Capítulo 10

El gato estaba famélico y muerto de sed. Primero se comió el filete de jamón york que Max le puso sobre un recipiente de plástico y luego bebió la mitad de la leche que le puso en un platito. Cuando terminó, les miró mientras se relamía el hocico, agradeciéndoles el festín que acababa de darse. Luego husmeó la caja de zapatos donde Jodie había colocado un trozo de una manta vieja, saltó dentro, se enroscó y cerró los ojos.

- Creo que le gusta su nuevo hogar -comentó ella, desde la puerta entornada.

No se había movido de allí salvo cuando improvisó la cama para el gatito con la caja de zapatos, aunque luego volvió a atrincherarse junto a la salida. Él la invitó a entrar pero Jodie no se fiaba ni de ella, ni de él, ni de lo que pudiera pasar si usurpaba sus dominios y se ponía cómoda. Prefería estar cerca de la puerta de emergencia por si había que salir corriendo.

Max estaba en la cocina. Tenía dos vasos sobre la encimera, que se dispuso a llenar con aquel licor tan fuerte que no pudo beberse la última vez. Ahora las circunstancias eran distintas y no le pareció mala idea beber para olvidar las penas.

- Nos llevaremos bien mientras no se afile las uñas en el sofá -dijo Max, devolviendo la botella al armario-. No te quedes en la puerta, hace frío en la calle -insistió.

- No hace tanto. De hecho he pensado que podríamos quedarnos aquí. Necesito que me dé un poco el aire.

Él la miró con gesto interrogante. Se había dado cuenta de que no quería entrar en la caravana para evitar que se produjera un contacto físico entre los dos. Aunque aquello era una tontería, pues no les había hecho ninguna falta hallarse en un lugar privado para enrollarse como lo habían hecho hacía un rato.

Max accedió a sus deseos y los dos salieron a la intemperie. Se sentaron en los escalones exteriores, con el océano a su izquierda y el paseo iluminado a su derecha. La caravana les abrigaba un poco del viento salado que soplaba del Pacífico y que en noviembre era especialmente húmedo pero, aun así, se les colaba bajo los abrigos haciendo que Jodie se estremeciera de frío.

- ¿Seguro que quieres quedarte aquí? -le preguntó él, que parecía inmune a las inclemencias del tiempo. Ella cruzó los brazos sobre el pecho y asintió con la cabeza-. Como quieras.

El hueco de la escalera era tan reducido que sus cuerpos quedaron estrechamente ligados, hombro con hombro, cadera con cadera, pierna con pierna. Aun a través de las capas de ropa, sintió que Max era como una estufa humana que irradiaba un agradable calorcillo. Él le tendió su vaso y Jodie, con la nariz arrugada al entrar en contacto con el potente olor a alcohol, bebió un sorbo que la hizo toser y lagrimear. Max se rio a su lado y la observó de manera chistosa.

- Santo Dios -logró decir-. ¿No tienes algo que no te queme el estómago?

- Esta bebida es una pócima especial que le da una patada en el culo a los problemas, y se me ha ocurrido que podías volver a necesitarla. Cuando te la hayas terminado tu vida dejará de parecerte una mierda.

Jodie sujetó el vaso con las dos manos y observó el atractivo perfil de Max mientras él bebía un trago del suyo.

- Claro, eso es porque si la bebes terminas tan borracho que no te acuerdas ni de tu propio nombre.

- Más o menos -dijo entre risas-. Aunque con esta cantidad te prometo que no te emborracharás.

Jodie lo intentó nuevamente y el resultado fue parecido, aunque el estómago le escoció un poco menos.

- ¿Por eso la guardas en la cocina? ¿Tu vida te parece una mierda? -le preguntó ella con tiento.

- Solo a ratos, la mayor parte del tiempo no tengo quejas.

