ERES UNA PUTA
Capítulo 11
La joven Kim Phillips tenía menos agallas que las otras chicas. Había gritado un poco al principio, durante la primera noche de su secuestro, pero después había entrado en una especie de estado de shock y apenas había despegado los labios. Se pasaba las horas llorando e implorando para que la dejara en libertad, prometiéndole que no le diría nada a nadie. Eso le hacía reír a carcajadas, pero no era suficiente. Le gustaban las mujeres con carácter, que blasfemaran y gritaran como condenadas aunque él les asegurara que no iba a oírles nadie. Definitivamente, Kim Phillips no era de esa especie y, aunque se había propuesto alargar su agonía todo lo que le fuera posible, ya se estaba aburriendo de ella.
Le miraba con los ojos caídos y llorosos desde un rincón. Llevaba allí colgada tres días, con los brazos en alto y las muñecas atadas por una cuerda tensa amarrada a una viga que sobresalía del techo. Estaba completamente desnuda y su piel todavía lucía inmaculada, a excepción de sus muslos, que tenían un aspecto pegajoso de las veces que se había corrido dentro de ella. En esta ocasión no había utilizado preservativo porque limitaban su gozo, ya se esmeraría después en hacer desaparecer todos los fluidos de su cuerpo. Había tomado muy buenos planos mientras la poseía y, aunque ella tampoco había gritado y se había limitado a llorar, esperaba que sus clientes devoraran esas imágenes con ojos codiciosos. Era una pena que la joven Phillips no hubiera gozado más de sus embestidas. ¿Acaso no estaba ella planteándose rodar una película porno?
Menuda puta era, sonrió, mientras preparaba la cámara de vídeo frente a sus ojos vidriosos.
Cuando después de secuestrarla regresó a su guarida con su aspecto habitual, ella no supo quién era. No tenía por qué saberlo; no era un personaje público aunque sí conocido en el gremio, pero esa circunstancia le había decepcionado profundamente. Uno de los momentos clave y de mayor disfrute para él era cuando se mostraba ante ellas sin el disfraz que había usado para llevarlas a su terreno y veía sus rostros desencajados por la confusión. Algo se rompía dentro de ellas en ese instante, como si entonces comprendieran la dimensión de la espeluznante experiencia que les aguardaba.
Kim Phillips le había arrebatado ese placer, pero no importaba; ya se había encargado él de presentarse formalmente. El desconcierto que experimentó fue análogo al de sus otras compañeras.
- ¿Por qué lo has mantenido en secreto durante tanto tiempo? ¿Acaso no pensabas contármelo a menos que yo te preguntara? -la regañó Megan.
- No quería disgustarte en tu estado.
- No estoy enferma, tan solo embarazada de cuatro meses. Todavía hago una vida completamente normal y ni siquiera a Derek le permito que me trate como si fuera una muñequita de cristal. -Jodie guardó silencio, se arrepentía de haberle ocultado el tema de su agresión. Megan era la mujer más fuerte que había conocido en su vida, y también la más leal con la gente que quería-. Imagino que tampoco se lo has contado a tu familia.
- Sabes que no lo he hecho. No pienso preocuparles innecesariamente.
Ya habían tocado ese tema en innumerables ocasiones y nunca habían llegado a un consenso. Jodie estaba tan arrepentida de haberles hecho sufrir mientras duró su relación con Tex Cadigan que, desde entonces, siempre los excluía de sus problemas. Cuando hablaba con ellos les pintaba su vida de color de rosa y omitía los detalles que tenían tonalidades grises o negras. Por supuesto, Megan no compartía su forma de actuar; consideraba a Jodie afortunada por contar con una familia que la quería y se preocupaba por ella, pero no había nada que pudiera hacer o decir para hacerle cambiar de opinión.
- ¿Recuerdas la promesa que nos hicimos? Yo te cuento todas mis cosas y tú me cuentas las tuyas, buenas o malas; da igual. Y no te preocupes por el bebé, los dos estamos perfectamente bien.
