Capítulo 15
La conocida melodía de la canción Hungry Heart, de Bruce Springsteen, se unió a la orquestal que provenía del anfiteatro del Pacífico, rompiendo así la burbuja mágica en la que se hallaban suspendidos.
- Es mi móvil -musitó ella.
Aflojaron el abrazo para que pudiera buscarlo en el interior de su bolso.
- No te imaginaba con una canción de Springsteen en el móvil.
- Mi hermano John es un gran admirador suyo. Desde pequeñita siempre he escuchado sus discos en casa.
La pantallita azul mostraba las palabras «Número oculto» y la sonrisa se le borró de la cara. Hacía días que no recibía ninguna llamada así y ya pensaba que su «acosador» se había olvidado de ella.
- ¿No vas a cogerlo?
- Eh… sí. No -rectificó-. Seguro que se han equivocado.
El reflectante cuadradito azul del móvil iluminaba vagamente sus ojos inquietos y sus labios tensos, y Max supo que algo no marchaba bien. Como si el móvil fuera un objeto misterioso, ella no despegaba la mirada temerosa de él mientras la música sonaba entre sus dedos. Tomó su muñeca para poder ver con sus propios ojos lo que le había cambiado el humor.
- Debo suponer que no es la primera vez que recibes esta llamada. -Ella negó con la cabeza-. ¿Quién es?
- No… no lo sé. No tengo ni idea.
- ¿Me permites que salgamos de dudas?
Jodie asintió y Max se apoderó de su móvil. Apretó el botón verde para entablar comunicación y se lo pegó a la oreja pero, al contrario de lo que ella esperaba, se mantuvo en silencio. Selló los labios de Jodie con el dedo índice y aguardó a que alguien hablara. Nadie lo hizo. El silencio era total al otro extremo de la línea. Aprovechando que la música del anfiteatro había cesado, Max agudizó el oído y entonces las densas capas de silencio se rompieron para formar un leve click. A continuación, se produjo una especie de soplido, como si expelieran el humo de un cigarrillo.
Los segundos se alargaron sin novedades hasta que el otro cortó la llamada y la línea quedó comunicando.
- ¿Desde cuándo las recibes?
Ella le observaba con los labios apretados y los ojos expectantes.
- Desde hace un tiempo.
- ¿Cuánto tiempo?
- No lo sé con exactitud. Un mes más o menos.
- ¿Un mes? -Su pregunta fue un seco reproche al que ella asintió con desgana-. ¿Con qué frecuencia se repiten?
- Esta ha hecho la número cinco. La última fue hace varios días. -Exhaló un trémulo suspiro y se cruzó de brazos. Había vuelto a quedarse congelada-. Pensaba que ya se habrían cansado de importunarme.
- ¿Has contestado a las llamadas? -Jodie asintió-. ¿Te han dicho algo?
- Escucho su respiración y, cuando me canso, cuelgo. -Deseaba que Max le quitara trascendencia al tema y le dijera que estuviera tranquila, que las llamadas las estaría haciendo algún pirado que se aburría en casa. Pero eso no sucedió, su semblante era pétreo y su preocupación palpable. Había llegado el momento de contarle el resto-. Hay algo más. Recibí una nota.
Max entornó los ojos oscuros, que se clavaron como dagas en los suyos. Al resto de emociones que danzaban en ellos, ahora se les unió la rabia y el desconcierto.
- ¿Qué nota? ¿Por qué no me lo has contado antes? -masculló entre dientes.
- La encontré sujeta en el parabrisas de mi coche la noche en que tú y yo estuvimos juntos en tu caravana. Decía que era una puta -le tembló la voz.
La información le sentó como si alguien le pateara la boca del estómago y su cerebro se puso a trabajar a marchas forzadas. El asunto adquiría gravedad con cada nuevo detalle que ella le revelaba y temió que no hubieran acabado las sorpresas. Se inclinó para buscar sus ojos renuentes.
- ¿Por qué diablos me lo has ocultado? Puedo entender que no hayas querido prestar atención a las llamadas, pero una nota anónima en la que alguien te dice que eres una puta me parece un tema muy serio que debiste contarme en su momento -la presionó con la voz hostigadora-. No puedo entenderlo.
