Capítulo 23

Se pegó a mí en la fiesta y apenas si pude relacionarme con el resto de invitados. Estuvo hablándome de que me había visto en Rosas sin espinas y que le parecía que yo era una actriz con mucho potencial. -Removió la sopa con la cuchara y aspiró el suculento olor que desprendía por si se le abría el apetito, cosa que no sucedió-. Después se me insinuó abiertamente y yo rechacé con educación cada uno de los dardos que me lanzaba. Al principio se portó como un caballero pero llegó un momento en que su insistencia me resultaba incómoda e impertinente. Me vi obligada a ser más directa con él y a decirle claramente que no estaba interesada. Él no se lo tomó muy bien. -Probó la sopa, estaba buena y su estómago no la rechazó-. No volví a verle hasta que fui a comisaría por la desaparición de Kim. Cuando llegué me lo encontré en la calle fumando un cigarrillo. Estuvimos hablando. Le expliqué el motivo por el que estaba allí y luego él cambió de tema y me invitó a tomar una copa que yo rechacé.

Todo comenzó a cobrar sentido para Max y las piezas del rompecabezas que no había manera de acoplar empezaron a encajar entre sí.

- ¿Por qué no me lo contaste en su momento?

- Porque era tu jefe y no quería ocasionar un conflicto laboral entre vosotros dos. Por aquel entonces no lo consideré ni apropiado ni importante -se justificó-. Además, ¿cómo iba a imaginar que el capitán de policía de Costa Mesa era un sádico y un asesino? Tampoco se me ocurrió pensar que fuera él quien estuviera detrás de las llamadas y los mensajes. -Jodie no había vuelto a pensar en eso y, de repente, la asaltaron todas las dudas-. Porque eso también lo ha hecho Callaghan, ¿verdad?

- Todo lo que acabas de contarme apunta a que tenía un comportamiento obsesivo contigo -asintió-. Espero que lo confiese en los interrogatorios.

- No puedo creer que Cassandra estuviera implicada en algo tan horrible -comentó Jodie con el rostro desencajado.

Max la puso en antecedentes. Le contó que fue Cassandra quien introdujo a Callaghan en su círculo de amistades, entre quienes se encontraba Edmund Myles. Le habló del descubrimiento que hizo en el sótano de su casa y de cómo pudo aprovecharlo en su beneficio.

- Dijo que se distanció de él a raíz de ese hecho, pero está claro que supuso el inicio de sus actividades conjuntas. -Le explicó el asunto de las grabaciones de vídeo y de cómo se lucraron con ellas.

Jodie no daba crédito a lo que escuchaba y se pasó todo el tiempo moviendo la cabeza en sentido negativo. Si era difícil asimilar que Arthur Callaghan fuera un asesino, también lo era que Cassandra, la famosa actriz con la que había trabajado en los últimos meses, fuera la encubridora de esos crímenes porque se beneficiaba económicamente con ellos. Era espeluznante.

Cuando Max terminó de hablar, Jodie soltó la cuchara sobre el plato y se frotó la cara.

- Él me grabó. Decía que quería que gritara y luchara como había hecho en el bosque cuando me topé con Crumley. -Se pasó el cabello húmedo detrás de las orejas. Sus labios habían vuelto a perder el color-. ¿Qué pintaba el hombre de la pala en todo esto?

- Aún no lo sabemos. -Le masajeó el hombro y se sintió un poco culpable por presionarla a que hablara. Estaba agotada física y psicológicamente y no le hacía ningún bien seguir profundizando en todo aquello. Le acarició la mejilla con el dorso de los dedos-. Termina de comer y nos vamos a descansar.

- Solo la sopa.

- La sopa y el sándwich.

Jodie lo miró, le parecía enorme en comparación con su estómago.

- La mitad del sándwich -negoció ella, con los ojos suplicantes.

- Trato hecho.

Un rato después, se tumbaron en la cama y Max la rodeó con los brazos y estrechó su trémulo cuerpo contra el suyo. Acopló la espalda femenina a su pecho, encajó las caderas a las suyas y enlazaron las manos, que ella apretó contra su vientre. Había estado a punto de perderla y esa sensación tan espantosa todavía le rondaba en la cabeza. Necesitaba sentirla pegada a su piel para poder percibir su respiración, su pulso y los latidos de su corazón. Enterró la nariz en su cabello y respiró el agradable olor a fresas que desprendía.