La llamada de Megan la había sorprendido cuando conducía hacia Los Ángeles un viernes por la tarde. Desde que tuvo lugar la agresión había hablado con ella al menos una vez a la semana, y siempre se había esforzado por mantener un tono animado con el que camuflar su angustia. Sin embargo, la desaparición de Kim la había afectado mucho más que su propia experiencia en el bosque y ya no fue capaz de disimularlo ante Megan.
Así, con el manos libres de su móvil conectado, le había relatado ambos sucesos con pelos y señales mientras recorría la autopista, aunque hubo ciertos aspectos que se negó rotundamente a compartir con ella. ¿Cómo iba a hablarle de la relación que existía entre su agresión, la desaparición de Kim y el verdugo? ¿Cómo iba a mencionarle que había encontrado un anónimo insultante y amenazante en la luna delantera de su coche? ¿Para qué decirle que tenía la sensación de sentirse observada cada vez que salía a la calle? ¿Qué sacaría con contarle su desesperada situación económica?
Y tampoco había ahondado en la relación que la unía -o que la había unido- al detective encargado de la investigación.
- Lo siento, Megan; te prometo que no volverá a suceder. De todas formas ya estoy mucho mejor. Ha pasado más de un mes y las pesadillas han cesado. Vuelvo a dormir como un bebé por las noches. -Sonrió vagamente, para convencerla de que hablaba en serio-. Ahora quien me preocupa es mi compañera. La policía está haciendo todo lo posible por encontrarla pero conforme transcurren los días las esperanzas de encontrarla con vida… disminuyen.
- No puedes perder la esperanza. ¿Sabes cuántas personas regresan a sus casas tras largos periodos desaparecidas?
Sí, lo sabía porque Max ya le había hablado de estadísticas. Megan era periodista criminalista y estaba muy familiarizada con esos temas.
- La mayoría -suspiró.
Cuando Jodie abandonó Nueva York y se trasladó a Pittsburgh para comenzar una nueva vida, su camino se cruzó con el de Megan Lewis de la manera más curiosa. La periodista utilizó una acreditación falsa para infiltrarse en la empresa en la que Jodie prestaba sus servicios, La Orquídea Azul. Megan creía que en dicha empresa se estaban realizando operaciones ilícitas en la clandestinidad y, para hacerse con la plaza de redactora jefe de su periódico, asumió ese gran reto que le reportó dos cosas maravillosas: la ansiada plaza al descubrir que la empresa encubría una red de contrabando de mujeres ilegales, y el amor de su vida, el detective Derek Taylor, que era el encargado de la investigación.
Desde entonces, su amistad con Megan se había fortalecido y había sobrevivido a la distancia y al tiempo. Se telefoneaban con frecuencia y, como el nivel adquisitivo de Megan era mayor que el suyo, la visitaba cada tres o cuatro meses.
- ¿Qué más tienes que contarme?
- Creo que eso es todo. -Tomó una curva del camino y encaró el sol del atardecer.
- ¿Estás segura? Porque tengo la sensación de que te guardas algo más. Algo bueno esta vez.
Jodie no estaba muy segura de si debía darle el calificativo de bueno pero, ¡qué diablos!, estaba deseando compartirlo con ella.
- Hace unos días tuve relaciones sexuales.
- Vaya…
Esperó a que Megan dijera algo más pero se quedó momentáneamente muda.
- ¿Estás ahí?
- Por supuesto. Te aseguro que sería capaz de denunciar a mi compañía telefónica si se le ocurriera cortarme la llamada en este preciso momento. Y… ¿cómo es que has decidido ponerle fin a tu celibato?
- No es que le haya puesto fin, ha sido algo puntual -contestó.
Le extrañaba un poco que Megan preguntara con tanto tiento. Seguramente estaba asimilando una noticia que rompía con todos los planes que Jodie había trazado. Hacía un tiempo decidió que se tomaría unas largas vacaciones en sus relaciones afectivas con los hombres, pero ese retiro largo y voluntario había durado mucho menos tiempo del que en un principio se había propuesto.
- ¿Sabes que me estás poniendo un poco nerviosa? -Jodie sonrió, al fin reaccionaba-. ¿Cómo ha sido? ¿Con quién? ¿Estuvo bien?
Volvió a girar el volante y ahora quedó de cara al este, donde el cielo ya lucía un precioso azul metálico.