Su respuesta sincera la dejó a medias y experimentó la punzante necesidad de saber algo más sobre él. Para haber compartido un beso que les había acelerado la sangre y les había desbocado el corazón, él seguía siendo un libro cerrado que a Jodie le apetecía abrir. Era muy posible que al indagar en él se topara con más virtudes que agregar a la lista pero, solo por si encontraba defectos, valía la pena arriesgarse.

Max se le adelantó.

- ¿De qué va esa serie de televisión en la que trabajas?

- ¿Nunca la has visto?

- No. Solo enciendo el televisor para ver los partidos de fútbol, los noticiarios o para quedarme dormido en el sofá.

Jodie sonrió.

- Bueno, supongo que se podría calificar como una comedia de enredo en la que se entrelazan las vidas de tres familias. Yo interpreto el papel de Susan Sanders, una chica que llega a la finca de los Hudson para trabajar como veterinaria. Los propietarios de la finca son Nora y Charlie Hudson, que están interpretados por Cassandra Moore y Glenn Hayes. Cassandra tuvo mucho éxito como actriz en los años noventa, es probable que la conozcas.

Max asintió.

- ¿Cómo es tu relación con ambos?

- Cassandra tiene sus excentricidades pero si eres paciente aprendes a tratar con ella. Y Glenn es un buen amigo y un gran apoyo. Son buenos compañeros de trabajo. ¿Lo preguntas por alguna razón en particular?

Max se había forjado su propia opinión la tarde posterior a los hechos, cuando visitaron el campamento para interrogarles. Le parecieron una pareja del todo interesante. Ella mostró una preocupación teatrera y excesiva hacia Jodie, según Faye, para enmascarar que su verdadero sentimiento hacia la joven actriz era la envidia. Y en cuanto a Hayes… estaba enamorado de Jodie hasta el tuétano y, aunque no le quedó más remedio que admitir que no eran pareja, sí dejó entrever que su finalidad era esa. Tras la charla con el actor, Faye llegó a la conclusión de que sus palabras desprendían cierta fijación obsesiva hacia Jodie Graham.

- Tenía curiosidad por conocer tu versión sobre la relación que mantienes con Hayes.

Su respuesta descolocó a Jodie.

- ¿Acaso conoces la suya?

- No escatimó en detalles la tarde del interrogatorio y aprovechó cualquier pregunta que le hicimos para dejar constancia de que está enamorado de ti. Se sentía responsable por no haber velado por tu seguridad.

- ¿Glenn dijo eso?

- Dijo muchas cosas, te he hecho un resumen.

Jodie emitió un suspiro que reveló que ese tema le producía hastío. No le agradaba saber que Glenn había hablado de sus sentimientos con la policía. Sentimientos que él sabía que no podían ser correspondidos, como ya se había cansado de aclararle.

Miró a Max con un comentario preparado que murió en sus labios al descubrir que en sus ojos negros flotaban las mismas sensaciones que la habían asaltado a ella la noche en que descubrió a Faye Myles en su caravana.

Se lamió los labios. Albergar un sentimiento de posesión hacia un hombre y saber que ese mismo hombre lo albergaba hacia ella fue una revelación abrumadora.

- Nunca he dicho o hecho algo que le anime a tener expectativas sobre un futuro juntos -dijo encogiéndose de hombros-. Hay personas a las que les cuesta encajar las negativas.

Los rasgos de Max se distendieron y las comisuras de sus labios esbozaron una inapreciable sonrisa.

- Me alegra saberlo, porque ese tío no me gusta nada para ti.

- No es a ti a quien debe gustarle.

- Bueno, tengo la costumbre de tomarme la licencia de opinar cuando he intimado con una mujer -le confesó con naturalidad. Jodie apretó los labios para evitar que se curvaran-. Continúa hablándome de la serie -la animó.

Ella recuperó el hilo con agrado. Le gustaba hablar de su trabajo.