Por primera vez en muchas horas, Jodie fue capaz de mantener los ojos cerrados sin que la imagen de Callaghan blandiendo el bisturí ante ella le hiciera abrirlos de súbito a la vez que la ansiedad le oprimía el pecho y la dejaba sin aliento. El calor corporal de Max, su agradable olor a hombre, el sólido y reconfortante contacto de sus músculos, el de sus manos grandes rodeando las suyas… todo ello, unido a un sentimiento que crecía y se fortalecía, propició que cayera de inmediato en un profundo sueño.

Le despertaron los aterrorizados gritos de Jodie cuando la habitación ya estaba en penumbras.

- Apártate de mí -gritaba, forcejeando con pies y manos para liberarse de los brazos que la rodeaban.

Él sujetó los de ella para que dejara de hacer aspavientos en el aire y le habló cerca del oído.

- Jodie, tranquilízate, cariño. Soy yo, soy Max. -Alargó el brazo y encendió la luz de la lamparilla de noche, que iluminó su rostro aterrorizado-. ¿Lo ves? -Volvió su cara hacia él para que pudiera mirarle a los ojos. Cuando las pupilas hicieron contacto con las de él, dejó de forcejear-. Estoy aquí contigo, nadie va a hacerte daño. Has tenido una pesadilla -le susurró con voz tranquilizadora.

Su pecho se convulsionaba y jadeaba sin control. Tenía algunos mechones de cabello pegados a la frente y los ojos anegados en lágrimas. Temblaba a pesar de que estaba sudando.

- Ha sido… ha sido tan real. -Tragó saliva, tenía la garganta reseca-. Estaba en su cueva y él me grababa a oscuras y luego… luego sentía algo que me cortaba la piel, justo aquí. -Se tocó el vientre con los dedos temblorosos-. Ha sido horrible.

- Ya ha pasado. -Le acarició el cabello con ternura y se lo retiró de la frente. Después depositó un beso allí y volvió a pedirle que se relajara-. Te traeré un vaso de agua.

De regreso a la habitación, ella se lo bebió entero en apenas cuatro tragos. Mucho más serena, se dejó caer sobre los almohadones y respiró profundamente mientras él regresaba a su lado.

- ¿Qué hora es? -preguntó Jodie.

- Las ocho de la tarde. Hemos dormido algo más de cinco horas, pero te conviene descansar un rato más. -La acercó a él, los rostros quedaron a escasos centímetros sobre la almohada. Max introdujo una mano bajo su holgada camiseta y le acarició la espalda sudada-. ¿Por qué no te tomas un tranquilizante? Te ayudará a dormir sin pesadillas.

- Me dejan la mente espesa -se negó-. Desde que estás haciendo eso me siento mucho mejor.

- ¿Te gusta que te acaricien? -le susurró, afianzando los dedos sobre su piel resbaladiza.

- Me gusta que me acaricies tú.

Max sonrió apenas y se acercó para besarle la punta de la nariz. Ella le atrapó el rostro con la mano y buscó su boca. La besó con suavidad, apenas si asomó la lengua para acariciarle los carnosos labios. Podría haber ido mucho más lejos, todos los sentidos se lo pedían a gritos, pero se contuvo porque no le pareció lo más oportuno. Se retiró para mirarla y descubrió complacido que un vestigio de deseo había aplacado el miedo. Le acarició el costado, el pulgar se adentró en el nacimiento de su pecho y el vestigio se intensificó.

Jodie regresó a su boca e inició un beso dulce y pausado. Los labios se apretaron, se soltaron y volvieron a enlazarse, avivando estímulos que hicieron que el beso tomara otro cariz. Se buscaron con las lenguas y lo profundizaron. Max le cubrió el seno desnudo para amoldarlo a la palma, y ella deslizó los dedos en su cabello húmedo y los apretó para mantenerlo cerca. Se les aceleró la respiración como si estuvieran peleando en un cuadrilátero de boxeo.

Max se separó de ella cuando el placer le bajó desde la boca al miembro y se lo endureció. Era el momento de retirarse antes de que le abandonara el juicio e hiciera algo para lo que ella no estuviera preparada, pero Jodie volvió a sus labios y se apretujó contra su cuerpo. La mano de Max quedó aplastada sobre su seno.

- Jodie… -protestó él contra la boca, que le buscaba ansiosa.

- ¿Qué? -susurró, con los dedos revolviéndole el pelo.