- Fue con el policía que investiga la desaparición de Kim y el asesinato de la mujer que hallé en el bosque.
- ¿El detective Craven del que me has hablado?
- Sí.
- Vaya… -reiteró sin abandonar el tono de asombro-. Cuéntamelo todo, no te hagas de rogar.
Sus labios se ensancharon hasta formar un pícaro mohín.
- Nos sentimos atraídos desde el principio. Y cuando hablo de atracción me refiero a esa especie de… química que hace que salten chispas y estallen cohetes a tu alrededor. No la había sentido así antes con ningún otro hombre. -Se detuvo y analizó su propia reflexión.
- Eso me resulta familiar. Sigue -la apremió.
- No hay mucho más que contar. Nos hemos visto en tres o cuatro ocasiones por motivos profesionales, hasta que en la última de esas ocasiones… charlamos, tomamos una copa y… surgió. Se me fue completamente de las manos.
- Define eso -la instó con creciente curiosidad.
- Pues… fue algo bastante sórdido y apresurado. Ni siquiera nos quitamos la ropa. -El sabor de los recuerdos despertó un agradable calorcillo en su interior, que se expandió hasta cubrirle las mejillas-. Pero no volverá a ocurrir.
Megan se echó a reír.
- Esas mismas fueron mis palabras la noche en que Derek y yo perdimos la cabeza en el garaje de la comisaría de policía. Y ahora fíjate.
- Es diferente.
- ¿En qué lo es?
- Pues… no lo sé, es diferente y ya está. -¡Menuda respuesta! Intentó ampliarla con un argumento más razonable-. Derek es un buen tipo.
- No me digas que has vuelto a tropezar con otro desgraciado como Ben Cole.
Ben Cole era un policía de Pittsburgh con el que Jodie tuvo un breve escarceo sexual que terminó en cuanto se enteró de que se acostaba con toda la que se le ponía al alcance. Al margen de eso, poco tiempo después, se descubrió que estaba implicado en el tráfico ilegal de mujeres en la empresa en la que Jodie trabajaba. Era un policía corrupto.
- ¡No! -contestó entre horrorizada y asqueada-. A menos que sea el mejor mentiroso del mundo, Craven no tiene nada que ver con Cole. Además, quiero pensar que me he vuelto más perspicaz a la hora de valorar a las personas.
- ¿Entonces?
- Ya te lo he dicho, ha sido un hecho puntual y todo va a seguir igual. A nivel personal estoy disfrutando del mejor momento de mi vida y no quiero complicármela con un hombre. Y él lo haría.
- Hay muchas formas de complicársela, no tiene por qué ser obligatoriamente malo -aseveró, hablando desde el conocimiento-. Se me ocurre una cosa. ¿Qué te parece si le pido a Derek referencias sobre tu detective? Él trabajó muchos años en Los Ángeles y es probable que le conozca…
- No quiero referencias, lo que quiero es seguir mi camino y olvidar esta historia.
Él la descentraba y Jodie necesitaba todas sus energías para salir de la complicada situación en la que se hallaba metida. Necesitaba un empleo con urgencia. El alquiler de noviembre estaba pagado por adelantado pero diciembre estaba a la vuelta de la esquina y, sin Kim afrontando la mitad de los gastos, se vería obligada a abandonar la casa.
La conversación con Megan sufrió más giros hasta que, entrando en Los Ángeles, tuvo que colgar para prestar atención al tráfico. Confiaba en que Layla tuviera algún trabajo interesante para ella, pero cuando se cruzó con Eddie Williams en el vestíbulo del edificio todas sus esperanzas se desvanecieron. Como siempre hacía cada vez que se encontraban, sus ojos azules la sondearon hasta hacerla incomodar.
- Eddie -inclinó la cabeza a modo de saludo.
- Me alegra verte de nuevo. -Pulsó el botón del ascensor-. Layla me dijo que vendrías y quería estar presente en la reunión.
- ¿Por alguna razón en especial?
- Tenemos algo que proponerte -contestó él, mostrándose tan misterioso como siempre.
- ¿Ambos? ¿Desde cuándo trabajáis juntos?