- El personaje de Cassandra envenena a su primer esposo, un rico terrateniente setentón al que quiere quitarse de en medio para así poder casarse con el joven Justin Anderson, el personaje que interpreta Glenn y que pertenece a la familia de los Anderson, los rivales de los Hudson. A su vez, mi personaje y el de Glenn mantienen un idilio en secreto del que ninguna de las familias tiene constancia. -Max entornaba los ojos, esforzándose por digerir el argumento-. También hay otros ingredientes. Hay una investigación policial en la que se intenta esclarecer quién de los múltiples enemigos del señor Hudson acabó con su vida. Ah, y los paisajes en los que rodamos son muy bonitos.

La productora jamás la contrataría para promocionar la serie. ¡La estaba vendiendo fatal! Era difícil entusiasmarse con un producto que a ella misma le parecía mediocre.

- Resumiendo, no es el programa que escogerías para entretenerte una tarde de domingo frente al televisor -apuntó él.

Ella sonrió un poco.

- No exactamente -reconoció-. En Rosas sin espinas no puedo lucirme como actriz, pero es el trabajo que permite que pague mis facturas. Bueno, ahora que he perdido mi otro empleo dudo que pueda estirar tanto el dinero. -Dio un sorbo y tragó el líquido haciendo una mueca-. Creo que tienes razón con respecto a esta cosa. -Agitó el líquido en el interior del vaso-. Me siento un poco mejor.

- No subestimes el efecto de la compañía.

Quedó apresada en su mirada cercana y profunda, y una corriente eléctrica le erizó la piel de la espalda. Le miró a los atractivos labios y sintió deseos de aplastarlos con los suyos para volver a deleitarse con el sabor de su boca. Tragó saliva y movió los pies sobre la arena. Él la retaba a que lo hiciera, la invitaba a que diera el primer paso que rompiera el insoportable control de sus impulsos. Pero Jodie mantuvo a raya los suyos y abordó otro tema de conversación con la intención de que desapareciera la magia que se creaba en sus mutuos silencios. Un tema que se había quedado pendiente en la lista de sus curiosidades.

- ¿A quién vas a presentarle al gato? Dijiste que habías hecho un trato con él: comida y techo a cambio de entretener a alguien.

- Es para Jacob, mi sobrino de quince meses. Se vuelve loco cada vez que ve un perro o un gato y pensé que le haría ilusión jugar con el gato canijo cuando venga a visitarme.

- Y, mientras tanto, tú cuidarás de él.

- Pero el cariño se lo dará otro -matizó.

- Estoy segura de que cuando confraternicéis se lo darás tú también -sonrió a la mueca que puso él-. ¿Tienes una hermana o un hermano?

- Una hermana. Christine falleció hace un año.

A Jodie se le borró la sonrisa.

- Lo siento mucho.

Max asintió. Nunca hablaba de ese tema con nadie; al menos no lo hacía con detalle, porque era demasiado íntimo y demasiado doloroso. Sin embargo, su instinto le impelía a abrirle su corazón a ella y eso fue lo que hizo.

- Hace tres años Christine conoció a un inspector de Hacienda. Él tenía una posición social respetable y mi hermana quedó deslumbrada por su atractivo físico y por sus posesiones materiales. Se casaron dos meses después sin apenas conocerse y al poco tiempo de la boda comenzó su calvario. -Bebió un trago largo mientras ella le observaba en silencio-. Se casó con un maltratador. Christine me lo ocultó porque sabía que si llegaba a enterarme habría ido a por él y lo habría matado con mis propias manos, por eso prefirió soportar sus continuas palizas en silencio. A veces ponía excusas para no vernos, supongo que ni siquiera el maquillaje podía ocultar los moretones de su cara. -Su voz era grave y afectada-. Cuando lo supe ya era demasiado tarde. Una de esas palizas acabó con su vida.

Su testimonio la horrorizó por tantas razones que no encontró palabras que decir. Jodie apoyó una mano en su antebrazo para transmitirle su apoyo.

