- Tú no tienes la culpa de nada, cariño. -La besó en la cabeza y siguió avanzando para encontrar un lugar en el que ponerla a salvo-. La preocupación por encontrarte sana y salva me estaba matando, pero ahora lo único que importa es que estás bien.
Se detuvo al llegar a una especie de refugio formado por una acumulación de grandes rocas. Allí estaría protegida del viento y del frío hasta que la policía, que estaba de camino, fuera a rescatarla.
- Tengo que dejarte aquí. -Se inclinó para que sus pies tocaran el suelo. Ya tenía más estabilidad y guardaba perfectamente el equilibro. Observó el lugar con creciente temor, espantada ante la idea de volver a quedarse sola-. Él va a regresar a la cueva para recuperar el dinero y para terminar lo que ha dejado a medias, y yo tengo que estar allí para atraparle. -Le peinó el cabello con los dedos y le ajustó la cremallera de su cazadora-. Aquí estarás a salvo.
Jodie era una chica valiente y lo demostró una vez más tragándose su pavor y asintiendo con la cabeza. Después se aclaró la dolorida garganta y le dijo:
- Él recibió una llamada hace un rato y justo después se largó.
Max la ayudó a penetrar en el refugio y Jodie tomó asiento en el suelo alfombrado por la hierba. Encogió las piernas y se las rodeó con los brazos.
- Cassandra le ha engañado para poder apropiarse de su parte del dinero. Pero a estas alturas él lo habrá descubierto y ya estará de camino.
A modo de despedida, Max se agachó para besarla en los labios pero, antes de retirarse, Jodie le detuvo aferrándole por la muñeca.
- Ten cuidado, por favor.
- Lo tendré -le prometió-. La policía vendrá enseguida a por ti. Nos veremos más tarde.
A Max no le agradaba tener que separarse de ella; le dolía mirarle a los ojos azules y leer en ellos todo el miedo que había sentido, que sentía y que, probablemente, continuaría sintiendo una vez que todo hubiera acabado.
Él pensaba estar con ella para ayudarla a superar las secuelas.
Cuando vio el coche de Cassandra y el de Craven aparcados en medio del bosque, el uno al lado del otro, el ansia por matar a aquella zorra desagradecida se le multiplicó hasta empaparle el cerebro de una corrosiva sed de venganza. Había intentado jugársela para llevarse toda la pasta, pero le había salido el tiro por la culata y en cuanto le pusiera las manos encima iba a arrancarle la piel a tiras. Le preocupaba la presencia del policía. La zorra estúpida se había dejado seguir hasta allí como si fuera una vulgar principiante, aunque él iba a matarlos a los dos. Para asegurarse de que no huían, pinchó las ruedas de ambos coches y luego se adentró en el bosque con el arma preparada para disparar al mínimo movimiento que percibiera a su alrededor.
Anduvo con tiento, vigilante, con los oídos agudizados y los ojos atentos. Todo estaba en calma. No había pasado demasiado tiempo desde que recibió la traicionera llamada de Cassandra, por lo tanto, con algo de suerte podía sorprenderles en el interior de la cueva.
O tal vez no.
Escuchó un chasquido a su derecha, giró rápidamente y abrió fuego en ese sentido. Corrió a ocultarse tras el tronco de una secuoya e inspeccionó el área que se extendía ante él con los ojos saliéndosele de las órbitas. El eco del disparo todavía reverberaba entre los árboles y luego todo se sumió en un absoluto silencio. Se secó el sudor de la frente y esperó. Tal vez el sonido lo había producido algún animal. En esa zona había muchos conejos y también se cobijaba en los árboles una especie rara de grandes pájaros negros.
Creyéndose a salvo, regresó al sendero y continuó avanzando. Por segunda vez consecutiva, se produjo un chasquido, que vino acompañado de una voz masculina que hizo que sus pies se quedaran clavados en el suelo. El detective le había tendido una emboscada.
- Ahora mismo te estoy apuntando a la cabeza, así que suelta el arma.
Miró a su alrededor y localizó la procedencia de la voz a sus espaldas. A continuación, los pasos de Craven indicaron que abandonaba su refugio entre los árboles y que se situaba justo detrás de él. Amartilló la semiautomática muy cerca de su cabeza.
- ¡He dicho que sueltes el arma! -le ordenó.