Jodie cedió a esa presión y explotó.
- Tengo más problemas de los que me siento capaz de manejar y no puedo soportar la idea de que un pervertido, un asesino, o ambas cosas a la vez, me esté acechando -le explicó sulfurada, con los ojos brillantes-. Desde que tuvo lugar el incidente en el bosque, en ocasiones siento que alguien me vigila cuando salgo a la calle. Por eso me asustó tanto el camarero del Grill. Y por eso no te lo he contado. Temía que volvieras a decirme que sufría de un episodio de estrés postraumático y que debía consultar a un psicólogo.
Max podía hacer un esfuerzo por entender sus argumentos, pero era más fuerte la indignación de verse excluido de lo que podía ser un asunto de suma relevancia que la afectaba directamente a ella. No obstante, se habían acabado los reproches por su parte. Era mucho más importante llegar al fondo de aquello que discutir las razones de su mutismo.
- ¿Cómo son…? ¿Qué has visto o qué has sentido?
Jodie se encogió de hombros. Un escalofrío la hizo estremecer de los pies a la cabeza. ¿Frío o miedo? Max rompió la muralla que les había alejado y estableció contacto. Le frotó el brazo aterido mientras esperaba su respuesta.
- Son percepciones. Como te ocurrió a ti en la caravana. He escuchado pasos a mis espaldas por la noche, cuando regreso a casa con la compra. Dejo de escucharlos cuando me doy la vuelta, pero entonces me parece ver que alguien se oculta en las sombras. Cuando salgo a correr por la playa también me siento vigilada, y me sucede incluso cuando conduzco. He visto el mismo coche pegado al mío cuando voy hacia Los Ángeles. Pero siempre guarda la distancia necesaria para que no pueda ver su matrícula. -La caricia de Max se intensificó y ella agradeció sentirle cerca. A continuación, formuló la pregunta cuya respuesta más temía-. Por eso te pregunté si las víctimas del verdugo habían recibido mensajes o llamadas anónimas. ¿Crees que todo esto puede ser obra suya?
Max negó con la cabeza, aunque no con la convicción que le hubiera gustado mostrar.
- A menos que haya cambiado su modus operandi, no, no lo creo. -El alivio matizó sus brillantes ojos azules-. ¿Conservas la nota? -Jodie asintió-. Quiero verla, y quiero que me hables de todas las personas con las que tienes un trato regular. Quien sea que lo esté haciendo te conoce. -Cogió el perro de peluche del capó y se lo entregó. Jodie lo rodeó por debajo de las patitas delanteras-. Nos vemos en tu casa en quince minutos. ¿Dónde está tu coche?
- Ahí mismo -señaló con la cabeza-. Max, yo… ya no vivo en Centre Street.
Otra sorpresa más que añadir a la lista.
- ¿Y dónde vives?
Jodie le dio la nueva dirección pero no le dijo que se trataba de un motel. No le apetecía adelantarse a los acontecimientos, ya lo descubriría por sí mismo en cuanto se reuniera con ella.
Con una bolsa de equipaje cargada a la espalda, una mano tirando de su maleta con ruedas y el perrito de peluche rodeado con el brazo libre, Jodie abandonó la recepción del motel Heller una vez se hubo registrado, y regresó a la calle desierta. A excepción de cuando se hallaba en el campamento y observaba el oscuro manto de árboles que formaba el bosque, nunca la oscuridad de la noche le pareció tan inquietante. La conversación con Max la había sugestionado y ya no podía sacarse de encima la sensación de que se hallaba en peligro.
Cruzó deprisa el aparcamiento del motel y observó con recelo los alrededores de la que iba a ser su nueva morada. En el parque Heller, que estaba al cruzar la calle, ya no había niños risueños lanzándose por los toboganes o meciéndose en los columpios. Ahora había una pareja de enamorados sentados en un banco cercano, un señor mayor con un bastón que ya se marchaba a casa y una sombra más al fondo, cerca del estanque y medio oculta entre los árboles apenas iluminados por la luz de las farolas. Al principio no reconoció el brillante y pequeño círculo anaranjado que se movía a lo largo de la sombra, en dirección ascendente y descendente, pero pronto adivinó que era un cigarrillo. Jodie aceleró el paso hacia las escaleras, maldiciendo el insoportable ruido que hacían las ruedas de su maleta sobre el suelo.