- No puedo seguir -contestó con la voz ahogada, al tiempo que le tomaba la cara con las manos y buceaba en sus ojos azules-. No puedo estar así contigo y contenerme. Es demasiado… -No halló la palabra para explicar lo doloroso e insoportable que le resultaba controlarse-. Te deseo tanto que ni siquiera puedo pensar.

- Pues no pensemos. -Jodie metió la mano por debajo de su camiseta y le tocó el vientre plano, ascendiendo las caricias hacia el pecho-. Necesito que me hagas el amor, Max.

Ella acalló sus contradicciones con la dulzura y la seguridad de su voz. Las palabras salieron directamente de su alma herida, dejando claro que necesitaba el sexo no solo como un alivio físico sino también como un remedio espiritual. Él también la necesitaba a ella por encima de todas las cosas. Le tocó el óvalo de la cara, hechizado por la forma en que ella le miraba, y luego se incorporó sobre la cama para despojarla de las ropas que se interponían. Le quitó la camiseta, los pantalones y las pequeñas y cómodas braguitas de algodón blanco. Sin dejar de mirarla a los ojos, se deshizo de sus propias ropas y luego le cubrió el cuerpo con el suyo. La tomó en un amoroso abrazo, la besó con una mezcla de dulzura y pasión y luego entró en su interior. Ella suspiró, le regaló una temblorosa sonrisa, le observó con los sentimientos desnudos y deslizó las manos por su musculosa espalda, palpando, tocando, apretando y acariciando, indagando si había alguna manera de fundirse con él.

La amó a un ritmo mesurado y cadencioso. Ella le rodeó con los brazos y las piernas y se dejó querer por él. Se amoldó a su ritmo, le devolvió los besos y las caricias, respondió al murmullo de sus palabras cariñosas y le robó el aliento como él se lo robaba a ella.

Los sentimientos se magnificaron entre los dos a la vez que el placer crecía, y Max expresó los suyos en voz alta.

- Te quiero, Jodie. -Y le dio un beso intenso-. Estoy loco por ti. -Apretó las caderas contra las de ella y se movió más deprisa.

Ella se puso rígida, Max no sabía si como una reacción a su confesión o porque estaba a punto de alcanzar el clímax. Prefirió pensar que era por lo segundo porque, apenas unos segundos después, ella se puso a temblar y a jadear sin control. La elevó a lo más alto y la hizo lloriquear de placer. Después fue él quien se tensó y se estremeció, quien hundió el rostro en su cuello perfumado y jadeó en su oído mientras el placer le devoraba a él.

La abrazó cuando recuperó las fuerzas. Ella dejó descansar la cabeza sobre su pecho y le acarició distraídamente el vello oscuro que lo cubría. A su debido momento, cuando el ritmo apresurado de las respiraciones se normalizó, Max le retiró el cabello rubio de la cara y buscó una mirada que ella apenas mantuvo con la suya. Los ojos azules se abstrajeron en algún punto del dormitorio y los dedos se pararon y dejaron de acariciarle el pecho. Desde lo alto, Max vio que su expresión se había apagado.

- ¿Qué te ocurre?

Jodie movió la cabeza en sentido negativo.

- No me pasa nada -mintió.

Se sentía como un fraude, desmerecedora de su amor. ¿Por qué había permitido que llegaran a esa situación? Apretó los labios y pestañeó para disolver el picor en los ojos que anunciaba las lágrimas. Había guardado silencio porque no esperaba que se enamorara de ella, porque no contaba con que ella también se enamoraría de él. Y ahora sus secretos le pesaban tanto que tenía ganas de salir corriendo para no tener que enfrentarse a su rechazo.

Max sintió que sus lágrimas le mojaban la piel, entonces le alzó la cabeza para ver lo que estaba sucediendo y su reacción huidiza le dio algunas pistas. Jodie apartó las sábanas que se arremolinaban en sus piernas y se alejó de su lado. Se sentó en el lateral de la cama, refugió el rostro contra las palmas de las manos y se puso tirante cuando él la tocó.

Max comprendió que aquello no tenía nada que ver con la horrorosa experiencia que acababa de vivir en los bosques, sino con el hecho de haberle dicho que la quería. No pudo evitar sentirse como si le golpearan en la boca del estómago. Su propio cuerpo también se tensó y tuvo que cerrar los puños para contener la energía negativa que le producían sus desplantes. Exhaló el aire lentamente. Se habría mostrado intolerante con ella de haber sido otras las circunstancias, pero su estado era tan vulnerable que no le quedó más remedio que ser flexible y medir sus palabras.