Sus pensamientos giraban a una velocidad endiablada buscando una manera de escapar. De momento, era mejor seguir las instrucciones del detective. Soltó el arma, que cayó entre la hojarasca que había a sus pies.
- Ahora pon las manos detrás de la nuca y camina.
También obedeció las nuevas órdenes.
De una patada, Max retiró el revólver del camino.
- ¿Adónde me llevas, detective?
- A tu sucia ratonera. Allí podrás reencontrarte con la mujer que te ha traicionado y con la policía, que está de camino.
- Estás muy cabreado, detective Craven, y no entiendo la razón. No me ha dado tiempo a follármela ni a arrancarle las tripas. Aunque cuando acabe contigo prometo que lo haré.
- Lo único que vas a hacer es dar con tus huesos en la cárcel durante el resto de tu miserable vida.
- Tiene unas tetas preciosas y su tacto es tan suave que parece que estés acariciando seda. -Los tintes provocadores de su voz eran desquiciantes y Max apretó los dientes para controlar los impulsos de matarle-. ¿La has puesto a cubierto? Cuando te mate, necesitaré saber dónde está. No querrás que se muera de frío y de hambre, ¿verdad?
- ¡Cállate de una puta vez y camina! Como se te ocurra hacer un movimiento en falso, no dudaré en dispararte.
- No creo que lo hagas, y menos por la espalda, tú no eres de esos. Además, me quieres vivo para que pueda pudrirme en la cárcel, ¿no es así?
- No me pongas a prueba.
El verdugo decidió que correría el riesgo y entonces todo sucedió demasiado deprisa. Con un rápido movimiento se apartó del sendero por el que transitaban y echó a correr como alma que lleva el diablo entre los troncos de las frondosas secuoyas. Max soltó un juramento mientras le encañonaba por la espalda y situaba el índice detrás del gatillo. Pero el asesino tenía razón, no era capaz de disparar por la espalda a un hombre desarmado por muy graves que fueran sus delitos.
Se guardó la Glock bajo la cinturilla de los vaqueros y echó a correr detrás de él. El otro estaba en buena forma física y corría como una gacela, pero Max era más joven y más ágil y pronto redujo las distancias que su adversario intentaba ganar zigzagueando entre los árboles. Cuando le tuvo a tres metros escasos, se abalanzó hacia sus pies y los dos cayeron rodando por un terraplén. Los troncos de las secuoyas detuvieron la caída y luego Max se aposentó sobre él y le propinó una serie de puñetazos demoledores.
- Tenías razón; darte una paliza es mucho más satisfactorio que dispararte, cabrón.
Craven se estaba cebando con él, sintió que le rompía la nariz y que le partía un par de dientes, pero pronto entró en acción y empleó sus propios puños para quitárselo de encima.
Un contundente derechazo alcanzó a Max en la cara, haciendo que perdiera el equilibrio y cayera a un lado, momento que el otro aprovechó para zafarse y arrastrarse por el suelo como una sabandija. Escupió sangre y se incorporó al tiempo que lo hacía él.
Fuera de sí, soltando un ronco alarido que rompió el armónico trinar de los pájaros y los hizo enmudecer, el verdugo embistió contra él con la fuerza que da la locura. El tremendo encontronazo les hizo caer y volver a rodar durante varios metros más. Durante la caída se apropió de su pistola y, cuando por fin aterrizaron sobre el espeso barro de una zona fangosa, trató de utilizarla contra él. Max la apartó de su cara antes de que la bala le alcanzara y luego volvió a golpearle sucesivamente, con la rabia desatada, hasta que el otro no opuso más resistencia y su cuerpo quedó laxo y hundido en el barro.
Max recuperó la Glock y se separó un par de metros. Se limpió la sangre que le caía por la comisura del labio y buscó el móvil en el interior del bolsillo para darle a Faye la nueva localización.
El verdugo abrió los ojos desde el fango al tiempo que esbozaba una espeluznante sonrisa de psicópata.
- Si me la hubiera follado me habrías matado, ¿verdad? Como estuviste a punto de hacer con el esposo de tu hermana -la sangre burbujeaba entre sus labios-. En realidad, tú y yo no somos tan diferentes.
- Arthur Callaghan, si fuéramos iguales, no necesitaría ninguna excusa para volarte la cabeza.