Experimentó una ridícula sensación de seguridad en cuanto cerró la puerta de la habitación a sus espaldas. No encendió la luz principal, caminó a hurtadillas hacia la lamparilla de noche y luego corrió las cortinas de la ventana. Se quitó el abrigo y los guantes, encendió la calefacción para caldear el frío que albergaban aquellas cuatro paredes e inspeccionó la estancia con desaliento. No era el mejor hogar que había tenido, pero tampoco era el peor. Aquella pensión de Pittsburgh en la que vivió cerca de un mes sí que era una fría y sucia ratonera que olía a sueños truncados. La habitación del motel Heller era austera. Solo había una cama, una silla, una mesita, un armario empotrado, una cómoda con cajones sobre la que había un viejo televisor, y una puerta que conducía al baño, pero al menos estaba limpia y tenía calefacción.
Depositó el peluche sobre la silla y luego abrió la maleta para sacar el neceser. No le daba tiempo a deshacer el equipaje, pero mató el tiempo colocando todos sus artículos de aseo en el baño. El espejo que había sobre el lavabo le devolvió una imagen de sí misma que no le gustó. Estaba pálida y demacrada, cada músculo de su cara se veía rígido por la tensión.
Nada más escuchar el potente motor de un coche rugiendo en la entrada, Jodie abandonó el baño y se dirigió hacia la ventana. Descorrió las deslucidas cortinas blancas y vio el Jeep Wrangler de Max maniobrando en una estrecha plaza del aparcamiento. Sin detenerse a coger su abrigo, salió al exterior y apoyó las manos sobre la fría barandilla que circundaba el largo pasillo de la segunda planta. Max se apeó del coche y Jodie le llamó.
Cuando alzó la cabeza y la miró, su cara continuaba esgrimiendo aquella expresión contradictoria originada por todos los turbadores secretos que, de manera correlativa, le había ido desvelando a lo largo de la tarde. Y aquello solo era la punta del iceberg.
- Pensé que te habías equivocado de dirección.
Jodie negó con la cabeza.
- Viviré aquí durante un tiempo.
Max asintió sin ningún entusiasmo. Encontrarla allí, en lo alto de la escalera de madera enmohecida y rodeada por las paredes desconchadas y la barandilla medio oxidada, acentuaba su vulnerabilidad y reforzaba su necesidad por protegerla.
Mientras ascendía, evocó los días en los que su vida se desmoronaba a su alrededor como un castillo de naipes. En cuestión de días perdió todo lo que quería y todo cuanto había construido con tanto esfuerzo a lo largo de los años. Y aquel río caudaloso y rebosante de adversidades desembocó en la triste y solitaria habitación de un motel como ese, en la que tuvo que habitar durante varias semanas con la única compañía de su amarga soledad y un frío emocional que congelaba más que el físico.
Salvando las distancias, aunque los motivos que habían desestabilizado su vida eran diferentes a los de ella, los dos habían terminado en el mismo lugar. Por eso le dolió en lo más profundo verla allí, luchando por no parecer desamparada y perdida.
- ¿Desde cuándo vives aquí?
- Acabo de registrarme. -Tiritaba de frío y se bajó las mangas del jersey azul hasta cubrirse los puños-. Hice las maletas esta mañana.
Incapaz de sostener la mirada compasiva de Max sin que la emoción la sobrepasara, Jodie entró en la habitación y se aproximó al regulador de la temperatura para subirla un punto.
- Siento mucho que hayas tenido que abandonar tu casa. -Max cerró la puerta tras él y examinó la sombría habitación hasta que sus ojos volvieron a detenerse en ella-. No esperaba que las cosas llegaran tan lejos.