Con la expresión grave y contenida, Max se armó de paciencia y se sentó a su lado. Ella tenía las manos cruzadas bajo la barbilla y se miraba los dedos de los pies.

- ¿Me vas a contar lo que te pasa por la cabeza o tengo que adivinarlo yo? -la interrogó con seriedad.

- No va a gustarte.

- Sé que no va a gustarme pero quiero oírlo. -La presión que ejerció sobre ella tuvo como resultado que Jodie se bloqueara, así que fue directo al grano-. Esto que ha surgido entre tú y yo es único y especial, así que dime por qué te has espantado cuando te he dicho que te quiero. -Jodie movió la cabeza y apretó los labios con fuerza-. Mírame.

No lo hizo, así que Max la tomó por la barbilla y la obligó a que lo hiciera.

- ¿Te asusta amarme? -Le temblaron las comisuras de los labios y los ojos volvieron a aguársele-. ¿Crees que exagero cuando te digo que estoy enamorado de ti como nunca lo había estado en mi vida?

Ella retiró la cara y la voz se le quebró al hablar.

- Si conocieras algunas de las cosas que he hecho en el pasado, quizá no me querrías tanto como dices.

- Nada de lo que hayas hecho antes de conocerte va a cambiar lo que siento por ti.

- ¿Y cómo estás tan seguro si ni siquiera te lo he contado?

- Porque sé cómo eres ahora y con eso me basta -sentenció.

Jodie seguía sin creer en su fidelidad, así que se lo soltó sin más dilación. No tenía sentido alargar durante más tiempo esa agonía que la carcomía por dentro.

- Cuando estuve viviendo en Pittsburgh, fui chica de compañía en una agencia que se llamaba La Orquídea Azul. -No le miró, prefería no tener que enfrentarse a sus reacciones-. Mi trabajo consistía en acompañar a los clientes a actos públicos, a cenas de trabajo, a actividades de ocio… La mayoría de las chicas mantenían relaciones sexuales con ellos porque los clientes pagaban un plus muy alto por ese servicio, pero yo nunca me acosté con ninguno; no fui capaz de hacerlo. -Cogió aire y luego lo soltó lentamente en un suspiro tembloroso-. Sin embargo, eso no cambia el hecho de que prestara mis servicios en aquel lugar cuando podría haber buscado otro tipo de empleo mucho más… digno. -Se aclaró la garganta, parecía que tenía agujas atravesándola. A continuación, le dijo lo que más miedo le daba-. Si decides que lo nuestro termine ahora mismo, no te juzgaré. Entenderé que no quieras estar conmigo.

Ya estaba hecho. Ya se lo había dicho. Y se había quitado un enorme peso de encima. Ahora temblaba; no quería ni mirarle para no encontrarse con su respuesta, que intuía no sería positiva. Le sintió removerse a su lado mientras ella intentaba serenarse para que los acelerados latidos de su corazón no se escucharan en el silencio espeso que se había establecido entre los dos.

Max apoyó los codos sobre las piernas y enterró la cara entre las palmas de las manos. Se la frotó sin despegar los labios durante unos segundos que a ella se le hicieron eternos. Cuando por fin recuperó la capacidad de reaccionar, se levantó de la cama y caminó desnudo hacia la cocina, de donde agarró su famosa botella de alcohol y se sirvió un par de dedos que se bebió de golpe. Mal síntoma. Jodie le escuchó exhalar el aire y luego oyó sus pasos de regreso a la habitación.

Max se agachó delante de ella y colocó las palmas de las manos sobre las caderas. Las rodillas le apuntaron el pecho y ella contuvo la respiración.

- ¿Por qué has esperado todo este tiempo para contármelo si por dentro te estaba mortificando?

- Quise hacerlo desde un principio pero nunca encontraba el momento adecuado y lo fui postergando. Tenía miedo a… a que me rechazaras.