Veinte minutos más tarde, la policía había tomado posesión del área norte de los bosques de Irvine y los diversos profesionales comenzaron a operar en el interior de la cueva y en las inmediaciones. Siguiendo las indicaciones de Max, un par de compañeros policías se ocuparon de ir a rescatar a Jodie y de conducirla a la ambulancia que esperaba en el camino forestal. Hubiera preferido ser él mismo quien se ocupara de ir en su busca y de acompañarla al hospital, pero no podía marcharse de allí hasta que no finalizaran las diligencias preliminares. Faye se unió a él durante el tiempo en que estas se alargaron y luego Max pidió unirse al grupo de policías encargados de custodiar a Moore y a Callaghan hacia dependencias judiciales.
- ¿Estás seguro? Deberías marcharte directamente a casa y descansar. Estás agotado -le sugirió Faye.
- Solo voy a asegurarme de que llegan a su destino sin incidentes. -Un compañero le tendió un cortavientos que Max se puso sobre el suéter, lleno de barro. Extinguida la adrenalina que le había mantenido en calor, el frío de diciembre empezó a congelarle los huesos-. Después iré directo al hospital.
Durante las dos horas que permaneció allí, a Faye no le pasó por alto que estaba deseando marcharse junto a Jodie Graham cuanto antes. En condiciones normales y por muy cansado que estuviera, Max se habría quedado en el bosque hasta que desapareciera el último de los policías, pero Jodie le tenía absolutamente desconcentrado, mucho más que las horas de sueño perdidas y que ya le pasaban factura. Jamás una mujer se había interpuesto entre él y su trabajo, ni siquiera April.
Faye comprendió que estaba enamorado de ella, y la revelación le dejó un potente sabor amargo que la acompañó durante el resto del día.
Una vez esposados y leídos sus derechos, cruzaron el bosque hacia el camino forestal y pusieron rumbo a Costa Mesa en un par de coches de la policía. Max les siguió de cerca en su Jeep, que Faye había utilizado para llegar al bosque.

La misma enfermera del College Hospital que le curó las heridas sufridas en su enfrentamiento con Roy Crumley se ocupó ahora de las que le había hecho el capitán de la policía de Costa Mesa. Tras desinfectarlas adecuadamente, le suministraron una pomada antibiótica y luego le vendaron los tobillos y las muñecas. Tenía que acudir a las curas una vez al día durante la siguiente semana.
Tras las curas pasó a la consulta del doctor Stuart, el psiquiatra que también la atendió en aquel momento. Volvió a recetarle un montón de ansiolíticos y somníferos, y le sugirió nuevamente que pidiera cita en recepción con la doctora Andrews. En esta ocasión, Jodie no estaba tan segura de que no fuera a necesitar ayuda psicológica.
Un par de horas después de su llegada ya estaba lista para marcharse a la triste habitación del motel Heller. Mientras recorría el pasillo iluminado por los fluorescentes hacia los ascensores que había en recepción, se preguntó si él todavía estaría en el bosque. Suponía que tendría trabajo para el resto del día y que no se pondría en contacto con ella hasta la noche, o incluso después.
La necesidad de estar a su lado era tan fuerte y las horas que tenía por delante se presentaban tan frías, solitarias y deprimentes, que las lágrimas le anegaron los ojos. No le gustaba sentirse tan débil y dependiente. Se las secó con la yema de los dedos pero resurgieron cuando le vio sentado en la sala de espera que había junto al vestíbulo.
Aunque Max también lucía un aspecto desastroso -su pelo estaba revuelto y manchado de barro, le había crecido la barba y tenía un corte en el labio y un moretón en el pómulo izquierdo, además de unas grandes ojeras- se le iluminó la mirada al verla. Se levantó de la silla y sonrió un poco mientras se acercaba.
- ¿Cómo estás? -Posó las manos sobre sus brazos y se los frotó suavemente.
- Mucho mejor desde que la policía me dijo que estabas ileso. -Se mordió los labios hasta que pudo controlar las ganas de llorar-. Escuché los disparos y sentí pánico al no saber lo que estaba pasando.
El brillo de las lágrimas no le permitía verle con claridad, pero sí que sintió en cada fibra de su ser el roce de sus labios cálidos y magullados sobre los suyos. Luego la abrazó tan fuerte que Jodie pudo notar los latidos de su corazón golpeando al unísono junto a los de ella.