- Yo tampoco lo esperaba, ni esto ni nada de lo que me está sucediendo. -Sonrió un poco, para que no pareciera que se sentía derrotada. Luego se agachó junto a su mochila, descorrió una cremallera y buscó en el interior-. Es temporal, espero encontrar pronto otro trabajo y otra vivienda. He estado en lugares mucho peores.
Max se acercó a ella y apoyó una mano sobre su hombro. Oprimió los dedos suavemente y Jodie detuvo su búsqueda durante unos segundos. No la vio cerrar los ojos, ni cómo apretó los dientes para que la barbilla le dejara de temblar, pero sí sintió que se estremecía con su contacto, aunque esa fue la única muestra de debilidad que le dejó ver antes de extraer un papel del bolsillo de su mochila y ponerse en pie.
- Esta es la nota. -Se la dio, con las emociones ya reprimidas.
Max desdobló el folio y leyó el escueto contenido que estaba escrito en letras mayúsculas y con un bolígrafo de color negro. El papel era común, sin ninguna marca o señal identificativa, y los trazos eran precisos y rectos.
- De camino a casa he estado pensando en lo que me has dicho. Pero la verdad es que no se me ocurre nadie que pueda estar haciendo esto.
Max levantó la vista del mensaje.
- Detrás de esta clase de acciones suele estar quien menos te lo esperas. -Se quitó la cazadora de piel y la dejó a los pies de la cama junto con la nota-. Vamos a confeccionar una lista con todas las personas con las que has tenido trato en los últimos cuatro meses. Luego las dividiremos en tres grupos: amigos, conocidos y enemigos y, a partir de ahí, iremos descartando a todos aquellos de los que estemos seguros que quedan fuera de toda sospecha. -Señaló la cama con la cabeza-. Siéntate, esto puede llevarnos un buen rato.
- Quizá no tanto. Mi círculo de amistades es bastante reducido.
Tomó asiento sobre el colchón blando y grumoso, y Max dejó el peluche en el suelo y acercó la silla a la cama. Se sentó frente a ella.
Jodie le dijo que en Los Ángeles no tenía amigos; por lo tanto, pasó directamente al segundo grupo, el de los conocidos. En él incluyó a todas las personas con las que había trabajado delante y detrás de las cámaras en el periodo aludido. Casualmente, coincidía con sus compañeros de Rosas sin espinas. De todos ellos, y aunque Jodie se mostró renuente a tenerlos en consideración, dejó que Max redujera la lista a tres nombres: Glenn Hayes, Edmund Myles y Cassandra Moore. También le habló de sus compañeros del Crystal Club pero Max descartó incluso a Dirk Cromwell. Ninguno cumplía con las características que poseía un acosador. Luego mencionó a Layla Cook y a su amigo Eddie Williams. Le contó lo más relevante sobre su relación con ambos, incluida la insistencia de Eddie para que se dedicara al cine porno y Max colocó a Eddie junto a Glenn, encabezando la lista.
Por último y, para su sorpresa, nombró a Faye y argumentó los motivos por los que debía ser agregada a la lista negra.
- Sigo opinando que siente algo por ti.
- Aunque así fuera, Faye jamás haría algo tan estúpido -aseguró. Ella le miraba con expresión pertinaz, no estaba dispuesta a soltar esa presa-. Está bien. Si incluyendo a Faye en el grupo te quedas más tranquila, que así sea.
Jodie detectó cierta ironía en su voz, que la hizo sentir como una tonta con un ataque de celos. Aunque se le hundía el trasero en el colchón, cuadró los hombros, puso la espalda recta y recuperó el porte digno. Pero no cedió en el tema de Faye.
- Enemigos -la instó.
- No tengo enemigos.
- Por desgracia todos tenemos. Piensa, seguro que aparece alguno.
No tuvo mucho que pensar, aunque por fortuna esa persona quedaba muy atrás en el tiempo. Hacía dos años que no sabía nada de Tex. A él sí que le creía capaz de acosarla y de cosas muchísimo peores, pero se le hacía insoportable la idea de que él estuviera detrás de todo aquello.
- No hay nadie más -negó con la cabeza para dar consistencia a su respuesta.
- ¿Entonces por qué te ha desaparecido el color de las mejillas? -observó-. ¿Cómo se llama?
Jodie odiaba que sus reacciones físicas fueran tan delatadoras. Juntó las palmas de las manos y respiró profundamente.
- Tex -contestó en voz baja.
Max apoyó los antebrazos sobre las piernas y se inclinó para tenerla más cerca.
- ¿Y quién es Tex?
Cuando la miraba así, con tanta fijeza y atención que parecía que estuviera leyendo sus pensamientos, Jodie perdía todas las facultades de concentración y respondía sin titubeos con la verdad, como una autómata.
- Mi ex.
Él nunca había escuchado la palabra ex pronunciada con tanto desasosiego como le transmitió el tono de su voz.
- Háblame de él.
- No creo que sea necesario. Hace dos años que no sé nada de él y espero que siga siendo así durante mucho tiempo.
- ¿Por qué le temes?
Jodie alojó la mirada en el juego de luces y sombras que la pantalla de la lámpara proyectaba en la pared y deseó con todas sus fuerzas que ocurriera un milagro para que Max pasara a otro tema.
- No quiero hablar de Tex. No quiero recordar nada que esté ligado a él ni a los años que pasé a su lado. -Volvió a mirarle-. Debes conformarte con mi palabra de que ese hombre no es la persona que estamos buscando.
- No puedo conformarme con tu palabra porque lo que sea que te hizo todavía te asusta. -Se inclinó un poco más sobre ella, lo suficiente para que sus dedos alcanzaran a posarse sobre su rodilla. La deliciosa caricia a través de la tela del pantalón le electrificó la piel-. Respetaré que no quieras hablarme de él pero me gustaría que confiaras en mí.
Su mirada cargada de afectos hizo que su corazón llameara. Jodie no quería revivir su relación con Tex porque los recuerdos dolían. Y tampoco quería revivirla porque hacerlo implicaba estrechar más lazos con Max. Lazos que podían romperse en el momento en que ella le hablara de todo su pasado.
Se sentía entre la espada y la pared, y su reacción fue levantarse y abandonar el lugar en la cama. Consultó por enésima vez el regulador de la temperatura aunque el frío que sentía no era exterior, sino que se lo causaba el recuerdo de su ex. Lo subió un punto más y esperó a que el chorro de aire caliente que emitía el split la calentara. A su espalda, podía sentir la mirada de Max clavada en ella, esperando pacientemente a que hablara.
Se dio la vuelta en un arrebato de decisión y le miró desde el otro lado de la cama.
- ¿Recuerdas cuando te dije que tenía una amiga en Nueva York que sufrió malos tratos de su pareja?
- Lo recuerdo -asintió.
- Pues te mentí. Fui yo quien los sufrió. -Metió la punta de los dedos en los bolsillos de los vaqueros y cogió aire, que entró tembloroso en sus pulmones. Jodie se aproximó a la cómoda y se apoyó en ella. No quería mirar a Max, pero percibía su postura rígida-. Estuvimos juntos casi cinco años, los peores de mi vida. Tex me maltrataba psicológicamente. Los ultrajes y desprecios eran diarios, cualquier cosa que yo hacía o decía conseguía hacerle estallar contra mí. Me hizo creer que yo no servía para nada, que era una completa inútil y que merecía cada insulto que me dedicaba. Anuló mi voluntad y mi personalidad, llegué incluso a sentir asco de mí misma. -Tragó saliva y apretó los labios. Una vez que empezó a hablar, las palabras fluyeron sin demasiado esfuerzo-. Solo me pegó en dos ocasiones, pero la última paliza me llevó directamente al hospital. Me empujó contra una ventana, los cristales se rompieron y me hice un corte bastante feo en la cara. -Se llevó los dedos a la cicatriz que tenía en la comisura del labio y la acarició en un acto reflejo. Max, incapaz de continuar sentado mientras sus palabras le golpeaban como si las transportara un obús, se puso en pie y caminó despacio hacia ella. Su cólera a duras penas contenida le llegó a Jodie en potentes oleadas, pero se mantuvo en silencio para dejarla