- Estaba en comisaría cuando recibí la noticia y entonces fui a buscarle. No recuerdo nada de lo que ocurrió durante el trayecto hacia la casa de mi hermana, solo sé que quería matarle. Había policías, y al hijo de perra se lo llevaban esposado en un coche patrulla. Lo saqué de allí a empujones, derribé a los policías que se interponían entre los dos, y luego le golpeé hasta que vomitó sangre. Si no llega a ser por Faye, que me siguió desde comisaría al ver el estado en el que me encontraba, lo habría matado. Nadie podría haberlo impedido. -Ella apretó los dedos en torno a su brazo y sus ojos le miraron emocionados. Le proporcionó alivio, su mirada dulce y su tacto caluroso fueron como un bálsamo para su alma herida-. No estoy orgulloso de lo que hice. Es la justicia la que debe encargarse de limpiar la escoria, pero volvería a hacerlo si tuviera la oportunidad. La cárcel no le hará pagar por lo que hizo. Algún día él volverá a recobrar su libertad pero nadie me devolverá a mi hermana ni a Jacob le devolverán a su madre. -Su expresión era granítica y aferraba el vaso con tanta fuerza que no le hubiera sorprendido que saltara hecho añicos por los aires-. Siento que le fallé a Christine -concluyó.

Jodie exhaló el aire retenido y se inclinó sobre él.

- Eso no es así. Tienes que sacarte esa idea de la cabeza.

- Mi obligación como hermano mayor era estar pendiente de ella. Cuando no quería ponerse al teléfono o ponía excusas para no vernos, debí imaginar que las cosas no le marchaban tan bien como ella se esforzaba en aparentar.

- ¿Y cómo ibas a imaginarlo? La vergüenza y el miedo la obligaban a callar. Si te lo ocultó fue porque, en cierto modo, se sentía responsable de su situación.

- Ella no tenía razones para sentirse así -replicó rechazando su argumento.

Jodie se mordió los labios, calibrando si debía adentrarse o no en arenas movedizas. Se arriesgó.

- La autoestima de las mujeres maltratadas queda tan destruida y su personalidad tan anulada que llegan a sentirse responsables de las agresiones que les infligen sus parejas. Por eso esconden a los demás la tragedia que viven en casa y se esfuerzan en ser buenas esposas o compañeras. Creen que así cesarán los maltratos. -Se detuvo un momento, con la intención de que sus palabras calaran en su cerebro-. El único responsable de lo que sucedió fue ese desgraciado con el que se casó. Tú no tienes la culpa de nada.

Max quedó atrapado en la firmeza con que defendió su argumentación. La estudió con la mirada y detectó tantos enigmas en sus ojos que quiso resolverlos uno a uno antes de que amaneciera.

- ¿Cómo sabes todo eso?

- Tengo una amiga que por fortuna vive para contarlo. -Sus ojos se movieron inquietos por las dunas arenosas que tenían enfrente. Las heridas ya no le sangraban pero tampoco habían cicatrizado-. ¿Jacob está con tus padres?

- Mis padres fallecieron hace años por causas naturales, así que Jacob está actualmente en un hogar de acogida. -A Max se le formó una sonrisa amarga que escondió tras un nuevo trago de alcohol. Tras paladearlo cambió de actitud-. Te traje hasta aquí con la intención de que te olvidaras de tus problemas y no para agobiarte con los míos. -Se apoderó de su mano, que todavía descansaba en su antebrazo, y, al descubrir que estaba fría, la calentó con la suya.

- No me agobias -musitó.

Quiso decir algo más pero las palabras retrocedieron porque toda su atención se concentraba en el agradable tacto de su mano, en la manera intensa con que la miraba, en el movimiento de sus pupilas al ascender y descender de sus ojos a sus labios. Volvieron a quedar suspendidos en uno de esos silencios electrizantes que tan difíciles eran de romper. Las confidencias personales favorecieron ese clima de conexión y la irresistible atracción física hizo el resto.