- ¿Nos marchamos a casa? -La besó en la cabeza y le acarició la espalda.
Ella se separó y le miró con los ojos inyectados de alivio.
- ¿No vuelves al trabajo?
- Quizá más tarde, Faye y el resto de compañeros están ocupándose de todo. Ahora apagaré el móvil, nos marcharemos a la caravana y nos pasaremos toda la tarde en la cama. A los dos nos conviene descansar y dormir unas horas.
Jodie asintió, estaba de acuerdo con sus planes.
Primero hicieron una parada en el motel Heller para que Jodie recogiera algo de ropa y su bolsa de aseo. Las buenas noticias eran que la policía había recuperado su bolso con la documentación y las tarjetas de crédito en un rincón de la cueva, junto a su abrigo y los zapatos.
Hacia el mediodía, rodeados de una densa bruma que opacaba los tonos azules del mar y hacía desaparecer la línea divisoria con el cielo, llegaron a Newport Beach.
Mientras Jodie se daba una ducha rápida en el minúsculo baño de la caravana, Max preparó una sopa de pollo y unos sándwiches de jamón y queso. Lo colocó todo sobre la mesa, asegurándose previamente de que Carboncillo dormía en su caja de cartón y no iba a trepar hasta la mesa para husmear la comida. Aunque ese gato tenía un olfato muy fino.
Cuando escuchó que ella cerraba el grifo de la ducha Max ganó tiempo y comenzó a quitarse las ropas sucias. Ella salió envuelta en una nube de vapor con olor a fresas. Llevaba puesta una camiseta dos tallas más grande que la suya y unos pantalones de chándal que le venían holgados. Tenía mejor aspecto, aunque las marcas violáceas que había bajo sus ojos se habían agravado.
- Empieza sin mí, enseguida salgo. -La besó en la sien. Ella parecía pedir a gritos un permanente contacto y él deseaba ofrecérselo a cada segundo.
- Te esperaré.
La visión de la comida le cerró la boca del estómago porque todavía tenía adherida a la nariz el olor a la sangre putrefacta. No obstante, sabía que debía hacer un esfuerzo por comer ya que hacía más de veinticuatro horas que no había ingerido nada sólido. El suculento olor del jamón despertó al gato, que se encaramó al sofá de un salto. Jodie lo acopló sobre su regazo y lo acarició mientras le daba un trocito que se comió con avidez. Después se lo acercó a los labios y lo besó entre las orejas, al tiempo que Max abandonaba el baño vestido con una camiseta vieja y unos vaqueros limpios. Aunque no se había afeitado y estaba cansado -él también mostraba ojeras y los ojos enrojecidos-, tenía la suerte de no perder su atractivo.
- El sándwich es para ti. Él ya tiene su comida -le indicó.
Se sentó a su lado y ella devolvió el gato a su caja de cartón.
- No sé si podré comerme todo esto.
- Empieza por la sopa, te sentará bien.
Max le sirvió un vaso de agua y luego se dedicó a observarla. A regañadientes, ella cogió la cuchara, la hundió en la sopa y se la llevó a los labios. Estaba tan atento a sus necesidades y la miraba con tanta ternura que Jodie solo sentía ganas de recostarse sobre su cuerpo grande y fuerte y cerrar los ojos hasta que fuera otro día. En el fondo, y aunque no le gustara sentirse dependiente, tenía que admitir que dejarse cuidar por él era muy gratificante.
- Jodie -ella le miró, él estaba ahora más serio-, sé que estás cansada y que no te apetece hablar del tema, pero hay algunas piezas que están desordenadas y necesito encajarlas antes de que me estalle la cabeza. Solo si te encuentras con fuerzas, no quiero obligarte a hacerlo.
- Pregúntame lo que quieras.
Él le rodeó el antebrazo con la mano y movió el pulgar sobre la piel desnuda.
- ¿Recuerdas cuando hablamos de que los asesinos en serie tienen una manera muy característica de actuar y que son fieles a sus pautas de comportamiento? -Ella asintió-. Tú no representabas ningún peligro para él, no podías sacarle del anonimato. Entonces me pregunto por qué estabas en su punto de mira y por qué contigo se saltó esas pautas. -Se rascó distraídamente la mejilla, hirsuta-. Coincidiste en la fiesta de Edmund Myles con él. ¿Qué es lo que sucedió? Ayúdame a comprenderlo.