continuar-. El accidente hizo que abriera los ojos y entonces dejé de sentirme responsable de mis desgracias. Me sinceré con mis hermanos, a quienes había mantenido al margen de mis problemas, y me mudé a casa de Mike mientras me recuperaba de mi lesión. En aquella época yo era el rostro de la marca Clinique en diversos anuncios publicitarios. Vivía de mi cara, una cara que quedó desfigurada de manera permanente -comentó con amargura-. Un eminente cirujano plástico me intervino para reducir la marca de la cicatriz, y la verdad es que hizo un trabajo estupendo, pero también me dijo que no desaparecería del todo, así que Clinique rescindió el contrato y me quedé en la calle. -Por fin se atrevió a mirar a Max, el dolor y la rabia se debatían en sus ojos negros-. Mi profesión de modelo me hizo ganar mucho dinero, pero él lo dilapidó todo en continuas e interminables juergas, en drogas, en alcohol y en pagar el alto alquiler del estudio donde grababa sus maquetas, que, según él, algún día le harían un hombre rico. Decía que era cantante de rock, pero no era más que un vago que vivió a mi costa durante cinco años. -Sacudió la cabeza con pesar-. Y ya nunca más volví a verle. Seguro que ahora comprendes que no quiera ni escuchar su nombre.
- ¿Qué pasó con él?
- Mike lo denunció y lo encerraron un par de meses. Cuando salió de prisión yo me marché a Pittsburgh. Al cabo de unos días, cuando él ya era libre, mis hermanos le hicieron una visita para decirle lo que podía pasarle si volvía a acercarse a mí. Debieron de ser convincentes porque nunca más volvió a intentarlo.
Se le empañaron los ojos cuando Max alargó la mano y con la punta de los dedos acarició suavemente la inapreciable cicatriz que rasgaba la comisura de sus labios. Él encajaba en su interior una cólera corrosiva que volvía de frío granito sus facciones pero, a la vez, la tocaba con tanta ternura que se le formó un nudo en la garganta. La acercó a él y la envolvió en un cálido y protector abrazo que derritió todo su hielo interno. Jodie sintió un inmenso cúmulo de emociones fluctuando entre los dos. Las detectó en los latidos potentes de sus corazones, en la respiración acelerada de Max, que dividía en dos los cabellos que ocultaban su oreja, en los dedos fuertes que se afianzaban a su espalda como si no quisiera soltarla jamás. Y la emoción la desbordó y anegó sus ojos en lágrimas que el jersey negro de Max se encargó de enjugar.
A su debido momento, y aunque Jodie no quería abandonar el protector refugio de sus brazos, Max se separó de ella y la miró con cariño. Ahora comprendía las razones por las que rechazaba la intimidad con un hombre y se comportaba de un modo tan reservado y distante. No le faltaban motivos. Retiró los restos de los regueros que las lágrimas habían dibujado en sus mejillas y luego peinó sus cabellos rubios con los dedos hasta que ella recuperó la entereza.
- A veces pienso que Tex ya se habrá olvidado de mí por completo y que habrá encontrado a otra tonta de la que poder aprovecharse y a la que culpabilizar de sus fracasos. Pero otras veces tengo el presentimiento de que tan solo está esperando el momento oportuno de presentarse en Los Ángeles para buscar venganza. Supongo que por muchos años que pasen siempre viviré con ese miedo.
- Cualquiera en tu lugar habría hecho lo posible por permanecer oculto. Tú, por el contrario, has venido a Los Ángeles para ser actriz. Eres una mujer muy valiente, ya te lo dije en una ocasión.
Max la miraba con admiración y Jodie movió la cabeza, un poco azorada.
- No podía continuar escondiéndome eternamente -dijo con sencillez, como si no mereciera sus halagos.
- Debí imaginarlo cuando te hablé de Christine. Me llamó la atención que supieras tanto sobre sus sentimientos y sobre su manera de comportarse con quienes la queríamos. Conocías todas esas cosas como si las hubieras experimentado en tu propia piel. Debí sospechar que no existía ninguna amiga en Nueva York.