Eddie sonrió.
- Pareces tensa. ¿Todo va bien?
- Todo va perfectamente. -Las puertas del ascensor se abrieron y los dos pasaron al interior. El aroma a su perfume caro invadió el habitáculo-. Si la propuesta de la que hablas está relacionada con el cine que haces, Layla y tú perderéis el tiempo.
- ¿Por qué empleas un tono peyorativo al referirte a mi trabajo? Es tan decente como cualquier otro -fingió sentirse ofendido mientras se alisaba la corbata que llevaba a juego con su traje oscuro-. Vamos, no adelantemos acontecimientos antes de tiempo.
La advertencia que le hizo Layla nada más tomar asiento frente a la mesa de su despacho ya dejaba entrever cuál sería el contenido de la oferta.
- No quiero que la rechaces a las primeras de cambio. Te pido que la consideres detenidamente cuando hayas escuchado todas las condiciones, no antes.
- Está bien -se mostró de acuerdo.
Eddie tomó asiento en el sillón orejero, desde el que tenía una amplia perspectiva de las reuniones de su amiga.
- ¿Conoces a Harry Leckman? -A la pregunta de Layla, Jodie negó con la cabeza-. Es un importantísimo director de cine erótico. Sus películas son vistas por millones de personas en todo el mundo y la mayoría de sus actrices protagonistas son verdaderas estrellas del celuloide.
- Layla, no puedo creer que tú también…
- Por favor -interrumpió su hastiada queja-. Deja que termine para que puedas valorar la propuesta en su conjunto.
- Vale, continúa -la instó, perdido ya todo el interés.
- Ayer Leckman se puso en contacto conmigo. Te ha visto en Rosas sin espinas y le has gustado tanto que movió cielo y tierra para enterarse de quién te representaba. -Removió unos papeles que tenía sobre la mesa y cogió uno que tenía anotaciones garabateadas con bolígrafo azul-. Estuvimos charlando alrededor de media hora y el resultado de esa conversación fue una oferta muy jugosa que, según mi opinión profesional, no deberías rechazar.
Intercambió una mirada con Eddie antes de continuar.
- Me habló de una película de contenido erótico, que no pornográfico, en la que no tendrías que hacer ningún desnudo integral. Solo mostrarías los pechos, nada más. -La miró para aclarar ese tema y luego volvió a fijar la vista en el papel-. Serías la protagonista principal y compartirías cartel con Edward Seymur. Por si no lo sabes, Edward es un joven actor que tiene mucho tirón entre el público femenino y cuya popularidad está creciendo como la espuma. -Jodie arqueó levemente las cejas y Layla, al observar que su semblante no expresaba emoción alguna, empleó un tono más animoso-. Y ahora viene la mejor parte del acuerdo: te pagarían cuarenta mil dólares por ella. Veinte mil al inicio y otros veinte mil al final, muchísimo más de lo que nunca ganarás en Rosas sin espinas. -Dejó que esa información calara en ella antes de pasar a otro punto-. En cuanto a la promoción, Leckman me ha asegurado que será abundante y que no solo se limitará a Estados Unidos, sino que tienen planeado presentarla en diversos festivales europeos. -Soltó el papel que cayó sobre la mesa-. Esta película te catapultaría a la fama y todos los directores pondrían los ojos en ti. No estaríamos ahora reunidos en mi despacho si no creyera que estás ante la oportunidad profesional de tu vida.
Layla concluyó, apoyó las manos sobre la mesa y la miró directamente, dándole así permiso para efectuar todas las réplicas que parecían rondarle la cabeza.
- ¿Dónde está la trampa?
- ¿Layla acaba de ponerte un pastel delante de los ojos y solo se te ocurre preguntar que dónde está la trampa? -intervino Eddie, arrugando la frente con gesto ofendido.
- Supongo que Leckman es amigo tuyo -le dijo Jodie.
- Nos conocemos desde hace años aunque yo no he tenido nada que ver en esto. Como Layla te ha explicado, Harry te ha visto en Rosas sin espinas y quiere convertirte en la musa de su próxima película.