Fue Jodie la que se removió sobre su asiento para facilitar el contacto y fue Max quien acercó los labios a su boca. El primer beso fue lento y contenido, donde los labios se buscaron, se separaron y se unieron, se tantearon y se enlazaron hasta que la necesidad por beberse el sabor del otro asumió el control. Max le tomó la cabeza con las manos, ella enredó los dedos en los cabellos ondulados que caían sobre su nuca y sus bocas se acoplaron mientras sus lenguas se movían enfebrecidas. Max se tragó sus suaves gemidos y ella saboreó los roncos de él, colocando una mano en su garganta para sentirlos vibrar contra la punta de sus dedos.

Todas esas alocadas sensaciones pronto fueron insuficientes y Jodie se puso en pie jadeante, con el corazón latiéndole como un tambor y los ojos brillantes. Se sentó a horcajadas sobre él y Max la estrechó fuertemente entre sus brazos al tiempo que volvía a comerse su boca. Le acarició los muslos por encima de las gruesas medias, le apretó suavemente las nalgas y la afianzó contra sus caderas. Al sentirle erecto, ella imitó el movimiento sexual y a Max se le aceleró toda la sangre en las venas.

Con Jodie enroscada a él, se puso en pie y danzó sin ver sobre la arena hasta encontrar el punto de apoyo que buscaba. Ella quedó apresada entre la pared de la caravana y su cuerpo, con las piernas enlazadas a sus caderas y los brazos rodeándole los hombros. Introdujo las manos por debajo de su abrigo, le cubrió los pechos con ellas y los moldeó a su antojo. Jodie murmuró algo ininteligible mientras le acariciaba los pezones y sintió que se derretía cuando él interrumpió el beso solo para decirle que deseaba poner su lengua en ellos. Como también ella necesitaba descubrir las formas de su cuerpo viril, metió las manos por debajo de su jersey de lana y las deslizó por su espalda musculada hasta que su calor se las templó de inmediato. Una necesidad dolorosa por sentirle dentro hizo que una mano osada descendiera hacia la entrepierna de Max para acariciar la dura y gruesa protuberancia de su miembro. Él, nada más sentirla recorrerlo y apretarlo con los dedos, se separó como un resorte de su boca.

- Vamos dentro -le dijo con la voz ronca y agitada.

Ella negó con la cabeza sin dejar de besarle. La desnudez íntegra, la privacidad de una cama… no se veía preparada para estrechar tantos lazos con él.

- No quiero ir dentro. Quedémonos aquí.

- Estamos en la calle -le dijo, como si no se hubiera dado cuenta.

- La playa está desierta.

- También hay corredores por la noche, a veces incluso…

Jodie le hizo callar dándole un beso tan profundo que la sangre les abandonó el cerebro. Su sabor y su tacto le tenían completamente subyugado y Max se olvidó de circunstancias ajenas.

Soltó sus pechos e inspeccionó el resto del territorio femenino.

Le subió la falda de lana hasta la cintura y volvió a apresarle las nalgas por encima de las medias. Jodie se apretó un poco más contra Max para buscar su erección, y él se encargó de que la sintiera presionándola contra la unión de sus muslos.

- Hazlo -le susurró Jodie-. Hazlo ahora.

Aquellas dos palabras fueron suficientes para desatar toda su pasión y, al no encontrar una abertura que le facilitara la labor, rompió sus medias dando un fuerte tirón. Jodie abrió los ojos con sorpresa. Tenía las pupilas tan dilatadas que sus ojos parecían negros, y su rostro era el vivo retrato del éxtasis. Se mordió el labio inferior cuando Max le acarició el sexo por encima de las bragas. Estaba húmeda y caliente, preparada para recibirle. Max ladeó la prenda íntima y la acarició con los dedos, suavemente al principio, aumentando progresivamente la fricción.