- Mírame. -Con temor creciente, Jodie sostuvo la mirada de unos ojos negros como grutas que la observaban con una intensidad y decisión-. ¿Te parece que te esté rechazando? -No se lo parecía pero Jodie prefirió no aventurarse y por eso no contestó-. No puedo decir que no me afecte lo más mínimo porque estaría mintiendo, pero todos hemos hecho cosas de las que no nos sentimos orgullosos y, desde luego, yo no soy el más indicado para juzgar las tuyas. -Inició unas suaves caricias en sus caderas en forma de círculos, todavía no la había convencido-. ¿Sabes lo que creo? -Negó con la cabeza-. Creo que tú eres tu principal detractora y que este asunto te seguirá atormentando hasta que lo asumas y hables de él con naturalidad. Yo no tengo ningún problema, no le veo la gravedad. Es más, aunque se la viera ya sería tarde para mí porque, como te he dicho al principio, nada va a cambiar lo que opino y lo que siento por ti.

Ese fue el momento más relevador de todos los que había pasado junto a él, cuando supo con una certeza incuestionable que Max Craven la quería incondicionalmente. El alivio le aflojó todos los nudos que se le habían formado en el pecho y la fuerza de sus emociones la empujó a expresarle con palabras lo que estaba sintiendo por dentro. Despegó los labios e intentó decírselo, pero se quedó bloqueada y no fue capaz de pronunciarlas. No conseguía liberarse del daño que le habían hecho cada vez que las había dicho.

En su lugar, alzó las manos y acarició su cabello negro. La mirada cálida de Max le henchía tanto el corazón que parecía que fuera a hacérselo estallar.

- Ahora mismo me siento la mujer más afortunada del mundo por tenerte a mi lado -le dijo con emoción en la voz.

- Ojalá sigas pensando lo mismo cuando conozcas todos mis defectos -bromeó.

Jodie se inclinó, tomó el rostro de Max entre las manos y le besó con un anhelo entre doloroso y placentero. Él se alzó y tiró de sus manos para que ella también se levantara. La rodeó entre sus brazos y se dedicó un buen rato a saborearle la boca mientras sus cuerpos volvían a despertar a los estímulos. Jodie lo arrastró hacia la cama y Max le enmarcó el rostro entre las manos mientras se hacía hueco entre sus piernas.

Un rato después, él se ponía su cazadora y recogía la placa y el arma. Ella lo observaba desde su lugar en el sofá, con Carboncillo en el regazo. La televisión estaba encendida y había un plato de humeantes espaguetis esperando a que ella se los comiera.

Cuando Max encendió el móvil después de hacer el amor por segunda vez, tenía algunas llamadas de Faye y también un mensaje en el que le decía que Cassandra había confesado por sugerencia de su abogado. No quería marcharse pero tenía que hacerlo. Estaría fuera un par de horas, se pondría al corriente de los últimos acontecimientos y luego regresaría junto a ella.

Jodie tenía mejor color de cara; de hecho, las mejillas estaban teñidas de un delicioso rubor y las ojeras habían desaparecido por completo. Y los labios estaban hinchados por los besos inacabables que se habían dado.

- ¿Estarás bien? -volvió a preguntarle desde la puerta.

- Sí, lo tengo a él para que me haga compañía. -Aupó al gato. Se hacía la valiente pero se notaba su inquietud ante el hecho de quedarse sola-. Vete tranquilo.

- Bien. -Se acercó y la besó en la cabeza. Después abrió la puerta-. Regresaré antes de las doce.

Faye lo esperaba en comisaría para informarle de todo antes de concluir un día que también había sido demasiado largo y tedioso para ella. Estaba cansada aunque dijo haber dormido un par de horas por la tarde. Sin embargo, lo que a simple vista más le llamaba la atención de ella es que parecía haberse empequeñecido en el transcurso de las últimas horas. Era como si una tropa de elefantes le hubiera pasado por encima y le hubiera machacado no solo el cuerpo sino también el espíritu. La sensación que tuvo al mirarla a los ojos fue la de que era una mujer moralmente desolada.

Max le preguntó al respecto pero Faye movió la cabeza y le contestó que no era nada, que solo estaba agotada. No la creyó, pero no insistió porque a ella no le gustaba que le estuvieran encima. Cuando estuviera preparada para hablar por sí misma, lo haría. Dejó la cazadora en el respaldo de la silla y tomó asiento sobre la mesa. Ella estaba apoyada en la suya y se masajeaba el cuello.