La silueta de Eddie estaba recortada contra la ventana que mostraba las formidables vistas nocturnas de Los Ángeles. El manto amarillo de luces le envolvía, dándole una apariencia un tanto mística e inquietante.
- Tengo entendido que las escenas de sexo de las películas eróticas son reales -desvió la atención hacia su agente-. ¿En esta película también lo serían?
- ¿Por qué te preocupa eso tanto? Las cámaras no enfocarán nada que tú no desees mostrar -contestó ella.
- Por tu respuesta deduzco que lo son.
- Sí, son reales -la informó él-. Pero ese es un detalle insignificante si lo comparas con todos los beneficios que te reportaría esta película.
Jodie cabeceó, la desilusión y la decepción eran tan fuertes que no le quedaban ganas de seguir discutiendo. Cogió el bolso y el abrigo que había dejado sobre el respaldo de la silla y se levantó.
- Jodie…, no te lo tomes así.
Layla le habló con la voz conciliadora pero para ella ya no había marcha atrás.
- Si esta es toda la confianza que depositas en mí, entonces debería buscarme a otro representante. -Se puso el abrigo y se sacó el pelo por fuera-. Creí haber dejado claro el tipo de cine que quiero hacer y el estilo de papeles que quiero interpretar.
- Pero esos papeles no acuden. Ya hace meses que no trabajas en nada nuevo y Rosas sin espinas no va a durar eternamente.
- Y por eso crees que mi única opción es quitarme la ropa y tener sexo en un plató, ¿verdad?
- No seas tan injusta con Layla, no es eso lo que intenta decirte.
¿Acaso crees que los actores de renombre no se vieron obligados en sus comienzos a coger trabajos que no les apetecía realizar? Di al menos que lo vas a pensar, son cuarenta mil dólares.
- No es una cuestión de dinero. -Se cruzó el bolso al estilo bandolera.
- ¿Ah, no? -Eddie chasqueó la lengua-. Pues que yo sepa no te encuentras en situación de ir rechazándolo.
- Eddie… -le amonestó Layla suavemente.
Jodie no daba crédito a que la reunión estuviera tomando aquellos derroteros. Eddie acababa de extralimitarse en sus comentarios y ni siquiera parecía arrepentido.
- Eso es asunto mío -intercaló una mirada dura que osciló del uno al otro-. No volváis a llamarme para ofrecerme trabajos así.
Abandonó la oficina con el gesto dolido y Layla se dejó caer sobre la silla con sensación de impotencia.
- Ya te dije que no sería fácil convencerla.
- No tardará ni dos días en regresar, ya lo verás. Las cosas le van bastante mal y necesita el dinero desesperadamente. Creo que le haría un gran favor al cine en general si lo abandonara y se dedicara al pornográfico o al erótico. Ese es su lugar y ella misma terminará dándose cuenta. No quisiera tener que arrojar la toalla con ella.
En la reunión que mantuvieron en el despacho de Callaghan una fría y lluviosa mañana de finales de noviembre, llegaron a conclusiones importantes a raíz de que algunos frentes abiertos quedaron cerrados. Tras un nuevo y minucioso estudio de las listas de personas que integraban los castings a los que se habían presentado Darlene, Arizona y Michelle en el último año, descubrieron la clave que abría las puertas a una nueva línea de investigación. Había tres nombres escritos en esas listas que se correspondían con el de personas fallecidas hacía varios años, es decir, alguien había utilizado identificaciones falsas para formar parte del equipo. Por extensión, esa misma persona habría inventado un currículo y una carrera profesional dentro del mundo del cine.
- Nuestro asesino es un hombre muy osado al exponerse así en público pero ¿cómo lo hace? ¿No teme que alguien pueda reconocerlo y se percate de que utiliza identidades diferentes? -expuso Faye en voz alta.
- He pensado en eso y la única respuesta que se me ocurre es que utilice disfraces -lanzó Max su hipótesis, que no fue muy bien acogida por Callaghan, a juzgar por la mueca de incredulidad que distorsionó sus facciones-. Es un tipo listo; por lo tanto, es evidente que no va a dejarse ver con su aspecto real -argumentó-. Lo sabremos cuando interroguemos a los miembros que formaban los diferentes equipos. Estoy convencido de que las descripciones físicas de todas las identidades usurpadas serán diferentes entre sí.