- Max…

- Dime. -Ella le contestó con actos al pelearse con la hebilla de su cinturón-. ¿Necesitas ayuda?

Le masajeó el resbaladizo clítoris, arrancándole una cadena de acalorados gemidos.

- Sí -contestó con la voz entrecortada.

- Entonces vamos dentro. Aquí no podemos explayarnos.

Ella ya no atendía a razonamientos. Tras lograr abrir la hebilla de su cinturón pasó a desabrocharle los botones, tarea que le resultó más complicada porque su erección había tensado muchísimo la tela del pantalón.

- Está bien, tú mandas.

Max la ayudó a terminar con su apresurada tarea y, una vez liberado su miembro, lo guio a la entrepierna femenina, donde se entretuvo en acariciarle los labios vaginales, presionando contra ella pero sin llegar a penetrarla. Un remolino de calor se instaló entre los dos. La brisa marina resultaba ahora cálida y bochornosa.

Si seguía haciendo aquello tendría un orgasmo inmediato y ella no quería ser tan rápida. Qué vergüenza. ¿Qué pensaría él? La verdad es que ya era demasiado tarde para hacer ese tipo de reflexiones.

Jodie le apresó el lóbulo de la oreja con los labios.

- Ahora, Max -le suplicó.

Él cumplió los deseos de ambos y la alzó contra su cuerpo para adoptar una postura que le permitiera penetrarla con facilidad. Lo hizo hasta el fondo, de un solo y enérgico embate que vació sus pulmones de aire. La miró a los ojos inflamados y deseó devorarla a besos. En ese instante era completa y absolutamente suya, estaba rendida a él, y le exigía que se lo entregara todo de igual manera que ella estaba dispuesta a entregárselo a él.

Se movieron a la vez y coincidieron en el ritmo: rápido, profundo, desenfrenado… Las pelvis chocaron, las bocas se buscaron una y otra vez y los gemidos pasaron a ser jadeos, que crecían a medida que lo hacía el placer. Las embestidas de Max la estaban subiendo al cielo y la llenaban de algo cálido y vibrante que amenazaba con explotarle por dentro.

Justo entonces, cuando estaba a punto de ser engullida por un apoteósico orgasmo, Max se detuvo de golpe. Algo le había hecho perder la concentración.

- ¿Qué haces? ¿Por qué te paras? -preguntó, sin aliento.

- Mira por encima de mi hombro y dime que no hay nadie a mis espaldas -susurró.

Jodie obedeció y escudriñó la oscuridad de la playa. Miró de izquierda a derecha pero todo permanecía solitario y en completo silencio.

- No veo a nadie -le miró a los ojos-. ¿Has escuchado algo?

No, no había escuchado ningún sonido ajeno a los jadeos de los dos, pero tenía la extraña sensación de que alguien les observaba desde las sombras. Como solía acertar en la mayoría de sus presentimientos, Max no se quedó allí para comprobarlo. Sin salirse de ella, la sostuvo por las nalgas, subió los escalones de la caravana y empujó la puerta hacia dentro.

- Max… no hay nadie observándonos -replicó, reticente a entrar en sus dominios.

- Es posible.

Max cerró la puerta al mundo exterior y no dio tiempo a Jodie para que formulara más protestas. La silenció con sus frenéticos besos mientras cruzaba la caravana hacia su dormitorio. Descorrió la cortina de un manotazo y se dejó caer con ella sobre la cama. La luz de la estancia principal iluminó el rostro de Jodie, cuyos labios se fruncieron para decir algo que no llegó a salir de ellos. Sus profundas acometidas volvieron a dejarles sin respiración y a ella dejó de importarle que la hubiera llevado hasta su cama. Le rodeó la cintura con las piernas y arqueó el cuerpo contra el suyo para salir a su encuentro. Cada beso hambriento, cada caricia que sus manos prodigaban bajo las ropas y cada sólida penetración eran mejores que la anterior, y les acercó vertiginosamente al epicentro de un salvaje remolino de sensaciones.