- Los interrogatorios se han alargado durante toda la tarde. Han echado pestes el uno del otro y se han acusado mutuamente de ser los desencadenantes de sus andanzas delictivas. Cassandra asegura que ha actuado bajo coacción durante todo el tiempo. Ha dicho que, a raíz de descubrir lo que Callaghan hacía en el sótano de su casa con las prostitutas, la amenazó de muerte si se iba de la lengua y la obligó a formar parte de sus planes posteriores. Por el contrario, Callaghan ha declarado que Cassandra Moore es una mujer fría y manipuladora, que su vanidad es enfermiza y que su ambición no conoce límites. Asegura que le anuló la personalidad y que le obligó a matar a todas esas jóvenes actrices porque envidiaba su juventud y su belleza. Según cuenta estaba obsesionada con su edad y con el declive de su carrera, y no podía soportar que otras actrices más jóvenes le tomaran la delantera. -Movió la cabeza y arqueó las cejas con excepticismo, dando a entender que no creía ni una palabra de lo que había dicho ni el uno ni el otro-. Es muy típico que ahora traten de echarse las culpas y seguro que algunas de las cosas que dicen son ciertas, pero lo que está claro es que los dos actuaban por voluntad propia.

Max se mostró totalmente de acuerdo.

- ¿Qué hay de Crumley? ¿Sabemos ya qué relación existía entre los tres?

Faye asintió al tiempo que se sentaba en la mesa y cruzaba las piernas.

- Callaghan ha dicho que fue Cassandra quien se lo presentó. Ela Evans, la madre de Crumley, fue la asistenta personal de Cassandra durante algunos de sus años de gloria, cuando la mujer todavía no estaba en una silla de ruedas. Fue entonces cuando conoció a su hijo. -A continuación, le contó que esa misma tarde se había personado en el centro de ancianos donde ahora residía Ela para hacerle unas preguntas-. Crumley siempre fue una preocupación constante para ella porque no conseguía que él encauzara su vida. No tenía un empleo serio y siempre andaba metido en líos con las mujeres y con las drogas. Por lo visto, Cassandra le tenía mucho cariño a Ela y por eso decidió echarle una mano a su hijo. -Hizo una mueca por la contradicción-. Fue ella quien le buscó el empleo en la agencia de transportes y después vino todo lo demás. A ambos les venía bien que fuera Crumley quien hiciera el trabajo sucio. Supongo que le pagaban un porcentaje de los beneficios que obtenían, o lo mismo se lo pagaban en especie con las copias de los DVD que encontramos en su casa.

»Y todavía hay más. Seguramente la madre de Callaghan sea el motivo por el que él odia tanto a las mujeres. Ella era una joven madre soltera que quería ser actriz, pero con un niño pequeño a su lado creyó que tendría menos posibilidades de abrirse camino en Hollywood y lo abandonó en un hogar de acogida cuando tenía ocho años. Murió unos cuantos meses después por una sobredosis. Era heroinómana.

Max resopló. Le parecía increíble que durante meses hubieran trabajado codo con codo con un psicópata de esas características y que ninguno se hubiera dado cuenta.

A continuación, Faye se puso en pie, dio un rodeo a la mesa y se quedó parada ante la ventana. Desplegó las varillas de la persiana y en sus ojos castaños se reflejaron las luces de las atracciones de la feria de Costa Mesa.

- Esta es mi última semana aquí -le soltó, mientras sus rasgos atractivos se le endurecían.

- ¿Cómo? -Max también se puso en pie, no estaba seguro de haber entendido bien lo que acababa de decir con tanto aplomo en la voz.

- Me quedaré hasta que termine con toda mi parte del papeleo y traslade el resto de mis casos a otros compañeros. Después haré las maletas y me marcharé de Los Ángeles.

Faye se cruzó de brazos al tiempo que escuchaba acercarse a Max. Él se apoyó contra la ventana y la miró. Estaba aturdido. Según Faye pudo comprobar en una rápida mirada, no había encajado muy bien la información. Al menos, como compañera de trabajo sí que le tenía una gran estima.

- ¿Se puede saber cuándo lo has decidido?

- Esta misma tarde, cuando me he enterado de que mi padre era uno de los clientes de Callaghan y Moore. -Hizo un mohín, sus labios se torcieron de asco y Max frunció las cejas-. Sí, Edmund Myles pagaba mucho dinero por hacerse con las grabaciones de Callaghan. Cassandra está tan jodida que ha optado por tirar de la manta y llevarse a su amigo director de teleseries de poca monta por delante.

- Joder… ¿tu padre estaba al tanto de todo?