- Todo esto me parece un tanto descabellado -replicó Callaghan con la voz áspera-. Ni siquiera sabemos con certeza que el verdugo no sea Crumley.
- No lo es, jefe. -Faye se levantó de la silla y caminó hacia la ventana, cuyo cristal estaba siendo fuertemente salpicado por la torrencial lluvia-. En el listado del equipo de casting de la última audición a la que se presentó Kim Phillips, aparece el nombre de Henry Simmons. Simmons falleció hace cinco años en Minnesota, y era médico en un centro de salud de la ciudad. Crumley ya estaba muerto cuando Kim Phillips desapareció -puntualizó y luego sentenció-. Crumley y el verdugo no son la misma persona. El segundo se valía del primero para hacer desaparecer los cuerpos, pero fue el verdugo quien estuvo en la vivienda de Ela Evans para destruir las pruebas, y es el verdugo el que se introduce en los castings con la intención de conocer de cerca a sus víctimas y escogerlas.
- Además, nuestro hombre dispone de documentos de identidad y credenciales falsas, por lo que debe de tener contactos en los suburbios de Los Ángeles -agregó Max.
Callaghan se pasó los dedos por el ralo cabello oscuro y luego cruzó las manos sobre la mesa de su despacho.
- ¿Qué hay de Matthew Jones? ¿Has conseguido hablar con él? -preguntó a Faye.
La noche en que Faye se dirigió a la casa del modelo tras la llamada de Max, la casera del edificio le informó que Matthew había cogido un avión esa mañana temprano. Tras conseguir su teléfono móvil y probar esa vía de contacto, su agente le comunicó que estaría unos días fuera por viaje de negocios. Había regresado justo el día anterior.
- Anoche fui a su casa y hablé con él. Tiene una coartada muy firme ya que se encontraba en Nueva York por asuntos de trabajo el día que desapareció Kim. He comprobado los horarios de su vuelo y su tarjeta de embarque, y Matthew cogió el avión. Ayer se mostró muy sorprendido por la desaparición de Phillips aunque no dolido, me dijo que no tenían nada serio. Quedaron un par de veces para tomar una copa, nada más.
Incapaz de continuar sentado, Callaghan se puso en pie, rodeó la mesa y se apoyó en el borde. Max le observó reflexionar desde la puerta. Cuando su jefe alzó la cabeza le miró fijamente.
- ¿Por qué asesina actrices? ¿Qué relación existía entre Crumley y nuestro hombre? Esas son las preguntas que necesitan respuesta.
- Está estrechamente vinculado al mundillo del cine, lo conoce de cerca y se maneja bien en él. El hecho de que sus víctimas sean actrices probablemente obedece a motivos personales -explicó Max-. En cuanto a la relación entre Crumley y el verdugo, al no haber encontrado ninguna pista que la explique, estoy casi seguro de que es meramente circunstancial.
- Los asesinos en serie no persiguen lucrarse. ¿Por qué este sí? -continuó preguntando Callaghan.
- No lo sabemos todavía. Es posible que tenga un cómplice -apuntó Faye.
- ¿Además de Crumley? -inquirió Callaghan.
Max asintió.
- Alguien con la cabeza mucho más fría y despiadada. Crumley era un simple títere, grande como un oso pero con un cerebro de mosquito.
- Continuad trabajando en ello. -Callaghan cruzó los pies a la altura de los tobillos y se rascó el mentón-. Por otro lado, hay que investigar quién ha falsificado los carnés de identidad. Se me ocurren varios nombres pero habrá que interrogarles uno a uno -continuó, rascándose la mejilla-. ¿Alguna nueva pista sobre la señorita Phillips?
- Ninguna. Hemos rastreado los movimientos de su tarjeta Visa y las facturas de su móvil y no hay movimientos desde el día en que desapareció -contestó Max.
- Todo parece indicar que el verdugo ha vuelto a actuar. Tenemos que movernos con rapidez -comentó Faye-. Nos ocuparemos de la procedencia de los documentos falsos de forma inmediata.