- No estaba preparada para contártelo en ese momento. -Hizo una pausa reflexiva-. Tampoco lo estaba ahora, aunque me alegro de haberlo hecho. -A continuación, recuperó el tema que más la agobiaba-. No puede ser él, Max. Me niego a tenerlo en consideración.
- Yo no puedo decirte lo mismo.
Su inflexión severa desveló a Jodie lo que estaba pensando. Deseaba tener la ocasión de ponerle las manos encima para hacerle pagar por todo lo que le había hecho. Aunque Max tenía poderosas razones para detestar con toda su alma a los hombres que hacían lo que Tex, a ella no le gustó despertar en él esa clase de instintos.
- Voy a investigarlos a todos, uno a uno, y si las llamadas continúan produciéndose te pincharé el teléfono -prosiguió con el mismo tono serio y crudo-. Y ahora escúchame con atención. Si vuelves a tener la sensación de que alguien te espía o te persigue, quiero que me llames inmediatamente sin importar la hora que sea. Si nos damos prisa es posible que podamos atraparle. ¿De acuerdo?
- De acuerdo.
Max atemperó el tono de mando al verla tan angustiada. La colocó frente a él y posó las manos sobre su cintura.
- No quiero asustarte innecesariamente, pero tengo que tomar precauciones. -Los dedos se extendieron por encima del jersey y la acariciaron-. En realidad, los acosadores no suelen ser peligrosos, se limitan a importunar a sus víctimas sin llegar a causarles ningún daño físico. Pero no pienso arriesgarme contigo.
- ¿Y qué pasa con el verdugo? ¿Por qué estás tan seguro de que no debe figurar en esa lista? Todo el asunto de las llamadas comenzó a los pocos días de la agresión.
- No he dicho que esté seguro. Hasta que no detengamos a ese cabrón no puedo confirmarlo ni desmentirlo y, por lo tanto, no nos queda más remedio que basarnos en presunciones. Los acosadores conocen de cerca a sus víctimas y han desarrollado una especie de fijación obsesiva hacia ellas. El verdugo no actúa movido por esos impulsos. Sus motivaciones son otras.
- Pero yo interferí en sus planes, los desbaraté cuando murió el hombre de la pala. Yo puse a la policía sobre la pista y debe de estar muy cabreado conmigo -insistió-. Por lo tanto, es posible que haya modificado su modus operandi, o como quiera que lo llaméis, para acercarse a mí de un modo que nadie pueda relacionarlo con él.
Le urgió a que refutara sus argumentos. Necesitaba desesperadamente que los tirara por tierra.
- Si quisiera hacerte daño lo haría sin dejar pistas. ¿Crees que se expondría a que la policía rastreara sus llamadas y localizara su paradero? ¿Crees que se arriesgaría a seguirte o a dejar notas en tu coche cuando el detective que le investiga se halla a escasos metros de él? Ese tipo es un montón de cosas, pero no es ningún imbécil. Tú misma lo has dicho; con la muerte de Crumley tiene a la policía pisándole los talones, él lo sabe, y no cometería una temeridad de este calibre. -Señaló el papel que contenía la nota y que había dejado sobre la cama-. Estoy convencido al noventa y ocho por cien de que nuestro hombre es otro.
- O nuestra mujer -puntualizó Jodie.
- O nuestra mujer -asintió Max.
Jodie le creyó, tal era la seguridad con que lo afirmaba. Suspiró y volvió a alojar aire en los pulmones, sintiéndose un poco más serena. Le horrorizaba ser el blanco de los actos enfermizos de un pirado -o una pirada- pero, si podía descartar el hecho de que ese pirado o pirada además era un asesino en serie, se quedaba un poco más tranquila.
- ¿En quién recaen tus sospechas? Sé que uno de los nombres que te he dado resuena con más fuerza que los demás. ¿Encabeza Glenn esa lista?
- Glenn Hayes o Eddie Williams. Creo que hay muchas posibilidades de que sea alguno de los dos.