Jodie apretó el miembro de Max en su interior y la fricción resultó enloquecedora. Él jadeó sin aliento al sentirla más estrecha y el placer que le recorrió en potentes latigazos se multiplicó por mil. Hubo de apretar los dientes y sosegar el ritmo para no correrse antes que ella.

- No -le suplicó Jodie-. No te detengas ahora, por favor.

- No puedo… no puedo contenerme mucho más.

- Yo tampoco.

Max sonrió y Jodie le cubrió la nuca con la mano y tiró de él para unirse a su boca. El beso fue carnal y voraz, y volvió a poner en funcionamiento el descontrolado engranaje de sus cuerpos.

Apenas unos segundos después, todos los músculos del cuerpo se les tensaron como un arco. Jodie se agarró a los barrotes del cabezal de la cama para recibir los efectos de un orgasmo devastador que casi la hizo llorar de placer. Max hundió los labios en su garganta arqueada mientras también él era alcanzado y sacudido por un vendaval de éxtasis. Un aluvión de recios embates precedió al momento en que Jodie le sintió descargarse con fuerza en su interior.

Creía que era la primera vez en su vida que había alcanzado un orgasmo al unísono y la experiencia no podía calificarse de otra manera más que gloriosa.

- Dios mío -musitó ella.

Max se hizo a un lado cuando los músculos le obedecieron de nuevo y clavó los ojos en el techo mientras sus pulmones se abastecían de aire. Se sentía como si acabara de mantener una lucha cuerpo a cuerpo en un cuadrilátero de combate y, aunque exhausto, a la vez estaba repleto de una energía sexual que, en esos momentos y con la mujer que tenía al lado, le pareció inagotable.

- Tenía la sensación de que contigo sería así pero… -Giró la cabeza hacia ella y Jodie le miró con los ojos todavía vidriosos de deseo-. Ha sido mucho mejor.

Jodie suspiró y volvió a mirar al frente. Tenía una mano abierta en el pecho, sobre el abrigo todavía abrochado. Estaba tan cansada y desorientada como él.

Max tragó saliva y continuó reflexionando en aquello sin apartar los ojos de su precioso perfil. Las mujeres con las que había mantenido relaciones sexuales a lo largo de su vida quedaban satisfechas, el sexo era algo en lo que él se esmeraba con los cincos sentidos, pero ninguna se había corrido tan rápido ni tan apoteósicamente como ella.

Ni él tampoco.

No podía ni imaginar cómo sería tener una relación sexual más completa, sin límites de tiempo, sin recelos por parte de ella, sin todas aquellas ropas que todavía cubrían sus cuerpos. Se sintió excitado al imaginarlo y, antes de que la respiración recobrara su ritmo normal, su pene volvió a cobrar vida.

Jodie lo vio. Descubrió su soberbia erección y un intenso brillo de deseo en sus ojos negros, que evidenciaban que aquello no había sido más que un sencillo aperitivo para él. Al igual que lo había sido para ella. El estómago se le encogió de miedo y entonces saltó de la cama como un resorte. Evitó encontrarse con su mirada escrutadora mientras se arreglaba la falda del vestido y se cubría las piernas hasta las rodillas.

Max guardaba la esperanza de no tener que enfrentarse a esa reacción, pero se había equivocado.

- ¿Te marchas? -Se incorporó sobre la cama.

- Debo hacerlo. -Se arregló el abrigo, las manos se movían inquietas-. Ha sido estupendo, no lo estropeemos.

- ¿Por qué íbamos a estropearlo? ¿Por qué sales en estampida?