- Si no hay más novedades, nos reuniremos mañana a la misma hora -concluyó Callaghan, regresando a su mesa de trabajo.
Max y Faye abandonaron el despacho de su jefe, tomaron sus abrigos para combatir el frío invernal y se dispusieron a dar una vuelta por los suburbios de Los Ángeles. Aquella era la peor parte del trabajo de policía, cuando tenían que vérselas con gentuza de dudosa calaña a la que muchas veces había que coaccionar para conseguir arrancarles unas palabras. En ocasiones, se veían obligados a hacer tratos con determinados individuos, la mayoría de ellos en libertad condicional, que pasaban a convertirse en chivatos de la policía a cambio de gozar de ciertos privilegios en sus condenas. Gracias a esta técnica controlaban más de cerca a toda la red de delincuencia que poblaba las calles de la ciudad.
Faye insistió en conducir, decía que le gustaba hacerlo en los días de lluvia y Max no puso ninguna objeción. Cuando iban juntos, solían turnarse, aunque no tenían ningún orden establecido.
El aguacero que estaba cayendo convertía a Costa Mesa en una ciudad triste y gris. El cielo plomizo parecía caérseles encima conforme avanzaban hacia la autopista. Como siempre que llovía, las carreteras se colapsaban con el tráfico, algunos semáforos dejaban de funcionar y los servicios de emergencia no daban abasto para atender los estragos que causaban las inclemencias del tiempo.
El humor de Max era tan funesto como el día. Este caso estaba empezando a obsesionarle y a no dejarle dormir por las noches. Ojalá se equivocara, pero todo apuntaba a que Kim Phillips estaba retenida en algún lugar de los bosques de Irvine. Las autopsias practicadas a las víctimas dejaban constancia de que habían pasado varios días, a veces semanas, desde la desaparición hasta la muerte, ya que el verdugo las mantenía con vida hasta que se cansaba de torturarlas. El tiempo para encontrarla con vida se agotaba y la responsabilidad con la que cargaba a cuestas empezaba a pesarle como un saco de plomo.
Faye circulaba a la mitad de la velocidad permitida, la visibilidad era nula más allá de un par de metros.
Pensó en Jodie, en sus preciosos ojos azules, en su sedoso pelo rubio, en el fragante olor de su piel, en el sabor dulce de sus besos y en lo que le hizo sentir cuando estuvo dentro de ella. Recrearla era como darle un respiro a la tensión que le acarreaba su trabajo, aunque le frustraba tener que quedarse con eso, con los meros recuerdos. Ella estaría pensando en lo mismo, estaba convencido, pero no le servía de consuelo. Quería volver a sentirla, deseaba sumergirse en ese adictivo torbellino de sensaciones junto a ella. Estaba decidido a descubrir la razón por la que había desarrollado tantos mecanismos de defensa.
Tan inmerso estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta de que Faye le había hecho una pregunta.
- ¿Qué decías?
- Se te ha ido el santo al cielo. ¿Pensando otra vez en Jodie Graham?
Faye era una mujer muy observadora, a veces tenía la sensación de que podía leer la mente.
- ¿A ti nunca te ha pasado?
- ¿Que se me ponga cara de tonta al pensar en un hombre? -frunció los labios y fingió que meditaba la respuesta-. No.
- ¿Seguro? ¿Ni siquiera cuando ibas al instituto? -la pinchó un poco.
- Ni siquiera.
Max sonrió a medias. Su compañera se empeñaba en mostrarse dura como el acero y fría como el hielo, pero en algún lugar escondía un corazón dispuesto a ofrecer y recibir amor.
Faye permaneció unos segundos callada mientras hacía un adelantamiento a un camión que despedía toneladas de agua con las ruedas. No iba a beneficiarla indagar más en ese tema, pero necesitaba despejar las dudas y por eso sus labios liberaron la pregunta.
- ¿Ya habéis intimado?
No desvió la atención de la carretera, se conformaba con escucharle. Así no tuvo que ver lo inoportuna que le había parecido esa pequeña intromisión.
- No creo que a ella le guste que hable de su vida sexual con desconocidos.
Faye asintió y apretó los dedos sobre el volante.
En cierta forma, acababa de darle una respuesta afirmativa.