- Según ha confesado él, no estaba al corriente. Compraba las grabaciones a través de una página en Internet, y los sobres con los DVD le llegaban a un buzón de correos que alquilaba expresamente para que la agencia de transportes lo dejara allí. Pagaba contra reembolso y en efectivo. Pero Callaghan y Cassandra sí que conocían su identidad, así como la del resto de sus clientes. Un antiguo compañero de Callaghan que trabaja en delitos informáticos le hacía el favor de rastrear las IPS para conocer la identidad de los compradores. No sé con qué finalidad lo hacían, imagino que por mera curiosidad. Dicen que el conocimiento es poder. -Cogió una profunda bocanada de aire y lo soltó lentamente-. No puedo vivir en la misma ciudad que ese monstruo, ni quiero tener que responder a las preguntas de los periodistas cuando la noticia salte a los medios. Me repugna, no soporto ni mirarle a la cara. Me da asco pensar que llevo su mismo ADN.

Faye se retiró de la ventana y regresó a su mesa, de la que recuperó su taza de café, que ya se había quedado frío. Aun así, se lo bebió de un trago. Por encima de la taza percibió que Max le dirigía una mirada seria y disconforme.

- ¿Y crees que huir es la mejor opción? Te conozco, Faye, y tú no eres de las que salen corriendo. Te quedas y luchas hasta el final.

- Ya no hay nada por lo que luchar aquí. El padre que me empeñé en conocer cuando me trasladé a Los Ángeles no es más que un desconocido por el que no siento nada salvo una profunda repugnancia, y en cuanto a ti… -Se mordió la lengua, no había querido mencionarle-. Mi sitio está en otro lugar.

- ¿En cuánto a mí?

Faye ignoró la pregunta al tiempo que descolgaba su abrigo del perchero que había a su izquierda y se lo ponía.

- ¿Así de fácil? ¿Te marchas sin más? -le preguntó con sequedad-. Te encanta Costa Mesa y te encanta esta comisaría, tú misma has dicho que nunca te habías sentido tan cómoda trabajando como aquí. No puedes dejar que un padre con el que apenas has tenido trato lo tire todo por tierra.

Ella cogió el bolso de encima de la mesa y se lo cruzó como una bandolera.

- Max, no te molestes en insistir. La decisión ya está tomada. -Metió las manos en los bolsillos de su abrigo-. Estoy muy cansada y quiero marcharme a casa.

Max se cruzó de brazos y le bloqueó el paso hacia la salida.

- No lo entiendo. -Ninguna reacción podría haberle dolido más a Faye que el desengaño que ensombrecía sus facciones-. Eres mi amiga. La mejor compañera que he tenido nunca. Necesito algo más para comprenderlo.

Faye se mordió la punta de la lengua con los dientes mientras daba vueltas en la cabeza a si merecía la pena ser sincera con él y con sus sentimientos. Pensó en todo lo que habían compartido juntos, mucho más como compañeros y amigos que como amantes, y llegó a la conclusión de que sí, de que él se merecía una explicación más clara. Ya no tenía nada que perder.

- Te mentí respecto a que no estaba enamorada de ti. Lo estuve y lo sigo estando. -Max fue a abrir la boca pero ella levantó una mano y le hizo callar-. Prefiero que no digas nada porque ya me está costando bastante reconocerlo. Había dos cosas que me ataban a este lugar, una era intentar un acercamiento con mi padre y la otra eras tú. Pero ya no queda ninguna -dijo con mucha serenidad en la voz-. Sé que Jodie Graham te hace feliz, que la quieres y que ella te quiere a ti. Os deseo que seáis muy felices porque te mereces lo mejor. Pero yo no puedo quedarme aquí para verlo.

- Faye, ¿por qué me lo has estado ocultando? -La decepción de Max dio paso a una especie de empatía que a ella le resultó un tanto dolorosa.

- Confesártelo no habría servido de nada. Tú y yo no estamos hechos para estar juntos. -Esbozó una especie de sonrisa que le cubrió los ojos de tristeza-. Tú también eres el mejor compañero que he tenido nunca, pero nuestros caminos tienen que separarse aquí.

Max se pasó la mano por la cara en un gesto de impotencia. Comprendía las razones que impulsaban a Faye a hacer las maletas y comenzar una vida en un nuevo lugar, pero eso no lo hacía más fácil. Se sintió culpable aun sin serlo y ella, que pareció captar lo que le estaba rondando por la cabeza, tuvo un gesto generoso y apoyó la mano en su hombro. Se lo apretó suavemente antes de soltárselo y luego emprendió el camino hacia la puerta.