Max abandonó la cama y acudió a su lado. Su mirada azul era huidiza mientras se alisaba el pelo con los dedos. Con las evidencias físicas del orgasmo todavía impresas en la cara, se esforzaba por parecer segura de su decisión.

- Sexo sin complicaciones -contestó, cada vez más seria-. Eso es todo lo que he tenido contigo.

- ¿Esperas que me lo crea? He tenido sexo sin complicaciones con bastantes mujeres en mi vida y te aseguro que no se parece a esto.

Jodie suspiró pero no retrocedió.

- Apártate y no me lo pongas más difícil.

- Voy a decirte una cosa.

- No quiero escucharla.

- La escucharás de todas formas. -Inclinó la cabeza para buscar su mirada y no prosiguió hasta que ella fue capaz de sostenerla-. No pretendía traerte hasta aquí para follar contigo, quería hacer el amor contigo. Quiero hacer el amor contigo -repitió recalcando las palabras-. Y estoy seguro de que sales corriendo porque deseas lo mismo.

¿Para qué iba a negarlo? Se preguntó Jodie. Si lo hacía sonaría a hipocresía porque no era capaz de darle la vuelta a una verdad tan aplastante. Se limitó a mantenerse serena y decidida, aunque no fue sencillo mantener el tipo.

- Deja que me marche, Max.

En el tiempo que la conocía había aprendido una cosa de ella, y es que cuando pedía que le devolvieran su espacio era mejor cedérselo.

Él se hizo a un lado y Jodie salió del dormitorio en dirección a la puerta.

El gato todavía dormía en su caja de cartón, aunque en algún momento se había levantado para terminarse toda la leche del recipiente. Envidió su placentero descanso, ojalá pudiera imitarlo. Aunque solo fuera durante unas horas le gustaría que su cabeza no fuera un constante fuego cruzado de emociones.

Cuando apoyó la mano en el picaporte de la puerta, le sintió a sus espaldas y una frustrante sensación de cobardía se apoderó de ella.

- Según tu criterio del sexo sin complicaciones… ¿repites dos veces con el mismo hombre? -Sintió el cálido murmullo de su aliento junto al oído y Jodie cerró los ojos mientras elaboraba una respuesta que no acudía a sus labios.

- No, nunca repito -dijo al fin, con la voz trémula.

Cuando se atrevió a mirarle descubrió que le había agradado su respuesta. No estaba segura de la razón, quizá porque él prestó más atención a las formas que al contenido de esta. Si se mirara a un espejo seguro que este reflejaría la imagen de una mujer muy poco segura de sí misma. Molesta, quiso borrar la tenue curva que formaban sus labios masculinos.

- En lo sucesivo preferiría que fuera la detective Myles quien me informara sobre los avances del caso.

Consiguió el efecto deseado pero, en lugar de quedarse satisfecha, se sintió como una completa estúpida. Abrió la puerta y bajó los escalones hacia la arena. Ni siquiera el frío exterior templó su crepitante estado de ánimo.

- Jodie.

Le miró, estaba apoyado en el quicio de la puerta.

- Jamás permito que circunstancias personales interfieran en mi trabajo. Y siempre soy yo quien decide cómo hacerlo. Si no te interesa, siempre tienes la opción de no contestar al teléfono.

La gravedad de su voz la hizo enmudecer y acentuar la sensación de estupidez que la invadía. No disponía de más réplicas; por lo tanto, enterró las manos en los bolsillos y huyó hacia el estacionamiento. Demasiadas emociones para un solo día. La cabeza amenazaba con estallarle y, lo que era todavía peor, unas absurdas lágrimas se agolparon en sus ojos empañándole el camino de regreso a su coche.

Lo vio nada más llegar. El papel blanco estaba atrapado bajo el limpiaparabrisas delantero y Jodie lo sacó de allí. En un primer momento creyó que se trataba de un folleto de propaganda pero la luz de las farolas iluminó un escueto mensaje escrito a mano que decía: